El domingo, 3 de enero de 2021

 LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

¿Quiénes son los magos?  No son reyes a pesar de que llevan regalos exquisitos.  Ni son magos en el sentido de estafadores.  Son investigadores.  Estudian los cielos y la tierra en búsqueda de la verdad.  Podemos considerarlos como sabios también.  No quieren solo el conocimiento de la realidad física sino también el significado detrás de ella.

Los magos se enfocan en la estrella.  Ella representa la naturaleza en la complexidad de su composición y la extensión de su existencia.  Por la naturaleza se puede saber algo de Dios.  Al menos se puede concluir que Dios existe como creador del universo.  Además, se puede deducir de la naturaleza que Dios espera la justicia de nosotros.  Todas personas humanas tienen consciencia para distinguir lo bueno y lo malo.  Sabemos que es malo asesinar al prójimo y bueno dar limosna al pobre.

Sin embargo, no podemos conocer a Dios por la naturaleza.  No podríamos decir que Dios es lleno de amor y misericordia sin su ayuda.  Por esta razón los magos tienen que consultar a los judíos para los paraderos del “rey de los judíos”.  Los judíos tienen la autorrevelación de Dios mismo en las sagradas escrituras.  Saben dónde nacerá el “jefe, que será pastor de…Israel”. 

Curiosamente los judíos no quieren acompañar a los magos en su búsqueda.  De hecho, cuando oye del “rey de los judíos” recién nacido, Herodes, su líder, se pone celoso.  En tiempo va a urdir una trama para matarlo.  Ciertamente no todos buscan la verdad.  Algunos tienen otros objetivos en la vida.  En lugar de la verdad, buscan el placer, la plata, o el poder. 

Estas personas no podrían apreciar la gloria de Dios en Jesucristo si lo encontraran.  Pensarían en su sacrificio como locura, en su simplicidad como falta de éxito, y en su humildad como defecto personal.  En contraste, los magos regocijan cuando hallan a Jesús.  El que va a sacrificarse para redimir al mundo se encuentra como el hijo de carpintero.  No vive en un palacio sino una casa ordinaria.  Como Simeón en el evangelio según San Lucas, los magos ven en el rostro del niño Jesús la luz a todas naciones. 

Muchos jóvenes hoy en día se consideran a sí mismo como buscadores.  No quieren declararse como practicantes de religión.  Despiden el catolicismo como petrificado con reglas y costumbres antiguas.  Piensan en su moral como caducada y los sacramentos como innecesarios. Quieren creencias en conforme con la verdad del yo, del medioambiente, y de la igualdad entre todas personas.  Sin embargo, si investigaran la realidad a sus raíces, como los magos, encontrarían la verdad que buscan en Jesús. 

Jesús ya no vive en una casa de Belén sino en la Iglesia que él fundó. Es para nosotros, miembros de esa Iglesia, a mostrar a los jóvenes su autenticidad.  Tenemos que demostrarles que las reglas y costumbres no son impedimentos de la verdad sino vínculos.  Nos conectan con los magos del primer siglo y los santos a través de la historia.  Más al caso, nos ponen en contacto con Jesucristo, rey de los judíos y luz a las naciones.


El viernes, 25 de diciembre de 2020

 

La Natividad del Señor

Si nos preguntan sobre la Navidad de 2010 o 2012, nos rascaremos la cabeza tratando de recordar. Especialmente a medida que envejecemos, la mayoría de las Navidades se parecen igual. Enviamos saludos a los amigos. Venimos a misa en Nochebuena. Intercambiamos regalos con la familia. Cenamos pavo o jamón. Pero esta Navidad será recordada por mucho tiempo. Hemos comprado regalos por el Internet. Nos ponemos máscaras al entrar a la iglesia. No podemos unirnos como una familia numerosa.

En realidad, todo este año ha sido como ningún otro, al menos en nuestra memoria. El mundo se cubrió de la pandemia de Covid-19. Muchas personas perdieron sus trabajos y muchos estudiantes se quedaron fuera de la escuela. El virus ha tomado más de un millón de vidas y ha presionado gravemente la atención médica. Todos se han sentido frustrados al verse restringidos, de una forma u otra, a sus hogares. Por todo esto, muchos nombran a la ciencia como nuestra salvadora.

La ciencia le ha dicho a la gente cómo evitar la infección. También ha producido una vacuna que probablemente disminuirá la duración de la pandemia y salvará muchas vidas. Más que nunca, la gente confía en que la ciencia satisfará todas las necesidades humanas más allá de la pandemia. Algunos incluso creen que eventualmente la ciencia vencerá a la muerte misma. Pero tal confianza en la ciencia no está justificada.

La ciencia ha hecho la vida más cómoda, pero no puede quitarnos el pecado, nuestra mayor carga. El pecado crea odio y egoísmo. Hace que las personas se lastimen unas a otras y luego las hace lamentar lo que han hecho. El pecado hizo que el oficial de policía blanco en Minnesota se arrodillara sobre el cuello de su sospechoso afroamericano hasta que murió. El pecado hace que muchos hoy olviden sus compromisos con sus familias en la búsqueda del placer. El pecado sugiere que la ciencia encontrará una manera de que la gente viva para siempre cuando la ciencia misma muestre que eso es imposible.

Nuestra salvación no está en la ciencia, sino en aquel en cuyo nacimiento nos regocijamos hoy. Jesús nos ha enseñado cómo evitar el pecado. Debemos prestar atención a sus lecciones. Más que eso, sin embargo, Jesús murió en la cruz, un espectáculo para que todo el mundo lo vea y reflexione. Era perfectamente inocente, pero murió víctima del orgullo y los prejuicios. Deberíamos ver en las fuerzas que provocaron su muerte, el orgullo de los líderes judíos y la indiferencia del magistrado romano, nuestros propios pecados y arrepentirnos de ellos. Podemos estar seguros del perdón de Dios porque resucitó a Jesús de entre los muertos. También podemos esperar nuestra resurrección porque nos hemos asociado con Jesús.

Hoy celebramos la venida de Jesús entre nosotros. Querremos mantener una distancia segura de aquellos con quienes no vivimos. Pero deberíamos cantar juntos "Noche de paz, noche de amor ". Es una noche maravillosa porque el salvador, a quien nuestros antepasados ​​vieron y tocaron, nos ha librado del pecado y la muerte.

El domingo, el 27 de diciembre de 2020

 La Sagrada Familia de Jesús, María y José

(Génesis 15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22-40)

Hay mucha charla acerca de privilegio hoy en día.  Algunos dicen que la persona es privilegiada si tiene padres ricos. Otros cuentan como privilegio haber asistido una escuela privada.  Aun otros reclaman que la gente blanca es privilegiada.  Es cierto la riqueza y la educación buena son beneficios considerables.  Sin embargo, no son tan provechosos como tener padres justos.  Vemos este tipo de padres en las lecturas de la misa hoy.

En la primera y segunda lecturas Abram y Sara se muestran como una pareja comprometida al Señor.  Abram se parta de su padre cuando recibe el llamado de Dios.  A pesar de que Sara no le ha dado hijos, Abram queda fiel a ella. Es verdad que cuando Sara insiste, Abram tiene relaciones con su esclava.  Pero cuando Sara se da cuenta de su error, los dos despiden a la esclava y su hijo.  Sobre todo, Abram manifiesta la justicia cuando Dios le prueba hasta el fondo de su ser.  No niega a Dios, si es Su voluntad, el sacrificio de su único hijo. 

Con más coherencia aún María y José actúan como personas justas.  Van a Belén donde nace Jesús en obediencia de la ley del imperio.  El evangelio hoy les muestra acatando la ley de Dios por presentar a Jesús en el templo. Mas adelante Jesús llamará a su madre y hermanos “’los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’”.  Esto no es rechazo de María sino el contrario.  Porque ella siempre cumple la palabra de Dios, se puede considerar María como su madre en dos sentidos.

Se puede decir con verdad que actualmente hay necesidad para padres justos.  El ambiente social distorsiona los valores necesarios para complacer a Dios.  Escuchen los “cantos navideños”.  Una vez expresaban la maravilla de tener el Hijo de Dios con nosotros.  Ahora son absorbidos con anhelos para regalos consumistas. Se puede ver otra distorsión de valores en la presentación de la promiscuidad.  En los cines y televisión se presentan relaciones sexuales fuera del matrimonio como buenas tanto para adolescentes como para adultos.

En este ambiente los padres de familia tienen que reflejar a Jesús.  Siempre será “la luz a las naciones” como lo llama Simeón en el evangelio.  Las madres reflejan a Jesús cuando instruyen a sus hijos acerca de Dios.  Los niños necesitan no solo el aprendizaje de oraciones sino también el testimonio del amor de Dios.  Los padres reflejan la luz a las naciones cuando transmiten a sus hijos el entendimiento correcto del sexo.  Los adolescentes, si no los muchachos, tienen que aprender que relaciones íntimas son reservadas para el matrimonio.  Tienen que apreciar que el sexo no es para la gratificación del yo sino para expresar el compromiso total al otro para siempre.

