Homilía para el domingo, 3 de mayor de 2009

El IV domingo de Pascua, 3 de mayor de 2009

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

Se ha dicho que los predicadores no deberían usar la palabra ovejas para describir el pueblo de Dios. Por extensión se puede proponer que no hablen de Jesús como el buen pastor tampoco. La razón detrás estas prohibiciones es que supuestamente la gente moderna es educada, no indefensa como ovejas. Además, la gente hoy viviendo en ciudades lejos del campo no puede apreciar las imágenes rústicas como ovejas, rebaños, y pastores.

Es posible que otras imágenes bíblicas para Jesús parezcan más apropiadas para la vida contemporánea. En el Evangelio según San Lucas, por ejemplo, Jesús se refiere a sí mismo como médico. Ciertamente todo el mundo conoce situaciones en que se urge la ayuda de un doctor. De hecho, nos encontramos ahora mismo envueltos en un tal apuro con la epidemia de la gripe porcina. Como consultaríamos a un médico pronto si nuestra hija tendría fiebre alta con vómitos, nos acercamos a Jesús cuando sentimos afligidos por dificultades que molestan nuestras vidas.

Sin embargo, recorrer a Jesús como el buen pastor todavía tiene relevancia. No sólo en la Biblia existen imágenes de pastores y ovejas sino también en películas documentales y en anuncios como la foto de ovejas atestando un camino en Escocia. También, las ovejas no son tan ignorantes como se les piensa. Pueden encontrar pasto como una abeja y anticipar una tormenta con la facilidad de un meteorólogo. Más a caso, a nosotros nos hace falta un guía y protector tan dedicado como el pastor ante su rebaño.

La vida está llena de elecciones en las cuales la vía correcta no está evidente. Cuando amenaza la gripe porcina, ¿debería una anciana inclinada a problemas médicas resumir su puesto como voluntario en la primaria? o ¿debería un obispo encomendado con el cuidado de medio millones de personas suspender las misas dominicales en su diócesis si el Departamento de Salud cierra las esquelas? En ambos casos los actores tienen que peticionar al buen pastor para que les ayude proceder prudentemente.

Dependeremos al buen pastor también para rescatarnos en el apuro más extremo. Más tarde o más temprano, el lobo de la muerte va a llevarse nuestras vidas, sea por la gripe porcina, el cáncer, u otra causa. Entonces, contaremos con el buen pastor a retomarnos de las fauces del lobo para ponernos a su lado en la gloria. Dice Jesús en el evangelio hoy que tiene poder para dar su vida y volverla a tomar. Igualmente tiene el la capacidad de volver a tomar nuestras vidas. Entonces, que no tengamos vergüenza a llamar al buen pastor como ovejas indefensas. Que no tengamos vergüenza a llamar al buen pastor.

Homilía para el domingo, 26 de abril de 2009

Homilía para el III domingo de Pascua, 26 de abril de 2009

(Hechos 3:13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

El nuevo arzobispo de Nueva York, el monseñor Timothy Dolan, tiene buen sentido del humor. También tiene una buena panza como el famoso Sancho de la novela Don Quijote. Bromea el monseñor Dolan que cuando fue nombrado obispo y le preguntaron que versículo quería para su escudo de armas, él citó a Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. “Sabes,” diría él, “donde Jesús pregunta, ‘¿Tienen aquí algo de comer?’”

Jesús pide la comida para comprobar que realmente ha resucitado en carne y hueso. En nuestro tiempo mucha gente anda buscando la comida con otro propósito. No, no es que les falte el pan sino el contrario. Existe una sobreabundancia de grasas y carbohidratos de modo que muchos no tengan la fuerza para detenerse de comerlos. Comprende un gran reto para la salud pública. Dice la Organización de la Salud Mundial que la obesidad es una epidemia que afecta no sólo los países ricos sino también los países pobres. Un mil millón de personas en el mundo están demasiado gordas mientras, en comparación, sólo 800 millones de personas sufren de malnutrición.

