El domingo, 2 de enero de 2011

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Una pareja de recientes casados piensan en regalos navideños. Ninguno tiene mucho dinero. Ella quiere comprar a su marido una cadena de platino para su reloj, pero ni tiene la décima parte del precio. Para conseguir el balance, vende su cabello a un hacedor de peluca. Cuando él regresa a casa, ella se preocupa por haber quitado el pelo que le daba mucha satisfacción. Pero le asegura que él la amaría con o sin cabello. Entonces le presenta su regalo – un juego de peinetas de madreperla. Ella muestra su gozo, y le da la cadena platino de reloj. Él sonríe; pues vendió el reloj para comprar las peinetas.

Algunos dirán que la pareja actuó neciamente por haber vendido lo que le valoraban mucho pero no nosotros. Sabemos que el regalo más atesorado es el que representa sacrificio de parte del donador. Nos sentimos más agradecidos por una pieza de cerámica hecha por nuestra hermana que por una tarjeta regalo que vale mil dólares. Habiendo celebrado el nacimiento de Jesús, tenemos que determinar lo que vamos a regalarle. Debería ser algo que nos cuesta personalmente. Los magos en el evangelio ofrecen algunas sugerencias llamativas.

El oro significa el carácter noble – el sumo de virtudes por las cuales nos mostramos como verdaderos discípulos de Jesús. El carácter bueno nos impulsa a cumplir nuestras responsabilidades aunque nos dificulte, a apoyar a los débiles aunque no nos gane nada, y a resistir los vicios aunque nos llamen la atención. La lesbiana que se dedica a su trabajo profesional y la caridad Sociedad de San Vicente de Paulo sin reclamar el derecho falso de tener relaciones sexuales se muestra como persona con carácter de oro.

El incienso simboliza la oración. Según un salmo, la oración sube al Señor como incienso quemado. Nuestras oraciones dan homenaje a Jesús porque reconocen que somos pendientes de él. Solos no podemos conseguir nuestro destino eterno, pero con él todo es posible. Por eso, indican también que no ha venido en vano. El entrenador de futbol en una secundaria llega para orar ante el Santísimo a las cuatro de la mañana un día cada semana. Es hombre con muchas responsabilidades pero sabe que sobre todo tiene que rendir cuentas a Dios.

Se usaba la mirra como especie para enterrar a los muertos. Se dice que en el evangelio la mirra anticipa la muerte de Jesús por el mundo. También como regalo nuestro significa la voluntad para sufrir, y morir si es necesario, por Jesús. En un pasaje notable de la Carta a los Colosenses, San Pablo escribe que por sus sufrimientos él completa lo que falta a los sufrimientos de Cristo. A lo mejor, este mismo espíritu de colaboración con Cristo le impulsa a un prisionero agonizante a aguantar sus dolores sin quejas ni exigencias de ser suelto.

El hombre saca un sobre de su cartera. Él sonríe; pues, leerá la carta de su hijo que le ha dado mucha satisfacción. Escribió el joven a su padre que el hombre no trabajaba en vano, que un día será orgulloso de él. Y cumplió la promesa no por darle una tarjeta regalo que vale mil dólares sino por desarrollar un carácter de oro. Como por el niño Jesús, es el regalo más atesorado por un padre o una madre. Sobre todo que desarrollemos un carácter de oro.

El domingo, 26 de diciembre de 2010

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

(Eclesiástico 3:3-7.14-17; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15.19-23)

En el principio y en el fin del evangelio según san Mateo Jesús enfrenta amenazas. Como escuchamos hoy, Herodes quiere quitar la vida del niño Jesús. En Getsemaní, después de la cena con sus discípulos, la pandilla enviada por los líderes judíos viene para tomarlo preso. En el primer caso José interviene para salvar a Jesús. Desgraciadamente durante la crisis en el jardín los discípulos se le huyen.

¿Qué le hace a José actuar tan valientemente mientras Pedro y compañía fallan miserablemente? Es cierto que a los discípulos todavía les falta la fortaleza del Espíritu Santo. Pero más al fondo es el diferente tipo de relación que los dos tienen hacia el Señor. José ha asumido el papel del padre de Jesús en el cual ve una extensión de sí mismo. Al otro lado, aunque los discípulos deberían ver a Jesús como su amigo, el “otro yo” por quien quisieran dar la vida, lo tratan como cualquiera otra persona. Eso es, lo miran como un complejo de debilidades y fuerzas que no vale el arriesgo de sus propias vidas.

Comúnmente se han visto los padres como proveedores y protectores de su familia. En el primer papel los padres proveen a los hijos tanto la sabiduría para madurar como el pan para crecer. A veces los padres hacen hincapié más en las cosas materiales que las cualidades espirituales provocando daño a los niños. El niño que tiene cada nueva invención de Apple pero carece del buen ejemplo de sus padres no tiene suerte sino problema. En el evangelio José modela al buen padre por seguir inmediatamente el mandato de Dios. No demora ni un día para llevar a Jesús y María a Egipto. Los padres de familia que llevan a sus hijos a los asilos para visitar a los ancianos o a los dispensarios para socorrer a los pobres están bendiciendo a sus hijos dos veces. En primer lugar están dándoles su tiempo fortaleciendo el vínculo del amor. Y en segundo lugar, están demostrándoles la necesidad de apoyar a los débiles como Dios manda.

Queremos proteger a nuestros hijos de todas formas de mal, sea los accidentes tráficos en la niñez o sea la pérdida del auto-estima en la adolescencia. Sin embargo, no podemos escudarles de todas las dificultades de la vida y es mejor que enfrenten algunos retos aun cuando son niños. En lugar de retirarse de una materia retadora de escuela, puede ser provechoso que el alumno reciba una nota más baja con tal de que aprenda cómo estudiar mejor. Por esta razón queremos estar allí para ayudarles levantarse si se caen y para hacer sentido de lo que les hayan pasado. El acompañamiento cercano parece particularmente necesario en este tiempo contemporáneo cuando la malevolencia puede invadir aun las recámaras de niños por las computadoras.

Se veía el presidente del consejo parroquial con su hijo a su par en la misa. El hombre tenía el misalito en mano leyendo las lecturas bíblicas. El niño también estaba estudiando el misalito tomando el ejemplo de su padre. Este hombre bendecía a su hijo dos veces. No sólo le enseñaba a cumplir el mandato de Dios de mantenerse cerca de Su palabra sino también le daba al niño el acompañamiento cercano. Sería buen propósito para el Año Nuevo. En primer lugar que nos mantengamos cerca la palabra de Dios. Y en segundo lugar que acompañemos de cerca a nuestros seres queridos.

El domingo, 19 de diciembre de 2010

EL IV DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Fernando Botero es pintor latinoamericano bien conocido. Nació en Colombia. Sin embargo, ha sido una persona marcada allá. Pues, ha pintado una serie de obras mostrando los abusos humanos realizados por los carteles de droga. Hace seis años Botero hizo otra serie de pinturas mostrando crímenes contra la humanidad. Esta vez retrató las barbaridades en Abu Ghraib donde los militares estadounidenses trataron allí a sus cautivos iraquís como animales. Dijo Botero que esperaba mejor de este país casi sinónimo con los derechos humanos. Ciertamente el maltratamiento humano traiciona el mensaje de la primera lectura y del evangelio hoy que hablan de Emmanuel, Dios con nosotros.

Cuando Isaías profetizó de Emmanuel naciendo entre el pueblo, a lo mejor tenía en cuenta su propio tiempo. Jerusalén estaba amenazada por los reinos de Aram (Siria) y Efraím (Israel) que querían formar una gran alianza para hacer frente a Asiria, el gran poder de la época. El profeta, hablando por Dios, había advertido al rey de Judá que no pusiera la confianza en las alianzas sino en Dios mismo. Entonces dijo que el nacimiento de un hijo de una joven serviría como signo de la presencia de Dios con Su pueblo. No es cierto quien fuera este niño pero se piensa que era el hijo del propio Isaías con su esposa. De todos modos, podemos afirmar que la presencia de Dios requiere que el pueblo respete a todos hombres y mujeres como imágenes del mismo Dios y no los trate como si fueran bestias.

El evangelista Mateo ve la profecía de Isaías como anticipando a Jesús. Jesús es hijo de una virgen verdadera, pero aún más importante es obra del Espíritu Santo. Con Jesús Dios ha hecho algo inaudito, realmente inimaginable: se hace hombre. Es como si la humanidad viviera en una cava por millones de años, y en un instante descubrió la maravilla del aire libre: el cielo, las montañas, los árboles, y el mar. Ya Dios es con nosotros no sólo en espíritu para ayudarnos soportar las penas de la vida sino en persona para transformar nuestros seres. La encarnación significa que Dios se ha unido a Si mismo con la humanidad para levantar a los humanos a la divinidad. Por este acto de infinita misericordia nosotros podemos amar a los demás en el modo de Dios y esperar la vida eterna con Él.

La encarnación de Dios nos impulsa a prestar la mano en servicio a los demás. Cuando vemos a un ciego en la cruce, le ayudamos aunque estamos tardes. Cuando vemos a un hambriento, le compartimos nuestro pan aunque sea la última rebanada. Cuando nos enteramos de personas maltratadas, no tenemos miedo para informar a las autoridades. Este domingo celebramos el 499 aniversario del famoso sermón de fray Antonio Montesinos defendiendo a los indios en lo que actualmente es Santo Domingo. Los colonizadores explotaban a los indígenas tanto que murieran en sus labores. “Estos, ¿no son hombres? – preguntó Montesinos a los españoles -- ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?”

Un iraquí ya trabajando con refugiados por las Caridades Católicas cuenta de su experiencia con los militares estadunidenses. En 1991 este hombre era soldado del ejército iraquí colocado en el sur del país cuando las fuerzas de las Naciones Unidas liberaban Kuwait. Dice que ante la fuerza norteamericana realmente inimaginable él abandonó su posición para volver a Bagdad. Estaba caminando con rifle en su espalda cuando encontró una patrulla americana. Los soldados le señalaron que se quitara del rifle y le permitieron a seguir marchando. Este acto de misericordia es lo que se espera de un país casi sinónimo con los derechos humanos. Es lo que se espera de humanos que han sido levantados a la divinidad.

El domingo, 12 de diciembre de 2010

EL III DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)

Los discípulos de Juan vienen a Jesús. Están confundidos. Juan ha dicho que el Mesías llevaría un bieldo para quemar a los malvados. Pero Jesús se sienta a la mesa con los pecadores hablando del amor de Dios Padre. ¿Qué pasa – preguntan los discípulos – “eres tú el que iba a venir…?” Los indígenas en México después de la conquista andaban con una pregunta semejante. Los españoles habían matado a miles de sus paisanos. Entonces vinieron los frailes misioneros diciendo que Jesús vino para salvar a ellos. Al mismo tiempo, destrozaron sus santuarios y pusieron a fuego sus escrituras. Pensaban, ¿realmente es Jesús el salvador o, posiblemente, otro fraude blanco? Nosotros hoy en día también preguntamos sí o no Jesús es el Salvador. ¿Puede él conducirnos a la paz del corazón? O ¿sería mejor confiar en la ciencia para vivir felizmente? Si la ciencia es nuestra salvación, cada uno tendría que tratar a sí mismo con el máximo cuidado. Descansaríamos ocho horas cada noche aún si nos llaman a prestar la mano en el refugio de desamparados. Pediríamos que el gobierno apoye investigaciones con los embriones para que produzcan medicamentos que sanen cada enfermedad amenazante.