Estamos terminando un año que ha sido tanto prometedor como miserable.  Fue miserable por los problemas el virus causó para la salud, el trabajo y la escuela.  Fue prometedor porque las familias pasaron más tiempo juntas.  Esperamos que el año 2021 sea mejor en términos de la salud, el trabajo, y la escuela.  Pero que vea este año nuevo la continuación de familias reuniéndose.  Que las reuniones transmitan valores dignos de Jesús, la luz a las naciones. 

El domingo, 20 de diciembre de 2020

 CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

En un ensayo una interna médica atestigua la soledad sentida durante la pandemia Covid.  Cuenta de una mujer que tiene problemas visitar a su bebé recién nacido que queda en el hospital.  Relata otra historia de un agonizante cuya familia no puede despedirse de él por las restricciones de visitantes.  Describe también la frustración de una mujer que no se permite acompañar a su madre anciana en el departamento de urgencia.  Estas historias nos ayudan entender porque el evangelio hoy constituye “buenas noticias”.

La Navidad nos ayuda superar el sentido de soledad en cualquier tiempo.  Pero es particularmente provechosa cuando estamos sometidos a restricciones agudas como ahora.  La fiesta celebra la venida del Salvador quien levanta el espíritu para nueva esperanza y consolación.  Para apreciar cómo pasa esta maravilla tenemos que sondear quién es este Salvador.  Afortunadamente el evangelio según San Lucas nos lo identifica en el pasaje hoy.  Además, que contarnos cómo tendrá lugar el nacimiento del hijo de María, ello proclama que es el hijo de David y el Hijo de Dios.

Cuando el ángel Gabriel se le dirige a la virgen María, él da eco a las palabras de Dios a David en la primera lectura.  Dice Gabriel Dios dará a su hijo “el trono de David, su padre”.  Añade que “su reinado no tendrá fin”.  David era el gran rey de Israel.  Fue invencible en batalla, pero sometido a Dios en la lucha contra el pecado.  Aunque cometió grandes errores, tenía la humildad a pedir perdón a Dios.  No obstante, la gloria de Jesús sobrepasará la de David.  Con las naciones apoyándolo, él vencerá todo mal.  Ni Covid, tan mortal como sea, puede vencerlo. 

La victoria puede ser detectada en la producción de las vacunas.  La vemos también aún más en los trabajadores que rehúsan a dejar sus puestos en la primera línea.  Entre otros muchos médicos, enfermeras, y técnicos cristianos se arriesgan la salud todos los días.  Otras personas muestran la victoria de Cristo sobre el mal como voluntarios que ayudan a los marginados en el nombre de Cristo.  Nos llena de esperanza ver la repuesta humana a la amenaza del virus.  Porque es “hijo de David”, el gran rey, se puede identificar a Jesús como el líder del movimiento.

Tan significante que sea ser “hijo de David”, es aún más beneficioso a nosotros que Jesús es “Hijo de Dios”.  De su nacimiento en adelante, Dios no estará ni físicamente retirado de su pueblo.  Nos dará la consolación para aguantar los contratiempos mientras buscamos la rectitud.  Un psiquíatra aguantó el campamento de concentración nazi.  Después del horror analizó cómo podían algunos sobrevivirla mientras otros se dieron por vencidos.  Concluyó que la diferencia entre los dos grupos fue la presencia del significado.  Aquellos que hallaron el significado en sus vidas eran más inclinados a aguantar el castigo.  La presencia de Dios nos da tal significado.  Si no fuera para apoyarnos, ¿para qué razón se hizo hombre?

El evangelio nos muestra la respuesta apropiada a la iniciativa de Dios en hacerse humano.  María no evita el llamado de ser madre de Jesús, el Salvador.  Dice con firmeza: “’Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho’”.  Si la medida de un discípulo es poner en práctica lo que diga el maestro, María se prueba de ser el discípulo modelo.  Nosotros podemos seguir a Dios-con-nosotros con tal voluntad.  El discipulado en estos días requiere en primer lugar que alabemos al niño Jesús como los pastores de Belén.  Queremos rezar en la casa y, si es posible, asistir en la misa del 24.  Entonces, ser discípulo nos obliga a apoyar a familiares y amistades celebrar la Navidad beneficialmente.  Mucho más que Santa, la Navidad presenta oportunidad de olvidar rencores y buscar la reconciliación.  Finalmente, no podemos desconocer a los pobres en este tiempo de bondad.  ¿Podríamos hacer alguna cosa en que socorremos a una persona pasando la necesidad verdadera?

Parece justo cuando nieva en la Navidad.  La nieve pura y fresca cayendo al suelo significa la venida de cielo a tierra.  Es símbolo apto de la venida de Dios a nosotros.

El domingo, 13 de diciembre de 2020

 EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Hay una historia macabra de San Lorenzo.  Él era mártir romano del tercer siglo.  Sus verdugos estaban quemándolo vivo.  En el medio del proceso San Lorenzo les bromeó: “Asado está, gíralo y cómelo”. ¿Cómo puede el mártir ir a la muerte con un chiste en sus labios?  Es porque tiene la alegría de saber que está cerca de la vida eterna.  Por la misma razón San Pablo en la segunda lectura aconseja a los tesalonicenses: “Vivan siempre alegres”.

El profeta en la primera lectura también se alegra a pesar de que ha sido encargado con muchas tareas.  Tiene que anunciar la buena nueva, curar corazones quebrados, proclamar el perdón, y pregonar la gracia.  Sin embargo, se llena de júbilo porque Dios lo ha cubierto con la justicia.  Es cómo se siente el universitario a cargo del discurso de despedida.  Aunque enfrenta un reto grande, tiene el gozo en su corazón.

Todo el mundo quiere la felicidad.  La persona humana es creada con este anhelo dentro su alma.  Desgraciadamente muchos confunden la felicidad con el placer.  Dicen que están feliz mirando su equipo de futbol con una cerveza en una mano y papitos en la otra.  No es necesariamente malo tomar cerveza, pero tampoco constituye la felicidad.  Ya estamos entrando la temporada con los más grandes placeres.  Vale la pena demorar un poco para examinar la diferencia entre la felicidad y el placer en sus raíces. 

El placer tiene que ver con los sentidos corporales.  Es una sensación agradable.  Deviene del contacto con algún bien exterior: el sabor de chocolate, el toque del amante, el sonido del violín, etcétera.  El placer no dura sino disminuye tan pronto como se pierda contacto con el bien. El placer se opone al dolor.  Los dos no pueden existir a la misma vez.  No se puede disfrutar helados si su lengua está quemada.  También, el placer siempre es experiencia individual.  Si trata de compartir el placer, se disminuye.  Por ejemplo, muchos han tomado placer fumando cigarros. Si la persona comparte su cigarro con otra persona, sacará sólo la mitad del placer.

La felicidad es tomar el gozo en la verdad.  Para saber lo que es la felicidad, tenemos que ver primero el gozo.  El gozo tiene que ver con el espíritu, no con los sentidos.  Es la satisfacción que tenemos cuando cumplimos una obra buena. El gozo no es opuesto al dolor.  Más bien, nace del dolor aceptado con la valentía y el amor.  Es el sobrecogimiento que tiene la mujer después de dar a luz a un bebé.  Es la exuberancia que tiene el deportista después de cumplir un maratón.  El gozo no disminuye cuando se comparte sino crece.  En el evangelio Juan duplica el gozo cuando anuncia a las demás la grandeza de él que viene.

Durante el tiempo navideño disfrutamos manjares, licores, y días de descanso.  Estas cosas producen placeres considerables.  Sin embargo, no comparan con el gozo por haber luchado por el bien de nuestras familias.  Si hemos mantenido a todos en la casa unidos y seguros durante la pandemia, tenemos el espíritu feliz.  Aún si alguien hubiera contraído el virus, si siente nuestro cuidado de ellos, sentimos el gozo.  Si vamos a la misa en el veinticuatro para reverenciar al Salvador, comeremos el pavo en el veinticinco mayor contentos.

Un sabio sugiere tres maneras para sentir el gozo navideño durante este año de la pandemia.  Primero, aun si no podemos asistir en la misa navideña, podemos rezar con la familia.  Sería bueno después de leer el relato de la primera Navidad en Lucas que recemos por los viajeros y pobres.  Segundo, que imitemos a la Virgen, la gran protagonista de Adviento.  Particularmente su humildad sirve como testimonio a Dios que se humilló para hacerse hombre.  Finalmente, aun si no podemos reunirnos con todos miembros de la familia, podemos practicar la unidad.  Pidiendo el perdón por haber ofendido a uno a otro, podemos emerger del confinamiento más íntegros que nunca.  En estas maneras realizaremos el verdadero significado de tener al Salvador en nuestra presencia.

