El domingo, 4 de septiembre de 2022

 VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)

La cuestión del bautismo de niños se ha hecho controversial en diferentes épocas de la Iglesia.  En la iglesia antigua algunos padres no querían bautizar a sus niños porque era probable que pecaran en su juventud.  Luego durante la Reforma protestante algunos reformadores dijeron que no es válido el bautismo de niños porque la persona tiene que hacer una decisión libre por Cristo.  La Iglesia ha respondido a estos planteamientos por decir tres cosas.  Primero, hay evidencia del bautismo de niños en el Nuevo Testamento.  Segundo, el bautismo les entrega a los niños de las tinieblas del error a la luz de la gracia.  Finalmente, en el bautismo los padres se comprometen a criar a sus hijos en la fe.   Sin embargo, los que fueron bautizados como niños todavía tienen que decidir por Jesús.   Por eso, Jesús nos reta a nosotros juntos con la gente siguiéndolo en el evangelio hoy.  Nos dice Jesús: “’Si alguno de ustedes quiere seguirme y no me prefiere … a sí mismo, no puede ser mi discípulo”.

Tenemos que preguntarnos primero cómo puede Jesús hacer una declaración tan tajante.  ¿Quién es él que tenemos que amarlo sobre todas las otras cosas?  ¿Está revelando su naturaleza divina en esta declaración?  Puede ser, pero también es posible que esté identificándose con la lucha contra Satanás.  Es como si un generalísimo pidiera a sus tropas que peleen por él para salvar la patria.  O en este fin de semana quisiéramos poner este ejemplo del mundo laboral.  Es como si un líder del sindicato fuera a pedir a los miembros que luchen por él para ganar la dignidad del trabajador.

Entonces Jesús avisa a sus seguidores que sean conscientes de lo que cuesta ser discípulo suyo para que eviten aparecerse tontos.  Para los pobres de sus seguidores Jesús les da el ejemplo de un campesino que antes de comenzar el proyecto calcula los gastos para construir una torre de vigilia en su viña.  Para los ricos Jesús compara la preparación del discipulado a un rey que ve si tiene las tropas para derrotar a otro rey antes de que lo ataque.  En otras palabras, Jesús está retando a sus seguidores que sean preparados para hacer sacrificios si quieren ser sus discípulos.

Lo que San Pablo pide a Filemón en la segunda lectura no es diferente.  Pablo quiere que Filemón libre a su esclavo Onésimo por motivo del servicio de Jesús.  Onésimo buscó a Pablo después de correrse de Filemón.  Evidentemente podía ayudar a Pablo de modo que Pablo quisiera conseguirle la libertad.  Filemón tiene que pesar su amistad con Pablo y tal vez su membresía en la comunidad de Coloso con el costo de librar a Onésimo.  Este costo será más que la pérdida de un siervo.  Pues, si independice a Onésimo, probablemente sus otros esclavos intentarán ganar su libertad por correrse a un apóstol. 

El evangelio hoy termina con Jesús declarando: “’…cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo''.  ¿Qué quiere decir con este dicho alarmante?  ¿Tenemos que destituirnos para ser cristianos?  Pero no es así.  La declaración significa que el discípulo tiene que ser listo a renunciar sus posesiones cuando sea necesario.  Como el campesino tiene que ser listo para gastar sus ahorros y el rey tiene que ser listo para sacrificar sus tropas, el discípulo tiene que prepararse sacrificar todos sus bienes si es necesario.  Tenemos varios ejemplos de este tipo de sacrificio.  Después de la crucifixión José de Arimatea dio su propio sepulcro para enterrar a Jesús.  Hace veinte años el hombre llamado “más rico en el mundo” dio la mayor parte de su riqueza a la caridad.  Hoy día la guerra en Ucrania ha revelado a muchas familias dispuestas a abrir sus casas a los refugiados.

En la película “Parque Jurásico” alguien comenta que la gente pagaría cualquiera cantidad de dinero para ver una isla llena de dinosaurios.  Tan interesante como sea eso, vale mucho más heredar el Reino de Dios como un discípulo.  No deberíamos preocuparnos con algunos costos involucrados para obtenerlo.  Que fijémonos en el bien que nos presentará el Reino de Dios.  

