El domingo, 3 de diciembre de 2024

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Isaías 63:16-17.19,64:2-7; Icor 1:3-9; Marcos 13:33-37

Como nuestro testimonio a la presencia del Señor después de la consagración, decimos: "Ven, Señor Jesús".  Se ha llamado esta venida al fin de tiempos la “parusía”.  Esta palabra griega significa la visitación de un rey o un personaje poderoso al pueblo de un cierto lugar.  En la Eucaristía reconocemos que Cristo está presente en forma sacramental, pero queremos que sea presente de modo total para que veamos su cara, toquemos su brazo, y escuchemos su voz.  Será la culminación de nuestra experiencia como cristianos y el fin de la historia.

La primera lectura de la tercera parte del profeta Isaías indica que no somos los primeros para esperar la venida del Señor. Aquí los judíos han regresado del exilio en Babilonia.  Su nación fue aplastada por los babilonios.  Ahora tienen que comenzar de nuevo.  Quieren que Dios una vez más les ayude para que regresen al pueblo los días de gloria.  Sin una concepción adecuada de la vida personal transcendiendo la muerte, lo más que pueden esperar es la independencia y la alta estatura de Israel entre las naciones.

En la segunda lectura Pablo expresa una conciencia de la vida eterna.  Por lo que pasó a Jesucristo en el tercer día de su muerte, el apóstol sabe que la resurrección es el destino de los que confíen en Jesús.  Dice que los dones de Dios han equipado a los corintios para que puedan vivir sin pecar hasta la parusía.  Entonces Jesús reclamará a los suyos de la tierra para darles lugar en el cielo.

El evangelio da la última enseñanza del Señor a sus discípulos antes de su pasión.  Toca la necesidad de la vigilancia para la parusía.  Los discípulos tienen que prepararse; esto es el significado de “velen”.  Se prepararán por vivir como siervos atentos haciendo bien.  No deben vivir como vagos haciendo lo que les dé la gana.

Tenemos que admitir que pocos hoy en día aguardamos la parusía con gran anticipación.  Nuestra miopía no nos permite ver mucho más allá que nuestras propias muertes.  Pensamos que en la muerte nuestras almas van a vivir con Cristo en la gloria y que esto es todo lo que importa.  Tendremos cerca nuestros seres queridos que también han pasado por la muerte al reino de la paz.  Nuestro malentendido es arraigado en la falta de un aprecio adecuado del ser humano.  Lo pensamos como un alma encarcelada en un cuerpo.  Según este error el alma pueda existir completamente bien sin “esta espiral mortal” como el príncipe Hamlet llamó el cuerpo.

Pero no, el cuerpo es mucho más que un alambre que guarda nuestro espíritu.  Sea bello o feo, fuerte o enfermo, el cuerpo es parte de nosotros por lo cual debemos estar agradecidos.  Solo con el cuerpo podemos ver y tocar, escuchar y oler.  Sin el cuerpo, seríamos limitados como prisioneros en confinamiento solitario.  Sin nuestros cuerpos es posible que existamos en proximidad de seres queridos, pero no podríamos tocarlos o besarlos.  Posiblemente podamos comunicarnos en un sentido, pero no podríamos escuchar sus voces.  A lo sumo la experiencia será como un encuentro con Zoom que da alguna satisfacción, pero de ninguna manera es igual que la presencia de los demás cara a cara.

Deberíamos esperar la venida de Cristo con gran anticipación por dos razones.  En primer lugar, según testimonios bíblicos será precedida inmediatamente por la resurrección de nuestros cuerpos del polvo de la tierra.  Entonces podremos de nuevo abrazar, besar, y conversar con nuestros seres queridos.  Aún más tremendo será la experiencia de conocer a Cristo plenamente, cara a cara y hombro a hombro.

Por eso, que pongámonos a puntas para esperar a Cristo.  Que sea aun antes del fin del año si Dios quiera.  De todos modos, decimos con los primeros cristianos, “Marana tha”, eso es, “Nuestro Señor, ven”.