 


El domingo, 6 de diciembre de 2020

 EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 40:1-5.9-11; II Pedro 3:8-14; Mark 1:1-8)

Imaginémonos por un momento que es el medio del primer siglo.  Vivimos cerca Roma y somos miembros de una comunidad de cristianos.  Hemos sufrido mucho en los últimos años.  Primero nos persiguieron por haber puesto al fuego la ciudad.  Era mentira, pero la persecución causó la ejecución de muchos hombres, incluso a los santos Pedro y Pablo.   Ahora las autoridades nos amenazan que vayan a buscarnos si no renunciamos la fe. 

Entonces el erudito de la comunidad – un tal Marcos -- anuncia que ya es cumplido su libro.  Llama su obra “euangelion” que significa “evangelio” o “buena nueva”.  La palabra nos recuerda de lo que dice el profeta en la primera lectura hoy.  Dios le dirijo que anunciara a Israel “noticias alegres”.   En nuestro caso la “buena nueva” para anunciarse es Jesús, el cristo.  Él ha sido ungido para establecer el reino de Dios. Marcos llama a Jesús también “el Hijo de Dios”.  Pero ¿qué quiere decir este término? ¿No es que toda persona humana sea “hijo de Dios”?  Sí es cierto, pero Jesús tiene una relación más cercana a Dios que cualquier otro humano.  Es el que ha sufrido la muerte en obediencia perfecta a Dios Padre.  También significante es que Dios lo resucitó de entre los muertos.  Ahora lo esperamos para salvarnos del peligro en que nos hallamos.

El evangelio leído en la misa hoy comprende los primeros versículos del Evangelio según San Marcos.  Interesantemente no destacan a Jesús sino a Juan Bautista.  Juan tiene tan gran fama que gentes vengan de lejos para escucharlo.  Le preguntan si él es el mesías que todo Israel ha esperado.  Pero su mensaje es claro.  Él no es el esperado sino su precursor.  Tan importante como Juan sea, él no puede comparar con el que viene.  Es como un gatito en comparación con un tigre o una velita en comparación con el sol. 

Dice Juan que cuando venga, el esperado bautizará al pueblo con el Espíritu Santo.  Este fortalecerá al pueblo con la santidad.  Fortalecidos con el Espíritu, los cristianos del primer siglo enfrentarán la muerte sin abandonar la fe en Jesús.  El Espíritu nos fortalece para otro tipo de testimonio.  Nos dará la caridad para amar a todos, aun a aquellos que nos desprecian.

Como Israel esperando a su libertador y como la comunidad de Marcos esperando a su salvador, nosotros hoy día esperamos a Jesús.  Contamos con él para aliviar los abusos amenazando nuestro mundo.  El papa Francisco ha nombrado los abusos “las sombras de un mundo cerrado”.  Entre otros el papa ha enumerado el regreso a los prejuicios del pasado.  Ahora muchos son más concentrados en reclamar la superioridad de su propia raza, nación, y religión que buscar la unidad de todos pueblos.  También el papa lamenta el tratamiento de personas humanas como descartables.  Tiene pensados el rechazo de los inmigrantes, el aborto de los bebés, y el desprecio de los ancianos.

No esperamos a Jesús sólo para justificar nuestro horror en estas cosas.  Hay algo mucho más grande en juego.  Queremos que él muestre que el camino a la paz pase por el reconocimiento a todos como hermanos.  Esto nos lleva a nuestra esperanza este Adviento: que todos los pueblos colaboren para renovar el mundo.

Por un año entero vamos a estar leyendo de este Evangelio según San Marcos.  Vamos a escuchar las palabras poderosas de Jesús consolándonos en apuro.   Vamos a ver cómo sus discípulos, como a nosotros mismos, lo malentienden y fallan.  Vamos a atestiguar a él entregando todo, aun en un sentido la cercanía con Dios Padre, por nosotros en la cruz.  Como todos los evangelios, lo que escribió Marcos tiene sus propios propósito y belleza.  Vale la pena venir todo domingo para escucharlo.

El domingo, 29 de noviembre de 2020

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 63:16-17.19,64:2-7; I Corintio 1:3-9; Marcos 13:33-37)

¿No se puede decir que el mundo ya está en espera de un salvador?  Hoy en día todos anhelan la salvación en forma de una vacuna para el Covid.  Están cansados de cubrir sus caras, de limitarse a la casa, y de sospechar a cada desconocido como portador del virus.  Sin embargo, la vacuna será un mesías falso.  Aunque nos salve del Covid, nos volverá al mismo egoísmo y codicia que han dominado nuestro tiempo. 

Primero, que reconozcamos cómo la pandemia ha revelado algunas faltas en nuestro estilo de vida.  Con el confinamiento, las familias han pasado más tiempo juntos con el resultado que los adolescentes sienten menos ansiedad.  Las muchas actividades de cada miembro de la familia habían producido el sentido de estar solos enfrentando los retos de la vida. También, por tomar clases con Zoom, los muchachos no han tenido que levantarse temprano en la mañana.  Más sueño ha reducido el estrés.  Esto no es a decir que la pandemia sea cosa buena y la vacuna no sea provechosa.  Solamente tenemos que reconocer que la vacuna no nos entregará de nuestros problemas más graves.

La primera lectura hoy es de la tercera parte del libro del profeta Isaías.  Fue escrita hace 2500 años, pero suena como pudiera haber escrita el año pasado.  La gente se ha alejado de los mandamientos de Dios.  Donde Dios dice “no matarás”, el aborto es cada vez más aceptable.  Donde dice “mantendrás santo el día del Señor”, la asistencia en la misa sigue disminuyendo.  No es necesario comentar sobre las violaciones contra el sexto y noveno mandamientos en nuestro tiempo.  La lectura tiene su dedo en el pulso de nuestro tiempo cuando pregunta al Señor: “¿Por qué…dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte?” Por esta razón ello pide a Dios que se presente aunque significa que rasgue los cielos y estremezca a las montañas.

Creemos que Dios hizo caso al grito del profeta.  En la segunda lectura San Pablo cuenta cómo Jesucristo murió y resucitó para dar a sus seguidores los “dones divinos”.  Tenemos la gracia del Espíritu Santo para vivir primero por Dios y después por nosotros mismo.

Antes de su muerte Jesús dijo que iba a volver para llevar a sus discípulos a la vida eterna.  En anticipación de este evento, Jesús nos dice en el evangelio hoy que velemos y nos preparemos.  Esto no quiere decir que dejemos a trabajar para velar como un marinero en un nido de cuervo.  Más bien Jesús quiere que velemos para él como alumnos esperando la visita del director de la escuela.  Eso es, quiere que estemos ocupados avanzando en la verdad, el amor, y la bondad.

Hay un cuento que nos ayuda entender el propósito de Jesús aquí.  Una vez la legislatura de un estado estaban en sesión cuando una tormenta se surgió en los cielos.  Las nubes eran tan oscuras y el viento tan fuerte que algunos dijeron que el fin del mundo había llegado.  Un grupo entre ellos movió que terminaran la sesión para volver a sus casas.  Pero el presidente de la legislatura dijo el contrario: “Si no es el fin, vamos a aparecer ridículos terminando la sesión temprano.  Y si es el fin, sería mejor que el Señor nos vea cumpliendo nuestras tareas.  Yo digo: ‘traigan aquí las velas’".  Así nosotros queremos preparar para la venida del Señor por llevar a cabo sus mandamientos.

Adviento siempre tiene dos objetivos.  En el principio de la temporada queremos recordar la promesa de Jesús para venir de nuevo.  Vino una vez en carne y hueso para salvarnos del pecado.  Al fin del tiempo vendrá en la gloria para llevar a sus discípulos a la vida eterna.  El segundo objetivo es prepararnos para la Navidad.  El misterio de la Encarnación abruma nuestra imaginación.  Dios, el Creador y Soberano, quería humillarse para mostrarnos el extendido de su amor.  Vale un mes de confinamiento para reflexionar sobre el significado de este evento.

El domingo, 22 de noviembre de 2020

 LA SOLEMNIDAD DEL NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(Ezequiel 14:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)

Las elecciones han terminado.  Los Estados Unidos han escogido a su presidente.  Tendrán a José Biden como su mandatorio por los próximos cuatro años.  El presidente Biden no reinará sobre el pueblo con autoridad absoluta.  Se limitará su poder por la constitución de la república y sus leyes.  Pues no es rey.

Ahora celebramos la Solemnidad de Cristo Rey.  Por nombrar a Cristo nuestro rey estamos sometiendo a su autoridad absoluta en todas cosas.  Estamos diciéndole: “Haremos todo lo que pidas porque somos tus sujetos”.  Tenemos confianza que no va a explotar su poder porque se ha probado como rey pastor como en la primera lectura.  Ha suplido nuestras necesidades y ha curado nuestras heridas.