Jesús manda a los discípulos de Juan que se den cuenta de las curaciones que él ha realizado. Ellas afirmarán que él es verdaderamente de Dios. En México del siglo XVI el nuevo templo pedido por la Señora misteriosa en el cerro Tepayac serviría el mismo fin. Erigido en el lugar donde sus antepasados habían orado, el templo confirmaría que los cristianos y, por ende, Cristo reconocían su valor como pueblo. Asimismo, en el mundo contemporáneo el mejor testimonio para la Señoría de Jesucristo es que sus seguidores echen esfuerzos para ayudar a uno y otro. Si vivimos cincuenta años o cien años no importa tanto con tal de que pasemos la vida en relaciones del afecto mutuo. El padre Henri Nouwen, uno de los más conocidos escritores de la espiritualidad, pasó sus últimos años en una comunidad de la Arca ayudando a personas con graves defectos físicos y sus donadores de cuidado. Decía que allí, entre gente que vive el amor evangélico, él conoció la paz del corazón.

Jesús no rechaza el mensaje de Juan sino que lo corrige. Juan es profeta indudable pero “el más pequeño en el Reino de los cielos es todavía más grande que él”. En otras palabras, aunque se necesitan sus palabras de amenaza para que la gente evite hacer el mal, más necesario aún es la conciencia del amor de Dios para cada humano para que la gente aprenda cómo hacer el bien. Como Jesús mejora el mensaje de Juan, la imagen que había dejado la Señora de Tepayac en la tilma de Juan Diego adaptó, y no destruyó, las costumbres indígenas para forjar una nueva civilización en Cristo. El sol, que había sido el mayor dios de los indígenas, no está completamente escondido por la figura de la Guadalupana sino sus rayos hacen hincapié a ella con el bebé que lleva. También, ambos su túnica roja representando al campesino de la tierra y su manto verde-azul significando la realeza azteca destacan a ella, la madre de Cristo, en solidaridad con el pueblo. Como han dicho los papás Juan Pablo II y Benedicto XVI, la evangelización no pretende reemplazar las culturas de los pueblos sino para renovar y purificarlas. De igual modo nosotros hoy no debemos rechazar la ciencia. Seguida con la prudencia, ella nos conduce a Cristo, la fuente de la sabiduría. Las farmacéuticas, tomadas como prescritas, nos posibilitará un mejor servicio al Señor. Y la investigación científica, hecha con respeto a la vida humana, desembocará en descubrimientos que hacen la vida más aguantable para todos.

En sus marchas por los derechos de trabajadores agrícolas César Chávez siempre llevaba la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. No es que todos los caminantes fueran católicas, mucho menos devotos a la Virgen. Pero la Guadalupana siempre ha significado ambos el amor de Dios para los humildes y el llamado a la solidaridad con uno y otro. Como en el siglo XVI, la Señora de Tepayac nos llama hoy a reconocer el amor de Dios e imitarlo entre los demás. La Señora de Tepayac nos llama al amor de Dios.

El domingo, 5 de diciembre de 2010

II DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-2)

Hoy es el segundo domingo de Adviento. Ha sido llamado “el domingo de Juan el Bautista”. Pues, cada año en este día oímos el grito del bautista en la lectura evangélica. “Arrepiéntete” – nos insiste – “porque el Reino de los cielos está cerca”. Juan domina la lectura tanto que nunca aparece Jesús en persona. Pero podríamos llamar hoy y todo Adviento “el tiempo del profeta Isaías”. A lo mejor se lee su libro de profecía en la misa más que cualquier otro durante estas cuatro semanas.

Desde luego, el mundo ha cambiado mucho desde el tiempo de Isaías. Las espadas y lanzas se han hecho ametralladoras y misiles. Las masas ya no viven en el campo con corderos, vacas, y bueyes, sino apiñan las ciudades con televisores y celulares. Sin embargo, en un aspecto no ha habido ningún cambio. Los pudientes siguen oprimiendo a los débiles para aumentar su propio beneficio. Isaías no deja de reprochar este abuso. Dice: “Dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda” (Isaías 1:11,17).

Se puede apuntar varios crímenes en la sociedad contemporánea que merezcan la denuncia de Isaías. Las guerras vuelven a los niños en huérfanos, y los negocios no se cansan de manipular al público. Pero una barbaridad señala la profundidad de la corrupción actual. Nuestra sociedad no sólo permite sino también promueve la destrucción de los más vulnerables seres humanos. Para mantener el libre acceso a la pornografía, a la promiscuidad sexual, y al divorcio sin culpa, se defiende el aborto como un derecho humano.

Nosotros volteamos a Cristo para hacer frente a todas estas abominaciones. Aunque era soltero, él reprochaba los pensamientos lujuriosos. Aunque era acosado, defendía a los indefensos sin contar el costo a sí mismo. Ahora se ve la sabiduría de Cristo en la doctrina de los papas que no nos permiten a olvidarse del aborto. Hace poco el papa Benedicto llamó una oración por el mundo precisamente en defensa de la vida naciente.

Cristo es el rey a lo cual refiere el profeta Isaías para remediar la iniquidad de Israel. Es el renuevo del tronco de Jesé con el espíritu de Dios. En Cristo los leones-publicanos se reconcilian con los novillos-pobres; las panteras-prostitutas se arrepienten como los cabritos descarriados. Pero toda esta visión del reino pacífico está en el horizonte lejano. A lo mejor Isaías tiene en cuenta a un líder más próximo para renovar la sociedad. Quien será no es claro en sus escritos. Estamos más seguros de las personas con que contamos para renovar nuestra sociedad. Los hombres y mujeres laicos tienen que levantar sus voces tanto en lugares públicos como en sus casas contra el aborto. También, tienen que educar a los adolescentes que reserven la intimidad sexual al matrimonio. Sobre todo, tienen que modelar cómo no vivir por el número uno sino por los demás haciendo los sacrificios necesarios.

Hace poco el papa Benedicto asombró al mundo con un comentario sobre el uso de condones. Dijo que cuando el homosexual se los aprovecha para evitar la enfermedad a su pareja, es un signo de arrepentimiento. No lo calificó como permisible, mucho menos bueno, sino que representa el primer paso al no pensar en el número uno. Es necesario que los hombres y mujeres laicos se arrepientan así. En lugar de defender la intimidad sexual como un derecho humano, tienen que verla con la reserva que merece. Es sólo el primer paso. Para renovar la sociedad se requieren muchos sacrificios más. Pero es necesario este primer paso.

El domingo, 28 de noviembre de 2010

I DOMINGO DEL ADVIENTO

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14; Mateo 24:37-44)

Hace sesenta años los bancos norteamericanos establecían “clubs de Navidad”. Invitaban a la gente a ahorrar su dinero para comprar regalos navideños. En diciembre los niños querrían unirse a los clubs, pero no les permitían, al menos por la Navidad venidera. Se les decía que tendrían que esperar hasta el otro año para aprovecharse de sus ahorros. Naturalmente los niños se sentían desilusionados. Tal vez algunos hoy en día también se sienten desilusionados cuando se les dice que el Adviento no tiene que ver en primer lugar con las preparaciones navideñas.

Aunque se termina Adviento con la celebración del nacimiento de Jesús, comienza con otro evento en cuenta. La Iglesia, recordando la promesa de Jesús para retornar al mundo al fin de los tiempos, se prepara para su regreso. El evangelio según san Mateo nos da un retrato bastante gráfico de esta eventualidad. Jesús vendrá en una nube con sus ángeles recogiendo a los elegidos por el toque de trompeta. Pero esta visión no es la única que la Iglesia utiliza para describir el fin de los tiempos. También nos propone la esperanza de Isaías en la primera lectura hoy. Cuando todos los pueblos se congreguen para aprender los modos de Dios, sabremos que la historia está acabándose.

Adviento es el tiempo para renovar nuestra esperanza. Esperamos la conquista de los enemigos que nos quitan la paz. Como sabemos demasiado bien, vivimos en un mundo quebrado. Ahora no sólo hay una guerra en Afganistán sino en México los carteles de drogas están batallando al gobierno. Dentro de nuestros corazones también hay un tipo de guerra. Cada uno de nosotros está en lucha con la voz engañadora insistiendo, “Quiero, quiero, quiero”. Quiero tener el sexo con todas muchachas lindas o todos muchachos guapos. Quiero ser número uno con todos admirándome. Quiero tener una casa de dos pisos, un Mercedes, un “I-phone 4”, y mucho más.

Tenemos que hacer una pausa aquí para preguntarnos, ¿qué es la diferencia entre una esperanza legítima y estos antojos de corazón muchas veces perversos? Pues, la esperanza beneficia a todos para siempre mientras los antojos sólo provienen una satisfacción pasadera a uno. Es la diferencia entre un pozo y una botella de agua o, tratando de un deseo realmente pervertido, la diferencia entre el 25 de diciembre y el 11 de septiembre. La esperanza tiene que ver con el amor que hace sacrificios como aquel de la hermana Beatriz Chipeta del país africano Malawi. Esta mujer ha organizado una serie de centros de capacitación para niños en una región afectada con la SIDA.

En el evangelio de hoy Jesús advierte que nos preparemos para su retorno con la vigilancia. San Pablo nos enseña cómo llevar a cabo este mandato en la segunda lectura. No tenemos que fijarnos en el horizonte como pasajeros aguardando un bus. Más bien, esperamos la venida del Señor por comportarnos honestamente. Eso es, que no siempre hagamos caso a la voz insistiendo que satisfagamos nuestros antojos sino que tratemos a todos con la bondad. Que seamos como José, un parroquiano que no sólo acoge a todos sino viene a la iglesia todos sábados para cuidar los terrenos.

Esperamos el retorno de Jesús no sólo en la vida sino también en la muerte. Según una costumbre cristiana todos los muertos son de enterrarse con sus cabezas apuntando al poniente. En esta manera cuando se levanten de la muerte con el fin de los tiempos, sus caras estarán acogiendo al Señor. Pues, Jesús es el sol de la justicia que vendrá del oriente para recoger a sus elegidos. Llamará a todos aquellos que han aprendido los modos de Dios como el parroquiano José y la hermana Beatriz. Jesús vendrá para recoger a todos sus elegidos.

El domingo, 21 de noviembre de 2010

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Hace cuatro años se estrenó la película “La Reina”. Tuvo que ver con Isabel II, la monarca actual de Inglaterra. No siguió la trayectoria de su vida sino sólo una semana de crisis. Diana, la esposa separada del príncipe Carlos, ha sido matada en un choque de carro. Todo el Reino Unido estaba en luto por la querida princesa. Sin embargo, la reina Isabel quería tratar la muerte como si fuera un asunto privado. Cambió su planteamiento sólo por la insistencia de su primer ministro. Al final del cine Isabel hizo una declaración reconociendo que el pueblo tanto como la familia real ha perdido a un querido ser. Hoy celebramos la fiesta de otro monarca, pero uno que nunca jamás tiene dificultad a simpatizar con la gente.

Jesús está colgando en una cruz. Se pone sobre su cabeza un letrero diciendo que es rey. Por supuesto el letrero no pretende a honrar a Jesús sino a burlarse de él. Uno de los dos malhechores crucificados con Jesús comparte en la burla. “Si tú eres el Mesías”, dice con sarcasmo, “sálvate a ti mismo y a nosotros”. Jesús lo ayudaría pero este malvado no quiere nada que ver con él. El segundo criminal encuentra en Jesús no sólo un rey-compañero sino su salvador. Sus palabras nos instruyen profundamente.

