El domingo, 7 de septiembre de 2025

 

XXIII DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)

La segunda lectura y el Evangelio de hoy nos desafían a ser mejores cristianos al cuestionar nuestro compromiso con el Señor Jesús. De esta manera, se hacen eco de una de las obras más proféticas del siglo XX, El Precio de la gracia, escrita por el pastor alemán Dietrich Bonhoeffer. Justo antes de la Segunda Guerra Mundial, Bonhoeffer advirtió al pueblo alemán que ser cristiano significa oponerse a la injusticia, como la que ocurría en el régimen de Hitler. Dijo que uno no puede simplemente declararse creyente, rezar unas cuantas oraciones y esperar la vida eterna. Llamó a esta forma de abordar la fe "gracia barata". Hoy podríamos decir "cristianismo light", que no puede salvar. Con esta perspectiva, interpretemos el Evangelio y apliquémoslo a la Carta de Pablo a Filemón.

Mucha gente seguía a Jesús por las curaciones que realizaba. Al notar que la multitud crecía con cada kilómetro que caminaba, Jesús se volvió para confrontarlos con el desafío del discipulado. Les dijo que para ser sus discípulos, debían amarlo y odiar a todos los demás. Esta es la traducción literal del arameo que Jesús pronunció. En realidad, no quiere que odiemos a nadie. Más bien, quiere que siempre le demos prioridad: hacer su voluntad, no la nuestra ni la de nadie. Incluso cuando nos cueste caro, debemos conformar nuestros caminos a los suyos, que son la imagen perfecta de Dios Padre.

Para mostrar que todos deben someterse a él si quieren acompañarlo a la salvación, Jesús da dos ejemplos. El primero es para los pobres. Un campesino debe determinar si tiene los recursos para construir una torre antes de comenzar el proyecto. De la misma manera, cualquier hombre o mujer debe discernir si tiene el coraje de entregarse plenamente a Jesús. Si no lo hace, sería mejor que se alejara. Los ricos tampoco pueden evitar la costosa decisión de seguir a Jesús. Un rey debe determinar si tiene suficientes tropas para derrotar al ejército enemigo antes de enfrentarse a él en batalla. De la misma manera, la persona adinerada debe preguntarse si está dispuesta a sacrificar sus riquezas para seguir a Jesús. Si no, sería mejor que se alejara.

Podríamos preguntarnos: ¿cuáles son los desafíos más grandes hoy en día? Uno es el dilema de una pareja que desea un hijo propio pero no ha podido concebir. Deben resistir la tentación de recurrir a la fecundación in vitro, que deshumaniza el amor conyugal. Otro desafío hoy, especialmente en las universidades, es la tentación de los estudiantes de usar inteligencia artificial para realizar sus tareas. Algunos dicen que es simplemente aprovecharse de los recursos disponibles, pero en realidad es solo otra forma de engaño. En el Evangelio, Jesús indica que cada persona tiene un desafío personal que afrontar en cuanto a hacer su voluntad cuando dice: «El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo».

En la segunda lectura, Pablo confronta a Filemón con un desafío exigente. Le pide que libere a su esclavo Onésimo por su fe en Jesucristo. Onésimo había huido de la casa de Filemón y encontró a Pablo, quien lo instruyó y lo bautizó. Ahora Pablo quiere que Filemón no solo acepte de nuevo a Onésimo, sino que lo reciba con todos los derechos de un hermano. En el dilema que enfrenta Filemón está en juego su aceptación de la gracia transformadora del Evangelio. ¿Ha aceptado realmente Filemón la gracia que transforma los corazones del rencor a la paz, de la superioridad a la igualdad? Pablo insinúa que si Filemón se niega a permitir que su corazón cambie, entonces no es un verdadero discípulo de Jesús.

Tarde o temprano, el dilema de Filemón se convertirá en el nuestro. Cada uno de nosotros se verá desafiado de forma muy personal a actuar según la voluntad de Cristo y no según la nuestra. Por toda la promesa que conlleva, actuemos como Cristo lo desea.

El domingo, 31 de agosto de 2025

 

XXII DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico 3:19-21.30-31; Hebreos 12:18-19.22-24; Lucas 14:1.7-14)

Parece que Jesús siempre está en camino en el Evangelio según san Lucas. No se queda mucho tiempo en un mismo lugar. Sin embargo, enseña constantemente. Desde que emprendió la marcha hacia Jerusalén, Jesús instruye a sus seguidores mientras camina. Es como si no quisiera perder ni una sola oportunidad de formar a sus discípulos antes de llegar a su destino. La lectura de Lucas de hoy es típica: dice que “Jesús fue a comer en casa de un fariseo”. Allí Jesús dará enseñanzas sobre la etiqueta del Reino de Dios.

Antes de examinar esta etiqueta, recordemos las lecciones de Jesús en los evangelios dominicales recientes. Cuando se encaminó hacia Jerusalén, dijo a sus discípulos que su misión era tan urgente que no había tiempo ni para enterrar a sus padres. El domingo siguiente les instruyó a viajar ligeros de equipaje porque había mucho territorio que cubrir. Después enfatizó la necesidad de amar a los enemigos con la parábola del Buen Samaritano y la prioridad de escuchar y meditar sus palabras en la visita a la casa de Marta y María. En los últimos domingos Jesús enseñó cómo orar, la necesidad de evitar la avaricia, la importancia de prepararse para su regreso, y el no temer a la división inevitable que resultaría de su misión. En resumen, Jesús quiere que sus discípulos —entre los que nos contamos nosotros— sean personas reflexivas en su relación con él y comprometidos en servicio a los demás.

La etiqueta nos ayuda a relacionarnos con los demás. Son reglas de conducta para no molestar a nadie, especialmente a nuestros bienhechores. El evangelio de hoy nos da dos principios de etiqueta que agradan a Dios en la búsqueda de su Reino. El primero tiene que ver con cómo pensamos en nuestros semejantes. No deberíamos considerarnos superiores a nadie. El discípulo de Jesús escogerá el último lugar en los banquetes para mostrar deferencia hacia los demás. Pero esto no debe convertirse en una estrategia para ser promovidos luego a un mejor puesto cuando llegue el anfitrión. Ese tipo de cálculo merecería la ira y no la bendición de Dios. Más bien, la deferencia ha de ser un reconocimiento de que todos somos imágenes de Dios con un destino eterno.

El segundo principio es que los seguidores de Jesús deben mirar más allá de sus amistades cuando dan una fiesta para invitar en cambio a los necesitados. En lugar de invitar a quienes pueden devolver la invitación, deberían acoger a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. ¿Habla en serio Jesús? Sí y no. Es el lenguaje hiperbólico que él suele usar para enfatizar un punto. Cuando dice que “si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo…”, no habla literalmente sino figuradamente: debemos evitar la pornografía, por ejemplo. Cuando dice (como escucharemos en el texto original del evangelio del próximo domingo) que tenemos que “odiar” a nuestros padres y familias para ser sus discípulos, no significa que les demos la espalda, sino que pongamos a él como la prioridad número uno en nuestras vidas.

“Invita a los pobres…” significa que pensemos primero en los necesitados antes de dar fiestas a nuestros amigos. Algunos lo hacen destinando el diez por ciento de sus ingresos a la caridad antes de gastar un peso en sí mismos. No es necesario que los invitados sean en necesidad física. Un obispo tiene en su calendario para el 25 de diciembre: “Comida con los sacerdotes”. Su intención es invitar a los sacerdotes retirados y sin familia, aunque no son pobres, lisiados, cojos o ciegos.

Jesús seguirá instruyéndonos en el discipulado en los próximos domingos mientras continúa en camino. Sin embargo, su enseñanza suprema vendrá cuando llegue a Jerusalén y sea entregado en manos de sus adversarios. Entonces nos demostrará el amor perfecto al extender sus brazos en la cruz.

El domingo, 24 de agosto de 2025

 

XX DOMINGO ORDINARIO, 24 de agosto de 2025
(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)

La segunda lectura de hoy proviene de una de las obras menos apreciadas de la Biblia. Un distinguido biblista dijo que la Carta a los Hebreos es “...una de las obras más impresionantes del Nuevo Testamento”. Sin embargo, pocos conocen su argumento y lo que la hace tan estimada por los expertos.

Una de las dificultades para apreciar Hebreos es que tanto el autor como los destinatarios son anónimos. No hay huella de quiénes eran estos “hebreos”, más allá de que se trataba de cristianos de origen judío. No sabemos si eran conversos o descendientes de conversos. Además, la carta trata el culto judío, un tema poco familiar, al menos para la mayoría de los católicos. En el Antiguo Testamento encontramos capítulo tras capítulo con prescripciones sobre el altar y los sacrificios, que en gran parte desconocemos simplemente por falta de interés. Lo mismo ocurre con la descripción de los sacrificios en la Carta a los Hebreos.

