El domingo, 20 de julio de 2025

 XVI DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18, 1-10; Colosenses 1, 24-28; Lucas 10, 38-42)

El evangelio de hoy es bien conocido y apreciado. Los predicadores lo suelen usar para mostrar que Jesús tenía amigas, incluso discípulas mujeres. También lo presentan como modelo de dos formas de vida religiosa: activa, como la de las Hijas de la Caridad, y contemplativa, como la de las Carmelitas. Sin embargo, intentemos hoy otro enfoque.

Para ello, tenemos que retroceder al evangelio del domingo pasado, con la parábola del Buen Samaritano. Las últimas palabras de aquella lectura fueron una exhortación de Jesús al doctor de la Ley: “Haz tú lo mismo”. Quería que el doctor ayudara a los necesitados, sin importar su raza o religión.  La lectura de hoy sigue directamente a esas palabras con un consejo que, a primera vista, parece contradictorio. Jesús le dice a Marta, ocupada con los quehaceres propios de recibir a un huésped, que en ese momento no son tan importantes. Refiriéndose a su hermana María, sentada a sus pies como discípula, Jesús afirma que ella “ha escogido la mejor parte”.

¿Por qué entonces Jesús reprende a Marta por su preocupación por los quehaceres del hogar, justo después de decirle al doctor de la Ley que sirviera al prójimo? ¿Ha cambiado de parecer? ¿Ahora solo importa escuchar la palabra del Señor?

Para responder a estas preguntas, podemos aprovechar una célebre oración de San Agustín: “Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que todo nuestro trabajo brote de ti, como de su fuente, y a ti tienda, como a su fin.”
En ella, el orante pide al Padre que envíe su Espíritu Santo, de modo que el motivo de sus obras sea puro y su acción termine dando gloria a Dios.

Sin la gracia del Espíritu Santo, nuestras obras —como dice el libro de Eclesiastés— son vanidad. Nuestra naturaleza, herida por el pecado, no puede producir verdaderamente el bien. Nuestra intención, lo que San Agustín llama la “fuente”, suele estar centrada en el yo egoísta. Y nuestra acción, el “fin” de esa oración, muchas veces está manchada por defectos. No dudo, por ejemplo, que muchos estudiantes se esfuercen no tanto por aprender la materia o hacerse sabios, sino por obtener buenas notas para destacarse ante sus padres y compañeros. Nos hemos vuelto como árboles infectados por la plaga, incapaces de dar buen fruto. Y el Señor lo confirma en el Sermón del Monte:
“…todo árbol malo da frutos malos” (Mt 7,17).

Al estar cerca del Señor, escuchando su consejo y sintiendo su amor, María se prepara para actuar en una manera nueva. No se inclinará al egoísmo en presencia de Jesús, que conoce su corazón. Sus obras serán sanas y santas porque ha escogido “la mejor parte”. Probablemente Marta también comprende la lección. Ella es generosa y, más importante, tiene la sensatez para recurrir a Jesús en su apuro.

¿Y nosotros? ¿Nos parecemos más a María, contemplativos y silenciosos, o a Marta, activos y expresivos? En realidad, no importa. Las dos han sido proclamadas santas.
Lo importante es que, como María, escuchemos y obedezcamos las enseñanzas del Señor. Y que, como Marta, pidamos su ayuda y realicemos nuestras obras con esmero.

El domingo, el 13 de julio de 2025

 

XV DOMINGO ORDINARIO, el 13 de julio de 2025

(Deuteronomio 30:10-14; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37)

La bien conocida parábola del Buen Samaritano nos recuerda de otras historias del amor al prójimo.  Una tal historia fue escrita por el gran autor ruso León Tolstoi.  Titulado “Dos hombres viejos” la acción comienza en Rusia a un tiempo indeterminado.

Efraím y Eliseo son dos amigos ancianos.  Se respeta bien Efraím en su pueblo por su vida recta. Tiene gran familia y bastante dinero, aunque continuamente se preocupa que no sea suficiente.  Eliseo es ni rico ni pobre.  Bebe vodka de vez en cuando y toma rapé también, pero es conocido como un hombre amistoso a quien le gusta cantar.  Un día los dos se ponen de acuerdo para emprender la larga peregrinación a la Tierra Santa a la cual se comprometieron en la juventud.

Después de haber caminado varias semanas Eliseo tiene dificultad mantener el paso de Efraím.  Cuando se hace sediento, Eliseo cuenta a su compañero a seguir adelante mientras él pide agua en una casa campesina.  Promete alcanzar a Efraím más tarde.  En la casa Eliseo encuentra pobreza como nunca ha visto en su vida.  Cada persona de una familia de cinco está al punto de morir de hambre.  Eliseo comparte con la familia los víveres que lleva en su mochila.  Entonces va al pueblo cercano para comprar más.  De hecho, queda con la familia por varias semanas proveyéndoles sus necesidades hasta que no tiene suficiente dinero para la tarifa de barco de Constantinopla a Jafa.  Por eso decide abandonar el proyecto y volver a su propia tierra. 

Efraím alcanza la Tierra Santa y visita todos los sitios bíblicos importantes.  Cuando está asistiendo la liturgia sagrada en el Santo Sepulcro, ve algo que sabe es imposible.  Del fondo del santuario donde está de pie por la muchedumbre, Efraím ve a su amigo Eliseo en el frente cerca al altar.  Lo busca después de la Eucaristía, pero con tantos hombres saliendo el santuario a una vez, no puede encontrarlo.  Cuando Efraím regresa a su tierra, va a visitar a su amigo.  Le dice a Eliseo que sus pies llegaron a la Tierra Santa, pero no es seguro si su alma llegó también.

Los dos cuentos – la parábola de Jesús y la novela corta de Tolstoi – nos enseñan varias lecciones.  Una es la importancia relativa de ser cumplida en nuestras responsabilidades.  El sacerdote y el levita en la parábola de Jesús pasan por alto al hombre medio muerte porque tocando un cadáver los habría rendido inmundos y prohibidos de cumplir sus servicios sacerdotales. Efraím, también un hombre diligente, podría haber vuelto para investigar qué pasó con su compañero, pero decidió ir adelante con su proyecto. En sí, es bueno ser cumplidos en nuestras responsabilidades.  Sin embargo, a veces Dios quiere que nos extendamos más allá que cumplir deberes ordinarios para hacer sacrificios por los apurados. 

Ciertamente por la justicia el samaritano debe hacer algo para salvar la vida del hombre.  Vendar sus heridas y llevarlo al refugio parecen solo humano en la situación.  Pero él lo trata como un hermano llevándolo al mesón y pagando por todas las necesidades.  Eliseo muestra este tipo de preocupación, que llamamos “el amor” o “la caridad”, para la familia muriendo de hambre.  Al igual que Eliseo está cerca al altar en la visión de su compañero, nosotros estaremos más cerca a Cristo por haber brindado este tipo de amor.

Finalmente, los dos cuentos enseñan que el prójimo no es solo el que vive a nuestro par o aún en nuestro país.  No, todos somos prójimos a uno al otro.  Como el calentamiento de la atmósfera está haciendo claro, las acciones en una parte del mundo pueden afectar las vidas en otras partes.  Jesús manda al doctor de la ley que haga a los demás al igual que el samaritano hace por el hombre asaltado por los ladrones.  Nosotros deberíamos oírlo diciéndonos a nosotros también: “’Anda y haz tú lo mismo’".