El domingo, 8 de junio de 2025

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3b-7.12-13; Juan 14:15-16.23-26)

El papa León XIV ha elegido un escudo con el lema (en latín): “In illo, uno unum”.  Las palabras son de San Agustín de Hipona, el patrono de la orden religiosa a la cual pertenece el papa.  Quieren decir: “En Él (Cristo), que es uno, somos uno”.  Hoy celebramos al Espíritu Santo que nos mantiene como uno con la misma fe y el mismo amor. 

La entidad en la cual somos compuestos como uno por el Espíritu no es un edificio hecho de concreto.  Más bien, es algo orgánico que crece y desarrolla.  La entidad es el Cuerpo de Cristo que llamamos comúnmente “la Iglesia”.  El Espíritu Santo forma a las personas humanas en las células de los diferentes órganos del Cuerpo.  Algunos de nosotros constituimos sus brazos que alcanzan a los necesitados.  Otros de nosotros componemos su voz que proclama tanto la creencia en Dios como las alabanzas a Él.  Como dice la segunda lectura hoy, igual que el cuerpo humano tiene varios tipos de órganos, el Cuerpo de Cristo tiene varios tipos de ministerios.

Las células del Cuerpo de Cristo son nutridas por el pan hecho Carne de Cristo y el vino hecho Sangre de Cristo.  Este misterio de la Eucaristía también es el trabajo del Espíritu Santo.  Él transforma alimento cotidiano, eso es el pan y el vino, en el Cuerpo de Cristo que vive para siempre.  Aun cuando digerimos completamente el Cuerpo de Cristo, se queda. Como dijo el mismo San Agustín cuando comemos el Cuerpo de Cristo, él no se hace parte de nosotros (como pan regular), sino nos hacemos partes de él. 

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles resalta la unidad de fe que lleva todo la Iglesia.  Prendidos por el Espíritu, los discípulos comienzan a predicar.  No es solamente que todos los visitantes a Jerusalén los oyen hablar en sus propios idiomas por la presencia del Espíritu. También todos escuchan por el Espíritu el mismo mensaje proclamado por Pedro en lo que sigue en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.  Pedro dirá que Jesús hizo muchos milagros y signos entre el pueblo; no obstante, los judíos lo pusieron a muerte en la cruz, pero Dios lo resucitó.  Este mensaje básico, que se ha llamado “Kerigma” en griego o "proclamación" en español) se ha desarrollado por las edades mediante el Espíritu.  Con la reflexión sobre las Escrituras, la Kerigma ha producido los dogmas de la Encarnación, la Resurrección de entre los muertos, la Redención del pecado, y la Sagrada Trinidad.  Como dice Jesús en el evangelio, el Espíritu enseñará a la Iglesia “todas las cosas”.

El Espíritu Santo también nos mantiene en el amor.  Mediante el Espíritu el Padre y el Hijo ocupan nuestros corazones como dice también el evangelio.  Con Dios llenando nuestros interiores, no podemos hacer nada más que amar.  Este amor extiende más allá que nuestros familiares y amigos hasta todos habitantes del mundo, vivos y muertos. 

Tanto como quisiéramos amar, a veces nos desafío el amor hacia aquellos que no nos caen bien.  Puede ser un jefe que no quiere hablar con nosotros.  Puede ser aun nuestro esposo o esposa quien no acepta nuestro afecto.  El evangelio llama al Espíritu Santo “el Consolador”.  Esta palabra traduce la palabra “paracleto” del griego donde significa literalmente “llamado al lado”.  Cuando nos falta el deseo a amar, el Espíritu Consolador nos aconseja cómo ofrecerlo. 

Al considerar todo lo que hace el Espíritu Santo, se puede pensar que no recibe suficiente atención en la liturgia de la Iglesia.  Sin embargo, las personas de la Sagrada Trinidad no competen uno con otro.  Porque son uno, cuando adoramos al Padre, adoramos al Espíritu. Y cuando honramos al Espíritu, honramos al Hijo. Y cuando agradecemos al Hijo, agradecemos al Padre. 

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