Quiero reflexionar hoy no sobre la tesis principal de la carta, sino sobre un tema fundamental de la fe que aparece en la lectura de este domingo: el sufrimiento de los inocentes, lo que la teología llama “teodicea”. Se pregunta: ¿por qué les suceden cosas malas a personas buenas? Es evidente, por lo que precede en la carta, que los destinatarios han sufrido persecución por su fe en Cristo. No se especifica el dolor, aunque está claro que no llegó al martirio. De todos modos, ese sufrimiento los llevó a pensar en abandonar su compromiso con Cristo. Además, experimentaban la desilusión de que Cristo no había regresado tan pronto como esperaban. Se encontraban ante la decisión de seguir adelante como cristianos o volver a los ritos y tradiciones de sus antepasados.

El autor de la carta intenta disuadirlos de dar un paso tan drástico como abandonar a Cristo. Para ello, tiene que explicar por qué Dios ha permitido tanto sufrimiento y la espera prolongada de la venida del Señor. La respuesta que ofrece es que Dios permite estas pruebas no por indiferencia, sino por amor. Quiere que aprendan paciencia, fortaleza y humildad: en una palabra, disciplina. El autor ya les había recordado la larga lista de santos que mantuvieron la fe a pesar de pruebas aún más duras. Les asegura que el sufrimiento vale la pena.

Impartir disciplina siempre conlleva sufrimiento. Los atletas entrenan con dolor para poder superar a sus oponentes. Lo vemos también en el libro bíblico dedicado al problema del sufrimiento, Job. Dios pone a prueba la fe de Job con una serie de males para mostrar su fidelidad como hombre. Sin embargo, las personas que sufren no siempre pueden aceptar esta explicación. Particularmente difícil resulta cuando los afligidos son niños o personas claramente inocentes.

No ven pecados en sus vidas que merezcan la tribulación que experimentan. Se sienten desconcertados, inclinados a perder la confianza en la misericordia de Dios. ¿Quiénes son hoy esas personas? Tal vez los habitantes de Ucrania, después de tres años de guerra y con sus ciudades bombardeadas diariamente. O más cerca de nosotros, los desempleados que llevan meses buscando trabajo y que ahora escuchan que la inteligencia artificial desplazará a aún más trabajadores. También ellos pueden comenzar a cuestionar la bondad de Dios. ¿Qué podemos decirles?

Jesucristo nos reveló a Dios, pero no de manera completa. Él no nos ocultó a su Padre, pero el misterio de Dios está más allá de nuestra comprensión. Dios no es un genio, ni una supercomputadora, ni ningún otro ser imaginable. Él es el fundamento mismo de todo ser; nada podría existir si no se apoyara en Él. El hecho de que nos ama es cierto, porque Jesús, siguiendo la línea de los profetas, nos lo ha revelado. Pero los designios y modos de ese amor permanecen en el misterio. Ante ese misterio debemos ser como Job: agradecidos por conocerlo y asombrados de su grandeza.

El Evangelio de hoy nos fortalece esta actitud ante Dios. No basta con permanecer independientes, alegando experiencias pasadas con Él.  Este planteamiento no nos asegura la vida eterna. Pero si permanecemos fieles, aun en medio del sufrimiento, entonces reinaremos con los santos.

 

El domingo, 17 de agosto de 2025

 

XX Domingo del Tiempo Ordinario

(Jeremías 38:4-6.8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)

Los términos y conceptos del evangelio de hoy pueden llamar la atención, pero también levantan algunas preocupaciones. Nos preguntamos: ¿qué quiere decir el Señor cuando dice que ha “venido a traer fuego y división a la tierra”?  Y ¿no es que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán?  ¿Qué es este bautismo que va a recibir que le causará angustia?

Para entender a Jesús aquí no debemos tomarlo literal sino figurativamente.  Emplea lenguaje expresivo para urgirnos a responder a sus exigencias.  El “fuego” no es la combustión de materiales físicos sino la destrucción de vicios espirituales.  El “bautismo” no es la inmersión en el agua sino el trauma de una muerte sangrienta.  En el evangelio según San Lucas, más que en los otros, Jesús anticipa su pasión y muerte.  Se da cuenta de que serán el momento de la verdad para el mundo.  Al verlo colgando en la cruz perdonando y sanando hasta el mero fin todos tienen que declararse o por él como su Salvador o en su contra como un fulano. 

En diferentes ocasiones el evangelio indica que Jesús está anticipando el encuentro con su destino en Jerusalén.  Lucas describe la Transfiguración como ocasión para Jesús de hablar con Moisés y Elías acerca de su “éxodo” o pasión venidera (9,30). No mucho luego de esto, Lucas dice cómo Jesús “se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (9,51).  Enfocado en su Pasión, Jesús no la evita sino la abraza por dirigirse a la ciudad santa.  Otra referencia a la anticipación y, en este caso, la preparación para la Pasión ocurre cuando Jesús está en el Monte de Olivos con sus discípulos.  Lucas describe cómo Jesús estaba “en agonía” y que su sudor “se hizo como gotas espesas de sangre” (22,44). Estamos acostumbrados a pensar en la “agonía” como dolor extremo, pero aquí la palabra griega de raíz agón refiere a la preparación de los atletas para la competición.  Es el régimen de ejercicios que hacen los corredores para calentar sus músculos a dar el máximo.  Las gotas de sudor tan espesas como sangre significan que Jesús está sumamente listo.  Ya puede marchar adelante para hacer frente al diablo en la batalla para las almas.

La pasión y muerte en la cruz de Jesús pone al mundo en juicio.  Todos deben decidir si están con Jesús o en su contra. Estas decisiones dividirán familias, amistades y comunidades como Jesús predice en la lectura.  El evangelio tiene en cuenta historias como la de Santa Perpetua, una mártir africana en la Iglesia primitiva que se opuso a su padre cuando él quería que negara a Jesús. 

Aunque todavía existen tales casos, se ve la profecía de Jesús cumplida en asuntos más cotidianos.  Esposos a menudo pueden ser divididos en la cuestión de anticonceptivos: uno diciendo que el sexo es para el placer mientras el otro reconoce que tiene fines más altos como enseña la Iglesia.  Se dividen amigos en la cuestión de servicio: una proponiendo que pasen todos los fines de semana buscando divertimiento mientras la otra responde que quiere usar parte de su tiempo libre para socorrer a los necesitados.  La comunidad parroquial puede ser dividida con algunos en favor de unirse con otras comunidades de fe en un proyecto de organizar la mayor comunidad y otros amenazando que vayan a dejar la parroquia si se hace parte del proyecto.

Sería patentemente falso decir que Jesús vino con el deseo a separar familias, amistades, y comunidades.  Pero sí vino para enseñar la voluntad de su Padre por palabra y ejemplo.  Lo rechazamos a riesgo de perder la vida eterna.  Y lo aceptamos en la esperanza de tenerlo como compañero para siempre.

El domingo, 10 de agosto de 2025

XIX Domingo Ordinario

(Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2.8-19; Lucas 12:35-40 [versión corta])

El evangelio de hoy tiene dos parábolas cortas.  Permítanme intentar explicarlo con otra parábola o, mejor, historia.  La historia no es de Jesús sino del presidente John Kennedy de los Estados Unidos. Para enfatizar cómo iba a trabajar asiduamente cuando se eligieran Kennedy contaba la historia de la legislatura de un estado en los primeros años de la república americana.  Dijo que la legislatura estaba en sesión cuando una eclipsa del sol estaba pasando.  Los cielos se hicieron oscuros, y los legisladores pensaban que el fin del mundo hubiera llegado.  Algunos de ellos propusieron que la sesión sea levantada para que pudieran estar con sus familias cuando viniera el Señor.  Pero otro miembro de la legislatura solicitó al presidente de la Cámara el contrario.  Exclamó: "Señor presidente, si no es el fin del mundo y levantamos la sesión, pareceremos tontos. Si es el fin del mundo, preferiría que me encontraran cumpliendo con mi deber. Propongo, señor, que se traigan velas”.

Por medio de las parábolas Jesús avanza su proyecto de fundar de nuevo el Reino de Dios en el mundo.  Han reclutado a discípulos para continuar el trabajo después de su muerte.  Con la parábola de los criados esperando el regreso de su señor, Jesús les avisa que sean asiduos en sus esfuerzos por el Reino.  Como dice el legislador en la historia de Kennedy, quieren ser encontrados “cumpliendo con su deber”.  ¿Para qué ser asiduos?  Para ser acogidos en las salas de la vida eterna.  La parábola describe la acogida con una imagen magnífica: el Señor mismo “se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá”.

El proyecto del Reino es hacer el mundo lugar de la justicia, la paz, y el amor.  Requiere que se establezcan leyes, costumbres, instituciones y últimamente virtudes de modo que la gente respete a uno y otro y cuide el bien común.  Una persona definitivamente trabajando por el Reino vive en Pakistán donde asiste a su propio pueblo.  Shahzad Francis dirige una organización fraternal que ayuda a los católicos en la lucha de vivir con dignidad en medio de una sociedad mayormente musulmán.  Entre otras obras Francis fomenta la paz por hacer diálogos públicos entre todas las religiones.  Va a la capital del país para abogar por los derechos minoritarias.  Recientemente ha establecido escuelas para los niños de los trabajadores de los hornos de ladrillos que son entre los más pobres del país y por la mayor parte cristianos.