El domingo, 26 de noviembre de 2023

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Ezequiel 34:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)

El profeta Ezequiel nos llama atención por varias razones.  Usa imágenes exóticas como los huesos secos que se forman un nuevo pueblo.  También las profecías de Ezequiel casi siempre son narrativas de sus relaciones personales con Dios. Además, Ezequiel hace hincapié en el Templo nuevo en Jerusalén como el enfoque del encuentro con Dios.  Finalmente, Ezequiel revela que Dios no va a juzgar naciones sino a individuos según sus hechos.  Esta última cosa es el mensaje de la primera lectura hoy.

Ezequiel habla del cuidado personal que Dios proporciona a sus ovejas.  Dice que Dios va a buscar a las descarriadas y a vendar a las heridas.  Más al caso al evangelio, enfatiza que Dios juzgará a sus ovejas, una por una.  No va a premiar o castigar a la nación según el total de sus hechos.  Más bien, como un juez en el tribunal juzga a cada persona por sus propios crímenes, Dios va a juzgar a cada hombre y mujer según sus propios actos.

En el evangelio Jesús indica que al final de los tiempos se cumplirá esta profecía de Ezequiel.  Él mismo vendrá como el pastor-rey.  Como rey, uno de sus menesteres será actuar como el último árbitro en los asuntos de sus sujetos.  Por eso, juzgará a cada uno en su reino que ahora incluye el mundo entero.  Usará como su criterio de juicio las obras buenas de nosotros como individuos.  Si continuamente has alimentado a los hambrientos y has dado de beber a los sedientos, si has acogido a los forasteros y has vestidos a los desnudos, y si has visitado a los enfermos y a los encarcelados, serás premiado con un lugar en el Reino.  Pero si has desconocidos a aquellos en éstas y otras situaciones precarias, serás echado en el infierno.

En su venida Jesús no solo estará cumpliendo la profecía de Ezequiel sino las parábolas que hemos escuchado los últimos dos domingos.  Recordamos cómo solo las jóvenes que guardaba sus lámparas encendidas significando sus obras buenas participaron en las bodas del señor.  Entonces el domingo pasado Jesús habló de los siervos que ocuparon sus talentos para el bien del Reino como entrando en el gozo del señor.

Deberíamos ser aliviados que Jesús no va a juzgar a todos globalmente porque es probable que nuestra generación sea una de las más depravadas.  Un ejemplo de la depravación es la profanación de la Encarnación de Señor.  En el tiempo navideño muchos no comparten la paz y el gozo de tener en nuestro medio al Salvador del mundo.  Más bien lo hacen un tiempo de codicia y exceso vicioso.  El “viernes negro” indica plenamente la corrupción.  En este día la gente cae en las trampas de los comerciantes por buscar nuevas adquisiciones para sus propias casas.  Que nosotros más bien ofrezcamos nuestra buena voluntad a todos con ojos fijados en el bebé nacido en un estable y adorado por los pastores.

Con este pasaje sobre el juicio final terminamos nuestra lectura del Evangelio según San Mateo en los domingos.  Hemos aprendido cómo Jesús es Hijo de Dios, que ha venido para salvar a todos del pecado.  También hemos visto cómo él fundó su Iglesia para ser una comunidad recta e igualitaria con Pedro como pilar principal y los apóstoles y sus sucesores como líderes.  Finalmente hemos escuchado su mandato que vayamos a través del mundo como la luz de su verdad y de su amor. 

El domingo, 19 de noviembre de 2023

EL TRIGÉSIMA TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

La película “Barbie” ganó mucha atención junto con mucho dinero este verano.  Sorprendentemente la protagonista Barbie no fue una joven estereotipada.  No solamente disfrutó de fiestas y buscar piropos de los muchachos.  También se desarrolló de una muñeca en un mundo de fantasía a una mujer en un mundo de ambas la angustia y la alegría.  Algo parecido tiene lugar en la primera lectura de la misa hoy.

El pasaje del Libro de Proverbios describe una esposa que vale. Ella no es trivializada por ser una persona superficial con miradas buenas y encantos secretos.  Es hacendosa, no juguetona.  Es confiable, no caprichosa.  Es digna, no vana.  En sumo, es una persona que todos nosotros querríamos conocer.  Por esta razón se copla el pasaje con el evangelio en que Jesús habla de un rasgo significante de su discipulado.