En primer lugar el malhechor reconoce la inocencia de Jesús. Dice, “…éste ningún mal ha hecho”. La verdad es que Jesús sólo ha hecho cosas buenas. Aun su muerte es para demostrar el amor de Dios Padre para el mundo. Donde los primeros humanos, y todos los humanos posteriormente, han deseado servir sus propios intereses, Jesús se ha sometido a la voluntad de Dios, su Padre. Tenemos que dejarlo guiarnos en este rumbo. Nos conducirá más allá del deseo para la plata, el poder, y el prestigio a la justicia, la paz, y el amor.

Segundo, parece que el malhechor se arrepiente de sus pecados. Al menos, los admite cuando corrige al otro, “Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos”. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer lo mismo? ¿Es que queremos pensar en nosotros mismos como mejores que nuestros prójimos? O, tal vez, no queremos cambiar nuestros vicios, sea mirar la pornografía o sea echar insultos. De todos modos, el mensaje de Jesús es claro y constante. Para entrar en el reino de Dios tenemos que dejar atrás nuestros delitos.

Finalmente, el malhechor convertido nos enseña cómo orar. Él se dirige a Jesús en la manera más franca en todos los cuatro evangelios. Lo llama solamente por nombre sin título ni descripción. Dice “Jesús”, y hace su petición, “cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Nosotros nos preocupamos cómo vamos a hacer frente a una persona contenciosa o cómo vamos a cumplir todo nuestras tareas cuando tenemos el poder más grande listo para solicitarnos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda: “Jesús, acuérdate de mí”.

Se dice que John Kennedy mostraba la simpatía con la gente. Como un joven haciendo campaña para el Congreso, Kennedy aprendió los nombres de los votantes. Le importaba mucho pronunciar correctamente los apellidos tanto de los polacos e italianos como los irlandeses. Kennedy ganó el apoyo de muchos por decir “Señor Kowalski” y “Señor Mazzuchelli” como si fueran príncipes del reino. Jesús nos conoce a nosotros aún mejor. No sólo sabe nuestros nombres sino los deseos de nuestros corazones. Sólo tenemos que pedirle la ayuda para ganar los buenos y superar los malos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda.

El domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXIII DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Como toda guerra la de Irak se llena de atrocidades. El lunes se contó esta historia en el servicio de noticias católicas “Zenit”. La mujer cristiana era profundamente acongojada. Las compañeras de su hija, que tenía sólo quince años de edad, dijeron que la muchacha fue secuestrada. Entonces esperaba con su esposo la llamada pidiendo rescate. Cuando vino, la mujer dijo al secuestrador que le pagarían cuanto quisieran para salvar a su hija. Pero el criminal respondió que no quería dinero. Más bien, quería quebrar su corazón. Dentro de poco se encontró el cuerpo de la muchacha violada varias veces y mutilada.

La persecución de los cristianos en Irak y a través del medio oriente sigue con ferocidad. Hace dos semanas más que sesenta católicos perdieron sus vidas cuando unos extremistas de Islam tomaron poder de su iglesia en Bagdad. Por eso, muchos cristianos de la región están huyendo sus tierras. En el año 1900, veinte por ciento del medio oriente era cristiano. Ahora se calcula que la proporción ha bajado a menos que dos por ciento.

Aunque sea que la mayor población permite la “limpieza étnica” de cristianos, es cierto que aquellos criminales culpables de las masacres están traicionando su propia religión. Según una experta, el profeta Mohamed enseñó la necesidad de la circunspección en la guerra. Dice ella que practicaba tal virtud en sus batallas con los paganos en Arabia y escribió de ella en el Corán. Añade la experta que el término jihad, a veces traducido como “guerra santa”, en realidad es la lucha para el control sobre sí mismo. Podemos concluir que los verdugos de los inocentes se aprovechan de Islam como cubierta para esconder la ignominia de sus crímenes.

En el evangelio hoy Jesús advierte que sus discípulos enfrentarán la persecución. Es el lado oscuro de comprometerse con él que va a colgar en una cruz. Nuestras hermanas e hermanos en Irak padecen la forma más aguda de esta inevitabilidad pero nosotros también la encuentran. Para la mayoría de nosotros la persecución nos llega por nuestros propios deseos. Porque deseamos que todo vaya según nuestra voluntad, sufrimos cuando nos demos cuenta de que la realidad es diferente. Sentimos perseguidos cuando tenemos que pagar impuestos. Estamos ofendidos cuando aprendemos que la ley natural prohíbe el uso de anticonceptivos. Y nos alteramos cuando quedamos detenidos en el tránsito.

Jesús promete que aquellos que mantienen la fe enfrentando la persecución no se perderán. Como dice, “No caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes”. Significa que van a heredar el reino de Dios por su fidelidad. En las dificultades cotidianas nosotros también podemos merecer la vida eterna con la gracia del Espíritu Santo. Sometiéndonos a la voluntad de Dios, aprendida por el estudio y la experiencia, nos hacemos tanto pacientes como pacíficos.

Tan esperanzador como sea esta promesa de la vida eterna, en muchos casos no va a consolar a los padres cuya hija ha sido asesinada en la persecución. Necesitan nuestro apoyo sincero y continuo para aguantar el dolor. Podemos ofrecer a las víctimas de violencia en Irak nuestras oraciones y, tal vez, nuestra insistencia ante el gobierno norteamericana. Después de todo los Estados Unidos puede influenciar a otras naciones que hagan más esfuerzos para proteger a su gente.

Hace algunos años los menonitas de Pennsylvania mostraron la fe bajo la persecución. Después de padecer el disparar de diez de sus niñas dejando a cinco muertas, los padres negaron a traicionar su religión. Más bien, estaban pacientes y pacíficos, como dice Jesús, ante la violencia. Extendieron a la familia del asesino, que había tomado su propia vida, la simpatía y el perdón. “No caerá ningún cabello de sus cabezas”.

El domingo, 7 de noviembre de 2010

XXXII DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)

Que pensemos en un boxeador joven. Aunque muestra el talento, no le dejan pelear con los mejores en su división al principio. No, siempre le dan combates con peleadores de la segunda clase hasta que aprenda cuando atacar y cómo recibir un golpe. Sólo con alguna experiencia, irá a Nueva York o Las Vegas para competir para el título. En el evangelio hoy, vemos a Jesús en Jerusalén en un sentido luchando para un título. Él se hará el Salvador del Mundo.

No dice la lectura pero en el evangelio según san Lucas Jesús ya ha entrado en la ciudad de Dios. Jerusalén ha sido su destino desde un poco después de su Transfiguración. Entonces Moisés y Elías le hablaron de la pasión, muerte y resurrección que iba a sufrir. Ahora en Jerusalén Jesús mostrará al mundo el amor de Dios Padre por permitir las manos de hierro de pecado agarrar su propia vida. Es un poco como sentimos nosotros cuando tenemos que defender la vida de los no nacidos delante de personas convencidas de la legalidad del aborto y la nulidad de embriones.

Podemos imaginar las farsas que nuestros adversarios nos echarán. Dirán algo como, “Si se hacen embriones con las espermas de un hombre y siete diferentes mujeres, de quienes una es su esposa, ¿todos los embriones tienen el mismo derecho de la herencia una vez que muera la esposa? O ¿es que el embrión hecho del hombre y su esposa tiene más derecho que los otros seis?” Así los saduceos, un partido religioso que no cree en la resurrección de los muertos, tratan de burlarse de Jesús. Quieren despreciar su doctrina de la resurrección de la muerte por proponer un ejemplo ridículo. Hablan de una mujer casada con siete hermanos seguidos y preguntan, “’cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?’”

Fácilmente Jesús rechaza el ataque con dos tipos de razonamiento. Primero, les carga con una falta de conocimiento por pensar que exista el matrimonio en el cielo. Entonces, les critica por no apreciar las Escrituras que insinúa la vida eterna de los patriarcas de Israel. Deberíamos emular a Jesús con los dos modos de defensa. En el caso de los embriones podríamos decir que el embrión tanto como el feto es un ser digno de la protección porque tienen la constitución básica para calificarse como humano. También la Biblia describe a Dios cuidando a los hombres y mujeres en los senos de sus madres (Salmo 71:6, Isaías 42:2, Jeremías 1:5, etcétera).

Nosotros católicos traicionamos la misión de Jesús para hacer discípulos cuando nos ignoramos de la fe. A veces no podemos responder aun a nuestros hijos cuando regresan de la escuela con preguntas y dudas. Pero, como decía el papa Juan Pablo II, no hay nada de temerse. Podemos profundizarnos tanto en la fe como en el conocimiento. Sí, para realizarlo tendremos que dejar el partido de fútbol o la conversación telefónica. Pero el estudio tiene un premio valiosísimo además de defendernos de los burladores de la religión. Resulta en un mejor conocimiento de Jesús a quien esperamos encontrar en la resurrección de la muerte.

El domingo, 31 de octubre de 2010

EL XXXI DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 11:22-12:2; II Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)

El libro Viendo la salvación muestra obras artísticas de Cristo en diferentes etapas de su vida. Tiene varias pinturas del niño Jesús en los brazos de María. Da un crucifijo español con la sangre goteando de sus heridas. Incluye la incomparable estatua de Miguel Ángelo con Jesús muerto postrado en el regazo de la Virgen. En el evangelio hoy encontramos al rico Zaqueo tratando a conseguir una vislumbre de la salvación que Jesús presenta.

Dice que Zaqueo tiene que subir un árbol para ver a Jesús porque es de baja estatura. A lo mejor Zaqueo sólo tiene un metro y medio de altura. Sin embargo, puede ser que “baja estatura” significa también que Zaqueo no es persona buena. Como publicano, sin duda Zaqueo ha aceptado sobornos y como jefe de publicanos es posible que haya estafado a los otros estafadores. Es decir que Zaqueo es pecador como cada uno de nosotros y aun peor que muchos.

Pero Zaqueo quiere ver al Señor. Se dice que cada persona tiene en su corazón el deseo de conocer a Dios. Hoy en día mucha gente no quiere emitir la palabra “Dios” y habla en su lugar con otros términos como una “experiencia transcendental”. De todos modos anhelamos ponernos en contacto con la fuente de existencia para asegurarnos que existe algo más que la continua lucha de esta vida. Y, una vez que lo conocemos, queremos aprovecharnos de Su poder para obtener la dicha.

No es necesario que subamos árboles o aun que hagamos peregrinajes para encontrar a Dios. Pues, Dios está buscando a nosotros precisamente para ayudarnos superar nuestras luchas. Nos busca a través de los sacramentos que nos fortalecen y a través de otros cristianos que nos consuelan. También Dios nos busca en nuestras conciencias que nos señala a bajar de nuestra altanería o salir de nuestro temor para tratar a todos con la simpatía. Por eso, en el pasaje evangélico hoy Jesús llama a Zaqueo que baje del árbol para admitirlo a su casa. Quiere enderezar el camino de este “hijo de Abrahán” que se ha extraviado.

Zaqueo no demora a acogerse a Jesús, y la experiencia da vueltas a su vida. De repente promete dar la mitad de sus bienes a los pobres y recompensar cuatro veces a todos que ha defraudado. Vemos esta inversión de vida en una drogadicta y prostituta después de escuchar al papa Juan Pablo II en Toronto hace diez años. Contó la joven que iba a tomar su vida cuando los muchachos de la parroquia cerca de su casa le invitaron a ver al papa en el Día Mundial de Juventud. Entonces, siguió ella, el papa le dijo que él le amaba y que Dios le ama aun más. Según ella, muchos viejos le habían dicho que le amaran pero este le habló con sinceridad y le convenció que la vida vale muchísima.