Podemos trabajar por el Reino de Dios por implantar sus valores en nuestras familias y comunidades.  En lugar de tener a cada uno de la familia entreteniéndose con su teléfono propio, que busquemos actividades comunales como una caminata juntos en el bosque.  En lugar de mirando el partido de fútbol desde las entrevistas antes hasta el análisis después, que tomemos un par de horas para servir comida a los indigentes o visitar a los ancianos abandonados en los asilos. 

¿Parece imposible o demasiado idealista cambiar los modos del mundo?  Considerémonos la segunda lectura.  La Carta a los Hebreos apunta a Abrahán y Sara, viejos y sin hijos, siguiendo adelante con la fe en Dios para engendrar “una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como las arenas del mar“.

La segunda parábola que ocupa Jesús concierne la llegada del Señor para reclamar a los suyos.  Dice que vendrá como un ladrón en la noche o, en otras palabras, en un momento indeterminable.  Por esta razón Jesús urge que nos quedemos listos por siempre haciendo obras buenas.  En la historia de Kennedy la petición para velas equivale “estar listos, siempre”.  Los Scouts tiene un dicho que nos sirve como una guía: “Haz una buena acción todos los días.”  No debemos dejar pasar un día sin hacer un esfuerzo para ayudar a otro.  A lo mejor el Señor no vendrá con el fin definitivo del mundo por eones.  Sin embrago, ciertamente es posible que nos venga mañana para reclamar nuestra vida individua.  Si no por el amor de nuestros vecinos, entonces para evitar un juicio negativo en la muerte, queremos prepararnos con acciones buenas.

Las dos parábolas del evangelio de hoy pueden ser reducidas a dos admoniciones. Primero, ayúdense unos a otros, especialmente a los necesitados, por el bien del Reino de Dios. Segundo, comiencen la obra ahora y continúen haciéndola todos los días de su vida. Al ocuparnos de estas tareas, invitaremos a Jesús a llevarnos con él a su mesa celestial.

El domingo, 3 de agosto de 2025

 XVIII DOMINGO ORDINARIO,

(Eclesiastés 1:2; 2:21-23; Colosenses 3:1-5, 9-11; Lucas 12:13-21)

La parábola del Evangelio de hoy es típica de las grandes parábolas en el Evangelio de Lucas: descriptiva, iluminadora y, al mismo tiempo, concisa. Comúnmente se presenta la parábola del rico insensato como una advertencia contra la avaricia, es decir, el deseo desordenado de poseer riquezas. Sin embargo, su crítica va mucho más allá de la simple acumulación de dinero. En sus escasas 144 palabras, encontramos una evaluación sombría del hedonismo, la ambición excesiva, el egoísmo y la idolatría del dinero. Examinemos con lupa cada uno de estos vicios.

Jesús mismo asocia al rico de su parábola con la avaricia. Tal vez el ejemplo más conocido de este vicio sea el del mítico rey Midas. Recordamos cómo Midas amaba tanto el oro que, como recompensa por un favor concedido por un dios, pidió tener el “toque de oro”. Al recibirlo, todo lo que tocaba se convertía en oro... ¡incluso su hija amada! Es cierto que el oro o el dinero tienen gran utilidad por su capacidad de intercambiarse por casi cualquier bien material. Pero no todo se puede conseguir con dinero. Como dice el Cantar de los Cantares: “Si alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, tan solo obtendría desprecio” (Ct 8,7).

El rico quiere acumular dinero para tener una vida ociosa. Dice a sí mismo: “’Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’”. No hay nada malo en descansar, disfrutar de una buena comida o tomar una copa; muchas personas consideran esto como parte de “la buena vida”. Sin embargo, cuando estos placeres se buscan como un fin en sí mismos, revelan una vida desorientada. Por eso deberíamos preocuparnos cuando nuestros seres queridos solo hablan de los cruceros que han hecho o que planean hacer. El placer forma parte de la vida, pero la vida tiene fines más altos que el simple disfrute. Un concepto mejor de “la buena vida” es “relaciones significativas, crecimiento personal y participación en actividades que se alineen con los propios valores” (del Internet).

También se puede considerar la ambición desmedida como vicio.  Es lo que el autor de Eclesiastés critica en la primera lectura. Si levantarse temprano para cumplir nuestros deberes fuera pecado, muchos de nosotros estaríamos condenados. Pero él habla de la ambición que no permite descansar ni por la familia, ni por la salud, y mucho menos por Dios. El rico insensato se muestra indebidamente ambicioso cuando planea construir graneros nuevos a la primera vista de su cosecha abundante.

Sobre todo, el agricultor demuestra el vicio del egoísmo. Solo piensa en sí mismo. Incluso solo habla consigo mismo. No considera compartir su abundancia con sus trabajadores, vecinos o con quienes sufren necesidad. San Agustín describía el pecado original como “homo incurvatus in se”, el hombre encorvado sobre sí mismo. Aquí tenemos un buen ejemplo del hombre no redimido. El fruto de la tierra es un don de Dios para aliviar las necesidades de todos. El agricultor debería haber considerado cómo tratar con su cosecha de acuerdo a un concepto justo del bien común.

Conectado al egoísmo, encontramos el culto al dinero, lo que a veces se llama “la idolatría práctica”, que infecta el corazón de muchos. En lugar de dar gracias a Dios por sus bendiciones, solo piensan en aumentar su riqueza. Es un pecado muy común. Se reporta que más o menos el mismo porcentaje de americanos juega a la lotería que asiste a la iglesia al menos de una vez al año.

Podríamos considerar el consejo de la segunda lectura como remedio para estos pecados: “Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo”. Desde arriba, recibimos la generosidad en lugar de la avaricia. Recordamos cómo Jesús se fatigó predicando y sanando a los que lo buscaban. Desde arriba, vemos a Jesús —“el Camino, la Verdad y la Vida”— como la verdaderamente “buena vida”. Lo encontramos en los sacramentos y en la oración. Desde arriba, contemplamos la humildad con la que el Hijo de Dios se hizo hombre para redimirnos. Finalmente, desde arriba nos llega la virtud de la religión, que nos lleva a agradecer a Dios por nuestra vida. Recordamos cómo Jesús se retiraba con frecuencia para orar a solas con su Padre.

Recordemos también a San Pedro, cuando el paralítico le pidió limosna en la entrada del templo. Pedro le dijo que no tenía ni plata ni oro, pero que tenía algo mucho más valioso. Entonces lo sanó en el nombre de Jesucristo. El Señor sigue siendo nuestro verdadero tesoro, más valioso que cualquiera otra cosa.

El domingo, 27 de julio de 2025

 

XVII DOMINGO ORDINARIO
(Génesis 18:20-32; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)

En lugar de enfocarme en el evangelio de hoy, quisiera poner de relieve a Abrahán. No solo es el protagonista de las primeras lecturas de hoy y del domingo pasado, sino también una figura icónica en la Biblia. Recibió la promesa de Dios de que sus descendientes serían una bendición para el mundo entero. También se le considera el primer judío por su fe en Dios, junto con su circuncisión. Además, su vida manifiesta varias cualidades que indican la justicia. Vamos a examinar su vida para relacionarla con Jesucristo y con las lecturas de la misa de hoy.

La historia de Abrahán se puede dividir en tres etapas. La primera tiene que ver con Abram, el hombre ya mayor a quien Dios llama para emprender una nueva vida en un país extranjero. La segunda etapa se distingue por los grandes pactos que Dios hace con él y sus descendientes. Y la tercera destaca el nacimiento de su hijo con su esposa Sara.

Abrahán nace como “Abram” en la ciudad de Ur de Mesopotamia. Cuando tiene 75 años, Dios lo envía a la tierra de Canaán, adonde viaja con su esposa Sarai y su sobrino Lot. Alcanza Egipto, donde el faraón lo reprende por haber intentado entregar a su esposa para protegerse a sí mismo. Al regresar a Canaán, Abram y Lot se separan, y Abram ofrece generosamente a su sobrino la elección de la tierra. Con el tiempo, Abram rescata a Lot de los reyes que lo secuestraron en la región de Sodoma y Gomorra, la tierra que Lot había escogido. En estas batallas, Abram se muestra como un guerrero fuerte y un hombre veraz. Cuando el rey Quedorlaomer le ofrece el botín, él lo rechaza, porque ha prometido a Dios que solo busca recuperar a su sobrino, no las posesiones de él. Entonces se encuentra con Melquisedec, quien ofrece un sacrificio en nombre de Abram, y por ello el guerrero demuestra su sentido religioso con un donativo generoso al sumo sacerdote.