Algunos protestarán, “Padre, estamos en una iglesia no en un consultorio médico. ¿Qué tiene que ver la obesidad con la religión?” Es buena pregunta. La respuesta es que como alguna gente está atrapada por el alcohol, otras por el tabaco, otras por las drogas, y aún otras por el sexo, hoy día más que nunca la gente está esclavizada por las grasas y carbohidratos. Como los vicios tradicionales la búsqueda desordenada para la comida deteriora la capacidad de conocer al Señor y amarlo sobre todo. También afecta la voluntad a cumplir Su misión y la posibilidad de hacerlo bien.

En fondo el problema es anteponer el placer al gozo verdadero. Los científicos han aislado el químico – dopamine -- en el cerebro que corresponde al placer. El pensamiento de las grasas y los dulces para los gordos, como el pensamiento del alcohol para los borrachos o la nicotina para los fumadores excesivos, suelta este químico que extravía la persona de su propio propósito en la vida. Estamos aquí para conocer, amar, y servir a Dios. El gozo viene de cumplir este proyecto que nos realiza como personas humanas. Además, el gozo terreno alcanza su cumbre con el conocimiento por la fe que el Señor premiará a sus elegidos con la vida eterna.

En el evangelio Jesús muestra a sus discípulos que no está muerto sino vive. No más se puede encontrarlo en el sepulcro. Como él nosotros tenemos que dejar atrás el sepulcro que nos atrape. Para algunos el sepulcro será comidas con altos niveles de grasas y carbohidratos, para otros será el alcohol, para otros el sexo. Jesús no está muerte sino vive; vive por nosotros. Eso es, Jesús está con nosotros en la lucha contra el placer desordenado. Nos dispensa la templanza para no desear demasiado cosas materiales, la fuerza para resistirlas, y la prudencia para saber cuando bastante es bastante. Jesús vive por nosotros.

Homilía para el domingo, 19 de abril de 2009

El II Domingo de Pascua, 19 de abril de 2009

(Hechos 10:34.37-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9)

Se llamaba anteriormente este segundo domingo de Pascua “el domingo del alba depuesta.” El nombre se derivó de la práctica de los nuevos cristianos en los primeros siglos del cristianismo. Entonces aquellas personas bautizadas y vestidas en ropas blancas a la Vigilia Pascual dejaron sus vestidos especiales evidentemente para integrarse con la comunidad mayor de cristianos. Recientemente, el papa Juan Pablo II ha puesto otro nombre a la fiesta de hoy. Desde el año 2000, se ha llamado oficialmente el “Domingo de la Divina Misericordia” siguiendo la espiritualidad de la santa polaca Faustina Kowalska. En revelaciones privadas el Señor le intimó a Santa Faustina que él ama mucho a todos humanos, aún los mejores pecadores. Como respuesta a esta misericordia de parte del Señor, según las revelaciones a Santa Faustina, hemos de confiar en el Señor como un niño a su padre y de mostrar la misericordia a los otros.

Se sintoniza fácilmente el evangelio de la misa hoy con la divina misericordia. El Señor resucitado envía a sus discípulos en una misión de misericordia. Ellos están comisionados a perdonar los pecados y, cuando sea necesario, retenerlos. Desde el Concilio de Trento este mandato se ha interpretado como refiriendo al poder del sacerdote en el Sacramento de Penitencia. Se entiende la retención de pecados no como castigo sino como espuela para mover al pecador a confesar sus pecados y recompensar la injusticia.

A lo mejor el evangelista tiene otra idea de misión en cuenta cuando cita a Jesús en la lectura hoy. Como el Padre ha enviado a Su hijo al mundo para crear una crisis en que uno tiene que decidir por o contra Cristo, la luz verdadera, así Jesús envía a sus discípulos. Vista en esta manera el envío de Jesús no está limitado a los sacerdotes sino incluye a todos cristianos. Todos hemos de brillar la luz de Cristo de manera que otros puedan hacer una decisión definitiva por él. La Pascua pasada un converso al Catolicismo de Islam (Magdi Allam) explicó cómo el testimonio de la fe por las religiosas y los religiosos cuando era alumno en Egipto le atrajo a la Iglesia. Su historia es semejante a la de una mujer que telefoneó las oficinas diocesanas pidiendo información referente hacerse católica. Dijo que quería tener la consolación de la fe que demostraba una colega católica.

