El domingo, 7 de junio de 2020

LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Éxodo 34:4-6.8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18)


Hoy celebramos a Dios.  Queremos conocerlo mejor.  De una manera no debería ser difícil.  Pues según los teólogos, Dios es el más simple de seres.  Como espiritual, Dios no tiene partes.  También, dicen los teólogos que su existencia es su esencia.  ¿Qué?  No nos preocupemos de esto; no es necesario que entendamos esta charla filosófica.  Hemos dicho que Dios es simple, pero también es misterio.  De hecho, es tan profundo misterio que no lo podamos comprender.  Por eso, vamos a satisfacernos con lo que dice de sí mismo en las Escrituras.

Por diferentes Escrituras Dios se ha revelado como una Trinidad de personas.  Es Padre, Hijo, y Espíritu Santo.  En el Antiguo Testamento aprendimos especialmente sobre Dios Padre.  Se necesita clarificar una cosa aquí. Dios en el Antiguo Testamento no es vengativo como han dicho algunos predicadores del pasado.  Sí se preocupa por la justicia, particularmente por la justicia hacia los pobres.  Pero como en la parábola del Hijo Pródigo, Dios se revela a sí mismo como misericordioso en el Antiguo Testamento.  Dice Él en la primera lectura hoy: “’Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel’”.  Y así es.  Rescató a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y nos rescata del pecado.

Algunos quieren hablar con Dios Padre como hablan con un vecino.  Esto no es malo, pero creo que tal conversación es más apropiada con Jesucristo, el Hijo de Dios.  En la primera lectura Moisés se postra en tierra cuando Dios pasa por él.  Deberíamos nosotros considerarlo con tanta reverencia que nunca diéramos por sentado sus bendiciones. 

El evangelio menciona al Hijo como el que Dios Padre envió para salvar al mundo.  En un sentido sabemos más del Hijo que el Padre y el Espíritu Santo porque se hizo hombre como nosotros.  Ciertamente Jesús se reía y lloraba como nosotros.  Amaba también pero de ninguna manera era su amor egoísta.  No amó a sus amigos para sacar placer o para aprovecharse económicamente.  No, amó a sus amigos y ama a nosotros por lo bueno que somos.  Quiere ayudarnos realizar nuestro destino eterno.  Tampoco era su amor "amor-lite".  Mostró el extenso de su amor cuando colgó en la cruz.  Sólo tan gran amor podía derrotar el poder del maligno.

Se ha descrito el Espíritu Santo como el amor entre Dios Padre y Dios Hijo.  La segunda lectura muestra esta verdad de una manera llamativa.  El pasaje consiste de los últimos versículos de la Segunda Carta a los Corintios.  San Pablo está recordando a la gente cómo deberían tratar a uno a otro. Desgraciadamente, la traducción que usamos en la misa no es exacta.  Dice que los cristianos deberían saludar a uno a otro con “el saludo de paz”.  Sin embargo, la palabra griega significa más que un “hola” o un apretón de manos.  Más bien, significa ósculo que es un beso piadoso.  Se han dicho que el Espíritu Santo es como tal beso entre el Padre y el Hijo.  El ósculo del amor divino toca a nosotros también.  Nos levanta de modo que veamos la bondad de todo hombre y mujer y los amemos como a nosotros mismos. 

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Son tres en número de personas pero uno en todo lo demás. Son uno en la voluntad para ayudarnos alcanzar nuestro destino eterno.  Son uno en el intelecto que sabe todos nuestros modos egoístas sin ponerse vengativo.  Sobre todo, son uno en el amor que le movió para hacerse nuestro vecino. 