En la segunda etapa, Abrahán tiene un hijo con la esclava de Sarai. Cuando se queja a Dios de tener que dejar su fortuna a un esclavo, Dios le promete que será su hijo con Sarai —aún no concebido— quien heredará, y que sus descendientes serán tan numerosos como las estrellas del cielo. En este pacto, Dios cambia el nombre de “Abram” a “Abrahán” y el de su esposa a “Sara”, y lo compromete a que él y sus descendientes varones sean circuncidados. Un día, Dios visita a Abrahán en forma de tres ángeles. Abrahán los invita a almorzar con generosidad. Mientras comen, uno de los ángeles predice que Sara dará a luz un hijo dentro de un año. Cuando los ángeles continúan su camino, le dicen a Abrahán que van a destruir Sodoma y Gomorra por la gran maldad cometida allí. Aquí entramos en la primera lectura de hoy, donde Abrahán intenta persuadir a Dios de no destruir las ciudades por el bien de los justos que podrían habitar en ellas.

La tercera etapa ve a Dios poniendo a prueba a Abrahán con el mandato de sacrificar a Isaac, su tan esperado hijo. Abrahán, sin entender el porqué, no vacila en prepararse para el sacrificio, hasta que un ángel lo interrumpe. Por su entrega a la voluntad divina, Dios le promete una vez más una descendencia numerosa y también la victoria sobre sus enemigos.

Se pueden notar ciertas correspondencias entre la historia de Abrahán y el evangelio. En primer lugar, así como Abrahán se entrega a la voluntad de Dios hasta el punto de estar dispuesto a sacrificar a su hijo, Jesús se entrega plenamente al permitir que lo crucifiquen. Segundo, así como Abrahán se justifica por la fe, también los cristianos son salvados por la fe en Cristo crucificado y resucitado. Tercero, así como Abrahán dialoga directamente con Dios para evitar la destrucción de las ciudades, Jesús enseña a sus discípulos a acudir con confianza a Dios en sus necesidades. Cuarto, Abrahán demuestra preocupación por el bien del prójimo, al igual que Cristo, quien multiplica el pan y los peces, entre muchos otros gestos de compasión. Y quinto, en Abrahán encontramos virtudes que resplandecen aún más plenamente en Jesús: la fortaleza, la veracidad, la bondad y generosidad, la magnanimidad y el respeto por lo sagrado.

A Abrahán se le llama el primer “patriarca”, es decir, el “padre de la fe”. Sin duda lo es para nosotros los cristianos, tanto como para los judíos e incluso para los musulmanes. Sin embargo, de ninguna manera es igual a nuestro Padre celestial, de quien proviene todo nuestro ser. Ni es cabeza de nuestra religión, la cual siempre será Jesucristo nuestro Señor.

El domingo, 20 de julio de 2025

 XVI DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18, 1-10; Colosenses 1, 24-28; Lucas 10, 38-42)

El evangelio de hoy es bien conocido y apreciado. Los predicadores lo suelen usar para mostrar que Jesús tenía amigas, incluso discípulas mujeres. También lo presentan como modelo de dos formas de vida religiosa: activa, como la de las Hijas de la Caridad, y contemplativa, como la de las Carmelitas. Sin embargo, intentemos hoy otro enfoque.

Para ello, tenemos que retroceder al evangelio del domingo pasado, con la parábola del Buen Samaritano. Las últimas palabras de aquella lectura fueron una exhortación de Jesús al doctor de la Ley: “Haz tú lo mismo”. Quería que el doctor ayudara a los necesitados, sin importar su raza o religión.  La lectura de hoy sigue directamente a esas palabras con un consejo que, a primera vista, parece contradictorio. Jesús le dice a Marta, ocupada con los quehaceres propios de recibir a un huésped, que en ese momento no son tan importantes. Refiriéndose a su hermana María, sentada a sus pies como discípula, Jesús afirma que ella “ha escogido la mejor parte”.

¿Por qué entonces Jesús reprende a Marta por su preocupación por los quehaceres del hogar, justo después de decirle al doctor de la Ley que sirviera al prójimo? ¿Ha cambiado de parecer? ¿Ahora solo importa escuchar la palabra del Señor?

Para responder a estas preguntas, podemos aprovechar una célebre oración de San Agustín: “Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que todo nuestro trabajo brote de ti, como de su fuente, y a ti tienda, como a su fin.”
En ella, el orante pide al Padre que envíe su Espíritu Santo, de modo que el motivo de sus obras sea puro y su acción termine dando gloria a Dios.

Sin la gracia del Espíritu Santo, nuestras obras —como dice el libro de Eclesiastés— son vanidad. Nuestra naturaleza, herida por el pecado, no puede producir verdaderamente el bien. Nuestra intención, lo que San Agustín llama la “fuente”, suele estar centrada en el yo egoísta. Y nuestra acción, el “fin” de esa oración, muchas veces está manchada por defectos. No dudo, por ejemplo, que muchos estudiantes se esfuercen no tanto por aprender la materia o hacerse sabios, sino por obtener buenas notas para destacarse ante sus padres y compañeros. Nos hemos vuelto como árboles infectados por la plaga, incapaces de dar buen fruto. Y el Señor lo confirma en el Sermón del Monte:
“…todo árbol malo da frutos malos” (Mt 7,17).

Al estar cerca del Señor, escuchando su consejo y sintiendo su amor, María se prepara para actuar en una manera nueva. No se inclinará al egoísmo en presencia de Jesús, que conoce su corazón. Sus obras serán sanas y santas porque ha escogido “la mejor parte”. Probablemente Marta también comprende la lección. Ella es generosa y, más importante, tiene la sensatez para recurrir a Jesús en su apuro.

¿Y nosotros? ¿Nos parecemos más a María, contemplativos y silenciosos, o a Marta, activos y expresivos? En realidad, no importa. Las dos han sido proclamadas santas.
Lo importante es que, como María, escuchemos y obedezcamos las enseñanzas del Señor. Y que, como Marta, pidamos su ayuda y realicemos nuestras obras con esmero.

El domingo, el 13 de julio de 2025

 

XV DOMINGO ORDINARIO, el 13 de julio de 2025

(Deuteronomio 30:10-14; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37)

La bien conocida parábola del Buen Samaritano nos recuerda de otras historias del amor al prójimo.  Una tal historia fue escrita por el gran autor ruso León Tolstoi.  Titulado “Dos hombres viejos” la acción comienza en Rusia a un tiempo indeterminado.

Efraím y Eliseo son dos amigos ancianos.  Se respeta bien Efraím en su pueblo por su vida recta. Tiene gran familia y bastante dinero, aunque continuamente se preocupa que no sea suficiente.  Eliseo es ni rico ni pobre.  Bebe vodka de vez en cuando y toma rapé también, pero es conocido como un hombre amistoso a quien le gusta cantar.  Un día los dos se ponen de acuerdo para emprender la larga peregrinación a la Tierra Santa a la cual se comprometieron en la juventud.

Después de haber caminado varias semanas Eliseo tiene dificultad mantener el paso de Efraím.  Cuando se hace sediento, Eliseo cuenta a su compañero a seguir adelante mientras él pide agua en una casa campesina.  Promete alcanzar a Efraím más tarde.  En la casa Eliseo encuentra pobreza como nunca ha visto en su vida.  Cada persona de una familia de cinco está al punto de morir de hambre.  Eliseo comparte con la familia los víveres que lleva en su mochila.  Entonces va al pueblo cercano para comprar más.  De hecho, queda con la familia por varias semanas proveyéndoles sus necesidades hasta que no tiene suficiente dinero para la tarifa de barco de Constantinopla a Jafa.  Por eso decide abandonar el proyecto y volver a su propia tierra. 

Efraím alcanza la Tierra Santa y visita todos los sitios bíblicos importantes.  Cuando está asistiendo la liturgia sagrada en el Santo Sepulcro, ve algo que sabe es imposible.  Del fondo del santuario donde está de pie por la muchedumbre, Efraím ve a su amigo Eliseo en el frente cerca al altar.  Lo busca después de la Eucaristía, pero con tantos hombres saliendo el santuario a una vez, no puede encontrarlo.  Cuando Efraím regresa a su tierra, va a visitar a su amigo.  Le dice a Eliseo que sus pies llegaron a la Tierra Santa, pero no es seguro si su alma llegó también.

Los dos cuentos – la parábola de Jesús y la novela corta de Tolstoi – nos enseñan varias lecciones.  Una es la importancia relativa de ser cumplida en nuestras responsabilidades.  El sacerdote y el levita en la parábola de Jesús pasan por alto al hombre medio muerte porque tocando un cadáver los habría rendido inmundos y prohibidos de cumplir sus servicios sacerdotales. Efraím, también un hombre diligente, podría haber vuelto para investigar qué pasó con su compañero, pero decidió ir adelante con su proyecto. En sí, es bueno ser cumplidos en nuestras responsabilidades.  Sin embargo, a veces Dios quiere que nos extendamos más allá que cumplir deberes ordinarios para hacer sacrificios por los apurados. 