Somos salvados cuando vivimos en la luz de este encuentro con Jesús. Esforzándonos por la familia, por otras personas, y particularmente por los necesitados, nuestras conciencias nos dan la paz. Aunque nos cuesta soportar las dificultades – un hijo que no entiende porque tiene que acompañarnos a la misa, un anciano que visitamos regularmente muere, un carro que no hemos reemplazado porque hemos enviado dos mil dólares a las misiones, se quiebra – no nos acongojamos. Más bien, aceptamos estos ultrajes y más como lazos de solidaridad con el Señor Jesús. Siempre tenemos en cuenta que él nos ha regresado el favor invitándonos al banquete celestial por llevar nuestra cruz en pos de él.

En Wal-Mart unos niños están buscando disfraces para el Halloween. Prueban vestidos de piratas y princesas. Tal vez una llegará a nuestras casas vestida como drogadicta-prostituta. No importa, nos les acogemos a todos con cacahuates y chocolates para mostrarles la simpatía. En una manera algo semejante nos acogemos a Jesús que llega tocando la puerta de nuestras conciencias. Viene para enderezar nuestros caminos al banquete celestial. Sin duda, nos lo acogemos.

El domingo, 24 de octubre de 2010

XXX DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

(Eclesiástico 35:15-17.20-22; II Timoteo 4:6-8.16-18; Lucas 18:9-14)

La última escena de un cine tiene lugar a una graduación universitaria. La locutora estudiante habla del futuro. Dice que para hacerte exitoso en la vida tienes que confiar en ti mismo sobre todo. Parece que el fariseo en la parábola evangélico hoy sigue este consejo.

El fariseo no se para a hablar de sí mismo. Se proclama a sí como diferente de los demás. Según él, vive como un santo, ayunando más que la cuenta y no faltando a pagar el diezmo hasta el último centavito. Sí, es cierto que su oración incluye una referencia a Dios. Sin embargo, tanto como mantiene una postura erguida en el Templo, parece que él menciona al Altísimo principalmente para ganar el respeto de los demás. Como el guapo Gastón en “La bella y la bestia”, hay que concluir que este fariseo es orgulloso.

Hablamos del orgullo como ambos una virtud y un vicio. Nos sentimos orgullosos cuando el guiso que hemos preparado satisface a todos, o cuando sacamos un diez en un examen, o cuando la gente nos agradece por la homilía. No es malo este orgullo con tal de que reconozcamos que no hemos logrado el éxito sólo por nuestros esfuerzos. La verdad es que para todo lo bueno que realicemos tenemos la ayuda de otras personas y sobre todo de Dios. Después de una de las mejores actuaciones en la historia del fútbol americano hace cinco años, el atleta Vince Young no se jactó de sí mismo sino reconoció el papel de otras personas en su hazaña. Elogió tanto al equipo como a su familia por haberla hecho posible. En cambio, cuando la persona se pone a sí mismo como la causa primordial de lo bueno que logra, el orgullo no sólo se hace pecado sino también la fuente de otros delitos. Muchos políticos se han caído en el adulterio, como el gobernador de Carolina Sur el año pasado, pensando en sí mismo como “número uno”.

Podemos comparar a los publicanos del tiempo de Jesús con los inspectores de edificios de hoy en día. Para los dos oficios se dificulta no meterse en el pecado. A un lado las personas que están en violación de la ley quieren pagarles sobornos por dar espaldas a las infracciones. Al otro lado ellos pueden exigir más que la cuenta de propietarios cuyas cosas están en orden. Evidentemente el publicano de la parábola está culpable de uno o los dos tipos de corrupción. Sin embargo, se reconoce a sí mismo como pecador y le pide el perdón a Dios. La diferencia entre el publicano y el fariseo es que el primero se ve a sí mismo como inferior a Dios y en necesidad de su misericordia mientras el segundo se pone a sí mismo como parejo a Dios. Dice Jesús que el publicano regresa a casa justificado. ¿Significa esto que puede guardar los sobornos? No, es cierto. Para ser perdonado el publicano tiene que hacer recompensa por sus injusticias. En el evangelio del próximo domingo vamos a escuchar la historia de un publicano que hace precisamente esto.

Un ensayo sobre el sacramento de la Penitencia describe cómo era hace sesenta años. En la tarde de sábado se pudo ver en la calle muchos jóvenes caminando al templo para la confesión. Creían no tanto en sí mismos para hacer lo bueno como en la misericordia de Dios para perdonar sus faltas. Para ellos el “número uno” era el Señor Dios por haberlo hecho posible ambos el perdón de sus pecados y el compañerismo de sus amigos. La escena hoy en día ha cambiado. Desgraciadamente no acudimos tanto al sacramento de la Penitencia. Sin embargo, siempre ponemos a Dios y no a nosotros mismos como “número uno”. Entre nosotros Dios es siempre “número uno”.

El domingo, 17 de octubre de 2010

EL XXIX DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 17:8-13; II Timoteo3:14-4:2; Lucas 18:1-8)

No hay experiencia religiosa más básica y, a la misma vez, más misteriosa que la oración. Oramos todos los días. Nosotros católicos oramos a Dios en la misa renovando el sentido que formamos Su pueblo con gentes de todas partes. También, oramos en privado para fortalecer nuestra relación personal con Él. ¿Pero qué exactamente queremos lograr con la oración? ¿Podemos esperar que Dios cambie su disposición hacia nosotros? O ¿es nuestro propósito solamente transformar nuestra actitud de la autosuficiencia a la humildad ante el Señor del universo? En el Evangelio de hoy Jesús nos ayuda responder a estas preguntas.

Jesús nos enseña con una parábola que debemos orar continuamente. Cuenta de un juez que “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. En otras palabras, hace lo que le dé la gana. Jesús no está comparando a Dios con este tunante. Más bien, está asegurándonos que si un malvado podría escuchar la petición de una persona que insiste, el justo Dios hará caso a una hija fiel.

Aunque el Señor no refiere a Dios como un juez severo, a veces nosotros lo imaginamos así. Eso es, nos dirigimos a Él sólo con oraciones formales, careciendo de sentimiento. Pensamos que a Él no le importamos. Nos miramos a nosotros en relación con Él como muchos niños ven a sus padres padrastros. Pero esto no es el Dios que Jesús nos revela. Al contrario, Jesús nos hace un retrato de Dios tan compasivo como un viejo a su hijo extraviado por años, y tan cuidadoso como una mujer preparando tortillas para la mesa familiar.

El personaje central de este evangelio es la viuda. Aunque sea vieja y arrugada, deberíamos emularla. Ella no acepta la opresión pasivamente sino lucha como un comando para sus derechos. Tampoco capitula ante un funcionario tan duro como mármol. Más bien, lo sigue fastidiando como un taladro con mecha de acero. Con tanta insistencia deberíamos rezar a Dios nunca dejándonos por vencidos sino siempre creyendo que el auxilio está ya en marcha. La oración no cambia el corazón de Dios como si Él pudiera hacer algo menos que amar a nosotros. Más bien, la oración incesante nos transformará en gente sensible a Su voluntad. Con este tipo de oración siempre podremos discernir su mano extendida para salvarnos, venga lo que venga. Por años de experiencia, sabemos que esta postura no es de la eterna optimista, siempre poniendo una cara buena en lo malo. No, hemos palpado Su afecto alcanzándonos por los sucesos de la vida.

Jesús termina su parábola con una pregunta extraña por los evangelios. Interroga si el Hijo del hombre va a encontrar la fe en la tierra cuando vuelva. Parece que Jesús tiene en cuenta precisamente nuestros tiempos cuando un número creciente de personas no acude a Dios para la salvación. En lugar de ir a la misa, buscan el cumplimiento de la vida en restaurantes finos. En lugar de ayudar a los pobres, ocupan su tiempo y su dinero escogiendo entre las modas en el centro comercial. Por eso, la pregunta de Jesús indica la mejor definición para la oración: la fe hablando. Cuando oramos, exponemos nuestra fe en Dios como nuestro Salvador. Él -- no nosotros mismos, ni cualquier otra persona y mucho menos una cosa creada – va a sacarnos de los apuros de esta vida para darnos la vida eterna. Dios va a darnos la vida eterna.

El domingo, 10 de octubre de 2010

EL XXVIII DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)

¿Por qué se molesta Jesús con los nueve leprosos curados que no regresan a darle gracias en el evangelio hoy? ¿Él no puede entender que ellos sólo están tan extáticos con lo que les ha pasado que no piensan en cómo se hizo? Ya están aliviados de un peso gravísimo. Por años no podían sentarse a la mesa para compartir pan con sus familias. Por años tenían que colgar una campana de sus cuellos para advertir a la gente que se esclarezca de los caminos. Solamente quieren celebrar la nueva libertad. Parece que Jesús está personalmente ofendido que todos los diez no reconocen que él causó la sanación. ¿O hay otro motivo para su irritación más característica del Señor?

El cuarto prefacio común para la misa nos provee una respuesta a estos interrogantes. El prefacio es la oración a Dios hecha por el sacerdote antes de la consagración del pan y vino. Siempre proclama un aspecto de la creación o la redención lograda por Dios en Cristo. El cuarto prefacio común dice: “…no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación”. Eso es, nuestro agradecimiento no ayuda a Dios sino a nosotros mismos.

Jesús no está alterado porque se siente despreciado por los nueve que no le regresan. Más bien, siente apenado que no se aprovechan de la salvación extendida por Dios cuando le dan gracias. Jesús revela el don inestimable de Dios cuando le dice al leproso curado agradecido, “…Tu fe te ha salvado”. Todos los diez están curados de la lepra pero sólo este, un samaritano que no tiene la ventaja de conocer todas las tradiciones de judaísmo, recibe la salvación ese día por dar gracias al hijo del Altísimo. Le parece a Jesús como tragedia como, por ejemplo, sentimos nosotros cuando vemos a un muchacho bien criado caer bajo la influencia del hampa. Tan terrible sea la lepra, no se puede compararla con la nada de la condenación. El décimo leproso ha encontrado la vida eterna, el mayor beneficio de Dios, por darle culto. Los otros nueve ya tienen un camino menos áspero en la tierra, pero todavía andan lejos de Dios en el cielo.

El domingo, 3 de octubre de 2010

XXVII DOMINGO ORDINARIO

(Habacuc 1:2-3.2:2-4; I Timoteo 1:6-8.13-14; Lucas 17:5-10)

Es el día domingo en la mañana. El timbre suena, y vamos a contestarlo. En el portal está una pareja bien vestida. Ella es guapa pero no maquilada. Él lleva corbata y traje aunque hace calor. Se presentan a sí mismos como el hermano Justo y la hermana Esperanza. Nos dice Justo que querrían hablar con nosotros unos pocos minutos. Con poca paciencia, les decimos “ok”. Sacando una pieza de literatura de su maletín, Justo nos pregunta si acudimos a alguna iglesia. Respondemos que somos católicos y contentos con nuestra religión. Entonces nos saludan y se van pidiendo que leamos su literatura.