Jesús se muestra a sí mismo como agente de misericordia cuando enfrenta a Tomás. Este discípulo, como se indica su apodo “gemelo,” parece como hombre moderno. Pues Tomás resiste aceptar la proclamación de la resurrección sin evidencia empírica, eso es, sin ver la señal de los clavos en las manos de Jesús y meter su mano en el costado de Jesús. Jesús no deja a Tomás en su escepticismo sino se le acerca a lo mejor para que Tomás no sea excluido del gozo de la resurrección. Entonces ¿toca Tomás las heridas de Jesús? Aunque algunos teólogos no están de acuerdo si él le tocaría las heridas, sería un rechazo de la fe a favor del empirismo.

La misericordia del Señor es grande de verdad. Se dice que la gran Santa Teresa de Ávila, tan cumplida persona que se querría encontrar, una vez dijo que cuando muriera, no iba a decir nada al Señor de sus logros, sino sólo se postraba a Sus pies pidiendo Su misericordia. Nosotros deberíamos hacer asimismo. Pero, para recordarnos a pedírselo cuando llegue el momento, deberíamos mostrar la misericordia a los otros ahora. Sí, deberíamos mostrar la misericordia.

Homilía para el Domingo, 12 de abril de 2009

Homilía para el I Domingo de Pascua

(Marcos 16:1-7)

El otro día el periódico reportó que los cigarros no son necesariamente dañinos. Al menos, reducen los costos médicos de la sociedad. No es ridículo. Según los ecónomos los no fumadores viven por más tiempo que significan más intervenciones médicas. Muchos prefieren desconocer este hecho posiblemente porque no les conviene considerar que les toca a todos el sufrimiento. Son como los discípulos de Jesús en el Evangelio según San Marcos. Pedro y los otros piensan que pueden vivir en la gloria por cuidarse bien.

Los discípulos andan satisfechos por la mayor parte del evangelio. Sí, han dejado sus ocupaciones para seguir a Jesús pero siempre con la idea que van a obtener puestos más altos. Discuten entre sí cuáles serán los más grandes cuando se revele Jesús como Mesías. Por lo tanto, se hacen confundidos cuando Jesús les habla de la muerte que va a sufrir. Su torpeza les causa a correr de Jesús como bandidos al su arresto.

Ahora vemos en el evangelio otro grupo de discípulos. Son mujeres que han seguido a Jesús de Galilea. Por su espíritu del servicio parecen más capaces a entender a Jesús. Vienen cuanto antes después del día de descanso para embalsamar su cuerpo. Entonces se les manda a una tarea inesperada. Tienen que anunciar la resurrección del crucificado de la muerte. No se incluye en la lectura hoy pero en el próximo versículo del evangelio describe el resultado. No hablan nada a nadie porque quedan asustadas y asombradas. Tanto como los hombres discípulos estas mujeres fallan a tomarse a pecho el mensaje evangélico que se entra en la gloria sólo por el sufrimiento.

¿Y nosotros después de veinte siglos cómo entendemos a Jesús? ¿Hemos interiorizado su mensaje de la necesidad de sufrir por él? Algunos no quieren visitar a parientes o amigos con Alzheimer porque la experiencia les deprime. No parece que ellos han aceptado el evangelio. En contraste, hay la historia de una pareja estudiando a Harvard cuyas vidas estuvieron vertidas por un embarazo inesperado. Tener a nuevo bebé (tenían una) a este punto hubiera significado la pérdida de sus carreras como académicos. Además, se enteraron que el feto tenía el síndrome Downs. La pareja tendría que sufrir tanto la dificultad de cuidar a un niño con defectos obvios como el desprecio de sus colegas y profesores. Sin embargo, dieron luz al bebé. Como en muchos casos semejantes, su niño con síndrome Downs se les ha probado ser no sólo una alegría sino también la fuente de sabiduría. Ya saben que el propósito humano no es para lograr mucho sino para amar al otro. En la resurrección Dios nos muestra que este amor no se para con la muerte. Más bien el amor lleva a la persona a la vida eterna.