Ciertamente por la justicia el samaritano debe hacer algo para salvar la vida del hombre.  Vendar sus heridas y llevarlo al refugio parecen solo humano en la situación.  Pero él lo trata como un hermano llevándolo al mesón y pagando por todas las necesidades.  Eliseo muestra este tipo de preocupación, que llamamos “el amor” o “la caridad”, para la familia muriendo de hambre.  Al igual que Eliseo está cerca al altar en la visión de su compañero, nosotros estaremos más cerca a Cristo por haber brindado este tipo de amor.

Finalmente, los dos cuentos enseñan que el prójimo no es solo el que vive a nuestro par o aún en nuestro país.  No, todos somos prójimos a uno al otro.  Como el calentamiento de la atmósfera está haciendo claro, las acciones en una parte del mundo pueden afectar las vidas en otras partes.  Jesús manda al doctor de la ley que haga a los demás al igual que el samaritano hace por el hombre asaltado por los ladrones.  Nosotros deberíamos oírlo diciéndonos a nosotros también: “’Anda y haz tú lo mismo’".

El domingo, 6 de julio de 2025

DECIMOCUARTO DOMINGO “DURANTE EL AÑO”

(Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-19)

Este año hemos atestiguado la peculiaridad de cinco domingos de fiesta durante el mes de junio.  No hubo ningún domingo “en tiempo ordinario” o, como ahora se dice, “durante el año”, cuando habríamos escuchado lecturas de la Carta a los Gálatas.  Esta obra de San Pablo se destaca por su defensa de la justificación por la fe y también por el testimonio de Pablo de los acontecimientos en el camino a Damasco y en el concilio de los apóstoles en Jerusalén.  También, nos ha privado de escuchar la profesión extraordinaria de Pablo: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (2,20).  Solo hoy oímos de esta epístola magnífica.

La lectura viene del final de la carta.  Pablo ha tomado la pluma en su propia mano.  Da un breve resumen de los temas principales de la carta.  Antes de que veamos estos temas, sería provechoso explicar su contexto. 

Galacia era una provincia de Roma.  Incluía las ciudades de Pisidia y Frigia donde predicaron Pablo y Bernabé como relata los Hechos de los Apóstoles.  Se ocasionó la carta por las acusaciones de que Pablo no predicaba la necesidad de ser circuncidado.  En ella Pablo defiende su posición que la circuncisión no solo es innecesaria, sino es contraproducente.  Haría a aquellos que se lo sometieran responsables de cumplir toda la Ley mosaica. 

Podemos nombrar tres temas encontrados en la lectura hoy y básicos en los escritos de Pablo.  Primero, Pablo indica la centralidad de la cruz en su teología.  Dice: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo …”  Sigue contando que por esta cruz “… el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.  Significa que él es muerto a las atracciones del mundo.  Nada del poder, plata, placer, o prestigio le interesa, ni un poquito.  Además, él no va a servir estas entidades por indicando que sean importantes en el final.

Entonces Pablo da la razón porqué rechaza el mundo.  La fe y el Bautismo lo han hecho “una nueva creatura”.  Juntos con todos los otros bautizados él fue renovado en la gracia del Espíritu Santo. El fruto de la nueva creación es diferente que el producto del mundo.  Para ellos (y para nosotros) el Espíritu Santo ha producido el amor, la alegría, y la paz.  Al ser “nueva creatura” no es simplemente una manera nueva de pensar sino vivir una nueva realidad.  Se puede pensar en una huérfana de la parte más primitiva del Amazónica siendo adoptada por las monjas de un monasterio.  Ya vive la “nueva creatura” para agradar a Dios con la promesa de estar en su presencia para la eternidad.

Finalmente, Pablo pide que “nadie me ponga más obstáculos”.  Está refiriendo a la Ley gobernando cosas externas del cuerpo como la circuncisión y la dieta.  Pablo se declara libre de todas estas obligaciones, aunque su libertad no es la licencia para hacer lo que quiera.  Más bien, la libertad cristiana es una paradoja. Es hacerse esclavo de Cristo.  Por esta razón Pablo añade: “… llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo”.  Al ser esclavos de Cristo los cristianos pueden actuar según los deseos más profundos de sus corazones.  Eso es, amar lo bueno, aprender lo verdadero, y ver lo bello.

En resumen, podemos decir que Pablo ha experimentado el Reino de Dios.  Este reino es la misma realidad que Jesús en el evangelio hoy envía a sus discípulos a predicar en todas partes del mundo.


El domingo, 29 de junio de 2025

 

Solemnidad de san Pedro y san Pablo, Apóstoles

(Hechos 12:1-11; II Timoteo 4:6-8.17-18; Matthew 16:13-19)

Tal vez hayas preguntarte: ¿por qué se celebra los dos santos preeminentes de la Iglesia primitiva juntos?  Parece que tanto san Pedro como san Pablo merecen un día separado para honorarse.  Después de todo, Pedro era el primer vicario de Cristo y Pablo era su mayor promotor.  De veras, se celebran diferentes aspectos de Pedro y Pablo separadamente.  Se recuerdan la sede de san Pedro el 22 de febrero.  Asimismo, se dedica el 25 de enero a la conversión de san Pablo. 

Sin embargo, hay razones para conmemorar a Pedro y Pablo juntos.  Hay una tradición que fueron martirizados al mismo tiempo.  Más importante es el hecho que los dos están asociados con la iglesia de Roma como sus patronos.  Esta iglesia tiene la eminencia de ser la primera entre todas las otras en la constancia en la fe.  Además, los dos se han hecho personajes más grandes que la vida, símbolos para cristianos a través de los siglos.

San Pedro simboliza la autoridad dentro de la Iglesia.  Aunque los Hechos de los Apóstoles atestigua a su gran capacidad de predicar, es asociado con la Iglesia institucional.  El evangelio hoy le muestra recibiendo de Jesús “las llaves del Reino” que en sí mismas son símbolos de la autoridad.  En el Evangelio de Lucas Jesús le promete a Pedro su apoyo. Dice: “…o he rogado por ti, para que no te falte la fe y tú ... confirme a tus hermanos”.

San Pablo, aunque era el evangelizador preeminente, puede asociarse aún más con la teología de la Iglesia.  En sus cartas a las varias iglesias locales él dio origen a tales los conceptos claves cristianos como la justificación por la fe en Cristo y la universalidad y exclusividad de la salvación por Cristo.  Es poco sorprendente que se ha llamado a Pablo el “segundo fundador de cristianismo”.

Hay otra característica de los dos patronos de Roma tal vez más significante para nosotros.  Los dos tenían un amor inestimable para Jesucristo.  Pablo era tan identificado con Cristo que escribió a los gálatas: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gal 2,20).  Con la instigación de Jesús, Pedro declaró tres veces, cada vez más solemnemente: “… te quiero”.  Este es el mismo género de amor que movió a la santa Madre Teresa de Calcuta declarar: “Soy albanesa de nacimiento. Ahora soy ciudadana de la India. También soy monja católica. En mi trabajo, pertenezco al mundo entero. Pero en mi corazón, pertenezco a Cristo”.

Deberíamos fomentar este amor en nosotros.  No es difícil cuando consideramos con la fe que no solo dio Cristo su vida para justificarnos de pecado; que no solo es Hijo de Dios y hermano nuestro por fuerza de la Encarnación; sino que también es nuestro compañero diario que nos permite vivir en la paz hasta que alcancemos la felicidad de la vida eterna.

El domingo, 22 de junio de 2025

 LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, 22 de junio de 2025

(Génesis 14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)

El Concilio Vaticano II nombró la Eucaristía la “fuente y cumbre” de nuestra fe.  Tenemos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo para contemplar por qué es.  Haremos nuestra contemplación aquí enfocándonos en la primera lectura con continua referencia a la Carta a los Hebreos y otros pasajes bíblicos.

La lectura nos presenta a Melquisedec, una figura que aparece ambas oscura e iluminadora en la Biblia.  En el Antiguo Testamento se ve su nombre solo aquí y el Salmo 110.  Sin embargo, en la Carta a los Hebreos del Nuevo Testamento se describe ampliamente como un modelo para entender a Jesucristo.

La lectura llama a Melquisedec “rey de Salem”.  Salem o shalom es la palabra hebrea por la paz.  Al igual que Melquisedec es “rey de la paz”, Cristo se conocerá “príncipe de la paz”.  Se probará digno del título cuando reconcilia a los judíos y paganos por su muerte en la cruz.  Como dice la Carta a los Efesios, él reconcilió con Dios los dos pueblos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona (cf., Efesios 2,16). 

También la lectura dice que Melquisedec es sacerdote.  Ofrece a Dios el pan y el vino de parte de Abram.  Asimismo, la Carta a los Hebreos hace hincapié en el papel sacerdotal de Cristo.  Como Melquisedec, Jesús en la Última Cena presentará pan y vino de parte del mundo entero. 

Jesús convertirá las ofrendas en su Cuerpo y Sangre.  Al próximo día estos mismos elementos serán inmolados para ganar al mundo el perdón de sus pecados.  En cuanto alivia a los que crean en él del pecado, el ofrecimiento de Jesús consistirá una bendición de inestimable valor. 