Jesús se aprovecha de una parábola para indicar la necesidad que un discípulo utilice sus talentos para el bien del Reino de Dios.  Se pretende que los talentos en la parábola signifiquen más que monedas.  Son también capacidades personales.  No es todos nosotros tengamos las mismas capacidades ni la misma cantidad de capacidades diferentes.  Algunos discípulos son muy talentosos como el siervo a quien se dieron cinco talentos.  Otros no tienen muchos talentos como los siervos que reciben solo uno o dos monedas.  En cada caso el discípulo tiene que poner al buen uso sus talentos en actividades como cuidar a los enfermos y consolar a los afligidos.  No deben dejar que sus talentos quedar ociosos por pereza o por miedo de perderlos.

Dos siervos invierten sus talentos sagazmente y producen lucras considerables.  Por sus esfuerzos están bien premiados por su señor.  Se les da acceso a la alegría de la vida eterna.  Pero el que escondió su talento por miedo de perderlo está castigado por su falta de iniciativa.  Él está echado a la oscuridad, un símbolo para la condenación.  Jesús está diciéndonos en términos bastante claros que tenemos que ejercer esfuerzos por el bien de los demás.  No podemos pensar en nosotros como sus verdaderos discípulos si pasamos la vida indispuestos a invertir tiempo y talento al servicio del Señor.

La segunda lectura nos proporciona otra manera en que la gente malgaste su talento.  San Pablo nos insta que no pasemos todo nuestro tiempo libre como si fuéramos durmiendo. Eso es, que no gastemos nuestro tiempo fuera del trabajo solo mirando la tele, relejando en la hamaca, entrenando en el gimnasio, o haciendo compras.  Aunque estas actividades pueden ser provechosas hasta un punto, nuestras vidas tienen otra finalidad más grande.  Como seres hechos en la imagen de Dios, es nuestra responsabilidad para crear un mundo mejor. 

Desde el Sermón en el Monte hasta este último discurso en el Evangelio de Mateo Jesús ha exigido mucho de sus discípulos.  Debemos buscar la paz entre enemigos y compartir nuestro pan con los necesitados, ser siempre dispuestos a perdonar y nunca causar escándalo.  Pero nos asegura también que podemos ir a él parar la comprensión y el alivio de fatigas.  Como Señor del cielo y la tierra nos puede proveer no solo el descanso temporáneo sino la paz eterna.

El domingo, 12 de noviembre de 2023

TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

El año litúrgico no corresponde perfectamente con el año calendario.  Ahora nos acercamos el fin del año litúrgico 2023.  En solo tres domingos en el primer domingo de Adviento comenzaremos el nuevo año eclesiástico.  Hay diferentes indicaciones que estamos cerca al fin.  La segunda lectura trata de la muerte mientras en la parábola del evangelio Jesús habla del fin de los tiempos. 

La parábola se toma de la segunda parte del último discurso de Jesús en el Evangelio de Mateo.  Jesús ha llegado a Jerusalén donde va a ser traicionado y crucificado.  Por ahora se retira al Monte de Olivos cercano donde se encuentra sentado, preparado para enseñar.  Sus discípulos se le acercan preguntando sobre el fin de los tiempos.  Jesús responde primero con una descripción de la desolación que experimentará el mundo.  Pero les avisa que no se sabe el día del fin.  Por esta razón, dice, los discípulos tienen que velar.  Entonces en la segunda parte del discurso explica con tres parábolas que quiere decir “velar”.

Velar es mucho más que mantener los ojos abiertos.  De hecho, todas las diez jóvenes de la parábola duermen.  Velar es más bien prepararse con obras buenas.  Es ayudar al otro para que cuando llegue el Señor, puedes mostrarle logros meritorios.  Las jóvenes previsoras han traído mucho aceite que representa caridad abundante.  En el Sermón del Monte, el primer discurso de Jesús en el Evangelio de Mateo, llamó a los mismos discípulos “la luz del mundo”.  Dijo que tenían que brillar “su luz delante los hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a Dios Padre…” Las jóvenes previsoras se prueban como cumplidoras de este mandato por la provisión sustanciosa de aceite que llevan.

Por supuesto se incluyen en obras buenas los sacrificios pequeños que hacemos para complacer a nuestros seres queridos.  En una película una muchacha se estira para abrir la cerradura de puerta para su novio después que él la acomodó en su coche.  Es un gesto bonito. Sin embargo, más característico de obras buenas es el servicio a los necesitados.  Jesús mismo nos instruye cómo se ve este servicio en su declaración famosa al fin del discurso.  Dice que los elegidos por Dios dan de comer a los hambrientos y visitan a los enfermos. 

