Solemnidad
de san Pedro y san Pablo, Apóstoles
(Hechos
12:1-11; II Timoteo 4:6-8.17-18; Matthew 16:13-19)
Tal vez
hayas preguntarte: ¿por qué se celebra los dos santos preeminentes de la
Iglesia primitiva juntos? Parece que
tanto san Pedro como san Pablo merecen un día separado para honorarse. Después de todo, Pedro era el primer vicario
de Cristo y Pablo era su mayor promotor.
De veras, se celebran diferentes aspectos de Pedro y Pablo
separadamente. Se recuerdan la sede de
san Pedro el 22 de febrero. Asimismo, se
dedica el 25 de enero a la conversión de san Pablo.
Sin
embargo, hay razones para conmemorar a Pedro y Pablo juntos. Hay una tradición que fueron martirizados al
mismo tiempo. Más importante es el hecho
que los dos están asociados con la iglesia de Roma como sus patronos. Esta iglesia tiene la eminencia de ser la
primera entre todas las otras en la constancia en la fe. Además, los dos se han hecho personajes más
grandes que la vida, símbolos para cristianos a través de los siglos.
San Pedro
simboliza la autoridad dentro de la Iglesia.
Aunque los Hechos de los Apóstoles atestigua a su gran capacidad de
predicar, es asociado con la Iglesia institucional. El evangelio hoy le muestra recibiendo de
Jesús “las llaves del Reino” que en sí mismas son símbolos de la
autoridad. En el Evangelio de Lucas
Jesús le promete a Pedro su apoyo. Dice: “…o he rogado por ti, para que no te
falte la fe y tú ... confirme a tus hermanos”.
San Pablo,
aunque era el evangelizador preeminente, puede asociarse aún más con la
teología de la Iglesia. En sus cartas a
las varias iglesias locales él dio origen a tales los conceptos claves
cristianos como la justificación por la fe en Cristo y la universalidad y exclusividad
de la salvación por Cristo. Es poco
sorprendente que se ha llamado a Pablo el “segundo fundador de cristianismo”.
Hay otra
característica de los dos patronos de Roma tal vez más significante para
nosotros. Los dos tenían un amor
inestimable para Jesucristo. Pablo era
tan identificado con Cristo que escribió a los gálatas: “…ya no vivo yo, sino
que Cristo vive en mi” (Gal 2,20). Con
la instigación de Jesús, Pedro declaró tres veces, cada vez más solemnemente:
“… te quiero”. Este es el mismo género
de amor que movió a la santa Madre Teresa de Calcuta declarar: “Soy albanesa de
nacimiento. Ahora soy ciudadana de la India. También soy monja católica. En mi
trabajo, pertenezco al mundo entero. Pero en mi corazón, pertenezco a Cristo”.
Deberíamos
fomentar este amor en nosotros. No es
difícil cuando consideramos con la fe que no solo dio Cristo su vida para
justificarnos de pecado; que no solo es Hijo de Dios y hermano nuestro por
fuerza de la Encarnación; sino que también es nuestro compañero diario que nos
permite vivir en la paz hasta que alcancemos la felicidad de la vida eterna.
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