La Carta a los Hebreos continúa contrastando a los sacerdotes y los sacrificios del Antiguo Testamento con Cristo y su sacrificio en la cruz.  En resumen, dice que los sacerdotes no podían ofrecer sacrificios tan eficaces como lo de Cristo porque habían pecado mientras Cristo nunca pecó.  También sus sacrificios pierden en comparación con lo de Cristo porque eran solo la sangre de animales mientras Cristo, el Hijo de Dios, ofreció su propia sangre.  Además, los sacrificios del Antiguo Testamento tenían que repetirse en cuanto la persona seguía pecando.  Pero el sacrificio de Cristo fue una vez por siempre porque ha entregado la humanidad de la condición del pecado. 

Deberíamos darnos cuenta de que atestiguamos el sacrificio supremo de Jesús cada vez que asistamos en la misa.  Porque Jesús es divino, su muerte en la cruz constituyó un acto eterno.  Eso es, aconteció una vez por siempre en tiempo, pero sigue pasando fuera del tiempo.  Nuestra participación en la misa nos lleva al umbral de la eternidad.   Es como una ventanita a través de que vemos al Cristo resucitado glorificando a Dios Padre con su muerte en la cruz.

El domingo, 15 de junio de 2025

 

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Proverbios 8:22-31; Romanos 5:1-5; Juan 16:12-15)

La Santa Trinidad es un misterio.  No se puede comprenderla completamente.  No obstante, cada año hacemos “una incursión en el inarticulado” cuando celebramos su fiesta el domingo después de Pentecostés.  Sea un gozo o un peso, parece que solo en este día reflexionamos cómo puede que Dios es a la vez tres y uno. 

Desde la antigüedad ha habido dos acercamientos de entender la Trinidad.  Se llama un acercamiento “económico” y el otro “inmanente”.  Por hablar de “la Trinidad económica” se implica el estudio de Dios interactuando con la creación.  Por supuesto, Dios actúa con la creación cada momento.  Si no lo hiciera, la creación cesará de existir.  Sin embargo, los interacciones tradicionalmente consideradas en la “Trinidad económica” son la creación, la redención de la humanidad, y la historia de la salvación.  El método de nuestro estudio es escrutar la Biblia para determinar el papel de las tres personas de la Divina Trinidad en estos y otros asuntos.

La “Trinidad inmanente” refiere a las relaciones entre las tres personas.  La Biblia no nos ayuda mucho aquí.  Tenemos que recorrer a la filosofía para pistas de la investigación.  Hace 1700 años la Iglesia aceptó la teoría de San Atanasio que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo tienen la misma naturaleza divina.  Esta naturaleza, que cada uno de las tres tiene en su plenitud, hace posible la paradoja que son lo mismo en todo salvo sus relaciones entre sí. A decir, uno es Padre; otro es Hijo; y otro es Espíritu Santo.  En lugar de seguir esta línea filosófica ahora, vamos a enfocarnos en el acercamiento económico reflejado en las lecturas de la misa hoy.

La primera lectura del Libro de Proverbios personifica la sabiduría como si fuera compañero de Dios en la creación.  De hecho, la sabiduría habla como persona diciendo que ha existido “desde la eternidad” y ha actuado “como arquitecto” de las obras de Dios.  Estas cualificaciones nos hacen pensar en el Hijo y también el Espíritu.  San Pablo aun escribe que Jesucristo es “la sabiduría de Dios” (I Cor 1,24).  También sabemos que la sabiduría es el primer don del Espíritu mencionado en el Libro del profeta Isaías (Is 11,2-3).  Podemos concluir que la sabiduría absoluta es una virtud intelectual que posee Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

La segunda lectura también hace hincapié en los papeles del Hijo y del Espíritu Santo.  Cuenta que Jesucristo (el Hijo) nos ha reconciliado con el Padre por su muerte en la cruz.  También relata que el Espíritu Santo nos ha renovado en el amor de modo que aun los sufrimientos causados por nuestros pecados puedan merecernos la vida eterna.  Sabemos que el Espíritu Santo es asociado con la reconciliación como indicado en el Sacramento de la Reconciliación cuando el sacerdote dice: “(El Padre) … envió el Espíritu Santo para la remisión de los pecados …”  Asimismo, el Hijo efectúa el amor en nuestros corazones como Pablo atestigua en la misma Carta a los Romanos: “… ni la muerte ni la vida … ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

El Evangelio indica cómo el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo cooperan entre sí para nuestro beneficio.  Comparten el mismo conocimiento recibido por el Espíritu desde el Hijo como revelado por el Padre y pasado a los hombres y mujeres. 

Al final, puede ser vertiginoso para muchos al reflexionar sobre la Santísima Trinidad.  Sea o no nuestro caso, la reflexión no admite resolución conclusiva porque Dios es siempre más allá que nuestra comprensión.  Sin embargo, podemos contemplarlo, apreciarlo, y darle gracias por haber nutriendo nuestra fe y amor.

El domingo, 8 de junio de 2025

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3b-7.12-13; Juan 14:15-16.23-26)

El papa León XIV ha elegido un escudo con el lema (en latín): “In illo, uno unum”.  Las palabras son de San Agustín de Hipona, el patrono de la orden religiosa a la cual pertenece el papa.  Quieren decir: “En Él (Cristo), que es uno, somos uno”.  Hoy celebramos al Espíritu Santo que nos mantiene como uno con la misma fe y el mismo amor. 

La entidad en la cual somos compuestos como uno por el Espíritu no es un edificio hecho de concreto.  Más bien, es algo orgánico que crece y desarrolla.  La entidad es el Cuerpo de Cristo que llamamos comúnmente “la Iglesia”.  El Espíritu Santo forma a las personas humanas en las células de los diferentes órganos del Cuerpo.  Algunos de nosotros constituimos sus brazos que alcanzan a los necesitados.  Otros de nosotros componemos su voz que proclama tanto la creencia en Dios como las alabanzas a Él.  Como dice la segunda lectura hoy, igual que el cuerpo humano tiene varios tipos de órganos, el Cuerpo de Cristo tiene varios tipos de ministerios.

Las células del Cuerpo de Cristo son nutridas por el pan hecho Carne de Cristo y el vino hecho Sangre de Cristo.  Este misterio de la Eucaristía también es el trabajo del Espíritu Santo.  Él transforma alimento cotidiano, eso es el pan y el vino, en el Cuerpo de Cristo que vive para siempre.  Aun cuando digerimos completamente el Cuerpo de Cristo, se queda. Como dijo el mismo San Agustín cuando comemos el Cuerpo de Cristo, él no se hace parte de nosotros (como pan regular), sino nos hacemos partes de él. 

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles resalta la unidad de fe que lleva todo la Iglesia.  Prendidos por el Espíritu, los discípulos comienzan a predicar.  No es solamente que todos los visitantes a Jerusalén los oyen hablar en sus propios idiomas por la presencia del Espíritu. También todos escuchan por el Espíritu el mismo mensaje proclamado por Pedro en lo que sigue en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.  Pedro dirá que Jesús hizo muchos milagros y signos entre el pueblo; no obstante, los judíos lo pusieron a muerte en la cruz, pero Dios lo resucitó.  Este mensaje básico, que se ha llamado “Kerigma” en griego o "proclamación" en español) se ha desarrollado por las edades mediante el Espíritu.  Con la reflexión sobre las Escrituras, la Kerigma ha producido los dogmas de la Encarnación, la Resurrección de entre los muertos, la Redención del pecado, y la Sagrada Trinidad.  Como dice Jesús en el evangelio, el Espíritu enseñará a la Iglesia “todas las cosas”.

El Espíritu Santo también nos mantiene en el amor.  Mediante el Espíritu el Padre y el Hijo ocupan nuestros corazones como dice también el evangelio.  Con Dios llenando nuestros interiores, no podemos hacer nada más que amar.  Este amor extiende más allá que nuestros familiares y amigos hasta todos habitantes del mundo, vivos y muertos. 

Tanto como quisiéramos amar, a veces nos desafío el amor hacia aquellos que no nos caen bien.  Puede ser un jefe que no quiere hablar con nosotros.  Puede ser aun nuestro esposo o esposa quien no acepta nuestro afecto.  El evangelio llama al Espíritu Santo “el Consolador”.  Esta palabra traduce la palabra “paracleto” del griego donde significa literalmente “llamado al lado”.  Cuando nos falta el deseo a amar, el Espíritu Consolador nos aconseja cómo ofrecerlo. 

Al considerar todo lo que hace el Espíritu Santo, se puede pensar que no recibe suficiente atención en la liturgia de la Iglesia.  Sin embargo, las personas de la Sagrada Trinidad no competen uno con otro.  Porque son uno, cuando adoramos al Padre, adoramos al Espíritu. Y cuando honramos al Espíritu, honramos al Hijo. Y cuando agradecemos al Hijo, agradecemos al Padre. 

