El domingo, 5 de febrero de 2012

DOMINGO DE LA V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

(Job 7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Marcos 1:40-45)

A lo mejor algo como esto pasó en tu vida. Tu madre te dijo que tuvo que quedarte en casa. No es que hicieras nada malo. Es que tu hermano tenía notas bajas y tu madre quería que le ayudara con sus tareas. “Es injusto – protestaste – él es quien tiene el problema, no yo”. Algo parecido pasa entre los corintios causando los comentarios de Pablo en la segunda lectura hoy. Pablo ha recomendado que los fuertes en la comunidad no comieran carne usada para sacrificios porque la práctica molesta a los sensibles. Dicen los fuertes – como tú a tu mamá – no es justo que sufran por los demás. En la carta Pablo defiende su posición.

Pablo ofrece a sí mismo como ejemplo de sacrificarse por el bien común. Dice que él no puede presumir de sus esfuerzos para predicar. Pues el Señor Jesús lo comisionó de modo que no fuera su propia voluntad. Ni puede aceptar plata para su predicación por la misma razón. Para agradar a Cristo – Pablo cuenta – está haciéndose esclavo de todos. De esta manera espera que se ganen todos por Cristo. Para sí mismo sólo desea un rinconcito en el cielo por sus labores.

Como cristianos pensamos en nosotros como miembros de una parroquia y herederos de la tradición romana-católica. No nos vemos a nosotros como comisionados por el Señor. Sin embargo, hemos sido bautizados en Cristo donde él ha extendido a nosotros tanto como a los apóstoles la misión de divulgar el evangelio. Es cierto que el mundo va a distanciarse de nosotros si le gritamos por el camino. Ni es nuestro modo ir casa a casa tratando de convertir a la gente por el proselitismo. No, nosotros cumplimos nuestra misión de evangelizar por contar a los demás nuestra experiencia personal de Jesús.

Aunque muchos no se dan cuenta de la experiencia, la mayoría de nosotros hemos encontrado al Señor. Como la gente volviendo de un retiro de ACTS, podemos contar una historia en que hemos experimentado la Verdad que es el Amor. En la Edad Media la gente pensó en san Francisco de Asís como el “segundo Cristo” por su bondad envuelta en la sabiduría. En el siglo pasado un escritor convirtió al Cristo después de conocer la siempre caritativa y no menos brillante Madre Teresa. También es posible que hayamos visto huellas del Señor en la compasión de un pariente. Un sacerdote atribuye su llamada de Jesús a la vez que vio a su madre dándole a comer a un mendigo en la puerta trasera.

Hay un dicho atribuido a san Francisco: “Siempre prediquen; y si es necesario, usen palabras”. Es cierto que las acciones hablan mejor que palabras. Sin embargo, más que nunca al mundo le falta testimonio de Jesús. Muchos se preocupan que vayan a ofender a los demás si ponen de manifestó su fe. Pero el futbolista Tim Tebow no tiene ninguna vergüenza a proclamar a Cristo. Este mariscal de campo ha llamado la atención por su actuación inspiradora en los playoffs de la Liga Nacional de Fútbol. Pero más importante a él es el hecho que está conquistando a las almas por Cristo dondequiera que vaya. Reza abiertamente en el campo llamando aun a los jugadores del equipo oponente tanto como a sus propios compañeros a juntarse con él. Siempre visita a los enfermos y los prisioneros porque así nos enseña el Señor. Como Tim Tebow nosotros podemos atraer a otros al consuelo de conocer a Jesús por contar cómo él ha entrado en nuestras vidas.

En una novela un hombre regala a una graduada una cadena con cruz. Ella la aprecia tanto que la lleve veinticuatro, siete dondequiera vaya. La cruz le marca como persona que conoce y ama a Jesús. Sugiere que ella no puede presumir de sus logros porque tiene a él como compañero. Finalmente, le presenta a Jesús al mundo, muchas veces injusto, como el esclavo que conquista por todos un rinconcito en el cielo. Sí, es la verdad. Jesús conquista por todos un rinconcito en el cielo.

El domingo, , 29 de enero de 2012

EL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

El niño estuvo atemorizado. No sabía que pensar. Hace un par de años falleció su papa. Ahora acaba de morir la hermana de un compañero. ¿Será él el próximo de irse? Fue a su madre con su miedo. “Mama – dijo – “¿voy a morir?” Así encontramos a los hebreos en la primera lectura. Después de tener experiencias bruscas con Dios van a Moisés con sus preocupaciones.