Jesús, nuestro rey, ha expresado su voluntad para nosotros en los evangelios de los últimos dos domingos.  Hace dos semanas nos enseñó cómo ser previsores en nuestra espera de su regreso.  Hemos de brillar nuestras lámparas delante el mundo con obras buenas.  Luego el domingo pasado nos advirtió que no escatimáramos nuestros talentos.  Hemos de ocupar nuestro tiempo, tesoro, y habilidades en el servicio de su reino.

En el evangelio hoy Jesús tiene palabras de consuelo para nosotros, sus discípulos misioneros.  Se dirige a las naciones; eso es, aquellos pueblos que todavía no lo aceptan como su rey.  Les dice que van a ser juzgados dignos del reino de Cristo en la medida que ayuden a nosotros, los hermanos del rey.  Si nos socorren con un vaso de agua cuando andamos con sed ayudando a los demás, entonces se aceptarán en el reino. O si nos visitan cuando estamos encarcelados por proclamar a Cristo entonces recibirán el premio no imaginable. 

Hay muchas historias de los no cristianos ayudando a los cristianos.  Hace cincuenta años no era insólito escuchar cómo los judíos hicieron los trabajos de cristianos en la Navidad.  Hacían sus repartos o tomaban sus tornos como enfermeras para que los cristianos asistieran en la misa del gallo con sus familias.  Hoy en día hay historias de musulmanas salvando las vidas de cristianos de los extremistas.  Se reporta que el año pasado un chófer musulmán salvó la vida de un grupo de cristianos.  Los tenía en su coche cuando una banda de extremistas armados le señaló a hacer un alto.  El chofer los pasó rápidamente causando que la dispararon sus armas, pero pudieron escapar.

Nosotros ayudamos a los no cristianos, y ellos ayudamos a nosotros.  Entonces ¿qué es la diferencia entre nosotros y ellos?  Tiene que ver con el tipo de ayuda que se da.  Nuestra ayuda no debe ser limitadas a las obras corporales: de dar de comer a los hambrientos y visitar a los enfermos.  Más bien debería incluir las obras espirituales en cuanto posible: de rezar por los demás y perdonar sus ofensas.  Un obispo francés construyó bibliotecas y centros educativos para los incapacitados en Argelia.  Estas instituciones eran usadas mayormente por musulmanes. Eventualmente este prelado, el monseñor Pierre Claverié, fue asesinado por los extremistas.  Sin embargo, dejó un legado de amor y respeto entre los musulmanes.  En su funeral los musulmanes lo llamaron “nuestro obispo también”. 

Ésta es la última vez que vamos a escuchar regularmente del evangelio según San Mateo por dos años.  Se espera que las lecturas de este año pasado nos hayan dejado con un mejor sentido de lo que es un discípulo misionero.  Es aprender de Jesús ser inocentes como palomas y misericordiosos como madres de familia.  Es andar con todos como amigos de la juventud para compartirles el reino.  Es tener a Jesús como hermano y no preocuparnos de cómo vamos a perdurar.  Pues él está con nosotros tan cierto como un pastor guía a sus ovejas al pasto.  Jesús está con nosotros.

El domingo, 15 de noviembre de 2020

 EL TRIGÉSIMA TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

Al mes pasado el papa Francisco apareció de nuevo en las cabeceras.  Los diarios reportaron que él ya aprueba matrimonios gayes o, por los menos, las “uniones civiles” entre los homosexuales.  Supuestamente él dijo así en un documentario hecho este año. 

Las noticias levantaron preguntas de muchas personas. Promovedores del estilo de la vida gay se preguntaron si la Iglesia cambiará su condenación de actos homosexuales.  Los padres de familia comenzaron a dudar de lo que hayan enseñado a sus hijos.  Algunos periodistas astutos tuvieron preguntas más al caso.  Querían saber ¿por qué el nuevo documentario usó entrevistas grabadas en el año pasado para una audiencia diferente?  También interrogaron si el papa verdaderamente usó las palabras “uniones civiles” o estaba hablando de “convivencias civiles”.  En la charla ordinaria la “unión civil” refiere a una relación sexual reconocida por el estado entre dos personas del mismo sexo.  La “convivencia civil” es una clase más amplia de relaciones entre dos personas.

El papa Francisco no es ingenuo.  Sabe que la prensa a menudo distorsiona su posición.  A lo mejor por esta razón él esperó un rato para responder a las inquietudes.  Quería contestar de manera precisa para evitar mayor confusión.  También no es insólito que el Vaticano modera el tenor del debate por tardar en responder.  Dice, en efecto, que las cuestiones del sexo no son las más importantes, mucho menos las únicas que importen.

La respuesta vino a través del Secretariado del Estado del Vaticano.  Hace claro que el papa cree que el matrimonio es relación entre un hombre y una mujer.  Sigue que el papa quiere proclamar otra vez el planteamiento de la Iglesia: los hombres y mujeres con tendencias homosexuales son personas humanas en necesidad del amor familiar.  En primer lugar, necesitan que sus padres y madres no los rechacen come si fueran animales indomesticables. Además, como adultos no deben ser privados de la confianza íntima de otra persona.  En la entrevista hecha el año pasado el papa habló de “una ley de convivencia civil” para permitir a las parejas homosexuales hablar por uno y otro en caso, por ejemplo, en el caso de una urgencia médica.  Quería asegurar a todas personas no casadas pero viviendo en la misma casa que tienen derecho, como dice él, de “estar cubiertas legalmente”.

La iglesia ha apoyado por mucho tiempo el reconocimiento legal por lo cual dos personas que viven juntas puedan compartir beneficios sociales siempre.  Pero insiste que el alcance de la ley proveyendo este reconocimiento no se limite a personas en una relación sexual. Las dos personas pueden ser, por otro ejemplo, un hijo viviendo con su madre a quien quiere tener cubierta en su póliza de seguro médico. Es de suponer que el Papa Francisco tenía esto pensado cuando habló de “una ley de convivencia civil”.

Las acciones del papa Francisco proveen testimonio al evangelio que escuchamos hoy.  Cuando Jesús cuenta del hombre alabando el comportamiento de los siervos que invierten su dinero, no está promoviendo la bolsa de valores.  Más bien está mostrando a sus discípulos la necesidad de no escatimar sus talentos.  Para ser cristiano en espera de la venida del Señor tenemos que usar nuestro tiempo, tesoro, y habilidades para el bien del otro.  Si solamente esperamos su regreso sentando en nuestras manos, vamos a estar traicionando a Jesús que murió por nosotros.  Es instructivo que papa Francisco tiene el valor de declararse en favor de personas muchas veces despreciadas como los inmigrantes y homosexuales.  De ninguna forma quiere aprobar la inmoralidad.  Más bien está promoviendo el amor que Jesús muestra en cada página del evangelio.

En la segunda oración eucarística el sacerdote pide a Dios que lleve la Iglesia “a su perfección por la caridad”.  A veces perdimos este objetivo por no mostrar la caridad a diferentes tipos de persona.  El papa Francisco nos ha enseñado cómo extenderla a todos. Esperemos que todos nosotros lo escuchemos.

El domingo, 8 de noviembre de 2020

 TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, 8 de noviembre de 2020

(Sabiduría 6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

Este año no ha habido ninguna carencia de exhortación para ser previsor.  Desde marzo todo el mundo ha sido exhortado a limpiar sus manos, mantener la distancia social, y llevar una mascarilla.  Se insisten estas medidas para limitar la propagación del virus Covid-19.  Porque se valora la salud, es necesario que se cuide en estas y otras maneras.  En el evangelio Jesús exhorta a sus discípulos que sean previsores con la parábola de las diez jóvenes.  Pero, Jesús no tiene pensado la salud del cuerpo sino la del alma.

La parábola advierte que nos preparemos para el regreso de Jesús.  Después de casi dos mil años nos preguntamos si va a volver Jesús.  Algunos cristianos dicen “no”, que el regreso refiere a su resurrección de la muerte.  Pero nosotros cristianos católicos esperamos su venida al final del tiempo, aunque no tenemos ninguna idea cuando suceda.  Nos interesa que la parábola menciona una tardanza del regreso.

Nos preparamos para su venida por vivir justamente.  Las cinco jóvenes traen aceite extra para mantener sus lámparas encendidas si el esposo tarda.  Lámparas encendidas simbolizan obras buenas.  En el Sermón del Monte Jesús enseña a sus discípulos: “’Brille…la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo’”. Con la parábola de las jóvenes Jesús dice a los mismos discípulos: si no han hecho obras buenas por los demás, van a quedar fuera del reino de Dios.