Para la reflexión: ¿Qué propondrás como costos para obtener el Reino?

El domingo, 28 de agosto de 2022

 

VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 3:19-21.30-31; Hebreos 12:18-19.22-24; Lucas 14:1.7-14)

Cuesta entender el evangelio de hoy.  Tiene que ver con los valores del Reino de Dios.  ¿Qué cualidades debemos desarrollar para ser acogidos en el Reino?  En lo que acabamos de escuchar Jesús nos describe dos.  Es cierto que Jesús no menciona la palabra "reino".  Sin embargo, San Lucas escribe que Jesús dice una “parábola”, y es característico de Jesús hablar del Reino con parábolas. 

Jesús aconseja a la gente que practiquen la humildad.  Les cuenta que tomen los asientos en el fondo del salón de fiesta cuando están invitados a un banquete.  Les asegura que no quedarán desilusionados.  A lo mejor el anfitrión los moverá a un lugar más prominente.  Sí no lo hace, aunque Jesús no lo dice, tendrán la oportunidad de conocer a gente sencilla.

¿Está surgiendo Jesús que finjamos la humildad para avanzar nuestros propios intereses?  Claro que no.  Si estuviera haciendo eso, estaría traicionando al Reino que ha venido a proclamar.  En el Reino de Dios todo el mundo es apreciado como hijo o hija de Dios.  ¿Qué más podríamos pedir?  En el mundo influenciado por el pecado hacemos distinciones según clases y logros.  Por eso, Jesús dice que el anfitrión exaltará a la persona distinguida.  Sin embargo, en el Reino todos con sus compañeros disfrutarán de la presencia de Dios, quienes sean.

Quizás pensamos que la humildad es uno de los valores menores del reino.  Escuchemos lo que San Agustín habla de ello: “… si la humildad no precede a todo lo que hacemos, nuestros esfuerzos son en vano”. Además, la humildad explica la acción de Cristo en la encarnación.  Como dice San Pablo: “Aunque era de naturaleza divina, no insistió en ser igual a Dios, sino hizo a un lado lo que era propio, y tomando naturaleza de siervo nació como hombre”.

Jesús también recomienda la hospitalidad como valor del Reino.  Como en el caso de la humildad, se puede distorsionar esta virtud.  Si la persona invita a su casa solo a aquellos que pueden ayudarle personalmente, no tiene la virtud de hospitalidad.  La hospitalidad verdadera no pide nada a cambio.  Siempre ello proporciona al otro la comida o el alojamiento gratis.  El origen de la palabra hospitalidad aun indica esto.  Viene de la palabra latín hospes que significa extranjero.   A lo mejor el extranjero no va a regresar el favor que se le da porque vive lejos.

Para asegurarse de la hospitalidad verdadera Jesús insiste que la gente invite a los pobres, cojos y en una manera u otros desafortunadas a sus fiestas.  Para Jesús no es cuestión solo de que cuidemos a las necesidades de los pobres.  No, para él tenemos que cuidar a los pobres como amigos en nuestras casas.

Hay varios otros valores del Reino de Dios.  Ciertamente contaremos entre ellos el amor, la paz, y la alegría.  Son como las frutas en el tiempo de cosecha: las sandías, las fresas, las manzanas, y un mil otras.  Todos los valores que desarrollamos ahora hacen nuestra vida más rica.  Todos serán presentes a la misma vez cuando venga el Reino de Dios en su plenitud.

Para la reflexión: ¿qué son los valores del Reino que te cuesta a desarrollar?

El domingo, 21 de agosto de 2022

 EL VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO, 21 de agosto de 2022

(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)

A lo mejor ustedes como yo tienen esta inquietud.  Nos preguntamos lo que pasará con nuestros parientes y amistades que fueron criados como católicos pero ahora no practican la fe.  Además, algunos viven en relaciones siempre consideradas como pecaminosas.  Sin embargo, conocemos a ellos como “buena gente”.  Prestan la mano a aquellos en necesidad, y siempre hablan con sensatez.  Nos preguntamos como la persona que interroga a Jesús en el evangelio si nuestros seres queridos se salvarán.