Muchos de nosotros hemos tenido esta misma experiencia. Nos hace sentir incómodos y defensivos. Por eso, cuando se habla de la evangelización como nuestra misión por ser miembros de la Iglesia Católica, nos hacemos confusos. “¿No es ello lo que hacen los Testigos de Jehová?” preguntamos. “No necesariamente” es la respuesta correcta. Al pasar a puerta a puerta repartiendo literatura religiosa puede ser un tipo de la evangelización, pero no es cómo la hayan descrito los papas en los últimos treinta y cinco años. La “Nueva Evangelización” de la Iglesia Católica es más parecida al consejo de Pablo a su discípulo en la segunda lectura hoy.

Pide Pablo a nosotros tanto como a Timoteo que reavivemos el don de Dios que se nos ha impartido con la imposición de manos. Este don es el Espíritu Santo que nos viene inicialmente con el Bautismo y en plenitud con la Confirmación. Desgraciadamente las diferentes preocupaciones de la vida -- ¿nos quieren otras personas?, ¿ganamos bastante dinero?, ¿podremos salir para divertimos el sábado? – callan la voz del Espíritu. Sólo tenemos que seguirlo para tener la felicidad. Es cierto: deberíamos reavivar este don.

Sin embargo, que no pensemos que el don del Espíritu Santo sea únicamente para hacernos contentos. Más bien, se nos ha regalado también para que demos testimonio a Jesucristo. Como implica el evangelio, él nos hace posible que movamos el árbol frondoso para plantar hortalizas, eso es, para tener la libertad. Según la Nueva Evangelización hemos de extender la salvación que nos ganó Cristo a los sufridos y distanciados de la fe. También, como escribió el papa Pablo VI en 1975 y han repetido varias veces el papa Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI, tenemos que evangelizar nuestra cultura por transformar sus valores en modos profundamente cristianos. Para llevar a cabo estas tareas nos hacen falta los tres dones particulares mencionados por Pablo.

En primer lugar el amor nos impulsa afuera de nuestras zonas de comodidad a los pobres. Un diácono habla de la experiencia de varias personas de su parroquia estadounidense en Honduras. Los afortunados encuentran en los campesinos la fe que empapa la vida con la esperanza. Entretanto los pobres se dan cuenta de su dignidad. Estas gentes están evangelizando a una y otra mutuamente.

Un soldado muestra la fortaleza cuando sigue adelante a pesar de balas zumbando en todos lados. Nosotros mostramos la fortaleza en la misión cuando no detenemos de hablar de lo bueno que nos hace el Señor. En las fiestas tanto como en los descansos del trabajo la gente suele a quejarse de las maldades que aguantan: los altibajos del clima, la estupidez de sus jefes, los trastornos de la salud. Se necesita la fortaleza para decirles, “Sí, pero gracias a Dios hemos sobrevivido la crisis y estamos más fuertes por la experiencia”. Tal vez nos miren con ojos rodeando cuando expresamos nuestra fe en el Altísimo, pero también van a desear nuestra confianza.

Un muchacho cuenta a su padre de lo que pasó en su escuela secundaria. Cuando se le cayó a una muchacha un libro, el muchacho se le acercó a recogerlo. Pero otro muchacho llegando primero pateó el libro por el pasillo. En una cultura evangelizada este tipo de brutalidad se detendría. A realizarla es el trabajo de generaciones de personas viviendo la moderación con el apoyo del Espíritu Santo. Esperemos que se modele la cultura evangelizada en nuestras escuelas católicas tanto como en todas nuestras casas.

Levantado sobre la ciudad de Río de Janeiro está plantada una estatua gigante de Jesucristo. Con brazos extendidos este Cristo parece bendecir toda la región. Es un signo, sin duda a veces traicionado, de una cultura evangelizada. Trasmite a todos ciudadanos el mensaje del amor de Dios. Entretanto, les modela la fortaleza y la moderación necesarias para seguir llevando la Nueva Evangelización a los demás.

El domingo, 26 de septiembre de 2010

EL XXVI DOMINGO ORDINARIO, 26 de septiembre de 2010

(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 4:11-16; Lucas 16:19-31)

Miras el diseño y no ves nada. Aparece sólo como unas líneas y bloques. Entonces lo miras de nuevo. Esta vez percibes el nombre “Jesús”. En el evangelio hoy el rico no le da al pobre una segunda mirada. Si se lo haría, tal vez vea también a Jesús.

El rico no ve al pobre Lázaro en medio de él. O, si lo ve, no lo considera digno de comer el pan de su mesa o de tratarse con las vendejas de su botequín. Es como si el rico sólo pensara en el pavo en su mesa y el abrigo de cuero en su ropero. Es como si el pobre no tuviera ningún derecho de vivir. ¿Está alguien en medio de nosotros cuya presencia no vemos?

Sin duda el número de los desempleados ha crecido mucho durante estos dos años. Muchos de los despedidos tienen pocos recursos para pagar la casa, la luz, y el agua. Aun una bolsa de comida les ayudaría. Sin embargo, a veces no se ven muchos artículos de comida en la procesión de ofrecimientos durante la misa. Esperemos que las colectas de parte del ministerio parroquial de necesidades básicas sean más amplias.

Más difíciles ver pero todavía presentes entre nosotros son los bebés que están para abortarse. Por el descuido de sus padres y también por la carencia del ultraje de parte del pueblo la plaga del aborto sigue desgarrando la fábrica de sociedad. Sin embargo, la lucha no está derrotada. Con la ubiquidad del sonograma todos ya reconocen que el feto tiene la forma humana y responde a los estímulos. Varios expertos del derecho han comentado que la lógica usada para defender el aborto en las cortes ya está descreditada. Sólo falta un levantamiento entre la gente exigiendo con sus voces lo que saben en sus cerebros para poner fin a esta desgracia de desgracias.

Tampoco muy visibles, los ancianos enfermos a menudo quedan en asilos como tazas de café desechables. Aparte de algunos trabajadores simpáticos, raras veces viene alguien para guardar sus manos. Se teme ahora que estos indefensos puedan hacerse las víctimas de una ley permitiendo la eutanasia. Ciertamente no merecen la muerte sino la preocupación de sus familias y de toda la comunidad. Cuando les visitamos, no sólo afirmamos su dignidad sino comprobamos la nobleza de nuestro propio espíritu.

No es por falta de vista que no vemos a los indefensos en medio de nosotros. Más a menudo es porque siempre manejamos carros mientras los pobres andan a pie o viajan en buses. Por esta razón la Oficina de Paz y Justicia de una diócesis ofrecía a los fieles un tour único de su ciudad. En lugar de usar carros para llevar al grupo a las partes de la ciudad donde viven muchos pobres, la oficina alquiló un bus. La experiencia abrió los ojos de los “turistas”. Vieron la ciudad como jamás lo hicieron antes. Se dieron cuenta no sólo de las carencias de la gente sino también la nobleza de su espíritu.

El domingo, 26 de septiembre de 2010

EL XXV DOMINGO ORDINARIO

(Amos 8:4-7; I Timothy 2:1-8; Lucas 16:1-13)

Una vez había un comercial de televisión mostrando a dos hombres conversando en un salón lleno de gente. El uno dice al otro, “El administrador de mi dinero es la compañía E.F. Hutton y él dice…” Entonces todo el mundo se inclina para escuchar el consejo del financiero E.F. Hutton. En el evangelio hoy Jesús imparte a sus discípulos su consejo financiero. Que nosotros también nos inclinemos un poco para escucharlo.

En primer lugar Jesús desprecia el dinero como “lleno de injusticias”. Está hablando en términos llamativos para desencantarnos del hechizo que a menudo el dinero echa sobre la gente. Ciertamente necesitamos dinero para vivir en el mundo actual. Sin ello todos nosotros nos volveríamos a ser o cazadores o agricultores primitivos. No obstante las barbaridades que algunos hacen para obtenerlo avergonzarían un pavo real. Los drogadictos roban y venden los muebles de la casa de sus padres; los agentes engañan a los pobres a vender miembros de su cuerpo; y los millonarios traicionan a sus compañeros para hacerse billonarios, para nombrar sólo unas pocas. Por decir “lleno de injusticias” Jesús nos advierte que tengamos cuidado con la plata. Puede mancharnos tan fácilmente como comer la salsa de tomate vestidos de blanco.

Sin embargo, Jesús reconoce que podemos aprovecharnos de dinero. Hay un dicho, “Dinero es como el abono: tienes que desparramarlo antes de que haga algo bueno.” Así Jesús recomienda que compartamos nuestro dinero con los pobres para que ello haga bien tanto a nosotros como a ellos. Por los indigentes nuestros donativos pueden poner frijoles en las mesas y libros en el escritorio de sus hijos. ¿Y cómo pueden nuestros aportes servir a nosotros? Pues, nos hacen en amigos de Dios. San Vicente de Paul una vez escribió: “Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres, ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio”.

Pensamos en el dinero como mío, tuyo, o de alguna otra persona. En una manera sí es, al menos en cuanto lo controlemos por el bien común. Pero en otra manera no es de nosotros. Así Jesús declara: “Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?” Finalmente, las riquezas, que incluyen el dinero, son de Dios para el uso de todos humanos. También interesante aquí es a lo que refiere Jesús como perteneciendo a nosotros. ¡Tiene que ser ningún otro que la vida eterna! Como plenas hijas e hijos de Dios por razón de ser unidos con Jesús en el Bautismo, la vida eterna es nuestra no para ganar sino para no perder. Según Jesús la mejor manera para evitar la pérdida es ser justo con todos, particularmente con los pobres.

Sobre todo Jesús advierte que el dinero tiene el poder para controlarnos. En lugar de aprovechárselo por la familia o la caridad, el dinero puede hacerse nuestro amo. Lo vemos en los casinos de la orilla del mar o en los salones de bingo en la mera ciudad. Allá tanto los ricos como los pobres gastan la plata para pagar la cuota para la educación de su hija o la renta de la casa, con la esperanza de ganar una fortuna. “¡Cuídate!” Jesús nos parece decir, que no acabes tan desilusionados como estos.

Cuando Warren Buffet habla, muchos se inclinan a escucharlo. Pues, el Señor Buffet es uno de los hombres más ricos en el mundo. Personas de todas partes vienen a la ciudad de Omaha donde vive él para aprender sus modos. Algunos de estos discípulos aun comen bistec en el restaurante preferido de Buffet evidentemente pensando que si comen la misma carne que come él, van a ganar la misma fortuna. Sería mejor que imiten su generosidad. Como Jesús recomienda en el evangelio, Buffet está dando su riqueza a las caridades. Así, el dinero estaría haciendo tanto a sus seguidores como a Buffet en amigos de Dios. Así, el dinero puede hacer aun a nosotros en amigos de Dios.

El domingo, 12 de septiembre de 2010

XXIV DOMINGO ORDINARIO

Éxodo 32:7-11.13-14; I Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-32

Se llama la Ilíada “la mayor historia de guerra jamás escrita”. Cuenta del héroe griego Aquiles en la guerra contra Troya. Aunque sea el guerrero más poderoso en la historia, en el principio de la Ilíada Aquiles rehúsa a pelear. Ha tenido una riña con el rey griego sobre una mujer que le deja celoso, petulante y airoso. En un sentido es como encontramos a Dios en la primera lectura del Éxodo.

No es por nada que Dios se enoja con los israelitas. Pues, después de sacarlos de la esclavitud, los israelitas rebelan contra Su programa de iluminación en el desierto. Es como si un cirujano acaba de dar a una persona un nuevo corazón, pero la paciente no quiere tomar las medicinas para evitar el rechazo. Como si fueran burlándose del Señor como un anciano agotado, los israelitas construyen un ídolo en forma de un becerro fuerte. Según la lectura Dios se perturba tanto que desee poner todo el pueblo Israel al fuego.