Hoy en día pocos dicen que es necesario acudir la iglesia.  En contraste, casi todos están de acuerdo de que es importante ayudar al prójimo.  No obstante, no son muchos que lo hacen, al menos en forma sistemática.  En tiempos pasados las organizaciones como la Legión de María y la Sociedad de San Vicente de Paul servían a muchos pobres y enfermos.  Los miembros de tales organizaciones desarrollaron una espiritualidad del servicio de modo que fueran más cumplidos en sus obras y más entregados al Señor.  En la parábola son cinco las jóvenes que han hecho buenas obras, un número que implica tal cooperación con efecto ancho.

Ahora la gente no participa en organizaciones de este tipo.  Más bien se agrupan según sus intereses personales por medio de sus teléfonos.  Con el Internet intercambian ideas más que experiencias personales.  El efecto es la soledad en ambos lados.  Relativamente pocos reciben la caridad cristiana mientras los cristianos quedan solos en la casa picando sus teléfonos.  Cristo espera más de sus discípulos.

El Señor está por venir pronto, espiritual si no físicamente.  Si queremos reconocerlo, tendremos que dejar los teléfonos un rato para estudiar las caras de los necesitados.  Se parecerá semejante a los hambrientos y los enfermos.

El domingo, 5 de noviembre de 2023

TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)

Este evangelio tiene algunas frases que nos sorprenden.  ¿Es cierto que Jesús no quiere que llamar a nadie “padre”, ni nuestro progenitor?  ¿Puede ser que tengamos que inventar otros títulos para nuestros maestros?  Porque son mandatos del Señor, debemos investigarlos en serio.

Sabemos que en otros contextos Jesús habla con lenguaje exagerado.  No quiere engañarnos sino enfatizar la importancia de nuestra atención al asunto a mano.  En el Evangelio de San Lucas Jesús dice a sus discípulos que tienen que odiar a su padre, madre, hijos, etcétera. Los expertos nos aseguran que no tenía ninguna intención que odiáramos a nuestros seres queridos, sino que siempre lo pusiéramos a él en primer lugar.  En este Evangelio de San Mateo Jesús manda, “’Sí, pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti’”.  Seguramente no quería que lastimáramos a nosotros mismos.  Solo deseaba que no pecáramos.  Como tan efectivo predicador que era, Jesús usó lenguaje que pica.

Sin embargo, los reformadores protestantes evidentemente pensaban de otro modo.  Martín Lutero consideraba a llamar bien a un hombre “padre” con tal que no interfiera con la gloria de Dios.  Por la práctica de llamar a sus ministros “reverendos” o “pastores”, se puede asumir que no vio con ojos buenos llamar a sacerdotes “padres”.  Hay algunos protestantes y a veces católicos también que todavía rehúsan llamar a sacerdotes católicos “padres”.  No están siendo necesariamente irrespetuosos.  A lo mejor aman al Señor tanto que tomen cada una de sus palabras literalmente.  Sin embargo, un entendimiento literal no es siempre la mejor interpretación de la Escritura posible.

Porque la práctica va en contra del mandato evangélico, los teólogos católicos han reflexionado profundamente en la cuestión.  Notan como Pablo en una de sus cartas llama a sí mismo como “padre” (I Cor 4,14-15) de la comunidad que convirtió.  Además, Pablo a través sus cartas refiere a sus hijos espirituales.  La Iglesia antigua se acostumbró a llamar a los obispos “padre”.  San Benito designó el título no solo a líderes de sus comunidades (abad es una forma de padre) sino también a los confesores.  La razón que dio era que son guardianes de almas.  Por la misma razón los frailes dominicos y franciscanos fueron nombrados “padres” y luego todos sacerdotes.

En el evangelio Jesús echa una crítica fuerte contra los fariseos y escribas que engrandecen su propia importancia en los ojos del pueblo. Según Jesús ellos llevan ropa pretenciosa, ocupan los puestos prominentes en público, y muestran satisfacción cuando otros los saluden como “maestros”.  El propósito de Jesús es más que denunciar al liderazgo judío.  Sobre todo, quiere advertir sus discípulos que no se actúen así en la Iglesia que está fundando. 

