Domingo de Pentecostés
(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3b-7.12-13; Juan 14:15-16.23-26)
El papa León XIV ha elegido un escudo con el lema (en latín): “In illo, uno unum”. Las palabras son de San Agustín de Hipona, el patrono de la orden religiosa a la cual pertenece el papa. Quieren decir: “En Él (Cristo), que es uno, somos uno”. Hoy celebramos al Espíritu Santo que nos mantiene como uno con la misma fe y el mismo amor.
La entidad en
la cual somos compuestos como uno por el Espíritu no es un edificio hecho de
concreto. Más bien, es algo orgánico que
crece y desarrolla. La entidad es el
Cuerpo de Cristo que llamamos comúnmente “la Iglesia”. El Espíritu Santo forma a las personas
humanas en las células de los diferentes órganos del Cuerpo. Algunos de nosotros constituimos sus brazos
que alcanzan a los necesitados. Otros de
nosotros componemos su voz que proclama tanto la creencia en Dios como las
alabanzas a Él. Como dice la segunda
lectura hoy, igual que el cuerpo humano tiene varios tipos de órganos, el
Cuerpo de Cristo tiene varios tipos de ministerios.
Las células
del Cuerpo de Cristo son nutridas por el pan hecho Carne de Cristo y el vino
hecho Sangre de Cristo. Este misterio de
la Eucaristía también es el trabajo del Espíritu Santo. Él transforma alimento cotidiano, eso es el
pan y el vino, en el Cuerpo de Cristo que vive para siempre. Aun cuando digerimos completamente el Cuerpo
de Cristo, se queda. Como dijo el mismo San Agustín cuando comemos el Cuerpo de
Cristo, él no se hace parte de nosotros (como pan regular), sino nos hacemos
partes de él.
La primera
lectura de los Hechos de los Apóstoles resalta la unidad de fe que lleva todo
la Iglesia. Prendidos por el Espíritu,
los discípulos comienzan a predicar. No
es solamente que todos los visitantes a Jerusalén los oyen hablar en sus
propios idiomas por la presencia del Espíritu. También todos escuchan por el
Espíritu el mismo mensaje proclamado por Pedro en lo que sigue en el Libro de
los Hechos de los Apóstoles. Pedro dirá
que Jesús hizo muchos milagros y signos entre el pueblo; no obstante, los
judíos lo pusieron a muerte en la cruz, pero Dios lo resucitó. Este mensaje básico, que se ha llamado “Kerigma”
en griego o "proclamación" en español) se ha desarrollado por las
edades mediante el Espíritu. Con la
reflexión sobre las Escrituras, la Kerigma ha producido los dogmas de la
Encarnación, la Resurrección de entre los muertos, la Redención del pecado, y
la Sagrada Trinidad. Como dice Jesús en
el evangelio, el Espíritu enseñará a la Iglesia “todas las cosas”.
El Espíritu
Santo también nos mantiene en el amor.
Mediante el Espíritu el Padre y el Hijo ocupan nuestros corazones como
dice también el evangelio. Con Dios
llenando nuestros interiores, no podemos hacer nada más que amar. Este amor extiende más allá que nuestros
familiares y amigos hasta todos habitantes del mundo, vivos y muertos.
Tanto como
quisiéramos amar, a veces nos desafío el amor hacia aquellos que no nos caen
bien. Puede ser un jefe que no quiere
hablar con nosotros. Puede ser aun
nuestro esposo o esposa quien no acepta nuestro afecto. El evangelio llama al Espíritu Santo “el
Consolador”. Esta palabra traduce la
palabra “paracleto” del griego donde significa literalmente “llamado al
lado”. Cuando nos falta el deseo a amar,
el Espíritu Consolador nos aconseja cómo ofrecerlo.
Al considerar todo lo que hace el Espíritu Santo, se puede pensar que no recibe suficiente atención en la liturgia de la Iglesia. Sin embargo, las personas de la Sagrada Trinidad no competen uno con otro. Porque son uno, cuando adoramos al Padre, adoramos al Espíritu. Y cuando honramos al Espíritu, honramos al Hijo. Y cuando agradecemos al Hijo, agradecemos al Padre.
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