Sabemos que el autor de la historia pinta al Señor como furioso para demostrar Su afición para Israel, pero ¿realmente es Dios así? Con la descripción del Señor dada en Éxodo algunos lo temerán, pero ¿quién lo amará? Ciertamente no es cómo Jesús nos lo revela en el evangelio hoy.

Jesús retrata a su Padre Dios con tres imágenes majestosas. Con la parábola del pastor y la oveja extraviada, nos cuenta Jesús que Dios cuida a cada uno de Su pueblo como el más importante en el rebaño. Es como la madre de quince que no admite que tenga a un preferido sino que ama a todos con todo corazón. En la parábola de la mujer y la moneda perdida Jesús nos deja un vistazo de lo que se puede llamar “el lado femenino de Dios”. Aquí Dios no es solo sino comunitario. No es quieto sino se alegra con sus compañeros. La novela “La cabaña”, que ha sido comprada por millones a través del mundo, imagina a Dios Padre como una negra con mucho busto y una risa indómita.

Sobre todo Jesús retrata a Dios como un padre amoroso. Este padre les da a sus hijos todo lo necesario – desde la nutrición hasta la educación -- para irse y hacerse exitosos en el mundo. Para Él es una dote entregada como regalo aunque si ellos lo toman como lo suyo por derecho. Entonces el padre los espera, mirando el horizonte por un signo de sus regresos.

Las parábolas nos dejan con el interrogante: ¿Cómo vamos a tratar a Dios que nos ama tanto? ¿Vamos a seguir ignorándonos de Él, tomando todos sus dones por dados? O ¿vamos a decirle en efecto, como el hijo mayor en la parábola, “Tú me debes más, mucho más”? O ¿vamos a volverle de rodillas como el hijo menor reconociendo nuestra arrogancia y pidiéndole, “Tu perdón y tu gracia, sólo estos, Padre”? Jesús nos asegura que el becerro degollado y el baile son para aquellos que tomen esta última postura.
En su libro “Jesús de Nazaret”, que también ha sido comprado por millones, el papa Benedicto trata del “lado femenino de Dios”. Dice que la Biblia describe el amor de Dios para nosotros como aquél de una madre para la criatura en su vientre. Añade que no se puede representar la relación entre Dios y nosotros como cosa más necesaria y más íntima. Es cierto. Llamamos a Dios “Padre”, pero sabemos que Él nos ama tanto como una mamá mamando como un papá esperando. Nos ama tanto como una mamá como un papá.

El domingo, 5 de septiembre de 2010

XXIII DOMINGO ORDINARIO, 5 de septiembre de 2010

(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)

Algunos leen la Biblia para aprender cómo Dios hizo a los humanos. Desafortunadamente, sólo da una respuesta borrosa a esa cuestión. Sin embargo, si nos interesa por qué Dios hizo a los humanos, entonces la Biblia nos provee mucha ayuda.

El libro de Génesis nos cuenta cómo Dios en los primeros tres días Dios causó la creación del tiempo, del espacio, y de la vida biótica. Estos son los elementos necesarios para sostener la vida humana. En los próximos tres días Dios hizo los gobernantes sobre los tres reinos – el sol y los cuerpos celestiales para regir sobre el tiempo, los peces y las aves para dominar los grandes espacios del mar y del aire, y los animales, particularmente los humanos, para gobernar la tierra. Se puede añadir con toda razón que la historia de la creación culmina con los humanos. De hecho, dice Génesis que los humanos fueron creados en la imagen de Dios. Como Dios, los humanos tienen trabajo – son para “llenar la tierra y la someterla”. Porque la labor humana refleja la labor de Dios, tiene dignidad. No es, como algunos piensan, que la productividad del trabajador o aun la calidad de su trabajo suplan la dignidad a los humanos sino el contrario. Cualquier trabajo honesto humano tiene dignidad porque está hecho por una imagen de Dios.

¿Qué realmente significa “hacerse en la imagen de Dios”? De todo lo que dice Génesis acerca de Dios, podemos decir que hacerse en la imagen Dios consiste en ser libre para hacer lo que piense mejor, ser inteligente para determinar lo que sea bueno para todos, y – sobre todo – ser amando para buscar nuestro cumplimiento en el bien de otras personas y no sólo en lo nuestro. Estos dones de la libertad, la inteligencia, y el amor destacan nuestra naturaleza humana pero no agota la bondad de Dios hacia nosotros. En la segunda parte de la historia de la creación aprendemos cómo Dios ha otorgado a la humanidad un don más grande aun – el estado de familia en Su casa con la vida eterna.

Tenemos el día sábado no sólo para descansar sino también para contemplar los beneficios de Dios hacia nosotros. Génesis comenta que en el primer sábado Dios bendijo la creación. Por eso, todo sábado volvemos la bendición por darle gracias y disfrutarnos de la compañía de uno y otro. Es preciso que al día domingo, el “sábado de los cristianos”, no nos dejemos a olvidar lo sagrado de la creación, nuestro trabajo de “llenar la tierra y someterla” (pero no abusarla), y nuestra dependencia de Dios lo cual nos ha concedido todo. Mañana, el Día de Trabajo en los Estados Unidos, celebramos un tipo de sábado de sábados cuando nos aprovechamos del tiempo libre para considerar estos dones.

Hasta este punto todo está bien. Pero sabemos que la vida no es tan dulce que la pintan los primeros dos capítulos de Génesis. En lugar de amar a uno y otro y cuidar la tierra, los humanos vez tras vez han maltratado a los demás y abusado la creación. Tal vez la explotación del humano más grave ha sido la institución de la esclavitud. Esta desgracia ha deteriorado del control de la labor del otro en la completa subyugación de su cuerpo. En los tiempos antiguos como en los modernos, los esclavos eran golpeados y abusados sin recurso a la justicia. La carta de Pablo a Filemón, de que hemos leído en la segunda lectura hoy, tiene el maltratamiento como escena.

La carta trata con el esclavo de Filemón, llamado Onésimo, que o ha huido de su dueño o ha quedado fuera por más tiempo que tenía permiso. Mientras estaba ausente, Onésimo encontró a Pablo que ha estado bajo algún tipo de encarcelamiento. Evidentemente Pablo catequizó a Onésimo y lo bautizó. Ahora lo envía a Filemón de regreso con la petición que lo trata “como un hermano”. El significado de esta frase es claro – como creedores, Onésimo y Filemón son unidos en Cristo. Pero todo lo que implique Pablo deliberadamente deja ambiguo. Mínimamente, Pablo no quiere que Filemón azote a Onésimo por su delito, pero parece sugerir que Filemón le dé la libertad a su esclavo. De todos modos la petición de Pablo deja a Filemón en dilema. Si lo libera o aun si no lo castiga, se verá como débil de manera que sus otros esclavos intenten a huirlo, ser bautizados, y reclamar su propia liberación. Al otro lado, si castiga a Onésimo, entonces no sólo incurriría el disfavor de Pablo sino también se desacreditaría a sí mismo como un líder cristiano.

A través de los siglos muchos han interrogado por qué Pablo no denuncia a la esclavitud abiertamente. La razón no es sólo que ninguna autoridad habría escuchado a Pablo desde de que a este punto de la historia el cristianismo era enteramente a la margen de la sociedad. Más importante, Pablo sabe que Cristo otorga una libertad mucho más profunda a los esclavos y a todos los demás que cualquiera liberación humana puede lograr. En Cristo el Espíritu toma control de la persona de modo que él o ella viva de acuerdo con las inclinaciones más sutiles para actuar honradamente. De hecho, la liberación lograda por Cristo para aquellos que se junten con él es tan completa que las categorías de “esclavo” y “libre” como aquellas de “judío” y “griego” han perdido sus significados.

Sabemos que esto es la verdad porque hemos oído historias de esclavos comportándose más rectamente que sus dueños tanto como conocemos a pobres que sobrepasan a ricos por mucho en la honradez, la bondad, y la justicia. No obstante, también sabemos que muy seguido el tratamiento duro ha impedido a los humildes de saber y de hacer lo que es justo. Diferentes formas de la explotación siguen ahora para limitar las esperanzas y las potenciales de muchos. El tráfico de humanos esclaviza a jóvenes y aún a niños. Un sistema migratorio quebrado permite a miles de trabajadores a arriesgar situaciones ni justas ni salubres. La mala administración y la codicia de ciertos hombres de negocio han causado a sinnúmeros otros trabajadores a perder sus empleos y a veces sus ahorros.

Como Pablo debemos hacer algo. Tanto como nuestros antepasados hace ciento cincuenta años condenaron a la esclavitud con algunos dando sus propias vidas por la causa, nosotros ahora quedamos en solidaridad por la justicia del trabajador. Enfáticamente nos oponemos al tráfico de humanos. Apoyamos una justa y factible resolución a la inmigración no legal. Y al procurar poner nuestras propias financias en orden, insistimos que los administradores lleven a cabo sus tareas de manera responsable, especialmente en su tratamiento de trabajadores.

Hoy como todo domingo y en este fin de semana del Día de Trabajo, nos congregamos con dos objetivos en cuenta. Primero y más importante, damos gracias a Dios por nuestras vidas y nuestro trabajo. Segundo, pero también importante, nos comprometemos de nuevo a buscar el bien de todos y a apoyar a nuestras hermanas y hermanos en la lucha continua para la dignidad del trabajador. Como trabajadores, queremos cumplir nuestras tareas tan bien como posible para que la sociedad prospere espiritual y materialmente. Y como prójimos, queremos cuidar a uno y otro por darles el apoyo personal y por insistir en la justicia en el lugar de trabajo.

El domingo, 29 de agosto

XXII DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 3:19-21.30-1; Hebreos 12:18-9.22-4; Lucas 14: 1.7-14)

Cada jueves una iglesia bautista en nuestra ciudad invita a los desamparados a cenar. Es un asunto cuidadosamente preparado. Los feligreses y otros voluntarios vienen para cocinar, servir, y limpiar después. Llevan la comida en bandejas a sus huéspedes sentados a las mesas como familia. Parece que estos cristianos toman en serio lo que Jesús dice en el evangelio hoy sobre la necesidad de invitar a los pobres a nuestros banquetes.

Sin embargo, se puede preguntar si los bautistas verdaderamente cumplen las palabras del evangelio con sus “cenas ágape”. ¿Es que acogen a los desafortunados a sus propias casas para comer? ¿Cuando casan a sus hijos e hijas, invitan a la gente de la calle a las fiestas de boda? ¿Se olvidan de sus amigos y familiares cuando celebran sus banquetes de jubilación en favor de los lisiados y ciegos? Esto es lo que Jesús parece exigir cuando dice: “’Cuando les de una comida o una cena, no invites tus amigos…invita a los pobres…’”

De veras, no hay ninguna razón a criticar a los bautistas por sus “cenas ágape. Más bien merecen nuestra admiración, aun nuestra imitación. Pues están desempeñando la voluntad del Señor. A veces en el evangelio Jesús usa exageraciones para sobresaltarnos. Quiere movernos de los modos cotidianos, y posiblemente pecaminosos, a un mayor empeño para el Reino de Dios. En un lugar dice, “Si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo…” Esto no quiere decir que si una vez hemos mirado la pornografía, debemos cegarnos. Sería pecado más grave contra el amor a sí mismo y el amor a Dios que da la vista. Sin embargo, tenemos que dejar de ver la inmundicia. Un poquito más allá en este mismo evangelio de san Lucas, Jesús pronuncia otra exageración que puede aturdirnos. Dice a la muchedumbre, “Si alguno quiere seguirme y no odia a su padre y su madre, no puede ser mi discípulo”. Muchas traducciones cambian la palabra “odia” por algo más suavecito como “no me ama más que”, pero la griega original dice sin vergüenza “odia”. Sabemos que Jesús amaba a María y José y definidamente quiere que amemos a nuestros padres. La frase quiere decir que si permitimos nuestras relaciones familiares justificar el prejuicio y la discriminación contra otras razas, religiones, y clases sociales, no estamos siguiendo a Jesús.

