El domingo, 4 de abril de 2021

 EL PRIMER DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Podemos imaginar fácilmente cómo se sentían.  Los participantes del funeral del policía matado en Colorado hace dos semanas estaban tristes e incrédulos.  Se preguntaban cómo podría Dios permitir que una persona tan buena como el oficial Eric Tanney morir en el disparo. Tenía a siete hijos y una historia de servicio dedicado.  Encontramos a las tres mujeres en el evangelio caminando al sepulcro de Jesús con emociones tan turbadas como ellos.

Jesús les dio a las mujeres la esperanza de una sociedad más justa.  En lugar de desdén para los pecadores, él predicaba apertura al perdón.  En vez de rehuir a los pobres y enfermos, les ayudó.  En lugar de no hacer caso al maltratamiento de las mujeres en el divorcio, él defendió su causa.  Vio la sociedad transformada por el reino de Dios.  Pero ahora les parece a las mujeres que las esperanzas de una renovación de la vida han caído como casitas en el camino de un bulldozer.

Es posible que algunos de nosotros se sienten así después de uno de los años más difíciles desde las guerras mundiales del siglo pasado.  Sea por Covid o sea por otras enfermedades, varias de nuestras amistades y parientes han muerto este año pasado.  Muchos niños apenas han avanzado en la escuela.  Particularmente la gente más pobre ha tenido dificultades económicas. 

Dentro de la comunidad de fe han surgido varias preocupaciones graves.  Existe la posibilidad de apostasía en Alemania sobre cuestiones morales como “matrimonios homosexuales”.  Covid ha traído nuevas preocupaciones sobre la asistencia de misa. Con el confinamiento y las dispensas de la obligación de asistir en la misa dominical, el número de participantes en la iglesia se ha disminuido grandemente.  Notando la tendencia de abandonar la fe en los tiempos recientes, los demógrafos predicen que muchos que han asistido en misas virtuales no regresarán al templo.  Entonces habrá más parroquias cerradas y menos fondos para continuar la misión apostólica.

Estos problemas prácticos tienen su paralelo en el evangelio.  Las mujeres se preguntan quién quitará la piedra del sepulcro por ellas.  Sin embargo, cuando llegan, descubren la piedra ya quitada.  Vislumbrando adentro, encuentran al ángel.  Él les cuenta que no tengan miedo.  Entonces entrega las noticias inauditas: Jesús ha resucitado.  No se encuentra entre los muertos porque vive de nuevo. 

Este mensaje expresa la fe pascual como nuestra esperanza.  Sí a veces nuestros problemas aparecen abrumadores, pero no van a derrotarnos porque Jesús ha resucitado.  Él va a superar las apostasías, las carencias de gente y de recursos, nuestras dudas y aun nuestra muerte.  Pues, es el Señor de la historia que no se puede vencer.

Jesús, el resucitado, quiere que nosotros participemos en su victoria.  Tenemos que visionar y trabajar para un pueblo renovado.  En el evangelio el ángel manda a las mujeres que digan a los discípulos que lo encuentren en Galilea.  Allá Jesús comenzó su misión con mucho éxito.  De allá comenzará de nuevo a anunciar el Reino de amor y justicia.  Pero esta vez su misión no será limitada a Israel sino incluirá el mundo entero. 

En tiempos pasados en el Domingo de Pascua todo el mundo llevaba ropa nueva.  Podía ser un vestido, una corbata, o un par de zapatos.  Curiosamente, en esta época de abundancia hemos dejado esta costumbre.  No obstante, la ropa nueva era solo un símbolo de la persona renovada.  Se espera que siempre nos vivamos como mujeres y hombres nuevos.  Sea que llevemos vestido nuevo o solo una nueva sonrisa, que practiquemos el amor y la justicia.

El domingo, 28 de marzo de 2021

 DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)

Cada uno de los evangelistas tiene su perspectiva propia de la pasión de Jesús.  Lucas ve a Jesús repartiendo su bondad a todos lados.  Juan lo tiene reinando sobre el mundo desde la cruz.  Marcos hace hincapié en el sufrimiento de Jesús no solo de la tortura física sino también mental.  En Marcos Jesús muere completamente aislado: de su pueblo, de sus discípulos, aparentemente de su Padre, Dios. Que miremos un poco los rechazos que experimenta Jesús y preguntemos qué nos enseñan.

En Getsemaní Jesús pide a sus discípulos más cercanos que velen con él.  Pero ellos caen en sueño.  Mucho peor uno de los doce traiciona a Jesús, y todos huyen de él.  Jesús está tan absorbido con angustia que no responde ni al beso de Judas, ni al intento mal concebido para defenderlo con espada.  No es difícil imaginar cómo se siente Jesús cuando se marcha con sus captores: ofendido, desilusionado, deprimido.

