LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(Éxodo
34:4-6.8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18)
Hoy celebramos a
Dios. Queremos conocerlo mejor. De una manera no debería ser difícil. Pues según los teólogos, Dios es el más
simple de seres. Como espiritual, Dios
no tiene partes. También, dicen los
teólogos que su existencia es su esencia.
¿Qué? No nos preocupemos de esto;
no es necesario que entendamos esta charla filosófica. Hemos dicho que Dios es simple, pero también
es misterio. De hecho, es tan profundo
misterio que no lo podamos comprender.
Por eso, vamos a satisfacernos con lo que dice de sí mismo en las
Escrituras.
Por diferentes
Escrituras Dios se ha revelado como una Trinidad de personas. Es Padre, Hijo, y Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento aprendimos
especialmente sobre Dios Padre. Se
necesita clarificar una cosa aquí. Dios en el Antiguo Testamento no es
vengativo como han dicho algunos predicadores del pasado. Sí se preocupa por la justicia,
particularmente por la justicia hacia los pobres. Pero como en la parábola del Hijo Pródigo,
Dios se revela a sí mismo como misericordioso en el Antiguo Testamento. Dice Él en la primera lectura hoy: “’Yo soy
el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y
fiel’”. Y así es. Rescató a Su pueblo de la esclavitud en
Egipto y nos rescata del pecado.
Algunos quieren hablar
con Dios Padre como hablan con un vecino.
Esto no es malo, pero creo que tal conversación es más apropiada con
Jesucristo, el Hijo de Dios. En la
primera lectura Moisés se postra en tierra cuando Dios pasa por él. Deberíamos nosotros considerarlo con tanta
reverencia que nunca diéramos por sentado sus bendiciones.
El evangelio menciona
al Hijo como el que Dios Padre envió para salvar al mundo. En un sentido sabemos más del Hijo que el
Padre y el Espíritu Santo porque se hizo hombre como nosotros. Ciertamente Jesús se reía y lloraba como
nosotros. Amaba también pero de ninguna
manera era su amor egoísta. No amó a sus
amigos para sacar placer o para aprovecharse económicamente. No, amó a sus amigos y ama a nosotros por lo
bueno que somos. Quiere ayudarnos
realizar nuestro destino eterno. Tampoco
era su amor "amor-lite".
Mostró el extenso de su amor cuando colgó en la cruz. Sólo tan gran amor podía derrotar el poder
del maligno.
Se ha descrito el
Espíritu Santo como el amor entre Dios Padre y Dios Hijo. La segunda lectura muestra esta verdad de una
manera llamativa. El pasaje consiste de
los últimos versículos de la Segunda Carta a los Corintios. San Pablo está recordando a la gente cómo
deberían tratar a uno a otro. Desgraciadamente, la traducción que usamos en la
misa no es exacta. Dice que los
cristianos deberían saludar a uno a otro con “el saludo de paz”. Sin embargo, la palabra griega significa más
que un “hola” o un apretón de manos. Más
bien, significa ósculo que es un beso piadoso.
Se han dicho que el Espíritu Santo es como tal beso entre el Padre y el
Hijo. El ósculo del amor divino toca a
nosotros también. Nos levanta de modo
que veamos la bondad de todo hombre y mujer y los amemos como a nosotros
mismos.
Dios es Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Son tres en número de
personas pero uno en todo lo demás. Son uno en la voluntad para ayudarnos
alcanzar nuestro destino eterno. Son uno
en el intelecto que sabe todos nuestros modos egoístas sin ponerse vengativo. Sobre todo, son uno en el amor que le movió
para hacerse nuestro vecino.
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