En este mismo rumbo, un guía espiritual recomienda que preparemos para la muerte por extender nuestro amor cada vez más allá. Citando un poema, el guía dice, “El banquete es abierto a todos que están dispuestos a sentarse con todos”. En otras palabras, si vamos a ocupar un siento en el banquete celestial, tenemos que dejar al lado nuestras acciones, actitudes, y opiniones prejuiciosas para alargar nuestros brazos a todos. En este mismo evangelio Jesús advierte que no tomemos puestos de honor sino los puestos más humildes para que en el final seamos colocados en nuestro propio lugar. Ciertamente Jesús no está dándonos una estrategia para avanzarnos a los puestos más altos en la tierra sino una esperanza para ubicarnos con él mismo en la mesa celestial.

Hace dos años el número de fumadores en los Estados Unidos se rebajó al menos que veinte por ciento de la población. Ya está en el punto más bajo en más que ochenta años. Las razones por la reducción son variadas – las advertencias en los paquetes de cigarros, las enseñazas en las escuelas, los impuestos para el consumo, las leyes prohibiendo el fumar en lugares públicos, la publicidad negativa contra el fumar. De igual manera Jesús disemina su mensaje del Reino de Dios en diferentes modos. Usa parábolas, bienaventuranzas, proverbios, curaciones y, como acabamos de ver, exageraciones. Las exageraciones no deberían aturdirnos sino motivarnos anhelar el banquete celestial con mayor empeño. Que anhelemos el banquete celestial con mayor empeño.

El domingo, 22 de agosto de 2010

XXI DOMINGO ORDINARIO – C10 – 22 de agosto de 2010

(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)

Los motivos para las preguntas no eran puros. Pues los muchachos querían gastar el tiempo de clase. Pero también estaban curiosos. Como alumnos en escuela católica, preguntaban a las religiosas de casos extraños como, por ejemplo, “¿qué pasaría si un hombre muere caminando a la confesión? ¿Iría al cielo o al infierno?” Las religiosas sabían el juego y respondían con su propia pregunta, “¿Qué piensas tú?” En el evangelio hoy encontramos a Jesús respondiendo con tanta astucia a una tal pregunta.

“‘Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?’” alguien pregunta a Jesús. Posiblemente los fariseos le hayan enseñado que la mayoría de personas son perezosas, malas, y destinadas al infierno. En la actualidad, la gente más probablemente preguntaría, “¿No es que Dios salve a todos?’” Criados en la edad de la graduación automática para todos que asistan a clases, muchos no ven la necesidad de arrepentirse del pecado para entrar en la gloria.

Jesús evita la cuestión. A quien el Padre salvará y a quien condenará es de Él para decidir. En lugar de tratar de satisfacer la curiosidad del hombre, Jesús se aprovecha de la oportunidad para advertir contra la necedad de presumir la salvación. “‘Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta,’” aconseja. Quiere decir que tenemos que disciplinarnos para que siempre sigamos el camino recto. No hay campo entre sus discípulos para aquellos incorregibles que digan “una vislumbre a la porno no me hará daño”.

Tal vez algunos todavía piensan que asistir en la misa dominical es suficiente para ganar la salvación. Pero no es así como Jesús hace claro cuando dice que no se reconocerán simplemente por haber comido y bebido con él ni por haberlo escuchado enseñando en sus plazas. Más bien, Jesús espera que la misa sea como una plataforma de lanzamiento donde recibimos el combustible y las direcciones para servir a los demás.

“¿Es necesario ser católico para salvarse?” Esto era otra pregunta que solían preguntar a las hermanas en escuelas católicas. Si respondían, “Sí”, los muchachos se oponían, “¿Qué sucederán a los musulmanes, judíos, y hindú buenos?” Si responderían “no”, entonces los muchachos tendrían un pretexto para abandonar la fe. ¿Cómo respondería Jesús? Dice en este mismo evangelio, “’Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.” A lo mejor está refiriéndose a los hombres y las mujeres de tierras lejanas que los misioneros han evangelizado. Pero aun si tiene en cuenta a aquellos que sin oír del amor de Dios han respondido a la gracia del Espíritu Santo, todavía habrá la necesidad de la evangelización. La gente necesita oír de la seguridad que la fe en Dios trasmite para contrarrestar la vanidad maquinada en todos rincones.

Al lado de la carretera en una ciudad hay una cartelera puesta por un centro médico mostrando una pareja acercando la media edad. En letras negrillas aparece la palabra “esperanza” con la explicación, en letras más sencillas, que las parejas sin hijos pueden recibir ayuda en el centro para embarazarse. Lo que no menciona es el costo tremendo de los tratamientos, la mayor posibilidad de fracaso y de defectos congénitos, y el desgaste de embriones vivos en el proceso. El mundo ofrece como “esperanza” ahora la posibilidad de tener todas las cosas que la persona quiera pero oculta el daño. En contraste, el evangelio – lo que la evangelización presenta – constituye una esperanza más profunda y no dañina a nadie. Jesús nos salva de nuestra codicia, tontería, y flojera por perdonarnos las ofensas, enseñarnos la virtud, y acompañarnos en su comunidad, la Iglesia. Ciertamente es una bendición tener a hijos, pero nuestra esperanza siempre es en Dios que nos los regala, no en las maquinaciones que destruyen la vida humana en el intento de proveerla.

A veces los adultos, no muchachos, dicen que cuando mueran quieren preguntar a Dios sobre la presencia de mal en el mundo como por ejemplo los defectos congénitos. Pero antes de que tengamos la oportunidad a preguntarle a Él, a lo mejor tendríamos que responder a Sus preguntas. ¿Nos hemos arrepentido de la codicia, tontería y flojera? ¿Nos hemos aprovechado de la misa dominical para servir a los demás? ¿Hemos evangelizado a los muchos del oriente y del sur por enseñarles el camino recto? Que nuestras respuestas a estas preguntas sean siempre “sí”. Que sean “sí”.

El domingo, 15 de agosto de 2010

La Asunción de la Santísima Virgen María

(Apocalipsis 11:19.12:1-6.10; I Corintios 15:20-27; Lucas 1:39-56)

El papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María en el año 1950. No era un paso ligeramente tomado. Más bien el papa había hecho una encuesta para determinar el sentido de los fieles acerca de la creencia. Había otro factor serio contribuyendo a su decisión. La esperanza de la gente sufría bastante después de la destrucción masiva durante la Segunda Guerra Mundial. En ese conflicto hubo más que cincuenta millones de muertos. Mostrando el valor del cuerpo humano, el papa Pío declaró que la madre de Jesús fue llevado cuerpo y alma a la vida eterna sin experimentar ninguna corrupción corporal en la muerte.

Hoy en día es difícil decir si valoramos o desvaloramos el cuerpo humano. Ciertamente se gastan miles de millones de dólares en cosméticos, dietas y ejercicios para hacer el cuerpo más atractivo. Al mismo tiempo los jóvenes desfiguran sus cuerpos con tatuajes y perforaciones para diferentes tipos de yerros. Estas cosas no dicen nada de los modos actuales desordenados de comer y beber. Podemos decir que ahora el cuerpo no está honrado como antes como la vasija del alma inmortal y grandiosa. Más bien, para muchos el cuerpo sirve como el yo para ser gratificado en cualquiera manera disponible.

Para contrarrestar estos signos del tiempo el papa Juan Pablo II propuso la “teología del cuerpo”. Dice que Dios ha creado a cada ser humano por su propio bien. Esto significa que ninguna persona debe ser el medio por el cual se puede obtener alguna ganancia. En otras palabras, no somos objetos para ser usados, sino personas para ser respetadas. Además, Dios nos ha creado para amarnos al uno y otro mutuamente. Este amor mutuo está iluminado en la autoentrega completa de un matrimonio. Cuando un hombre y una mujer se dan a sí mismos en el acto conyugal, comprometidos para toda la vida y abiertos para la transmisión de la vida, ellos reflejan el amor fructífero de Dios en la Santa Trinidad. Sin embargo, cuando no lo hacen con compromiso o con la apertura a vida nueva, muestran el egoísmo y desmienten su vocación como una pareja cristiana. Por eso la Iglesia enseña que el uso de anticonceptivos comprende pecado serio.

La teología del cuerpo, tanto como el dogma de la Asunción de María, señala el destino humano como algo más allá que la fosa. Creados por Dios para un propósito tan grande como demostrar Su amor en el mundo, nuestros cuerpos no van a ser abandonados para siempre en la muerte. Es cierto que no sabemos ni cómo ni cuando ellos van a ser reasumidos con el alma, el principio de la vida, pero estamos seguros que va a tener lugar. Esta certitud debería darnos motivo para cuidar a nuestros cuerpos de modo que no consumamos cosas nocivas, incluyendo las píldoras para rendirlos infértiles, ni tomar aun las cosas buenas en excesivo. Y las personas nacidas con grandes defectos o embestidas por diferentes enfermedades o contratiempos o simplemente gastadas por el tiempo, ¿cómo aparecerán ellas en la vida eterna? La revelación no trata explícitamente de este tema pero dice san Pablo que vamos a ser transformados como Cristo resucitado. Eso es, vamos a asemejar la imagen del hombre en el auge de su existencia.

Una vez llamaron a un sacerdote a la escuela de medicina de una universidad. Era el fin del semestre y los directores querían depositar a los cuerpos usados por los estudiantes para conocer la fisiología humana. Les importaba mucho que la despedida fuera digna, no rápida ni caprichosa. Los muertos habían dejado sus cuerpos a la ciencia como su último acto de amor a los demás. Sería solamente coherente que la escuela de medicina les agradecería por rezar por su destino eterno mientras dispusiera sus restos. Así quedamos hoy en la fiesta de la Asunción de María. Rezamos por nuestro destino eterno mientras tratamos con cuidado nuestros cuerpos.

El domingo, 8 de agosto

XIX DOMINGO ORDINARIO, 8 de agosto de 2010

(Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2.8-19; Lucas 12:32-48)

Eres un extranjero. Estás para salir del país. Ves en el aeropuerto un letrero que dice que el impuesto de salida es $46. Pero ¿te aplica a ti este impuesto o es sólo para los nativos del país? Muchas veces no sabemos si una regla o un mandato está destinado por nosotros. Como Pedro en el evangelio, tenemos que preguntar.

De parte de todos los discípulos Pedro pregunta a Jesús, “¿Dices esta parábola por nosotros o por todos?” Quiere saber si sólo él y sus compañeros tienen que prepararse para el retorno del Señor o, por casualidad, el mandato es para todos humanos. Si es sólo por ellos, tienen que hacerle mucho caso. Pero, si es por todos, no hay prisa ponerlo en práctica.