Moisés conoce a Dios tanto como amigo como emperador. Ha discutido con él como compañeros de muchos años pero de diferentes partidos políticos. Habla con confianza cuando dice al pueblo Israel que no tiene que preocuparse. Dios no siempre les amenazará con el trueno. Tampoco les fastidiará con mandamientos. Más bien, les enviará a un profeta aún más íntimo con Sí mismo que Moisés para explicarles Su voluntad. A lo mejor nosotros aquí sentimos algo del disgusto de los Israelitas viviendo en miedo de Dios. Buscamos otro motivo para seguir creyendo que caer en el infierno cuando moramos.

Afortunadamente hemos sido testigos de la vida del beato Juan Pablo II. Él nos enseñó que la santidad no carece de gozos terrenales. Sus salidas para esquiar nos indicaron que el divertimiento tomado sensatamente es sano. Sin embargo, fueron los retratos de Juan Pablo rezando que lo más nos ayudan aquí. Fotografiado arrodillado ante el Santísimo, Juan Pablo nos muestra la posibilidad de comunicarnos con Dios. Nos recuerda de las muchas referencias de Jesús en los evangelios retirándose a orar. Sea en un lugar solitario, un cerro, o un jardín, Jesús pasa mucho tiempo dialogando con Dios Padre.

Jesús es tan íntimo con Dios Padre que concluyamos que él es el profeta de que Moisés habla en la lectura. Su conocimiento de Dios sobrepasa aquel de Moisés. Donde Moisés sólo pudo ver las espaldas del Señor, Jesús nos revela Su cara. Es un rostro misericordioso como aquel de nuestras madres cuando éramos bebés. Nos intima que Dios está esforzándose para que consigamos la felicidad. Esto es el motivo que hemos estado buscando. Ponemos nuestra fe en Dios porque nos cuida.

Hace un año y medio se cayó la tierra sobre treinta y tres mineros en Chile. La situación era tremendamente precaria. Los hombres estaban enterrados 700 metros bajo tierra no estable. Si ocuparan las grandes taladradoras para alcanzarlos, a lo mejor habrían causado otro derrumbamiento, esta vez fatal. Pero el americano Greg Hall, un católico practicante, tuvo un plan. Rescataría a los mineros con su equipo de ingenieros usando un taladro-martillo. La operación tardó treinta y tres días taladrando metro por metro con oraciones acompañando cada golpe. Al final todos los mineros fueron rescatados. Al señor Hall fue la divina Providencia que dirijo la operación. Eso es, una vez más Dios respondió a los rezos de Su gente con cara misericordiosa.

Nos llaman la atención las caras de nuevos padres fijadas en su bebé. Siguen cada uno de sus movimientos como si estuviera caminando sobre tierra inestable. Hacen caso a todos los sonidos que emite como si estuvieron con el papa. Así es el diálogo entre Jesús y Dios Padre. Le conoce íntimamente de modo que podamos contar con su palabra cuando nos habla de Su misericordia hacia nosotros. Podemos contar con sus palabras cuando nos habla de Su misericordia.

El domingo, 22 de enero de 2012

III DOMINGO ORDINARIO

(Jonás 3:1-5.10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20)

Imaginémonos por un momento. Después de volvernos a casa, revisamos el voice mail. Hubo una llamada de Jesús. No dejó un recado. Sólo dijo que nos necesita. Nos preguntamos: “¿Qué podría ser el propósito de su llamada?” Bueno, en el evangelio hoy encontramos pistas para la respuesta.

Encontramos a Jesús primero llamando a todos al arrepentimiento. Todos pecamos pero no es que todos quieran admitir que son pecadores. Para ganar el partido de tenis, una muchacha grita “fuera” cuando la pelota aterriza en la línea. Para pensar en sí mismo como una persona especial, un muchacho roba de la tienda cualquier cosa que le dé la gana. Algunos harían pretextos para estas acciones declarándolas como fases de la adolescencia a la madurez. Pero sabemos que si no reconocemos tales comportamientos como pecados y no nos arrepentimos de ellos, van a causarnos averías en el futuro.

Jesús nos llama a una conciencia más profunda que hemos tenido antes. Quiere que veamos a los demás como nuestros hermanos e hermanas y tratarlos así. Somos como el padre de Santiago y Juan en la lectura. El Santo de Dios ha pasado por él. ¿Cómo puede ser lo mismo como antes? No siente la llamada de seguir a Jesús como sus hijos pero, sí, se ha cambiado. De ahora y adelante va a considerar su trabajo como oportunidad a servir al Señor. Verá a sus empleados como hermanos que trabajan con él para ganar la vida. Mirará a sus clientes como hijos de Dios Padre que merecen un buen pescado para un precio justo. El Vaticano Segundo precisa su papel así cuando dice que a los laicos les “corresponde tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”.