El domingo, 31 de mayo de 2020


DOMINGO DE PENTECOSTÉS

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)


Supongo que es igual en la mayoría de los idiomas.  Cuando se habla de babel, la gente piensa en la confusión, aun la tontería.  El Génesis describe el origen de la palabra.  Una vez el mundo entero hablaba el mismo lenguaje.  Entonces los hombres de la ciudad llamada Babel conspiraron a construir una torre para que lleguen al cielo.  Pensaban que el logro los hiciera famosos.  Dios bajó del cielo para ver lo que estaban haciendo.  Cuando observó la torre, confundió el lenguaje de los hombres de modo que tuvieran que dejar el proyecto.  No se dice específicamente, pero se puede pensar que Dios sembró la confusión en los hombres por el amor.  Supo que iban a lastimarse si habrían continuado.  De todos modos en la historia de Pentecostés vemos el proceso en revés.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles cuenta de la venida del Espíritu Santo a los discípulos. Desciende con el ruido de miles de aves aleteando sobre un espacio.  Entonces aparece sobre los discípulos en forma de lenguas de fuego.  El Espíritu está capacitando a los discípulos a proclamar al mundo el amor de Dios en Jesucristo.  La maravilla es que todos los extranjeros presentes entienden a los proclamadores en sus propios idiomas.  Es como si el hombre ha aprovechado el poder del fuego por la segunda vez.

En la segunda lectura San Pablo cuenta del resultado de la venida del Espíritu.  La gente forma la Iglesia, que él llama “el Cuerpo de Cristo” en el mundo presente.  Los hombres y mujeres vienen de diferentes naciones, razas, y clases sociales.  No importan sus orígenes sino su bautismo.  Todos han sido inundados con el mismo Espíritu del amor.  Ya ellos también pueden salir al mundo para anunciar el amor de Dios.  Sin embargo, no será misión individual sino comunal.  Algunos salen en el camino.  Otros rezan por su éxito.  Todavía otros trabajan para apoyar el proyecto.

El evangelio subraya un tema céntrico de la misión. Con el don del Espíritu Jesús otorga a sus discípulos la autoridad para perdonar pecados.  Sin el perdón el amor sería como algodón de azúcar; eso es, toda dulzura y poca substancia.  Porque el perdón nos exige a dejar atrás el odio y el rencor, nos cuesta mucho.  El Señor está diciendo que cuando perdonamos, Dios nos apoya.  Ciertamente el entendimiento tradicional que la Iglesia ha dado este pasaje tiene valor.  Los obispos y sacerdotes reciben el poder de liberar a los pecadores de sus deudas.  Pero vale aceptar la frase también como la voluntad de Dios que perdonemos al uno y otro.

Vemos la necesidad de perdonar en los sucesos recientes.  La pandemia ha mostrado la fragilidad del mundo.  Aun las naciones más avanzadas no podían proteger a sus poblaciones del virus.  Miramos como un portaaviones estadounidense estuvo casi discapacitado por el virus entre su tripulación.  Deberíamos entender el virus como una advertencia de Dios al mundo.  Quiere que detengamos la búsqueda insistente para elevar el yo con más poder, plata, y placer.  En lugar de edificar el yo, Dios quiere que todos los pueblos se hagan más como una gran comunidad.  Eso es, que veamos a uno y otro más como compañeros que amenazas.  Con todas las enemistades que existen, para cumplir esta tarea tenemos que ser dispuesto a perdonar.

La pandemia nos ha enseñado mucho.  Los científicos saben más del originen y la contención de los virus.  Los gobiernos han aprendido cómo controlar una crisis.  La gente está más consciente del saneamiento.  Todo este conocimiento ha tenido un costo muy alto.  Pero valdría la pena si se añade una enseñanza más.  Valdría si al final el mundo se hace dispuesto a perdonar los pecados del uno y otro.

El domingo, 24 de mayo de 2020


LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23; Mateo 28:16-20)

Parece que el evangelio de la misa hoy no cuenta de la Ascensión.  Para la mayoría de la gente el evangelio sólo habla de una aparición de Jesús resucitado.  Sin embargo, deberíamos notar una frase indicando que Jesús ya ha ascendido al cielo.  Cuando Jesús dice: “’Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra’”, significa que ya ha ido al Padre.  Es el Padre que le ha otorgado "todo poder".  Esto es el significado mayor de esta fiesta de la Ascensión.  No celebramos la ida de Jesús al cielo tanto como su empoderamiento para ayudarnos. 