Jesús no demora indicar que el mensaje es especialmente por ellos. Ya tenemos que preguntar en modo de Pedro si estamos incluidos en su “nosotros” o si los discípulos de Jesús son limitados a los doce apóstoles o, tal vez, los sacerdotes y religiosas de hoy en día. El Documento de Aparecida nos da la respuesta. Los obispos de Latinoamérica llaman a todos los fieles “discípulos-misioneros”. Eso es, ustedes tanto como yo tienen la responsabilidad de estudiar los modos de Jesús e irse a los demás con su mensaje.

Según Jesús, tenemos que estar listos “con la túnica puesta y las lámparas encendidas”. No nos vestimos de túnica hoy en día ni usamos mucho las lámparas con mechas. Entonces, ¿qué significan estas figuras? La lámpara simboliza la luz de la verdad como cuando el salmo (18) dice, “Tú haces, Señor, que brilles mi lámpara, ¡mi Dios ilumina mis tinieblas!” La túnica representa la virtud como cuando la carta a los Colosenses dice que hemos de ponernos del “vestido que conviene a los elegidos de Dios: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia”. Jesús quiere que profundicemos en la palabra de Dios para que vivamos su verdad. En un famoso retrato Santo Domingo de Guzmán, cuya fiesta nosotros dominicos celebramos hoy, se sienta escrutando las Escrituras. Hace lo que nos pide Jesús hoy: que nos preparemos para proclamarlo al mundo por estudiar los evangelios.

Por supuesto, no hemos de estar en el modo reflexivo para siempre. Tenemos que dar testimonio con nuestras vidas. Jesús carga a sus discípulos, “Vendan sus bienes y den limosnas”. En una historia de santo Domingo como joven, él trató a vender a sí mismo como esclavo para redimir a los cautivos retenidos por los moros. Fue el afán de un santo, pero hay mil modos más apropiados para nosotros hoy en día a socorrer a los pobres. Una joven se aprovecha de su tiempo libre para hacer los trámites para construir un templo por los pobres en la periférica de una ciudad latinoamericana.

“Ah, Padre”, algunos piensan, “tengo ni tiempo ni dinero”. Pero la verdad es que no han dado su corazón al Señor todavía. Que no nos preocupemos porque en este mismo evangelio Jesús promete que va a venir como un ladrón para robarnos el corazón. El senador Eduardo Kennedy, que murió el año pasado, tuvo la experiencia de tener su corazón robado por Jesús cuando su padre le dijo: “Puedes tener una vida seria o no sería. Te amaré no importa lo que elija. Pero si no decides por una vida seria, no tendré mucho tiempo para ti. Hay muchos (otros) niños haciendo cosas interesantes para mí que te dé mi tiempo”. Por este diálogo Kennedy le dio su vida a la lucha por los menos apreciados. Es cierto que nos lo oponíamos por su posición sobre el aborto, pero lo admirábamos por su apoyo por los indocumentados y los no asegurados.

Proclamar a Jesús en esta manera parece como una lucha que nos dejará agotados. ¿Vale la pena? Como si fuera anticipando nuestra inquietud, Jesús promete a sus discípulos algo inaudito. Dice que si los encuentra brindando buen servicio, él va a cambiar lugar con ellos. Eso es, cuando venga, él nos sentará a la mesa y él nos servirá. Tenemos una vislumbre de este inverso cada domingo cuando nos reunimos para la Eucaristía, escuchamos los himnos levantadores, sentimos interpelados por la palabra de Dios, y nutrimos por el cuerpo y sangre de Cristo.

Ya en muchas parroquias una vez por año hay la costumbre de montar una feria de ministerios. El equipo de la parroquia quiere informar a todos que hay mil modos para “vender sus bienes y dar limosnas”. Puede ser por leer la palabra de Dios a la Eucaristía, por apoyar a los indocumentados, o por mantener la lucha contra el aborto. Lo importante es que todos los fieles se den cuenta que son discípulos-misioneros. Sí, todos nosotros somos discípulos-misioneros.

El domingo, 1 de agosto de 2010

XVIII DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiastés 1:2.2:21-23; Colosenses 3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)

Se consideraba Alberto Einstein la persona más inteligente del siglo pasado. Entre otros logros él dio la fórmula para la energía atómica. Después de la explosión de la primera bomba atómica Einstein hizo el comentario: “Ya todo ha cambiado excepto la manera en que los humanos piensan”. En la segunda lectura hoy la Carta a los Colosenses nos exhorta que cambiemos no sólo nuestro modo de pensar sino todo nuestro modo de vivir.

Como la bomba atómica la resurrección de Jesús ha cambiado nuestra realidad. Por ella Dios nos adoptó definitivamente como sus hijos. Pues, hemos recibido no sólo la enseñanza de nuestro hermano mayor, Jesús, sino su Espíritu. Ya tenemos todo el potencial para vivir como nuevas mujeres y hombres. Es como si fuéramos nacidos en la miseria absoluta y entonces nos han tomado como familia la realeza inglés.

Sin embargo, tenemos que responder a la oportunidad. Si niños adoptados andan siempre con sus cabezas abajo pidiendo a regresar a sus situaciones anteriores, no pueden aprovecharse de las nuevas posibilidades. Es necesario que se adapten a su nueva casa, nueva escuela, y nueva comunidad. Así tenemos que quitarnos de los modos viejos para vivir como hijas e hijos elegidos por Dios.

Interesantemente la carta considera la fornicación y la impureza como los primeros malos para dejar atrás. No son los pecados más ofensivos pero se pegan a la persona como goma al zapato. Un estudio hace poco reveló que más que dos por tres de los jóvenes en las universidades norteamericanas miran la pornografía más que una vez por mes. “Ponte tu mirada en la otra dirección”, la carta parece decirnos, “nuestra verdadera felicidad no es en el sexo promiscuo”. Entonces, la carta mencionan las pasiones desordenadas – la rabia y la intemperancia – como vicios para abandonarse. No sólo son malos en sí; también nos conducen a ofensas más dañinas. En una ciudad latinoamericana hace poco los drogadictos abrieron un boquete en la pared de su templo para sacar sillas. ¡Y qué tantos son los adictos que roban de sus propios papás para apoyar su vicio! En el último lugar – porque se puede volverse en la idolatría -- la carta coloca la avaricia. Como dice Jesús en el evangelio hoy, “Eviten toda clase de avaricia…”

Nos exhorta la carta no sólo que nos quitemos de vicios sino que nos pongamos de virtudes, sobre todo el amor. Como la organización humanitaria “Médicos sin Fronteras”, hemos de sobresalir en todas partes como sirvientes de la paz. No debemos despreciar a ninguna raza o nación porque entre ella viven nuestras hermanas e hermanos en la fe. Y las personas de otras religiones – los judíos, los musulmanes, y los hindús -- ¿cómo las hemos de tratar? En un sentido comprenden también la familia de Dios y merecen nuestro amor. Pero más al caso son nuestros prójimos a los cuales tenemos que prestar la mano en servicio.

Estos días muchos padres piensan en compras de ropa por sus hijos. Pues está muy cerca un nuevo año escolar y los niños son más grandes que nunca. Querrán chaquetas amarillas y zapatos que alumbran para sobresalir entre sus compañeros. Así tenemos que pensar en nuestra potencial en el Espíritu de Cristo. Que llevemos nuevos modos de vivir, sobre todo el amor, la paz, y el servicio. Estas virtudes comprueban que verdaderamente pertenecemos a la familia de Dios. Estas virtudes comprueben que somos Su familia.

El domingo, 25 de julio de 2010

XVII DOMINGO ORDINARIO, 25 de julio de 2010

(Génesis 18:1-10; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)

Tal vez ustedes lo hayan notado. Realmente nos interpelan las palabras. En la oración colectiva de la misa hace dos semanas, rezamos: “…concede a todos los cristianos que se aparten de todo lo que sea indigno de ese nombre que llevan, y que cumplan lo que ese nombre significan”. En otras palabras pedíamos que el Señor nos ayudara ser como Jesús – quitándonos de la codicia y poniéndonos de la compasión. Tenemos una situación parecida en el evangelio hoy. Los discípulos piden a Jesús que les instruya a orar en una manera particularmente cristiana.

Jesús no tiene que demorar para responder, pues está orando. Sólo tiene que describir lo que está haciendo. En Getsemaní y en la cruz, cuando Jesús reza, dice, “Padre…” Sola esta palabra indica que cerca Jesús nos ha traído a Dios. Por su muerte y resurrección su Padre se ha hecho Padre nuestro. No tenemos que dudar ni un microsegundo que nos ama y nos suplirá todo lo que necesitemos. Podemos contar con Dios con la misma seguridad que tiene una niña que pide a sus papás un librito para la escuela o un vasito de leche.

Entonces hemos de decir, “…santificado sea tu nombre” – eso es, que todos los pueblos veneren el nombre de Dios. O, en otras palabras, que se reúnan, por Dios, los pueblos de la tierra en lugar de desconfiar en y maltratar a uno y otro. Los judíos, los cristianos, y los musulmanes dan culto al mismo Dios y comprenden la mitad de la población del mundo. Si solamente estas tres religiones tratan a uno y otro con el respeto mutuo, estaríamos cerca el pleno cumplimiento de esta petición.

Pero todavía no habríamos agotado nuestras necesidades – por mucho. Tenemos que rezar también, “…venga tu Reino”. Eso es, que la paz, la justicia, y el amor que caracteriza la vida trinitaria sea la realidad en la tierra que habitamos. Nos damos cuenta de muchos problemas sociales: la corrupción que cohíbe al gobierno de efectuar el bien común, la pornografía que destruye la familia mientras corrompe el alma, la indocumentación de millones de personas través del mundo, y tantos otros. Aquí rezamos que se superen todas estas maldades.

Habríamos hecho un paso gigante a realizar el Reino cuando todos tengan “el pan de cada día”. Por falta de la nutrición muchos niños no pueden aprovecharse de la escuela y muchos bebitos o antes o después del nacimiento viven en precaria. Si la suficiencia es lo que pedimos, entonces tenemos que tener en cuenta aquí la superabundancia que causa problemas del sobrepeso y la obesidad. Sin embargo, hay otro sentido para “cada día” que sugiere la resolución de estos problemas. El texto original dice epiousia, que significa “sobrenatural”. Por lo tanto, estamos pidiendo el pan eucarístico, la comida que nos nutre con la voluntad de Cristo para buscar la justicia y mantener la disciplina.

Antes de que recibamos la santa Comunión, tenemos que rezar: “Perdona nuestras ofensas puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende”. Aquí encontramos el perdón en el medio de la oración de Jesús como se sitúa en el corazón del evangelio. Es completamente necesario porque nuestros pecados nos tienen presos. Nos impiden hacer lo bueno, y nos impulsa a hacer lo malo. El muchacho que echa una mentira para evitar la culpa pronto tendrá que echar tres más para mantener su inocencia fingida. La muchacha que falta asistir en la misa un domingo tendrá menos resistencia a faltarla el segundo domingo, y ninguna resistencia el decima domingo. Por supuesto, para ser coherentes en nuestra petición para perdón, tenemos que perdonar a aquellos que nos pidan disculpa.

Finalmente, decimos “…no nos dejes caer en tentación”. No estamos pidiendo aquí que Dios nos ayude evitar todas las circunstancias en que sintamos tentados. Pues, las tentaciones pueden probar el valor causando el crecimiento humano. Más bien, queremos que Dios nos provea la fortaleza para resistir la tentación una vez que sintamos el deseo ilícito. Así los jóvenes van a la universidad donde habrá ideas que tientan su fe y atracciones que prueban sus morales. Si son prudentes, no dejarán de rezar, “...no nos dejes caer…”