Siempre se ha considerado visitar a los enfermos como obra buena.  Ahora con la pandemia se ven todos los ancianos como enfermos en un sentido.  Si les toca el virus, están en peligro de la muerte.  Por eso, se aíslan en sus casas fuera del trajín de personas.  Sin embargo, al aislarse de sus familias y amistades los ancianos a menudo experimentan la soledad profunda.  Les puede deprimir particularmente durante los festivos del fin del año.  Por eso, deberíamos pensar en modos de comunicarnos con los ancianos en noviembre y diciembre. 

Por supuesto, queremos atender a nuestros propios familiares primero.  Querríamos telefonearlos continuamente si no podemos estar con ellos en persona.  El otro día el diario describió el dilema de una familia cuya madre vive en otro pueblo centenares de millas distante.  Usualmente la mujer sube un avión para pasar el Día de Acción de Gracias con sus hijos y nietos.  Pero este año no solo el avión sino también estar en medio de niños representan riesgos considerables.  La familia tiene que duplicar sus esfuerzos para estar con su madre virtualmente.  Además de comunicarse con Skype pueden mandarle los manjares de la temporada.

Pero nuestra caridad tiene que extenderse más allá que la familia si nuestra luz brillará “ante los hombres”.  Hay muchos ancianos solitarios en los asilos, sean de los ricos o de los pobres. Algunos no tienen a hijos para visitarlos.  Otros sí tienen a hijos, pero ellos los han abandonado.  Tenemos que buscar modos de consolarlos aun con las restricciones de Covid.

Dentro de poco vamos a estar preguntado a uno a otro si estamos preparados para la Navidad.  Por supuesto, significaremos si hemos comprado regalos y decorado el árbol navideño.  Este ano querremos prepararnos para la Navidad también por hacer obras buenas por los ancianos.  Pues, se puede pensar en la Navidad como ensayo para el regreso del Señor al final del tiempo.  Por apoyar a los ancianos estaremos preparando para Jesús.

El domingo, 1 de noviembre de 2020

 LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

(Apocalipsis 7:2-4.9-14; I Juan 3:1-3; Mateo 5:1-12)

Hace doce años un escritor americano publicó un ensayo acerca de su pariente, un cura italiano.  El autor era casi extático que el primo de su abuelo fue nombrado como santo de la Iglesia.  Dijo que al saber que su primo era un santo lo ha hecho en un hombre mejor.  Acreditó al papa San Juan Pablo II por haber facilitado la canonización de muchos santos como su primo.  De hecho, este papa canonizó a más personas como santos que todos los demás papas anteriores de él combinados.

San Juan Pablo II creó que el pueblo necesita a santos como modelos para sus vidas.  Reconoció cómo el Concilio Vaticano II llamó a todos los fieles de la iglesia a la santidad.  Por eso, exhortó a la gente que no pensara en los santos como “héroes insólitos” de la santidad.  Dijo que hay muchos caminos a la santidad de modo que cada persona pudiera alcanzarla. 

En el festivo hoy celebramos a todos los hombres y mujeres que han pasado por estos caminos a la misma vez accesibles y no mucho tomados.  Tenemos en cuenta a los santos canonizados como San Gaetano Catanoso, el cura italiano y primo del autor americano.  También recordamos a los Santos Louis and Zelie Martin, una pareja francés y padres de Santa Teresa del Niño Jesús.  Aunque son canonizados, a lo mejor no vamos a encontrar sus nombres en nuestros calendarios de parroquia.

También celebramos ahora a muchos santos que ni Roma conoce.  Son las personas que han transitado sus caminos a la santidad en la oscuridad relativa.  Posiblemente todos nosotros hayamos conocido al menos a una persona que si no estaba ayudando a los demás estaba rezando por ellos.  Puede ser el hombre que todo día se detiene en la parroquia para hacer el mantenimiento sin cobrar nada. Es persona tan confiable que todos desde el párroco hasta los más nuevos parroquianos lo vean como amigo.    O puede ser el juez que viene a la misa del mediodía de su corte donde se conoce como árbitro sabio y justo. 

Las bienaventuranzas trazan ocho caminos a la santidad.  Todos tienen el matiz de la humildad.  El santo no quiere su propia voluntad sino se somete siempre a la voluntad de Dios.  Los pobres de espíritu no buscan ni la riqueza ni la fama sino esperan de Dios como su recompensa.  Los que tienen hambre y sed de justicia no maquinan para obtener su propio bien sino hacen lo que Dios quiere de ellos.  Los limpios de corazón no tienen ningún motivo más que el deseo de cumplir la voluntad de Dios.  En resumen, ser santo es dejar la carrera de hacerse admirado para dar la gloria a Dios con hechos del amor.

Nos gusta ver a los niños en disfraces en Halloween, la vigilia del Dia de Todos los Santos.  Algunas llevan ropa de una reina o de Ricitos de oro. Otros se visten como vaqueros o como Batman.  Los flojos aparecen como vagabundos.  Está bien.  Todos son acogidos entre los santos si se someten a la voluntad de Dios.  Todos seremos acogidos en la compañía de los santos si nos sometemos a la voluntad de Dios.


El domingo, 25 de octubre de 2020

EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, 25 de octubre de 2020

 (Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

 Hay un dicho: “Todos los caminos llegan a Roma”.  Se puede cambiar el dicho para los cuatro evangelios.  “Todos los caminos llegan a Jerusalén”.  El propósito de los evangelios es mostrar cómo Jesús muere en Jerusalén para redimir al hombre del pecado.  Por los últimos cuatro domingos hemos encontrado a Jesús en Jerusalén debatiendo con los líderes judíos.  Primero, tuvo que explicar a los sumos sacerdotes por qué él había volcado a las mesas en el templo.  Entonces, el domingo pasado se probó más astuto que los fariseos que querían tropezarlo con la pregunta sobre el tributo a César.  Ahora Jesús responde a otra pregunta tendenciosa.

Un doctor de la ley se acerca a Jesús preguntando cuál mandamiento es el más grande.  Hay 613 mandamientos en la ley mosaica.  Se consideran todos como importantes.  ¿Es el más grande el primero escrito en Génesis, “Sean fecundos, multiplíquense, llenen l tierra y sométanla”?  O tal vez sea el primero en el Decálogo: “No tendrás otros dioses aparte de mí”.  De todos modos, Jesús no parece desalentado por ser probado con una pregunta tan nudosa. Al contrario, como un joven brillante parece afanoso a manifestar su entendimiento.

Jesús responde al interrogante más con la sabiduría que el mero conocimiento.  No hay ninguna autoridad anciana que forme el primer mandamiento en el mismo modo como él.  Tal vez Sócrates diría: “El mandamiento más grande es 'Conoce a ti mismo'”.  Macchiavello, el famoso filósofo político del Renacimiento, quizás propondría: “Sé fuerte para que todos te respeten”.  Pero Jesús, cuya voluntad humana siempre conforma con la voluntad divina, hace algo maravillosamente original.  Por su ascendencia judía dice que hay que amar a Dios sobre todo.  Pero inmediatamente añade, como si no hubiera el primero sin el segundo, hay que amar al prójimo.  Como caballo y carruaje, no es posible amar a Dios si no amamos a las demás personas humanas.

Pero ¿qué es el amor en que Jesús se refiere?  Ciertamente no es el gusto como brindan los turistas llevando camisetas: “Yo amo Nueva York”.  Ni es la gratificación sexual como tendrían los cantos contemporáneos.  No, el amor que tiene en cuenta Jesús es el sacrificio del yo por el bien del otro.  Es el amor de que escribe San Pablo a los romanos: “Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Se puede ver este amor en la vida de los santos.  Santa Teresa del Niño Jesús quería ir a las tierras misioneras y morir como mártir.  Pero no solo era monja en convento sino también enferma y débil.  Entonces se dio cuenta que pudiera realizar su deseo de ser martirizada por profundizarse en el amor.  Se dedicó cada vez más a la oración y al bien de sus compañeras en el convento.  Asimismo, se dice de San Martín de Porres que pasó las noches en la oración y la penitencia y los días mostrando la bondad de Dios a tocos.  Un día al regresar a su convento, Martín encontró a un hombre sangrando acostado en la calle, la víctima del puñal de un asesino.  Martín vendó la herida tanto como posible y lo apresuró a su convento para salvar su vida.  Allí tenía que ponerlo en su propia cama porque el superior de convento lo prohibió que ampararan a los enfermos en el convento.  Cuando el superior se enteró, exigió una explicación de Martín.  El humilde hermano dijo no pensaba que el precepto de la obediencia superara lo de la caridad.

“El que ame mucho, hace mucho” es un dicho simple.  Tiene raíz en el evangelio y también en la vida de los santos.  Este tipo de amor sobrepasa las disimulaciones encontradas en cantos y en camisetas.  Aquellos que lo siguen cumplen los primeros mandamientos de Jesús: "Ama a Dios primero, entonces a tu prójimo”.