El evangelista Mateo hace hincapié en la plenitud que rodea a Jesús ahora.  No sólo tiene "todo poder" para ganar al mundo por su Padre.  También ha preparado todo lo demás. Jesús está enviando a sus apóstoles a todas las naciones, para enseñar toda su doctrina, con su asistencia todos los días.  Es como todas las preparaciones para un nuevo edificio se han llevado a cabo.  El plan se ha diseñado.  Los materiales se han comprado.  Los trabajadores se han empleado.  Se queda sólo la construcción.  Con Jesús apoyando a los ingenieros, no se espera mucha dificultad.

La lectura de la Carta a los Efesios sugiere cómo Jesús tiene la iglesia para llevar a cabo la campaña.  Dotada con el Espíritu Santo, la iglesia forma el cuerpo de Cristo que saldrá al mundo entero.  No será campaña de guerra sino de paz.  Cristo conquistará al mundo por dar amparo a los desamparados, educación a los niños, y hospitales para los enfermos. 

La lectura de los Hechos de los Apóstoles hoy describe el evento de la Ascensión como lo entiende San Lucas.  Los apóstoles vienen a lugar como siempre preocupándose de cosas no relevantes.  Pues todavía no han recibido el Espíritu Santo. Preguntan a Jesús: “’¿Señor, ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?’”  Pero  Jesús les deja instrucciones semejantes a las que oímos en el evangelio.  Les dice: “’…(ustedes) serán mis testigos…hasta los últimos rincones del mundo’”.  Como si quisieran subrayar la importancia de su misión, los ángeles los regañan cuando siguen mirándose al cielo.  Ya no es tiempo para preguntarse de los puestos de poder.  Ni es tiempo para maravillarse sobre los paraderos de Jesús.  Más bien es tiempo de prepararse para la venida del Espíritu con la oración.

Asimismo todos nosotros deberíamos prepararnos a tomar papel en la campaña de Jesucristo.  A lo mejor no vamos a ir a tierras extranjeras.  Sin embargo, hay muchas obras misioneras para nosotros dentro de la comunidad.  Algunos de nosotros pueden hacerse ministros extraordinarios de la Santa Comunión o cumplir otro cargo en la parroquia.  Es posible que nuestra misión sea limitada a nuestra propia casa cuidando a un pariente enfermo.  Quizás algunos participen en organizaciones públicas trayendo el amor cristiano al movimiento medioambiente o a los Scouts.  El propósito aquí es decir que nuestro aporte cristiano tiene que ir más allá que la oración dominical.  Tenemos que llevar a cabo la misión con que Jesús encarga a sus discípulos en el evangelio.  Tenemos que mostrar a todos el amor de Dios con nuestras obras buenas y ejemplos justos.

Todos nosotros hemos escuchado un sermón acerca del Cristo sin brazos y piernas.  En una versión se encontró esta imagen en un desván.  Apareció extraño a la gente.  Se preguntaron: ¿dónde están los miembros de Jesús?  Entonces el predicador responde: nosotros somos los brazos y las piernas de Jesús.  Él nos necesita para llevar a cabo su misión en el mundo.

El domingo, 17 de mayo de 2020


EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)


En los últimos dos meses el mundo entero se ha conocido con Zoom.  Este programa de computadora facilita encuentros con personas que no están presentes.  Ha sido particularmente útil durante el confinamiento.  Los negocios, las escuelas, aun los amigos queriendo festejar se lo han aprovechado de ello.  Zoom representa sólo el modo más corriente para experimentar la presencia en ausencia.