El domingo, 1 de junio de 2025

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Hebreos 9:24-28.10:19-23 (Efesios 1:17-23); Lucas 24:46-53)

En 1961 el cosmonauta ruso Yuri Gagarin regresó del primer viaje humano al espacio exterior.  En una entrevista después él dijo: “Miraba y miraba, pero no vi a Dios”.  Probablemente su declaración fue solo una mofa de creyentes por un ateo.  Pero levanta una cuestión que vale explorar en esta Solemnidad de la Ascensión.  ¿Deberíamos esperar hallar el cielo en los cielos?  En otras palabras, ¿es el cielo un lugar físico?  Porque Jesús tiene un cuerpo resucitado, parece que necesita un lugar físico para contenerlo.

Comenzamos por examinar la primera lectura y el evangelio de la misa hoy.  Ambos fueron escritos por el evangelista que conocemos como Lucas.  También ambos reportan de Jesús elevándose al cielo.  Pero los reportajes no son enteramente iguales.  Trataremos el evangelio primero desde que fue escrito anterior y es más sencillo.  Después miraremos la lectura más larga de los Hechos de los Apóstoles.

El texto del evangelio retrata a Jesús apariéndose a sus apóstoles la noche de su resurrección.  Explica lo que le ha pasado en términos de las Escrituras.  Al final les manda a predicar a todas naciones su resurrección y cómo desemboca en el perdón de pecados.  Sin embargo, antes de iniciar la misión, les dice que aguarden la venida del Espíritu Santo.  Entonces Jesús sale de la casa para levantarse al cielo, evidentemente en la misma noche.

La lectura de los Hechos dice que Jesús ha aparecido varias veces a sus apóstoles durante cuarenta días después su resurrección.  Por la mayor parte durante estas apariciones ha hablado del Reino de Dios. Al cuadragésimo día los apóstoles le expresan la misma inquietud del Reino que tenemos nosotros.  Le preguntan a Jesús cuándo vendrá demostrando su señorío sobre el mundo.  Jesús responde que no es de ellos saber la hora exacta.  Sin embargo, dice que recibirán al Espíritu Santo para que den testimonio de él a través del mundo.  Entonces se eleva de su vista hasta que desvanece en una nube.  La lectura termina con dos ángeles (los “hombres vestidos de blanco”) diciéndoles que Jesús volverá como lo han visto alejarse.

Esta lectura junto con el evangelio señala varias conclusiones sobre la Ascensión.  Primero, enseña que Jesús tiene una idea firme de cómo se continuará su misión.  No se limitará por estar con sus discípulos en carne y hueso.  Más bien, quedará con todos ellos por su Espíritu Santo mientras predican el perdón a través del mundo.  Segundo, los cuarenta días no son un tiempo exacto sino una manera de Lucas para crear orden en su historia.  Al principio del evangelio Lucas prometió al lector justo esta orden. Tercero, no se sabe el día del retorno de Jesús, aunque es seguro que regresará.  Su motivo es siempre cumplir la promesa de Dios para restaurar su Reino en la tierra (vea Is 32,1-11). Cuarto, la Ascensión anticipa la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos en el Pentecostés y sobre nosotros en el Bautismo.  El Espíritu nos ayudará llevar a cabo la misión de proclamar la resurrección de Jesús de entre los muertos y el perdón de pecado en su nombre.  Quinto, presenta la nube como una carroza llevando a Jesús a la gloria del cielo donde residirá por siempre.  De allí envía su Espíritu.  Finalmente, esta residencia de Cristo junto con el Padre es lugar espiritual, no material. En la Primera Carta a los Corintios San Pablo escribe que el cuerpo de Jesús se ha cambiado de la corruptibilidad a la incorruptibilidad, de la debilidad al poderoso, y de realidad material a realidad espiritual.  Por eso, cuando las Escrituras hablan del cielo como arriba, quieren decir la libertad de lo material como un ave en vuelo. 

Para nosotros hoy en día la Ascensión nos permite vivir como hombres y mujeres libres.  Nos presenta victoriosos sobre el pecado por la muerte del Señor y destinados a la gloria con cuerpos transformados como lo de Jesús resucitado.  Es así porque tenemos el Espíritu Santo que nos capacita proclamar a Cristo a todos que encontramos.

El domingo, 25 de mayo de 2025

 

VI DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)

Se han diferenciado por los siglos la paz mundana y la paz de Cristo.  Hemos escuchado cómo la paz mundana es superficial, cómo no dura mucho tiempo, y cómo se puede sacudir por conflictos y contrariedades.  En contraste, la paz de Cristo llega al corazón, trae la confianza, y no se pierda fácilmente.

Si la paz mundana fuera tan frágil, ¿quién no elegiría la paz de Cristo?  Sin embargo, sabemos que la paz mundana brinda beneficios deseables también.  El cese de la vehemencia da tiempo para los adversarios a recapacitar sus objetivos.  También un lugar seguro y cómodo alivia las tensiones que gastan al individuo la energía y el buen humor.  La paz mundana a veces acompaña un compromiso efectivo para la convivencia si no el respeto mutuo.

Podríamos ofrecer el teléfono celular como símbolo de la paz mundana.  Mucha gente hoy se ha apegado a sus celulares de modo que no vaya a ninguna parte sin ello.  Les provee la seguridad de tener lo que les parece necesario para evitar inquietudes y mantener la ecuanimidad.  Cuando se sienten solo, les ponen en contacto con sus amistades.  Cuando están perdido, les guía a su destino.  Y cuando están en duda de un hecho o de un proceso, le provee la información en pocos segundos.  Y estos son solo una pequeña parte de las ventajas de tener un celular. 

Sin embargo, hay límites al celular.  Trae un sentido de la paz hasta que se pierda, se extravíe, se agote la batería, o haya problemas con el proveedor del Internet.  Cuando ocurran contratiempos como estas, la paz da vía a la ansiedad pronto.  Este no es razón de abortar el celular sino para buscar algo más al fondo que estabiliza la paz.

En el evangelio Jesús ofrece la amistad consigo mismo para apoyar la paz condicional del celular y las otras fuentes de la paz mundana.  Nos abraza esta paz de modo que podamos enfrentar cualquier desafío con confianza.  La paz de Cristo es saber, como una niña en los brazos de su papá, que todo resultará bien.  Es la seguridad que, venga lo que venga incluso la muerte, Cristo va a entregarnos del mal que experimentamos. 

La lengua hebrea tiene la palabra shalom para expresar la paz de Cristo.  Más que un cese de hostilidades, shalom significa la prosperidad, la plenitud, y la armonía aun en la guerra.  Shalom es la seguridad que por los superiores recursos que tenemos vamos a superar todos desafíos.  Sean enfermedades, enemigos, u otra contrariedad no vamos a perdernos sino prevaleceremos en el final. 

Cristo nos indica cómo podemos acceder su paz.   Por cumplir sus mandamientos, sobre todo el mandamiento de amar a uno a otro, él vendrá con el Padre para morar en nosotros.  Es como tener el jefe de la policía en la casa cuando recibimos una amenaza de seguridad.  Como San Pablo escribe a Timoteo: “Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él” (II Timoteo 2:11b-12a).

No tenemos que escoger entre la paz mundana y la paz de Cristo.  De hecho, necesitamos ambas. El celular es muy útil, pero no puede proveernos la valentía de enfrentar la pérdida de recursos y mucho menos la muerte.  Cuando estamos en lucha contra el mal, queremos el shalom de Cristo.  Nos da la fuerza para dominar toda amenaza del mal.

El domingo, 18 de mayo de 2025

 

V DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33.34-35)

La Iglesia Católico siempre ha considerado el Evangelio según San Juan como su tesoro de evangelio más rico.  Más que cualquier otro libro de la Biblia este evangelio retrata a Jesús como el Hijo encarnado de Dios.  La frase que usa Tomás cuando Jesús le ofreció su mano y costado para probarse resuena en cada página: “’Señor mío y Dios mío’”.

Antes de que comentemos en la lectura breve de este evangelio para hoy, sería provechoso examinar un poco la constitución del cuarto evangelio.  Los eruditos de la Biblia nos enseñan que después del prólogo y antes de la conclusión final se puede dividir la obra en dos partes: lo que se llama el “libro de señales” y el “libro de la gloria”.  La primera parte cuenta de Jesús haciendo siete señales milagrosas e interpretando cada una con el diálogo alrededor de ella.  No es una coincidencia que el famoso Discurso del Pan de Vida ocurre inmediatamente después de la multiplicación de panes.

El “libro de la gloria” mismo muestra lo que el “libro de señales” implica.  Eso es, en las palabras del Evangelio: “Dios ama al mundo tanto que entregó a su Hijo para que el que cree en él … tenga vida eterna”.  En su Discurso de Despedida Jesús explica cuidadosamente las implicaciones para sus discípulos de este amor sacrificial.

