El domingo, 14 de septiembre de 2025

 

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

(Números 21:4-9; Filipenses 2:6-11; Juan 3:13-17)

Hay leyenda encantadora sobre el descubrimiento de la cruz de Cristo por Santa Helena, la madre del emperador Constantino.  Desafortunadamente no hay datos históricos comprobando la leyenda.  Sin embargo, realmente no importa porque hoy no honramos tanto la cruz como al crucificado.  Hoy celebramos como el Hijo de Dios se humilló dos veces, como dice la segunda lectura, por nuestra salvación.  Lo hizo primero cuando tomó la carne mortal y segundo cuando sufrió la muerte horrible de la crucifixión. 

Es notable que en nuestra celebración no nos referimos a los testimonios de la crucifixión en los cuatro evangelios.  Más bien, leemos un corto pasaje hacia el principio del Evangelio según San Juan y un episodio oscuro en el Libro de Números.  Particularmente el evangelio indica el significado de este evento monumental de la historia.

En el evangelio Jesús está en diálogo con Nicodemo, un fariseo y líder judío.  Él representa el judaísmo farisaico que quedó después de la destrucción del Templo en el año setenta.  Por supuesto, Jesús habla por los cristianos que eran perseguidos a este tiempo.  Este diálogo o, mejor, debate muestra como el cristianismo tiene raíz en el judaísmo, aunque ha emergido como superior de la antigua fe.

Jesús se refiera al pasaje del Números donde los israelitas andan por el desierto cansados y angustiados.  En lugar de ser agradecidos de Dios por haberlos rescatado de la esclavitud, se le quejan de sus dificultades: los cuarenta años en que han viajado mientras Dios los formó como su pueblo santo y la provisión del maná, la “miserable comida” en la lectura, que los ha sostenido.  Para corregir la indignación Dios les manda serpientes venosas que matan a quienes muerden.  Cuando el pueblo se arrepiente de su ingratitud, Dios les envía alivio.  Por su amor a su pueblo, manda a Moisés que haga serpiente de bronce y la levante en un palo.  Entonces los mordidos que lo ven, siguen viviendo. 

Ahora Jesús predice su propio levantamiento en la cruz como semejante de la serpiente de bronce levantada en el palo.  Dice que cualquiera persona que vea su levantamiento poseerá la vida eterna.  Hay que notar la diferencia entre los dos levantamientos.  En el desierto con el levantamiento de la serpiente de bronce los israelitas reciben solo una extensión de la vida mortal.  Con el levantamiento de Jesús los observantes recibirán la vida eterna, eso es la vida con Dios sin fin.

Jesús tiene en mente dos referentes para su levantamiento.  En primer lugar, refiere a su crucifixión.  En segundo lugar, refiere a su resurrección de la muerte.  Los dos eventos en el Evangelio según San Juan son momentos de gloria.  Por supuesto, su resurrección representa su victoria sobre la muerte, pero ¿cómo es su crucifixión algo gloriosa?  Distinto de los otros evangelistas, Juan reporta cómo Jesús crucificado está rodeado por sus familiares y amigos, burlada por nadie, y pronunciando dictámenes eficaces como “Mujer, aquí tienes a tu hijo…”.  Esta muerte gloriosa es confirmada cuando el mismo Nicodemo, que debate con Jesús en este evangelio, trae suficientes especias para enterrarlo como un faraón.

Tal vez el aspecto más glorioso del levantamiento de Jesús en la cruz es la universalidad de la oferta que hace.  Se extiende no solo a los judíos, no solo a los piadosos o a los ricos sino al mundo entero.  Es cierto que el observante del levantamiento tiene que aceptar que este acto de humillación muestra a Jesús como su Salvador. No obstante, todos tienen la posibilidad de salvarse porque, como dice el evangelio: “… tanto amó Dios al mundo”.

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