Tal vez deberíamos preguntar primero: ¿qué es la salvación?  Se usa este término tanto que haya acumulado diferentes significados.  La salvación es la perfección de toda creación logrado por la acción de Dios en Jesucristo a través del Espíritu Santo.  Se cumplirá solo al final de los tiempos. Sin embargo, se puede pensar en ella como el cielo que tiene una existencia ahora.  Cuando hablamos de la salvación personal, estamos preguntando si un individuo va a participar en este gran triunfo de Dios.  Porque tendrá lugar después de la muerte de todos viviendo ahora, podemos dirigirnos a la condición del alma cuando fallece.   

En el evangelio hoy Jesús parece dudar que muchos sean salvados.  Dice: “’Esfuércense entrar por la puerta que es angosta… muchos tratarán de entrar (la salvación) y no podrán’”. Antes del Vaticano II la Iglesia enfatizaba la dificultad de ser salvado.  Los católicos, si fuera posible, habían de confesar, ser ungidos, y recibir la Santa Comunión antes de morir.  Se decía que los protestantes tenían menos posibilidad de salvarse porque no recibían los sacramentos salvo al Bautismo.  Y no se ofrecía casi ninguna esperanza de la salvación a los no cristianos.  Existe una carta escrita por San Francisco Javier que ilustra este punto dramáticamente.  Laborando intensamente en la India para convertir a los hindúes, el Santo escribió a San Ignacio diciendo cómo querría recorrer las universidades de Europa.  Les habría gritado a los estudiantes que su preocupación de la ciencia en lugar de ser misionero estaba excluyendo multitudes de hindúes del cielo y precipitándolos al infierno.

La postura de la Iglesia acerca de la salvación recibió una nueva faz en Vaticano II.  El Concilio declaró que los no cristianos sí se pueden salvar.  Si no conocen a Cristo por ninguna falta propia, sinceramente buscan a Dios, y se esfuerzan hacer Su voluntad, pueden participar en la salvación al final de los tiempos. Sin embargo, Vaticano II no era tan optimista de la salvación de las muchedumbres como algunos piensan hoy en día.  El Concilio advirtió del engaño del Maligno que despista a muchos en el camino de la salvación. Por eso, vio la grande necesidad de la evangelización.

Los moralistas han propuesto algunas consideraciones sobre la libertad que afecta la salvación.  Dicen que la libertad para hacer una decisión por la cual la persona es plenamente responsable siempre es limitada.  Vale dar un ejemplo aquí.  Si la persona es abusada por un sacerdote como niño, es posible que él o ella tenga tanto temor de la Iglesia que no pueda acudir a ella cuando crezca.  Sin embargo, no se puede usar este razonamiento como pretexto para evitar la responsabilidad de todo pecado.  Como indica la segunda lectura, Dios puede estar usando experiencias malas como correcciones de la conducta.  

Es mejor que no presumamos que la misericordia de Dios permita que todos entren la gloria al final de los tiempos. Más bien que esforcémonos a cumplir tres objetivos.  En primer lugar, que recemos por aquellos que no se aprovechen de los sacramentos.  Deberíamos pedir a Dios que los despierte al hecho que se encuentre Su amor primariamente en la Iglesia.  Al mismo tiempo queremos contarles de la eficacia de los sacramentos.  En segundo lugar, que trabajemos entrar el cielo por la puerta angosta como testimonio de la verdad del mandato de Jesús en el evangelio hoy.  Finalmente, que apoyemos las misiones, sean en países extranjeros o la obra de la nueva evangelización. El mundo entero necesita no solo la buena nueva del amor de Dios sino también guías para responder a ello apropiadamente.

La primera lectura hoy nos asegura que la salvación es para el mundo entero.  Como prevé Isaías, al final de los tiempos habitantes de todas las naciones se acudirá la ciudad de Dios.  Pero esta visión no nos da licencia de pensar que nosotros seamos automáticamente salvados.  No, la salvación, siempre resultado de la misericordia de Dios, requiere también nuestros propios esfuerzos.

 

Para la reflexión: ¿Cómo veo yo al Maligno engañándome hacer pretextos por mis culpas?