Jesús no llama a todos nosotros para la misma tarea. Quiere que algunos profundicen su conocimiento de él para servir como ministros eclesiales. Invita a Pedro y Andrés a tal puesto. Ellos están para evangelizar a otros pueblos como “pescadores de hombres”. Así en la Iglesia contemporánea hay varios ministerios – ambos clérigos y laicales – para edificar la Iglesia. Contamos con los catequistas para instruir a nuestros niños en la fe. Nos hace faltan músicos para ayudarnos cantar las alabanzas a Dios. Algunos laicos sirven como evangelizadores predicando la palabra de Dios de una perspectiva familiar.

Para otros la llamada llega aún más adentro. Sienten la inquietud de dedicar cuerpo y alma al Señor hasta el derecho de tener su propia familia. Este grupo, representado por Santiago y Juan dejando a su padre en la barca, sigue al Señor en la vida religiosa. Su elección no tiene mucha popularidad hoy por varias razones. En primer lugar, el ambiente social dicta que debamos tener la intimidad sexual para realizar la felicidad. En segundo lugar, los padres, teniendo a pocos hijos, no promueven “la vocación religiosa” porque quieren ver sus familias aumentándose con nietos. Pero se precisa la vida religiosa ahora más que nunca para demostrar al mundo que ni el sexo ni el dinero ni cualquiera otra cosa de este mundo tienen el mayor valor. Más bien, este valor -- la perla más preciosa – es Dios mismo.

Si nos sentamos en cualquier centro público, vamos a escuchar una sinfonía de sonidos músicos. No habrá una familia de músicos en el fondo, sino el pueblo llevando celulares cada uno con su propio tono. Es como Jesús tiene su propia llamada para cada uno de nosotros. No importa nuestro sexo o el dinero que llevamos, nos llama: “Sígueme”. A los padres, los hijos, y los nietos, nos llama: “Sígueme”.

El domingo, 15 de enero de 2012

II DOMINGO ORDINARIO

(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)

"¿Qué hay en un nombre?" pregunta Shakespeare. "Mucho", podríamos contestar. Los nombres y títulos no sólo identifican a personas sino las describen también. Ciertamente es el caso del doctor Martin Luther King. Por el nombre que le pusieron, se sabe que sus padres deseaban que su hijo se hiciera predicador. Además, el título "doctor" indica que era persona culta. Y al mencionar que era "laureado Nobel", se le distingue como hombre reconocido a través del mundo. Se aprovechará examinar los nombres y títulos usados para el guía de Martin Luther King lo cual encontramos en evangelio hoy.

Estamos tan acostumbrados a oír el nombre "Jesús" que olvidemos su significado. En hebreo "Jesús" quiere decir "Dios salva". "¿Nos salva de qué?" querremos preguntar. "Del pecado y sus consecuencias" es la respuesta exacta. Pecamos por dejar nuestras pasiones sofocar el juicio mayor. Al 31 de diciembre estaba en la calle un joven caminando borracho. A las nueve de la noche la embriaguez no estuvo causada por celebrar la entrada del año nuevo sino, con toda probabilidad, por la incapacidad de detenerse después de dos tragos. Todos nosotros susceptibles a un deseo excesivo – más bien, un pecado - semejante. Algunos se explotarían de otras personas sexualmente como si fueran muecas hechas para su entretenimiento. Otros mentirían en lugar de sufrir la pérdida de prestigio. A otros no les importaría abusar a un ser querido con palabrotas. Jesús nos salva de estos y otros géneros de pecado.

Sólo es justo a preguntar: "¿Cómo nos salva Jesús?" El evangelio nos indica la dinámica por los varios títulos dados a él. En primer lugar, es "rabí", eso es el que enseña. En este Evangelio según san Juan, Jesús nos instruye a amar a los demás como él nos ha amado. Un sabio distingue este modo de amar del amor para el prójimo como amamos a nosotros mismos. Muchas veces amamos a nosotros mismos en modos atroces. A lo mejor el joven borracho trataba de amar a sí mismo por saturarse con alcohol. Asimismo la mujer que aborta a su hijo porque habría sido inconveniente criar un niño también no ama a sí misma adecuadamente. Amamos al otro como Jesús nos ha amado cuando vamos más allá que la justicia exija para asegurar lo mejor para el otro. La mujer que telefonea a dos amigas para reconciliarlas a una y otra después de que se discutieron está imitando el amor de Jesús.