El domingo, 18 de octubre de 2020

 EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO, 18 de octubre de 2020

(Isaías 45:1.4-6; I Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

Nadie nos debatirá que ha sido un año muy extraño.  La pandemia ha hecho casi todo diferente.  Muchos no van a trabajo sino trabajan en casa.  Aquellos que van a la oficina, tienda, o taller llevan máscaras.  Este año se recordará como raro también por las elecciones americanas.  Se han nombrado dos hombres muy distintos como candidatos para la presidencia.  Uno asiste en la misa cada ocho días y lleva el rosario en su bolsillo. Sin embargo, él no adhiere a uno de los valores más altos de la fe católica – la necesidad de proteger la persona humana desde la concepción.  El otro candidato no se presenta como religioso.  De hecho, algunas acciones suyas parecen poco cristianas.  Pero por su nombramiento de tres jueces a la Corte Suprema posiblemente será conocido como el presidente que ha hecho más para los no nacidos que cualquier otro.  Somos afortunados tener este evangelio de la moneda de César para reflexionar sobre estas elecciones únicas.

Los fariseos y los herodianos se juntan para tropezar a Jesús.  En su tiempo estos dos partidos son tan diferentes como los demócratas y los republicanos hoy día.  Sin embargo, porque ven a Jesús como enemigo común, combinan sus fuerzas para castigarlo.  Se acercan a Jesús, el maestro ascendiente de la ley, con una cuestión ardiente.  Piden su juicio en si es lícito pagar el impuesto, que es tributo, a Roma.  A muchos judíos les parece el impuesto como apoyar la supresión del reino de Dios en la tierra prometida.

Jesús evita responder directamente a su pregunta.  Se da cuenta de la insinceridad de sus interrogantes.  No quieren la sabiduría de Jesús sino su humillación ante el pueblo.  Pero Jesús es más astuto que ellos. Les pide la moneda para pagar el impuesto.  El hecho que la tienen ellos muestra que están dispuestos a pagar el impuesto deplorado.  Entonces él da su juicio: “’Den…al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’”.

Ahora algunos quieren que los obispos se declaran en favor de candidatos y partidos en las elecciones.  Sus motivos a menudo son tan egoístas como los de los fariseos.  Quieren de personas respetadas el respaldo político para sus candidatos.  Sin embargo, los obispos como Jesús en el evangelio no están respondiendo directamente a la cuestión.  Hay un par de razones para este planteamiento.  En primer lugar, si los obispos apoyan un candidato o un partido, estarán poniendo la Iglesia en peligro financiero.  En los Estado Unidos las entidades religiosas no tienen que pagar impuestos si no se meten en la política.  En segundo lugar y más importante, los obispos no pretenden ser expertos en cuestiones políticas.  Reconocen que su pericia es la moral personal y no el manejo del bien común. 

No obstante, como Jesús recomienda que demos a César lo que es de César, los obispos tienen algunos consejos para los fieles en las elecciones.  Sobre todo, piden a los votantes que formen sus conciencias según la tradición moral de la iglesia.  Esta tradición nos urge que consideremos el carácter del candidato.  Queremos oficiales públicos que no desviarán de la rectitud en un ambiente lleno de orgullo, dinero, y lujuria.  También la tradición recomienda que se busquen los candidatos capaces de cumplir sus objetivos. Los gobernantes deberían ser personas que inspiran y cooperan con los demás. Ni la moral pasa por alto que los líderes sean personas de principios altos: respeto para la dignidad humana, convicción para resolver la mayoría de los problemas al nivel personal o familiar, y sentido que el bien común a veces requiere sacrificios personales.

A veces las elecciones nos desaniman.  Sentimos que los elegidos no son las personas más preferibles.  En estos casos nos puede ayudar la primera lectura.  Dice Isaías que con Ciro, un rey pagano, Dios alcanza su objetivo.  Dios a menudo se aprovecha de personas poco justas para formar un pueblo más recto.  Por eso tenemos que seguir rezando a Dios.  Pidámosle que forme, con sus modos infinitos, una sociedad justa donde se preserve la dignidad humana.  Pidamos a Dios que forme una sociedad justa.

El domingo, 11 de octubre de 2020

 EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

Hace seis años las cabeceras reportaron algo llamativo.  Dijeron que el papa Francisco cree que hay campo para las mascotas en el cielo.  Era noticia novedosa porque la Iglesia nunca había declarado sobre tal cosa.  Sin embargo, después de una investigación se determinó que el papa no dijo nada de la salvación de animales.  Los periodistas evidentemente estaban confusos.

No es que la Iglesia tenga desdén para los animales.  Más bien, ella ve solo a las personas humanas, hechas en la imagen de Dios, como dignos de un destino eterno.  Sí, los animales, particularmente los que tienen algún sentimiento, merecen respeto.  Pero sería como encontrar un burro volando en el aire ver un gatito vagando en el cielo.  Una cuestión más nudosa que los animales en el cielo es si todas personas humanas se encontrarán allí.  Por el amor que el Señor nos exige, esperamos que sí.  Sin embargo, el evangelio hoy indica que no es seguro.

Se debería escuchar la parábola de Jesús como relatando la historia de Israel.  Todos los elementos corresponden a las personas y eventos de esa nación.  El rey es Dios.  El banquete de bodas es la vida eterna que Él ha preparado para su pueblo.  Los criados que salen para invitar a la gente al banquete son los profetas. Los primeros invitados son los líderes del pueblo con dinero en sus bolsillos y arrogancia en sus corazones.  Cuando reciben la invitación del rey, buscan excusas de no asistir por despecho.  Como la parábola indica, los líderes de Israel trataron brutalmente a los profetas, particularmente a Jeremías.

Entonces el rey hace una segunda invitación.  Esta vez los criados son los apóstoles de Jesús que llaman al pueblo al arrepentimiento en su nombre.  Los que responden son tanto los criminales y prostitutas como la gente sencilla.  Ellos son aceptados en el banquete si han dejado sus modos anteriores para vivir como hijos e hijas de Dios.  Pero una persona se ha colado en la celebración sin cambiar su vida.  Se identifica por no haber un traje de fiesta.  Este traje es el vestido blanco bautismal simbolizando que la persona ha elegido una manera nueva de vivir.  Porque este hombre no se ha conformado a los modos de Dios, no pertenece en el banquete.

Leemos esta parábola en la misa no para aprender la historia de Israel sino para informarnos cómo complacer a Dios.  Como los filipenses en la segunda lectura están generosos con San Pablo, Dios quiere que ayudemos a los pobres.  Una parroquia pide compromisos de familias de hacer sándwiches para los pobres.  No es tarea difícil, pero aporta palpablemente el bien de los desafortunados.  Desgraciadamente muchas familias que se han comprometido no cumplen sus promesas.  Sin duda tendrán excusas comparables con aquellos de los primeros invitados en la parábola.  Están ocupados y tienen que cuidar a sus mascotas.  Estas familias también son como el hombre sin traje de fiesta; eso es, sin la reforma verdadera.

Un servicio del Internet da cinco excusas para no ir a trabajo.  Una excusa es que se espera una remesa grande.  Otra es que se tenía que hacer una cita con el veterinario para la mascota.  Al mundo le gustan tales excusas para evitar cosas desagradables.  Pero deberíamos cuidarnos.  El banquete celestial no es desagradable sino es la cosa más agradable posible.  No queremos pasar por alto la invitación.  Más bien, queremos hacer todo posible para aprovechárnosla.

El domingo, 4 de octubre de 2020

 El VIGESIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

No todos, pero muchos hombres sueñan de tener un terreno donde podrían hacer un huerto.  Plantarían frutales. Sembrarían verduras. Tendrían corral para un caballo o una vaca.  No sería de gran área el terreno, pero les rendiría no solo frutas sino también la paz.  Este sueño es la base de la parábola de Jesús en el evangelio hoy.

El propietario presta su viña a algunos trabajadores.  La tierra es fértil y bien preparada.  Con esfuerzo puede producir mucho fruto.  Se puede entender la viña como la posibilidad de la buena vida que se proporciona a cada uno de nosotros.  Tenemos no solo cuerpos para trabajar físicamente.  Aún más maravillosa, tenemos almas para imaginar y realizar nuestras ideas.  Estas capacidades cualifican a los humanos como cocreadores con Dios, aunque mucho más inferiores.

Sin embargo, no somos libres para hacer cualquiera cosa que nos dé la gana.  Siempre tenemos que hacer la justicia.  Eso es, no debemos defraudar a nadie ni mentir.  También, porque todos somos vinculados, tenemos que cuidar al uno y al otro, particularmente a los débiles.  En primer lugar, somos responsables por los nuestros; eso es, por nuestros hijos y nuestros padres mayores.  Pero nuestra responsabilidad se extiende también a los pobres, a los infantes, incluso a los no nacidos, y a los ancianos.  La justicia abarca también el agradecimiento a Dios.  Donde la parábola dice que el propietario envía “a sus criados para pedir su parte de los frutos”, tiene en cuenta todos estos actos de la justicia.