Jesús no puede esperar justicia de los jueces judíos.  Hacen el juicio en la noche como si quieran ocultar la verdad.  Traen testigos falsos que lo calumnian.  El veredicto es unánime: Jesús debe morir.  Agregan el insulto a la herida cuando le escupen, lo abofetean, y lo ridiculizan por ser profeta falso.  Pero de ninguna manera es profeta falso.  Ha profetizado que iba a sobrellevar tal maltratamiento brutal.

El juico romano no le va mejor.  Pilato trata a Jesús como si fuera un animal.  Para dar gusto a los judíos, él entrega a Jesús a los verdugos. Entonces los soldados lo abusan con azotes y burlas.

Por su puesto, el peor sufrimiento llega con la crucifixión.  Tres grupos de personas lo ridiculizan: los transeúntes, los sumo sacerdotes, y los dos otros hombres crucificados con Jesús.  Ningún discípulo se acude para consolarlo mientras experimenta la angustia extrema.  Finalmente, no puede aguantar más.  Grita, “¿Dios mío, por qué me has abandonado?” y muere.  Solo entonces Dios actúa.  Se rasga el velo en el templo rindiendo el lugar inútil.  El oficial romano proclama el juicio final humano cuando dice de Jesús: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.

Parece que Dios nos ha proporcionado esta versión de la pasión para ayudarnos cuando sentimos abandonados y deprimidos.  Puede ser después de la muerto de un hijo o la traición de un esposo.  No sabemos cómo vamos a continuar.  Entonces podemos pensar en Jesús en este evangelio de Marcos.  Él aguanta todo hasta respirar su último suspiro.  Al final descubre que su Padre Dios ha estado de cerca por toda su ordalía listo para redimirlo.  Podemos contar con el mismo Dios porque por Jesucristo es nuestro Padre también.

El domingo, 21 de marzo de 2021

 El Quinto Domingo de Cuaresma

(Jeremías 31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

Ha sido tanto tiempo desde nuestra última vez en un avión que casi hemos olvidado la experiencia.  Recordamos cómo abordamos el avión treinta o cuarenta minutos antes del despegado.  Nos acomodamos mientras los otros pasajeros encontraron sus asientos.  Entonces hubo un aviso: iban a tomar una cuenta.  Si había puestos vacíos, admitieron a algunas personas más y cerraron la puerta.  Ya el avión podía partir a los cielos.  La narrativa del evangelio hoy comienza con una experiencia semejante. 

Cuando se entera de la venida de los griegos, responde Jesús que ha llegado la hora de su glorificación.  Dirá más adelante que cuando sea levantado, atraerá a todos a él.  Evidentemente los griegos representan la vanguardia de las muchedumbres que vienen a Jesús.  Ya es tiempo que él salva al mundo.  Nosotros vemos a todos viniendo a Jesús en la catolicidad de la Iglesia.  Hay católicos en todas partes del mundo, desde Argentina a Siberia.

En la Iglesia nosotros católicos somos llamados a participar en la nueva alianza que Dios ha forjado por la muerte y resurrección de Su Hijo.  El profeta Jeremías habla de esta alianza en la primera lectura.  Los judíos rompieron la alianza de Moisés por olvidarse de la Ley escrita en piedra.  La nueva alianza se hace entre Dios y el nuevo Israel, ambos judíos y no judíos que constituyen la Iglesia.  La ley de esta nueva alianza no será grabada en piedra sino en los corazones de los fieles.  En esta manera no se puede olvidar. Es el trabajo del Espíritu Santo formando a los seguidores de Jesús según su doctrina.

Pero la alianza nueva no es lograda solo con enseñanzas e inspiraciones espirituales.  Va a costar a Jesús la vida.  Él ofrece la parábola de la semilla muriendo en la tierra para describir su sacrificio.  Como la semilla tiene que ser desbaratada para producir fruto, así Jesús tiene que dar su vida.  No será nada fácil sino cosa áspera, penosa, espantosa.

Siempre veraz, Jesús no tiene vergüenza admitir el tumulto tomando lugar en su interior.  Pero declara que no va a pedir al Padre que se le quite esta ordalía.  Sabe que Dios le dio esta misión de su amor para el mundo.  Por eso, la va a cumplir.  Es cierto que en el Evangelio de Juan no vemos el dolor y la dificultad que Jesús experimenta en su pasión como se ve en los Evangelios de Mateo y Marcos.  Pero tenemos la segunda lectura como testimonio de su sufrimiento.  Dice la Carta a los Hebreos que Jesús aprendió obediencia sufriendo para que él produzca “la salvación eterna para todos”.