Estamos capaces de amar como Jesús no sólo porque él nos enseña sino también porque nos libera del egoísmo. Juan el Bautista lo llama "Cordero de Dios" porque se dará a sí mismo como rehén en cambio de nuestra libertad. Para apreciar este título tenemos que recordar la historia de los hebreos en Egipto. Cuando Faraón no les permitió irse al desierto, Dios mandó la décima plaga, la muerte de todos los primogénitos. Pero los hijos hebreos fueron escatimados de esta pena por la sangre del cordero rociada en las puertas de sus casas. La sangre de Jesús derramada en la cruz tiene aún más poder para aquellos que se arrepienten de sus pecados por las dos naturalezas que él tiene. Como hombre, Jesús representa a nosotros delante de Dios Padre. Como Dios, su sacrificio no tenga ninguna huella de egoísmo de modo que valga para derrotar las fuerzas pecaminosas que nos han tenido cautivos.

Por llamarle "Mesías", Andrés sugiere que Jesús cumple el plan antiguo de Dios para salvar al mundo. Se le prometió al gran rey David que un descendiente reinara para siempre ganando todas las naciones bajo su soberanía. Ahora el momento ha llegado. Pero no por las hazañas de un cacique militar sino por la entrega de un Servidor Doliente Jesús logra esta finalidad. Viene curando a los enfermos, abriendo los ojos de los ciegos, y anunciando buenas noticias a los pobres. Interpretado para nosotros hoy día, el Mesías asegura que no es necesario buscar la salvación en otra persona u otra cosa. Barak Obama no va a salvarnos. Ni la plata, ni el placer, ni el poder van a ganarnos la felicidad. Sólo por mantenernos fieles al Mesías de Dios vamos a alcanzar nuestro destino. Olvidándolo, vamos a caminar borrachos en una forma u otra.

En el evangelio Jesús no sólo es llamado por diferentes nombres sino le llama a Simón por otro nombre. De ahora en adelante será "Kefás” o “Pedro" porque como una piedra dará apoyo a los demás discípulos. De igual manera nosotros somos llamados por otro nombre. No somos distinguidos sólo por el nombre de la familia o del país de origen sino por lo que se ha hecho el segundo nombre para Jesús: eso es, “cristianos”. Este nombre nos identifica como ungidos para cumplir la misión de nuestro Salvador. Hemos de detener los deseos excesivos para el placer y el poder. Hemos de alcanzar más allá que la justicia. Hemos de amar como Jesús nos ha amado.

El domingo, el 8 de enero de 2011

La Epifanía del Señor

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Una vez era diferente. Entonces el tiempo navideño no era el gran salvador de la economía. La gente intercambiaba regalos de Navidad, pero no eran tarjetas de crédito mucho menos coches BMW. Más bien la gente prefería regalar dones que simbolizaran a sí mismo. Tal vez fuera un poema para los padres hecho de memorias de la niñez. O posiblemente fuera un reloj para un niño comprado con el dinero de la venta de nueces cultivadas cerca de la casa. El don de sí mismo es lo que vemos en el evangelio hoy. Los magos dan a Jesús regalos del más profundo significado.

Los magos no son reyes sino sabios que estudian la naturaleza para huellas de Dios. Ven en el cielo occidental una estrella nueva y brillante. Deducen que ella debe representar a un nuevo rey valiente de los judíos. Pues el rey David, unos mil años anteriormente, fue anticipado por un tal astro. Los magos vienen para darle homenaje con regalos de oro, incienso, y mirra. Tan deseoso que sea el oro, tan fragrante el incienso quemado, y tan útil la mirra para los entierros, no se dan estos tesoros porque al rey le hacen falta. No, los magos saben que el nuevo rey de los judíos tiene almacenes de riquezas aún más valiosas. Las regalan a Jesús porque simbolizan lo más grande de ellos mismos. El oro es la virtud, el atributo más noble de cualquiera persona. El incienso es la oración, el reconocimiento de Dios como el que guía a los soberanos. La mirra es el compromiso para ser fiel hasta la muerte.

Nosotros damos regalos a otras personas en este tiempo porque nos recuerdan de Jesús. Pero nuestros obsequios, tan grandes como sean, no se acercan el valor del premio de Dios para nosotros. En primer lugar, el Padre nos ha concedido a Su propio Hijo, Jesús. Él nos enseña no sólo la voluntad de Dios Padre sino también Su amor que le da la vida. Como si no fuera suficiente el don de la presencia del Hijo de Dios, este mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nos regala Su propia carne en el pan eucarístico. Este don nos mueve del amor teorético a la acción verdaderamente amorosa. Por su muerte en la cruz, representada en la Eucaristía, recibimos la fuerza para sacrificarnos como hizo él. Sí, Jesús nos regala la gracia que nos hace parecidos a él. Él nos hace en hijas e hijos de su Padre Dios.