Sin embargo, los trabajadores de la viña no rinden la justicia a los criados sino la desgracia.  En la época de los reyes de Israel, el pueblo abusó a los profetas.  La parábola sigue a predecir lo que los sumos sacerdotes y líderes del pueblo judío harán a Jesús: le echarán mano, lo sacarán fuera de la ciudad y lo matarán en la cruz.  Por eso, el propietario toma la viña a los trabajadores para dársela a los otros.  Esto es lenguaje parabólico.  Significa que Dios tomará la promesa del Reino a los judíos para darla a los discípulos de Jesucristo.

Se puede decir que, aunque la promesa del Reino se ha pasado a los cristianos, no es seguro que todo cristiano lo heredará.  Es posible que algunos pierdan su herencia por la misma falta de justicia.  Hay una pareja que trabaja siete días por semana para ganar la vida.  Tienen cuatro hijos todavía jóvenes. Aunque estos padres pueden proveer a sus hijos con teléfonos y zapatillas de deporte Nike, tienen que darles más.  Tienen que proporcionarles su atención y su cariño.  También deben honrar a Dios el domingo como se nos manda.  Si no cumplen estas responsabilidades, son ni buenos padres ni hijos de Dios dignos.

Ahora festejamos a San Francisco de Asís.  Era persona que siempre tenía en cuenta a los pequeños, sean los pobres o las responsabilidades cotidianas.  El introdujo el pesebre de Navidad para ayudar a los pobres contemplar la encarnación de Dios como hombre.  También, tenía siempre en su corazón alabanzas a Dios por la creación.  Imitamos su espíritu cada vez que cuidemos a los débiles. De igual importancia, nos probamos herederos del Reino cuando demos a Dios las gracias.  Qué estas cosas sean los frutos de nuestras almas: cuidar a los débiles y dar gracias a Dios.


El domingo, 27 de septiembre de 2020

 EL VIGESIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)

Una vez un querido teólogo describió una falta que tenía.  El hombre estaba dando una charla en una conferencia de académicos.  Por una gran parte hablaba de un colega que era el teólogo más conocido en este país en su tiempo.  Dijo el charlista que su colega hizo todo con la perfección.  Entretanto – siguió -- a él no le importaba la perfección.  Bromó que él sólo quería hacer cosas “un poco mejor” que los demás. 

Por lo menos este hombre quería que sus hechos fueran verdaderamente superiores a aquellos de otras personas.  La mayoría de nosotros quieren sólo que nuestros hechos sean vistos como mejores.  No nos importa mucho si en verdad son superiores.  Somos personas presunciosas; eso es, personas vanas.  No hemos tomado a pecho las palabras de San Pablo en la segunda lectura hoy.  Dice: “Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción…”  Al contrario, el santo apóstol quiere que seamos humildes como Cristo.

La persona humilde reconoce tanto sus limitaciones como sus posibilidades. No pretende ser médico si tiene dificultades en la escuela. También el humilde no ambiciona ser reconocido como el más grande de todos, sino procura hacer lo que pueda para el bien de los demás.  Sabe que todo el mundo tiene sus propios talentos y que solo Dios merece ser adorado. Hay un sacerdote que nunca ha querido ser párroco principal. A lo mejor no tiene mucha capacidad con la administración.  No obstante, como cura dedicado al servicio, el sobresale.  Siempre está dispuesto a visitar a los enfermos y escuchar las confesiones. 

La persona humilde tampoco se jacta sobre lo que ha hecho.  Él o ella sabe que no es responsable por todo lo bueno que ha hecho.  Más bien, se ha formado por la crianza de sus padres, por la diligencia de sus maestros, por el ejemplo de sus compañeros, y, sobre todo, por la gracia del Espíritu Santo.

Como siempre, Jesús es el mejor ejemplo de la humildad.  Él podía haber existido en la harmonía con su Padre y el Espíritu Santo para la eternidad.  Pero se humilló a sí mismo tomando la carne humana para que nos salvara.  Por hacerse como nosotros, Jesús nos ha enseñado como vivir en este mundo de pecado.  No sólo esto, sino también murió en la cruz para vencer el poder del maligno sobre nosotros.

En el evangelio Jesús propone una parábola con dos hijos.  Seguramente en la narrativa de Mateo la parábola demuestra a los líderes judíos que no son tan grandes como piensen.  Sin embargo, se puede entender el significado de la parábola en otra manera.  El primer hijo es él a quien le falta la humildad.  Habla sólo para complacer a los demás, aun si tiene que mentir.  Entretanto, el segundo hijo es el que habla sólo la verdad.  No trata de engrandecerse en los ojos de su padre.  En el fin, él se humilla arrepintiéndose por haber rehusado a cumplir el mandato de su padre.

Hace poco murió la Señora Katherine Johnson.  Era matemática que trabajó mucho tiempo con la agencia de espacio externo de EE. UU.  También era negra, una característica que junto con ser mujer la hizo bastante diferente que la gran mayoría de sus colegas.  Cuando era chica, la Señora Johnson recibió de su padre un consejo sobre la humildad.  No coincide perfectamente con el consejo de San Pablo, pero va en el mismo rumbo.  Le dijo su padre: “Eres tan buena como cualquier otro…pero no eres mejor”. Estaremos bien si nos vemos a nosotros así: tan buenos como cualquier otra persona, pero no mejores.


El domingo, 20 de septiembre de 2020

 EL VIGESIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)

“Pago igual para trabajo igual”. Esto es principio tan sólido en el mundo laboral como el quinto mandamiento en la fe judío-cristiana.  Sin embargo, acabamos de escuchar a Jesús contando una historia en la cual el propietario no lo da.  De hecho, paga a unos trabajadores al menos diez veces más que otros por el trabajo rendido.  Nos preguntamos: “¿Dónde está la justicia en esto?” Pero tenemos que darnos cuenta de que Jesús no está comentando sobre la justicia laboral.  Para encontrar lo que Jesús quiere decir en la parábola hay que examinar su contexto en el Evangelio según San Mateo.

Jesús estaba en el camino a Jerusalén cuando un joven rico se le acercó. Quería saber qué tiene que hacer para ganar la vida eterna.  Jesús le dijo que tiene que vender todas sus pertenencias, dar el dinero a los pobres, y seguir a él.  Ni el dinero del rico ni cualquier hecho que pudiera cumplir por sí mismo le ganaría el Reino de Dios.  Cuando los discípulos de Jesús escucharon esto, quedaron estupefactos.  Para ellos los ricos tienen acceso al cielo porque tienen recursos para sacrificios por sus pecados.  Es posible que nosotros también quedemos sorprendidos por este juicio de Jesús.  Nos gusta pensar que las obras buenas que hacemos nos ganarán un rinconcito en el cielo.  Para instruir a personas como nosotros en los modos de Dios, Jesús cuenta la parábola de los trabajadores en la viña.

La historia comienza en la madrugada con el propietario empleando a varios hombres. Llegan a un acuerdo: pagará a cada uno un denario por un día de trabajo.  Esta cantidad es más o menos suficiente para apoyar al trabajador y su familia por un día.  A diferentes horas hasta la tarde el propietario sale de nuevo para emplear a más trabajadores.  No les habla de pagos.  Al final del día, el propietario paga a todos los trabajadores el mismo denario como se acordó a pagar a aquellos en la madrugada.  Naturalmente, los obreros que han trabajado todo el día sienten engañados.

 Con la parábola Jesús no quiere impartir una lección sobre la economía laboral sino explicarnos los modos de Dios. Por supuesto, el propietario de la parábola representa a Dios. Como dice la primera lectura, sus modos no son como nuestros. En primer lugar, Dios no quiere ver a ninguna familia vaya con hambre. Más bien, quiere que todas tengan la suficiencia de recursos para vivir con dignidad.  Por eso, el propietario paga a todos igualmente. Pero hay significado más profundo aquí.  Jesús está diciendo a personas como nosotros que la entrada del Reino no depende de la cantidad de trabajo que hacemos.  No, es una selección libre de parte de Dios para sus hijos e hijas.  Ciertamente tenemos que responder a la oferta de Dios con obras buenas.  Notamos cómo nadie recibe el pago sin trabajar al menos una hora.  Pero el Reino de Dios es primera y últimamente un don de Dios para Sus hijos e hijas que lo aceptan en la fe.

Se puede decir que la mayoría de nosotros aquí presentes hemos estado trabajando en la viña por un tiempo largo.  Nos hemos esforzado para asistir en la misa todo domingo.  Hemos disciplinado nuestros deseos para comida, bebida, y sexo.  Tratamos de decir siempre la verdad.  Por eso, es posible que algunos sientan envidiosos de aquellas personas que se integran en la fe después de arrepentirse de una vida de puro placer.  Pero este tipo de pensar es tonto como la segunda lectura atestigua. 