Homilía para el Domingo, 5 de abril de 2009

El Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)

Un chiste pregunta, ¿cómo es Jesús como una mujer? La respuesta: como una mujer Jesús trataba de trasmitir su mensaje a un grupo de hombres que jamás podían entenderlo. En el Evangelio según San Marcos los discípulos de Jesús son particularmente torpes. Por ejemplo, durante la pasión los discípulos duermen cuando Jesús ora por su vida en Getsemaní. Entonces, corren de Jesús en miedo para que no sean arrestados con él. Y ninguno se atreve a presentarse en Calvario para apoyarlo en la muerte. Si en ocasiones nosotros hemos sentido abandonados por nuestros amigos, podemos imaginar la desolación que Jesús siente por este comportamiento.

Dos discípulos sobresalen por la decepción. Judas le comete la ofensa más perniciosa cuando traiciona a Jesús a sus enemigos. Esto no es una simple calumnia sino una entrega a la muerte. Marcos subraya la maldad por añadir dos veces “uno de sus discípulos” al mencionar su nombre como si fuera increíble. Judas es especialmente vicioso por usar un beso como la contraseña para identificar a Jesús a sus enemigos. También el motivo de Judas es sórdido. Traiciona a su maestro por el dinero.

No es probable que alguien nos haya actuado con tanta duplicidad como Judas trata a Jesús. Pero sí es posible que hayamos sido engañados por un amigo o un pariente. Muchos padres conocen el dolor de tener a un hijo drogadicto que les ha robado. Tan vergonzoso que sea, no es inaudito que una persona haya engañando a un amigo por acostarse con su esposa. Finalmente, casi todos nosotros hemos tenido la amarga experiencia de dar dinero a otra persona o de trabajar por otra persona con la expectativa de servicio o de pago y jamás recibirlo.

El otro discípulo de Jesús que le maltrata notablemente es Simón Pedro. Un momento él se jacta como va a morir con Jesús. Entonces, algunas horas después Pedro no sólo lo niega sino a lo mejor lo maldice para demostrar su disociación. Estos pecados no son tan graves como la traición, pero son más que la omisión de no defender a Jesús de sus perseguidores. Comprenden actos de cobardía particularmente apestosos.

A veces actúan otras personas hacia nosotros como Pedro hacia Jesús aquí. Hemos oído de personas que rehúsan testimoniar a un crimen por miedo de represalias contra ellos. Y aún nosotros hayamos criticado a otras personas fuertemente a sus espaldas después de haber platicado dulcemente con ellas.

En su relato de la pasión San Marcos nos hace entender que el discipulado de Jesús requiere el sufrimiento. A veces el dolor será tan severo que nos quitará todo el apoyo humano como Jesús experimenta en la pasión. Habrá personas tan viciosas como Judas y tan cobardes como Pedro. En tales situaciones tendremos que depender sólo de Dios. No será momento de abandonar a nuestro seguimiento sino de abrazarlo con toda tenacidad. También San Marcos nos promete que como en el caso de Jesús experimentaremos a Dios cambiando nuestra suerte. Es cierto. Si quedamos fieles, Dios nos cambiará el sufrimiento en la victoria.

Homilía para el Domingo, 29 de marzo de 2009

El V Domingo de Cuaresma

(Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; John 12:20-33)

Ningún evento en la historia contemporánea define el bien y el mal más que el holocausto de los judíos por los Nazis. Cada uno tiene que enfrentar la evidencia de esta atrocidad. Si uno la niega, la defiende, o le imita las tácticas, se le acusa a él con justicia como malévolo.

El Evangelio según San Juan hace un reclamo similar acerca de la crucifixión de Jesús. Muestra a Jesús como el Hijo de Dios que viene al mundo para salvarlo del pecado. No obstante, en su relato, una conjuración hecha del mal, los celos, y la estupidez surge para tener a Jesús ejecutado. El evangelio llama a todos para hacer una decisión acerca esta injusticia. Si uno confiese la complicidad y se arrepiente del pecado, se salva. Pero si considera su involucramiento como de no significancia, se pierde.