El domingo, 14 de agosto de 2022

 VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, 14 de agosto de 2022

(Jeremías 38:4-6.8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)

A todos excepto los más brutos de gentes les gusta pensar en Jesús como “el príncipe de la paz”.  Este término se encuentra en el libro del profeta Isaías para describir el rey futuro que conquistará todos los enemigos de Israel.  Se acuerda bien con Jesús no porque Jesús es jefe militar sino porque ha conquistado el pecado.  Por eso, nos quedamos asombrados cuando lo escuchamos decir en el evangelio hoy: “No he venido para traer la paz sino la división”.

Jesús dice que no solo traerá división sino también el fuego.  Ciertamente está hablando simbólicamente aquí.  No quiere emprender incendios sino instituir el amor lo cual a menudo es asociado con fuego.  Más precisamente, está hablando del amor del Espíritu Santo.  Este amor no busca en primer lugar su propio bien sino el bien del otro.  Igualmente importante, el amor del Espíritu no intenta a satisfacer todo deseo del amado sino quiere facilitar su bien verdadero. ¿No diríamos que el amor de una madre para su bebé es defectivo si le da de comer solo chocolates?  El amor debe dirigirse siempre a la unión del amado con Dios, el bien supremo.  

Jesús dice también que anticipa recibir un bautismo.  Desde que fue bautizado antes de empezar su ministerio, este bautismo es de otro género.  Originalmente el bautismo significaba una inmersión o hundimiento. Se puede decir que la persona abrumada por el dolor ha recibido un bautismo de sufrimiento.  Esto es lo que se entiende acá.  Jesús recibirá un bautismo de sufrimiento cuando muera en la cruz y un bautismo de vida cuando resucite de entre los muertos.  Fuimos bautizados en estas inmersiones de sufrimiento y de cuando nos trajimos a la pila.  Jesús aguarda con grande anticipación este bautismo de muerte y de vida para compartir sus beneficios con nosotros.  No le importa el dolor que lo acompaña porque nos ama tanto.

Cómo Jesús va a traer división debería ser entendible ahora.  Él se ha hecho la persona más significativa en la historia.  Cada persona humana tiene que escoger o por él o contra él.  Es verdad que para la mayoría de los habitantes de la tierra como los chinos, los hindúes, y los musulmanes esta elección no es tanto como un voto para un hombre singular sino por el verdadero amor que él representa.  Este amor, el amor del Espíritu Santo, es más que sentimientos tiernos.  Tiene ramificaciones en los modos vivimos.  Cuando estamos con otros tipos de personas, ¿los respetamos como imágenes de Dios?  Cuando estamos solos, ¿refrenamos los deseos de lujuria o de venganza que rompen una vida sana?  Cuando estamos para votar, ¿consideramos la posición de los candidatos sobre cuestiones cruciales como el aborto y la eutanasia? 

En la primera lectura se puede ver a Jeremías como un tipo de Jesús.  Como Jesús, él predica el amor de Dios para su pueblo.  Pero, otra vez como Jesús, habla de un amor que quiere el verdadero bien no solo la euforia.  Sabe que Dios está corrigiendo a Israel por su infidelidad.  Por eso, no concuerda con los jefes del pueblo que quieren que él aliente a la gente que resista a Babilonia.  Su tiempo en el pozo prefigura el exilio que aguantará Israel en Babilonia.  El pueblo tiene que sufrir para que sea renovado en su fe.

La lectura de la Carta a los Hebreos hace hincapié en la fe.  Exhorta al pueblo que mantenga la fe en Jesucristo como su redentor.  El autor no quiere que regresen a las sinagogas de sus parientes.  Más bien quiere recordarles ponerse al lado de Jesús resultará en un premio eterno.

En el evangelio según San Juan Jesús dice que la paz que él nos da no es la paz de este mundo.  Quiere decir que su paz no es la euforia del cese de hostilidades.  No, su paz llega más al fondo.  Su paz es la división permanente entre nosotros y el pecado.  Es la vida unida con Dios, el bien supremo.

 

Para la reflexión: Explique cómo puede ser Jesús a la misma vez el “príncipe de la paz” y la causa de la división.