El domingo, 6 de septiembre de 2015



EL VIGÉSIMO TERCERO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 35:4-71; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)


El profesor trajo a sus hijos a su clase de Shakespeare.  ¿Por qué quería a sus niños estar presentes? ¿Tal vez sólo estuvo cuidándolos porque su esposa estaba ocupada?  No, cuando se le interrogó, el dio otra razón. Dijo que quería que supieran que su padre realmente trabajó.  Explicó más que el abuelo de los niños se puso de ropa de trabajo todos los días y llevó lonchera al lugar de trabajo.  Entretanto lo vieron a él vistiéndose en la misma chaqueta que llevaría a la misa dominical.  El profesor quería que sus hijos reconocieran el valor considerable del trabajo sea hecho principalmente con manos o con cabeza.  Pues, con el trabajo la persona sirve a Dios y al prójimo tanto como ganar la vida por la familia.  En el evangelio hoy vemos a Jesús en su trabajo.  Según el Evangelio de Marcos Jesús una vez era carpintero pero dejó el martillo para curar enfermedades y predicar el Reino.

Jesús demuestra un modo definitivo para desempeñar su oficio.  Aparta al hombre sordo y tartamudo como un médico lleva a un enfermo en su consultorio.  Mete sus dedos en los oídos como si estuviera quitando cualquier obstáculo.  Entonces le escupe en la lengua para destrabarla.  Dice con firmeza: ¡“Ábrete”!  El tratamiento funciona.  El sordo comienza a oír como un operador del código Morse y hablar como una chismosa.  La pericia de Jesús no escapa la atención de la gente.  Lo reconoce como profeta trayendo la gloria de Dios.  Su persona es testimonio que por fin el esperado Reino ha llegado.

También nosotros tenemos que hacer el trabajo de Dios.  Por desempeñar nuestras tareas diarias con la nitidez cumplimos nuestra parte en el descubrimiento del Reino.  Como en el caso de Jesús nuestro trabajo es multiforme.  Comprende de los deberes de empleo, tareas de la casa, y servicio a la comunidad.  También como Jesús tenemos un rol en la salud.  Primero hemos de cuidar nuestra propia salud.  Entonces ayudamos a los demás: si somos médicos, damos las terapias indicadas.  La mayoría de nosotros sólo llevamos a nuestros enfermos al consultorio médico y aseguramos que tomen sus medicinas.  Pero algunos son llamados a hacer sacrificios más grandes.  Tienen que cuidar a un esposo o una esposa, a una madre o un padre, o tal vez a una tía o tío en sus últimos meses.  Es trabajo duro pero inminentemente en conforme con el sacrificio de Jesús. 

Este fin de semana celebramos juntos la labor.  El propósito del Día de Trabajo es mucho más que darnos otra ocasión de dormir tarde.  Aunque no se la practique mucho ahora, el Día de Trabajo es para apreciar el trabajo como ambas una necesidad y una oportunidad.  En la misa este fin de semana deberíamos orar en acción de gracias si tenemos trabajo sustantivo. Queremos también rezar por aquellas personas sin trabajo o cuyo trabajo no es satisfactorio.  También, sería bueno que meditemos sobre el trabajo, al menos un poco.  Que preguntemos: ¿Qué estoy contribuyendo a la sociedad?  ¿Cómo podría desempeñar el trabajo con mayor resultado para la persona que me paga y para mí mismo? ¿Están suficientes mis trabajos segundarios o debería aumentarlos?  No queremos hacer el Día de Trabajo en otro día de trabajo.  Pero sí queremos esforzarnos un poco para brindar el trabajo como el gran don que es.

El domingo, 30 de agosto de 2015


EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 4:1-2.6-8; Santiago 1:17-18.21b-22.27; Marcos 7:1-8.14-15.21-23)


Hace seis años una mujer escribió un ensayo perceptivo sobre la comida y el sexo.  Preguntó si la comida se ha hecho en nuestro tiempo el nuevo sexo.  Porque el evangelio trata de los dos temas, vale la pena revisar las ideas del ensayo un poco ahora.

Según la autora, los jóvenes hoy día se preocupan por la comida como sus abuelos se preocupaban del sexo hace cincuenta años.  Por ejemplo, hoy muchos jóvenes se oponen moralmente al comer carne y las especies de pescado en vías de extinción. También piensan malo consumir verduras y frutos genéticamente aumentados.  Entretanto, a los mayores de hoy no hacían sentido este tipo de pensar hace cincuenta años.  A ellos cada uno debería comer lo que le da gusto.  Dirían si tú quieres comer cangrejos o aun chapulines, es de ti para escoger. 

En cuanto al sexo las dos generaciones son igualmente opuestas a una y otra.  Los mayores no aprobaban el sexo fuera del matrimonio.  Consideraban como malo visitar una casa de prostitutas, cohabitar antes de casarse, y usar anticonceptivos para mantener una vida libertina.  Los jóvenes contemporáneos no aceptan ninguno de estas prohibiciones.  Con tal de que la pareja no es casada con otra persona, las relaciones sexuales son aventuras del descubrimiento y placer.  Obviamente hay dos mundos morales diversos.  ¿Cuál de los dos parece más cerca lo de Jesús en el evangelio que leímos ahora?

Los fariseos están acudiendo a Jesús para quejarse de sus discípulos.  Le dicen que los discípulos no guardan la tradición de lavar las manos antes de comer.  Para los fariseos las preparaciones para la comida son tan importantes como lo que se coma.  Según ellos, se tiene que cuidarse mucho con todo aspecto de la comida para vivir justamente.  Jesús no concurre con este modo de pensar.  Para él, al menos en el Evangelio según San Marcos, no es la comida que entre la persona y mucho menos la pureza con que esté preparada que cuente.  Más bien es lo que hace la persona: lo que sale de su boca y lo que producen sus manos.  Por la lista de acciones que se da en el pasaje son los pecados contra el sexto y el séptimo mandamientos que le más importan. 

No se cree que Jesús en su tiempo favoreciera la comida del puerco.  También si estuviera entre nosotros hoy día a lo mejor nos advertiría que no consumamos las especies de animales en peligro.  Por lo menos, la segunda advertencia es lo que sugiere el papa Francisco en su encíclica Laudato sí.   De todos modos, Jesús tendría más preocupación sobre el libertinaje que deja a los niños sin dos padres en la casa.  Y con mayor intensidad aún nos amonestaría que el sexo libre está contribuyendo al millón de abortos cada año.  Nos aconsejaría no porque considera el sexo como sucio o como un “mal necesario”.  Al contrario, nos hablaría sobre estos temas porque quiere que los matrimonios tengan relaciones realmente gratificantes.  Y nos corregiría porque quiere que nuestras familias  prosperen.

En la primera lectura Moisés amonesta a Israel que obedezca las leyes de Dios.  Sabe que para hacerse en una nación grande, Israel tiene que actuar con la virtud.  Las familias de hoy tienen que adherir al mismo camino de justicia.  Como dice una canción, el diablo tiene una línea de pescado con diez mil señuelos.  Si van a prosperar, las familias tienen que rechazar los señuelos del mal aunque les den gusto a algunos.  Tienen que rechazar los señuelos del mal.