La lectura hoy se toma del principio del Discurso de Despedida.  Jesús acaba de lavar los pies de sus discípulos, incluso los de Judas Iscariote, su traidor. Era un hecho tan humilde que ni los esclavos judíos eran obligados de hacerlo. Entonces Jesús dio el motivo para su servicio.  Dijo: “’Cómo lo he hecho por ustedes, ustedes deben hacer los unos por los otros’”. No quería decir que literalmente tenían que limpiar las plantas y tobillos de uno a otro sino que sirvieran uno y otro de corazón.

Ahora Jesús sigue interpretando su servicio. Les imparte su mandamiento de amor: “… que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. En otras palabras, que rindan el servicio con la consideración, el cuidado y la abnegación.  En griego la palabra que mayormente se usa para este amor es agapan. Es el amor que no busca nada más que el bien de la otra persona. Agapan es sobre todo el amor de Dios por los humanos

Se ha notado que este mandamiento de amor en el Evangelio de San Juan es para los miembros de la misma comunidad.  Según esta perspectiva Jesús no nos manda a amar a nuestros enemigos como en el Sermón del Monte.  Sin embargo, cuando imparte el mandamiento Jesús acaba de lavar los pies del mismo Judas que ya tiene la intención de traicionarlo. Jesús no esquiva de amar a su enemigo aquí.  Ni debemos nosotros en nuestro servicio.

El autor ruso Fiódor Dostoievski escribió del amor agapan que es diferente que el amor en nuestros sueños.  Según él, es “amor en acción,” una cosa “dura y terrible”. Sin embargo, que no desgastemos tiempo preocupándonos cómo podemos amar a aquellos que nos han ofendido.  El reto que agapan nos presenta es visitar a los ancianos en asilos y pararnos a dar una mano al extranjero en apuro. Aprendemos a amar a uno y otro, sean parientes o sean los enemigos declarados por nuestro gobierno, por ver en ellos la semblanza de Cristo. Pues, como Jesús ellos son imágenes de Dios a lo cual tenemos que amar sobre todo.

El domingo, 11 DE MAYO DE 2025

IV DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 13:14.43-52; Apocalipsis 7:9.14-17, Juan 10:27-30)

Así como se ha nombrado el Segundo Domingo de la Pascua “Domingo de la Divina Misericordia”, se llama este Cuarto Domingo de la Pascua “Domingo del Buen Pastor”.  Siempre en este domingo leemos parte del discurso del Buen Pastor encontrado en el Evangelio según San Juan.  Hoy hemos leído lo que constituye la conclusión del discurso. 

La lectura recalca tres temas.  Primero, sus ovejas escuchan la voz de Jesús, el Buen Pastor.  Eso es, sus seguidores oyen y aceptan sus palabras.  Aunque retan (“ustedes también deben lavarse los pies unos a otros”), igualmente consuelan (“No los dejaré huérfanos; volverá a ustedes”).  Sea castigando o sea apoyando, la voz del Buen Pastor siempre dice la verdad que nos hace libres.      

Segundo, nadie arrebata las ovejas de las manos del Buen Pastor.  No es posible porque las ovejas solo siguen su voz.  Las ovejas saben que él los guiará a las praderas verdes de la vida eterna. Si alguien se ha huido a religiones no cristianas, es porque no ha escuchado la voz del Pastor.

Finalmente, Jesús dice que él y el Padre son uno.  La frase no pretende ser prueba que Jesús es Dios.  Más bien, indica que los dos, Padre e Hijo, son unidos en el amor.  Durante la Última Cena con sus discípulos Jesús orará al Padre que todos sus discípulos sean así unidos: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (17,21b). 

El nuevo papa es el sucesor de Pedro, quien Jesús eligió para ser su vicario. Como Pedro habló con la voz de Cristo, así tiene que hablar el nuevo papa. Debe pasar fielmente las enseñanzas de Jesús para que no desvíe la gente del camino a la vida.  Igualmente necesario, tiene que mantener a todos cerca de él de modo que nadie las arrebate.  Esto implica que la gente se sienta su amor.  El papa Francisco ganó el afecto del mundo cuando besó al hombre cuyo rostro fue cubierto con tumores.  Esperamos que el nuevo papa no falte este género del amor demostrable.

No ha habido grandes números saliendo de creencia en Jesucristo para otras religiones.  Sin embargo, muchos cristianos han rechazado al papa como su vicario.  Primero los ortodoxos se separaron de la Iglesia Católica.  Luego, los evangélicos han negado la autoridad del Obispo de Roma.  Muchos de este segundo grupo han aceptado prácticas morales que no corresponden a las de la Iglesia Católica.  El nuevo papa debe buscar caminos que unificarán a ellos, por lo menos en obras caritativas y esperanzas como es el caso en la fe y el Bautismo.

Además de ser pastor, el nuevo papa tendrá otros papeles.  Así como Pedro, tiene que ser pescador de hombres y mujeres.  Como una fuerza moral conocida por casi el mundo entero, tiene que recordar a los líderes nacionales de la necesidad de resolver conflictos con diálogo y compromiso.  Uno de los mejores papas en la historia nombró otro papel para el papado.  San Gregorio Magno llamó a sí mismo y a todos papas que han ocupado el oficio, “servidor de los servidores de Dios”.  Como Cristo y todos cristianos, el papa tiene que servir.

El domingo, 4 de mayo de 2025

TERCER DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19)

La Iglesia hace hincapié en que el nuevo papa no será sucesor de Francisco.  Será, como todos los otros papas de la historia, el sucesor de Pedro.  En el evangelio hoy Jesús comisiona a Pedro que pastoree de su rebaño.  Vale examinar este evangelio para determinar las características de Pedro que se espera en su sucesor nuevo.

En el pasaje Pedro se destaca en cuatro maneras.  Primero, él toma la iniciativa para ir a pescar.  Segundo, se salta en el agua para ser el primero a acogerse de Jesús resucitado.  Tercero, encara a Jesús en una conversación del corazón.  Finalmente, Pedro escucha algunas palabras alarmantes sobre su destino.  Estos eventos remontan uno encima al otro para darnos un retrato revelador de Pedro y sus sucesores.

Sobre todo, el sucesor de Pedro debe tener el amor ferviente para Cristo.  Pedro muestra tal amor cuando se echa en el agua para acogerlo.  Más tarde profesa su amor cuando Jesús le pregunta si lo ama.  Amar a Jesús es amar la verdad que enseñó.  Uno de los deberes fundamentales del sucesor de Pedro es mantener la doctrina de Cristo íntegra.  Siempre habrá llamados a cambiarla por conveniencia o por orgullo.  Al amar a Cristo, el papa verificará propuestas nuevas como desarrollo legítimo de su doctrina o distorsión de la verdad.

El sucesor de Pedro debe ser también hombre santo.  En el evangelio Pedro habla con Jesús cara a cara.  Se expone al Señor no solo su miseria por haber negarlo sino también su disposición a servirlo.  Su sucesor debe hablar con Cristo a menudo corazón a corazón en la oración.  Tiene responsabilidades enormes que requieren la sabiduría del Espíritu Santo quien Cristo imparte.      

Una responsabilidad del papa es buscar la unión entre las diferentes comunidades cristianas.  Jesús llamó a Pedro "piedra" sobre que edificaría su iglesia.  Es una piedra en la cual todos pueden andar seguros.  Pedro tiene crear un espacio que cabe todos cristianos en el amor y la verdad.

Para hacerlo, el papa necesita la iniciativa.  En el evangelio Pedro se muestra su liderazgo por emprender un camino en lo cual otros siguen.  Dice a sus compañeros: “’Voy a pescar’” y lo acompañan.  El pescar es una metáfora de evangelizar.  Con el apoyo de Jesús, Pedro y compañeros atraen a muchos a la Iglesia.  Hoy el sucesor de Pedro junto con los otros obispos han de seguir atrayendo a la gente.  No es cuestión de reclamar grandes números de conversos sino de ayudar a más personas realizar la vida eterna.

Al final de la lectura Jesús indica a Pedro que él lo llevará a donde no quiere ir.  Quiere decir que Pedro no morirá en cama sino como mártir.  Para aceptar el martirio Pedro tiene que cultivar el coraje.  Tiene que decidir que Cristo es su objeto en la vida de tal modo que una muerte violenta no sea precio demasiado caro para obtenerlo.  En 1981 San Juan Pablo II fue disparado por un asesino.  Puede pasar a cualquier sucesor de Pedro.  Sin embargo, el temor de un papa no es ser blanco de un matador.  Expertos del Vaticano dicen que es la realidad de agotarse completamente que preocupa a los llamados papables. Es cierto que el papa Benedicto XVI se jubiló. Pero lo hizo solo porque se daba cuenta que no tenía la energía para manejar las responsabilidades.  Entre las otras cualidades, el sucesor de Pedro tiene que ser listo para agotarse por Cristo.

No se exagera decir que las características de amar a Cristo, ser santo, mostrar el liderazgo, y entrañar el coraje no solo definen al sucesor de Pedro sino a todos cristianos.  Dándonos cuenta de que la mayoría de nosotros faltan estos atributos debe causarnos pausar un momento.  Tenemos que maravillar y rezar por el nuevo papa.