La gente desde siempre ha tenido modos para traer a mente la presencia de personas ausentes.  Las cartas todavía transmiten los pensamientos de amigos separados.  Los soldados han llevado recuerdos de sus familias a las frentes de batalla con fotos. Llamadas telefónicas han cerrado las distancias entre conocidos por casi un siglo.  En el evangelio hoy Jesús promete estar presente a sus discípulos una vez que los deje.  Indica  dos formas particulares que empleará para consolarlos cuando se vaya.

Jesús ha congregado a sus discípulos para cenar.  Él sabe que la hora ha llegado para sacrificarse por toda humanidad.  Quiere despedirse de aquellos que lo han acompañado por mucho tiempo.  Cuando comparte que tiene que dejarlos, sus discípulos se hacen turbados.  Tienen preguntas: “’¿Cómo sabemos el camino?’” y demandas: “’’Enséñanos al Padre’”.  Realmente no entienden lo que está pasando.  Sólo se sienten ansiosos con la partida  inminente de su líder.  Es semejante a la ansiedad que muchos se sienten ahora.

La persistencia de nuevos casos de Covid-19 ha hecho a nosotros ansiosos.  No sabemos si sería mejor seguir quedándonos en casa o reanudar las actividades normales.  Nos preguntamos si es prudente permitir que se abran los restaurantes y si es el tiempo indicado para celebrar las misas públicas.  No queremos poner en peligro ni a nosotros mismos ni a otras personas.  Pero tampoco queremos perder nuestros empleos o el ingreso para pagar las cuentas amontonando.

La ansiedad es nada nueva.  Los psicólogos dicen que en los últimos años los jóvenes se han angustiado sobre sus preocupaciones.  Demasiado atentos a los medios sociales los jóvenes se comparan a sí mismos siempre con los demás.  Se preguntan si son tan guapos, inteligentes, y capaces de ganar la plata como otras personas.  De verdad, miembros de todos grupos sociales tienen sus inseguridades.  Los mayores se preguntan si van a tener la salud ambas física y mental en la vejez.  Los ancianos a menudo no sienten seguros si existe la vida después de la muerte.  Aun los niños están más ansiosos que nunca.  Con tanta publicidad que ha recibido el calentamiento global, se preguntan si el mundo será habitable en cincuenta años.

En medio de estas preocupaciones escuchamos las palabras consoladoras de Jesús.  Nos aseguran que no vamos a ser dejados desamparados.  En primer lugar él va a enviar el Espíritu Santo para ayudarnos.  El Espíritu habita en nosotros como un GPS en un coche siempre manteniéndonos en el rumbo de nuestro destino.  También Jesús promete que él mismo volverá para acompañarnos en las pruebas.  Se cumple esta promesa con los sacramentos.  Cuando somos bautizados, es Jesús que nos recibe en la iglesia, su cuerpo.  Él nos ampara de las seducciones – drogas, sexo ilícito, ideas pretenciosas de nuestra propia grandeza -- que a menudo hacen tropezar a la gente.  Cuando el sacerdote nos unge con el olio de los enfermos, es Jesús que nos fortalece.  Él hace posible que enfrentemos aun la muerte con la paz. 

Una vez un niño tenía dificultad de dormir.  Estaba aterrorizado de la muerte porque la hermana de un amigo acabó de morir de leucemia.  Fue a la recamara de su madre y le contó de su miedo.  La madre lo invitó a pasar la noche en su cama.  Ella le dijo que todo será bien porque Dios nos ama.  Esto es el mensaje del evangelio hoy.  No tenemos que quedarnos ansiosos.  Dios nos ama.  Él manda a Jesús para acompañarnos.  Todo será bien.