Pocos hombres han trabajado por la fe más duro que San Pablo.  No obstante, en la lectura él nos dice que está dispuesto a seguir trabajando si es la voluntad del Señor.  Sabe que trabajando por el Señor tiene sus propios premios.  Cuando lo hacemos, estamos entre personas confiables.  Aprendimos cómo Dios ama a todos aún nosotros a pesar de nuestros pecados. Sobre todo, tenemos una relación de fe con el Señor que nos sostiene en tiempos buenos y tiempos malos.

A veces vemos letreros diciendo que una tal compañía o un tal bufete de abogados es de “fulano e hijos”.   Jesús en esta parábola nos cuenta que los modos de Dios son así.  La vida eterna es de “Dios y sus hijos”.  Dios nos ha seleccionado a nosotros para ser sus hijos e hijas de Dios con un rinconcito en el cielo como herencia.  Qué le respondamos con obras buenas.


El domingo, 13 de septiembre de 2020

EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO

 (Eclesiástico 27:33-28:9; Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35)

“No hay paz sin justicia.  No hay justicia sin perdón”, proclamó el papa San Juan Pablo II.  Sabemos porque la justicia es necesaria para la paz.  Sin la justicia, los oprimidos no van a desistir clamando sus derechos.  Pero ¿por qué es necesario el perdón?  La respuesta es un poco difícil pero no imposible de comprender.  El tiempo sigue adelante.  No se puede volver al pasado para corregir todas las injusticias de modo que la vida regresara al tiempo antes de que se cometieron las ofensas.  Por eso, las gentes tienen que perdonar al uno al otro para recrear la paz.  Sin el perdón van a ser condenadas a lastimar a uno al otro para siempre.  No es sorpresa entonces que Jesús hace hincapié en el perdón a través del evangelio.

Un hombre describe cómo tuvo un momento de verdad durante la misa dominical.   Dice que mientras rezaba el Padre Nuestro, se dio cuenta de que no perdona a aquellos que lo ofenden.  En el pasado siempre racionalizaba su falta de perdonar.  Decía que, por mantener el resentimiento, él se hizo más competitivo y, por ende, más exitoso.  Ya sabe que también se colocó fuera del perdón de Dios por su propia admisión.  Por eso, reza ahora: “Señor, hazme misericordioso, no mañana sino hoy”.

En el evangelio Jesús responde al interrogante de Pedro sobre el perdón de modo figurativo.  No quiere decir que se tiene que perdonar sólo setenta veces siete (eso es, cuatrocientos noventa) veces.  Más bien, por poner tan grande número hecho con los siete significa que un cristiano tiene que perdonar siempre.  Quizás esta respuesta nos desconcierte.  Podemos imaginar al duro criminal burlándose de Jesús: “A mí me gusta robar. Al Señor le gusta perdonar.  ¿No es esto un mundo perfecto?”  Sin embargo, el perdón es más que un acto compasivo de parte del ofendido.  Para realizar el perdón el ofensor tiene que arrepentirse. 

El arrepentimiento consiste en tres cosas.  En primer lugar, el ofensor tiene que ser contrito.  Si no se siente mal por haber ofendido, no es posible que sea perdonado.  Segundo, tiene que resolverse de no ofender más.  Tal vez nos encontramos siempre cometiendo el mismo pecado, sea ver la pornografía o hablar injustamente de otras personas.  Cuando confesamos estos pecados, ¿estamos perdonados, aunque es muy posible que vayamos a estar confesando las mismas cosas la próxima vez que confesemos?  Creo que sí, estamos perdonados siempre y cuando tenemos la intención sincera de hacer nuestro mejor esfuerzo para evitar el dicho pecado.  Debemos seguir confesando y pidiendo la ayuda del Señor.  En tiempo va a desvanecerse. Finalmente, tenemos que hacer remedio para nuestro pecado en cuanto posible.  Tal vez no podemos restaurar la reputación de la persona a quien hemos difamado.  Pero al menos podemos proclamar sus virtudes en público.

Queremos preguntar: “Si es necesario la contrición para ser perdonado, ¿cómo puede Jesús en la cruz perdonar a sus verdugos?”  Pero Jesús no perdona a sus verdugos.  Más bien, reza que su Padre los perdone.  A lo mejor implica su oración que sus verdugos se arrepientan.  Del mismo modo el mandamiento de amar al enemigo nos impulsa a rezar por aquellos que nos ofenden.  Queremos que ellos se reconozcan sus pecados y se arrepientan de ellos.

Una poeta escribió: “Errar es humano; perdonar divino”.  La prueba es la cruz.  Jesús murió en la cruz para ganar el perdón de nuestros pecados.  Pero no sólo eso.  Muriendo en la cruz Jesús también nos hizo hijos de Dios, eso es, en un sentido, divinos.  Ahora nosotros podemos no sólo pedir perdón sino también perdonar.  ¡Qué no seamos renuentes para hacer las dos cosas!


El domingo, 6 de septiembre de 2020


EL VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)

En el Sermón del Monte Jesús describe a sus discípulos con varios nombres.  Entre otros, los llaman “una ciudad edificada sobre un cierro”.  En otras palabras, son alumbramiento para ser visto por el mundo para que la gloria se dé a Dios.  En el evangelio hoy Jesús les enseña cómo hacerse un pueblo tan fulgurante.

Se conoce este discurso de Jesús como “el discurso sobre la iglesia”.  Jesús está instruyendo a sus discípulos cómo establecer la comunidad de fe.  No habla nada acerca de obispos y presbíteros, ni acerca de templos y conventos.  Su preocupación es el comportamiento: ¿cómo vive el cristiano?  Comenzó el discurso con una instrucción que sus discípulos sean humildes como un niño entre mayores.  Sigue con el pasaje que hemos escuchado hoy acerca de la corrección fraternal. Concluye el discurso con una exhortación que perdonen a uno a otro.  Desgraciadamente hoy en día no ponemos mucho énfasis en estos temas.

 No hacemos hincapié en estas instrucciones porque nos costaría mucho.  ¿Quién quiere ser humilde cuando los vecinos se jactan siempre de sus logros o sus adquisiciones?  Es más difícil aún decirle a otra persona que él o ella ha cometido pecado.  A lo mejor en lugar de convencer al otro de la necesidad de arrepentirse, la persona nos rechazará rotundamente.  Sin embargo, cuando lo hacemos con el amor, no hay necesidad de preocuparnos.  Hay un dicho: “Amigos no dejan a sus amigos conduzcan borrachos”.   No, aunque nos golpean cuando les tomemos las llaves del coche, no deberíamos dejarlos arriesgarse sus propias vidas y las vidas de otras personas.  Si no queríamos que se arriesguen sus vidas, ni deberíamos querer que se arriesguen sus almas.

 Jesús comienza su instrucción con las palabras “’Si tu hermano …” Tenemos que acercarse al pecador con el amor que tenemos para un hermano de familia.  No deberíamos actuar de rencor o de desprecio sino siempre con la caridad.  Jesús recomienda que le vamos solos la primera vez.  No quiere que humillemos al pecador.  Más bien quiere que le ayudemos reconocer su error y renunciarlo. Sólo si él rechaza a todos – a nosotros solos, a unas personas justas, y la comunidad entera – deberíamos quebrar relaciones cercanas.  No querríamos asociarnos con el pecador porque tenemos la misión de reflejar la rectitud como "una ciudad edificada sobre un cierro”.

 ¿Con qué tipo de pecado podríamos confrontar a una persona?  Hay una historia de una muchacha que jugaba tenis. Tenía bastante talento, pero le gustaba engañar cuando jugaba.  Si la pelota pegó la raya, lo llamó “afuera” cuando se debería haber jugado.  Alguien tenía que confrontar a esta muchacha con su pecado.  Ciertamente cuando percatemos a un hermano mintiendo o robando, deberíamos contarlo de su falta.

 En la segunda lectura San Pablo nos recuerda de la importancia del amor.  Todos sabemos esto, pero a veces olvidamos que el amor no siempre consiste en dar al otro cumplidos y consuelos.  A veces el amor nos impulsa decirle sus faltas y errores.  Como un médico cuyo paciente tiene cáncer tiene que contarle que su condición es seria, nosotros tenemos que advertir al pecador de la necesidad de arrepentirse.  Pero actuamos siempre con la sensibilidad. 

Un profesor de un colegio jesuita una vez escribió de un estudiante que le dijo que lo había odiado.  Dijo el muchacho que iba a cometer un pecado de lujuria con su novia cuando recordó las instrucciones del profesor.  Dijo a su clase que no se involucraran en ese pecado.  Por supuesto, el muchacho no odió al profesor sino lo estimaba.  Es así cuando hacemos correcciones fraternales con el amor en nuestro corazón.  Al final no estamos odiados sino estimados.