El pasaje del evangelio hoy muestra a Jesús profetizando que el momento del juicio ha llegado. Dice que cuando sea levantado de la tierra, él va a traer a todos hacía sí mismo. En el Calvario los judíos, los romanos, aún su madre y su discípulo amado se congregarán alrededor de Jesús. Entonces cada uno tiene que decidirse. ¿Conoce su participación en el crimen y se arrepiente de ella? Por haber escuchado este relato nosotros también estamos allí. Nosotros también tenemos que decidir.

Homilía para el Domingo, 22 de marzo de 2009

El IV Domingo de Cuaresma

(II Crónicos 36:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Una vez un marinero estuvo en un accidente. Tuvo daños tan serios que le quitaron la pierna. Después de su recuperación cuando su familia lo llevaba en silla de rueda a un parque de diversiones, un hombre le dio una limosna. El marinero reaccionó con la rabia. Sintiendo insultado por ser considerado como objeto de la caridad, le lanzó la moneda atrás al donador. Quizás nosotros, si fuéramos a pensar en la lectura de la Carta a los Efesios hoy, la tomáramos como insulto como el marinero tomó en la limosna.

Varias veces la lectura hace hincapié en la salvación como una gracia concedida por Dios. Dice primero, “Por pura generosidad (o gracia de Dios)…, hemos sido salvados.” Entonces añade, “…Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia…para con nosotros.” Finalmente, “…ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe.” Nos gusta pensar que siempre estamos en control de nuestro destino. Pues, planeamos nuestras vacaciones y ahorramos para la jubilación. Sin embargo, la Carta a los Efesios nos informa al contrario. La salvación viene como un don completamente gratuito de parte de Dios.

La carta siempre habla de dos pueblos – “nosotros” y “ustedes.” A lo mejor, éstos son los seguidores judíos de Jesús, que han observado la Ley con todos sus preceptos, y los griegos recientes convertidos al cristianismo. Por decir que los dos son salvados por la gracia, la carta desmiente el orgullo de los dos grupos. Los judíos no pueden reclamar que la práctica de la Ley les ha merecido la salvación. Tampoco los griegos pueden jactarse que se han alcanzado la salvación por la sabiduría. No, ni la Ley ni la sabiduría puede permitir a uno superar las tentaciones del mundo. Siempre el placer, la plata, el prestigio, o el poder le enredaría si no recibe el don de la gracia. Ahora podemos pensar en nosotros católicos fieles como aquellos seguidores denominados como “nosotros” y los catecúmenos de la parroquia como “ustedes” en la carta. ¿Cómo valen los actos justos (en otras palabras, la Ley) o el pensar correcto (eso es, la sabiduría) a estos dos grupos?

Dice la Carta a los Efesios que se le salva a uno “por la gracia, mediante la fe.” Eso es, por la fe en Jesucristo nos viene el Espíritu Santo que nos dispone a amar sin deseos para el placer animal y a mostrar la misericordia a los demás. Es Dios residiendo en el creedor que le hace posible merecer la vida eterna con actos alumbrados por la sabiduría divina. Es el caso de Mary Cunningham Agee que ha formado una red de socorro para mujeres que tienen embarazos no esperados. Después de un aborto natural, la señora Agee se volvió a la fe donde encontró, en sus propias palabras, “una invitación profunda para acercarse al amor compasivo del Señor.” Laureado en la administración de empresas, ella ha organizado a otras profesionales para dar consejo, trabajo, y ayuda a mujeres contemplando el aborto.

Al fin de la película titulada “Misericordia Entrañable,” el protagonista se pregunta a sí mismo, “¿Por qué yo recibí la gracia?” Era un alcohólico destinado a la perdición cuando encontró a una viuda que le ayudó reformarse mediante la fe cristiana. Su caso no difiere mucho de los nuestros. Cada uno de nosotros es receptor de la gracia. Y ¿por qué? No es por nuestra sabiduría ni por nuestros actos. Es, como repite vez tras vez la Carta a los Efesios, por la gracia de Dios que estamos destinados a la vida eterna. Sí, es la gracia que nos destina a la vida.