Un proverbio nos cuenta que lo que pase al maestro, pasa también a sus discípulos.  Como Jesús incurrió el desdén de los malvados, tenemos que esperar el mismo tratamiento.  Nos van a rechazar cuando insistimos, por ejemplo, que la intimidad sexual fuera del matrimonio siempre es inmoral.  No van a colgarnos de una cruz, pero probablemente se burlarán de nosotros.  Cuando nos pase injusticias así, queremos acordarnos de la voz del Padre en este evangelio: “’Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’”.  A nosotros también nos glorificará porque hemos hablado la verdad.

Se dice que se simboliza el Evangelio de San Juan con un águila porque el texto vuele muy alto.  Más que en cualquier otro evangelio, Jesús en este evangelio se presenta como hombre del cielo.  Ahora tenemos que prepararnos a remontar las alturas con él en los próximos dos domingos.  Estamos para verlo levantado alto en la cruz el domingo próximo.  Entonces, lo veremos levantado más alto aún en la Pascua de la resurrección.


El domingo, 14 de marzo de 2021

 EL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(II Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Recordémonos por un minuto la “gran recesión” de 2008.  La sobrevaluación de casas en los años anteriores resultó en una caída del mercado.  Muchos dueños de casa abandonaron sus hipotecas causando la quiebra de varios bancos.  Porque no hubo dinero para fomentar negocio, muchos trabajadores perdieron sus empleos.  Había otras causas también, pero el resultado fue tiempos difícil para mucha gente alrededor del mundo.  Tal vez no fue tan grande crisis como acabamos de experimentar con Covid.  Pero en este caso se puede echar la culpa en personas definitivas: los líderes financieros y gubernamentales que no supervisaron bien la especulación de dinero. 

Un año después la “gran recesión”, el papa Benedicto escribió una encíclica aconsejando a los líderes de sus responsabilidades.  Hizo hincapié en lo que llamó el “principio de gratuidad”.  Dijo que cualquiera persona que ocupe un puesto alto, sea executiva de gobierno, de negocio, o de otro sector, tiene que ser consciente de sus bendiciones.  El ejecutivo no alcanzó el rango alto sin la ayuda de otras personas.  No existe la persona que se haya hecho exitoso sin la ayuda de otros.  Todos han tenido a parientes, mentores, amistades, y tal vez la ayuda pública que han contribuido a su éxito.  Por eso, en gratitud por lo que han recibido, deberían cuidar al bien de los demás.  Este mismo “principio de gratuidad” nos sirve como la clave para entender las lecturas de la misa hoy.

La segunda lectura de la Carta a los Efesios dice que les vino la salvación por la “pura generosidad” de Dios.  Enfatiza que los efesios no habían hecho nada para poner a Dios en deuda a ellos.  Mucho menos podían haber logrado la salvación por obras suyas desde que la salvación consiste en la vida eterna.  Sólo tuvieron que abrirse a la gracia por creer en Jesucristo.  Somos beneficiarios de la misma gracia con el mismo beneficio.  Nosotros también tenemos que creer en Jesucristo para recibir la vida eterna.

El evangelio nos estipula lo que tenemos que hacer para creer en Cristo.  No es cosa de nacer en una familia cristiana como si la salvación fuera el patrimonio de uno.  Ni es asunto de decir “creo” como si la fe fuera un juego de palabra.  Como indica el evangelio, el creedor debe acercarse a Jesús, la luz del mundo.  De él aprenderá cómo vivir para que el mundo vea sus obras buenas.  Por la mayor parte, aquellos que siguen a Jesús son los mismos que crían a sus familias en el amor y trabajan duramente para el bien de todos.

Un licenciado fue encontrado en la iglesia el otro día rezando el viacrucis solo.  Él y su esposa crían a cuatro hijos.  Los llevan a misa todo domingo y en los festivos principales.  El hombre trabaja con un bufete de abogados que es especialmente útil para la minoría negra de la ciudad.  A lo mejor muchos aquí en la iglesia asemejan a este hombre.  En las palabras de Jesús, ustedes “obran el bien conforme a la verdad”.

Todavía no hemos dicho nada de la primera lectura.  Es parte de la historia rica de Israel.  Porque el pueblo rechazó la ley de Dios, fueron castigados con el exilio en Babilonia.  Sin embargo, Dios lo perdonó y envió a Ciro, el rey de Persia, para liberarlo. Ciertamente este pueblo estaba en deuda a Dios por su libertad.  En gratitud deberían haber mostrado al mundo sus obras buenas.