El domingo, 10 de mayo de 2020


EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)

En el Evangelio según San Juan Jesús se describe a sí mismo con imágenes llamativas.  Dice: “’Yo soy la luz del mundo’”; “’yo soy el pan de vida’”; y “’yo soy el buen pastor’”.  Estos términos sacuden la imaginación de modo que pensemos en Jesús como más que un hombre.  Nos hacen pensar en Jesús como un ser que toca cada dimensión de nuestra existencia.  Es la luz que ilumina nuestra mente, el pan que aumenta nuestra fuerza, el pastor que guía nuestro destino. En el evangelio hoy Jesús nos da no sólo una imagen para contemplar sino tres.  Jesús dice: “’Yo soy el camino, la verdad y la vida’”.  ¿Cómo es Jesús “el camino”? ¿Qué quiere decir que es “la verdad” y “la vida”?

En el Evangelio de San Mateo Jesús dice que el camino a la salvación es estrecho y recorrido por pocos.  Tiene en mente un modo de vivir que exige el compromiso de un marino estadounidense en entrenamiento.   Tal vez por esta razón se llamaba la comunidad de discípulos en los Hechos de los Apóstoles “el camino”.  Son personas que se han dedicado a sí mismos totalmente a los modos de Jesús.  Por llamar a sí mismo “el camino”, Jesús indica que él es la ruta a Dios Padre.  Como continua, “’…nadie va al Padre si no es por mí’”.  Se puede seguir este camino sólo con su acompañamiento. Lo encontramos en los sacramentos.  En el Sacramento de la Reconciliación nos endereza nuestros modos chuecos.  En la Eucaristía fortalece nuestros espíritus debilitados para cumplir el viaje.

Jesús es el camino porque es la verdad.  En su juicio ante Pilato, el gobernador pregunta a Jesús, “’¿Qué es la verdad?’”  Esta pregunta es profundamente irónica porque Pilato está mirando la verdad en la cara cuando se dirige a Jesús.  Se puede considerar a Jesús como la verdad en dos sentidos.  Primero, Jesús es la verdad porque revela a Dios Padre al mundo.  Nos enseña su amor para todo ser humano y también lo que espera de nosotros.  Segundo, es la verdad porque él mismo es Dios, la fuente de toda verdad.  Por eso, cuando los investigadores encuentren un remedio para el virus Corona-19, vamos a decir, “Gracias a Dios”.  Sí, los investigadores habrán hecho un trabajo duro y merecerán nuestra gratitud.  Pero sabemos intuitivamente que detrás de sus esfuerzos queda Dios como el origen de toda realidad.

Cuando Jesús habla de “la vida”, tiene en cuenta más que la vida biológica.  Para Jesús, “la vida” es “la vida en abundancia”.  Es la vida de Dios: el amor, la paz, y el gozo.  Es la vida que nos enseña los santos como el papa Juan XXIII.  Este hombre de Dios no permitía que las preocupaciones del papado quitaran su sonrisa.  Por este segundo tipo de vida honramos a nuestras madres hoy.  Sí, nos han dado la vida biológica. Pero si fuera sólo eso que nos han proporcionado, no valdrán nuestro agradecimiento perpetuo.  Una mención como una contribuidora a nuestras vidas, sí.  Pero nuestro amor profundo busca una base en aportes más completos. Celebramos a nuestras madres hoy especialmente porque nos han mostrado el amor de Dios.  En nuestro miedo, nos susurraron palabras de apoyo.  En nuestros comportamientos malos, nos corrigieron.  Sobre todo, en nuestras necesidades se sacrificaron a sí mismas para proveer por nosotros. 

La pelicana es imagen que se han usado para Jesús pero puede ser aplicada también a nuestras madres.  Según una leyenda la pelicana da de comer a sus polluelos su propia sangre.  Por esta razón la parte inferior de su pico se apoya en su pecho.  Es del color rojo porque, según la leyenda, está picando su propia sangre para alimentar a sus proles. Es como Jesús dándonos de beber su propia sangre en la Eucaristía.  Es como nuestras madres sacrificándose a sí mismas continuamente por nosotros.  En esta misa damos gracias a Dios Padre por Jesús.  Este es sólo lo que deberíamos hacer.  Que no nos falte hacer una oración también por nuestras madres.