El papa Francisco con el sínodo sobre sinodalidad puso el cimiento para que la Iglesia se conforme más con este propósito de Jesús.  Sentó a los laicos con los jerarcas en mesas redondas para enfatizar la necesidad de escuchar seriamente ambos los motivos y las perspectivas de uno y otro.  Permitió que todos votaran para revelar el verdadero pensamiento del grupo en las cuestiones.  No va a quitar de los obispos la gobernación de la Iglesia.  Pero va a facilitar una gobernación mejor informada.

Es evidente que la tendencia para dominar a los demás se arriaza en el hondo del corazón humano.  Jesús vino para extirparla.  Necesitamos su gracias para amar a uno a otro como hermanos y hermanas.  Esta gracia está funcionando cuando nosotros, tanto los pastores como los laicos, entablar conversaciones con honestad y respeto.

El domingo, 29 de octubre de 2023

TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

El evangelio hoy trata del amor.  Todos saben del amor, pero no todos están de acuerdo de lo que sea el amor.  Una vez un hombre desamparado recibía el almuerzo de una voluntaria trabajando en un comedor de caridad.  Dijo el desamparado a la voluntaria: “Señorita Bea, te amo”.  Respondió ella: “Te amo a ti también, Jaimito”.  Entonces el hombre dijo: “Señorita Bea, si tú me amas, ¿te acostarás conmigo?” La mujer le replicó: “No es ese tipo de amor”. 

Hay varios tipos de amor.  El gran exponente de la fe del siglo pasado, C.S. Lewis, describe cuatro.  Reflexionar sobre estos puede ayudarnos entender los mandamientos de amor en este evangelio.  Tres de estos tipos son naturales.  Eso es, surgen en nosotros como el apetito de comer o el deseo de saber.  El cuarto tipo es sobrenatural. A decir, viene de Dios y es para nosotros aceptarlo y compartirlo con los demás.

El primer tipo de amor es el cariño por lo cual deseamos el bien para la gente que nos ayuda.  Por el cariño una niña quiere a su mamá que le provee los recursos para vivir desde la leche de pecho hasta el consejo para las fiestas.  También la madre busca el afecto de sus hijos para sentir cumplida como mujer.  Necesitamos a ser necesitados, como dice el refrán.  El cariño se extiende más allá que nuestros familiares.  Dice Lewis que noventa por ciento de nuestras relaciones de amor son de este tipo.  No obstante, hay que tener cuidado con el cariño.  Puede volverse en la indulgencia que sofoca más que el apoyo que ayuda.

Lewis enumera la amistad como el segundo tipo de amor.  Tiene en mente el compartir completa de modo que dos hombres o dos mujeres se identifiquen el uno con el otro.  Los padres de la Iglesia San Basilio y San Gregorio Nacianceno tuvieron tal relación. Gregorio escribió: “Cuando reconocimos nuestra amistad, nos hicimos todo para uno y otro: compartimos el mismo alojamiento, la misma mesa, los mismos deseos, la misma meta”.  En el Evangelio según San Juan a la última Cena Jesús llama a sus discípulos “amigos” porque han compartido su vida al máximo.  Aunque este género de amistad es gran don, se puede corromperse.  Por ejemplo, cuando los dos no comparten con nadie más que uno y otro, se hace egoísta.

Eros, el amor romántico, comprende el tercer tipo de amor.  Los enamorados experimentan deleite no solo en la presencia sino también en el pensamiento de uno y otro.  Por su naturaleza eros llevará la pareja a dar vida en el matrimonio.  Pero también puede conducirles a la disminución de bondad como cuando los novios dejan la virtud en la búsqueda del placer erótico. 

Lewis llama el cuarto tipo de amor “ágape”, una palabra griega que significa el amor abnegado.  Es el amor de Dios entregado a los humanos por pura bondad.  Tenemos un amor natural para los maestros que nos formaron como personas de carácter.  Pero Dios no tiene que amarnos; ni siquiera tenía que crearnos.  A pesar de la ingratitud humana, Dios no solo nos creó sino envió a su propio hijo para salvarnos del pecado y la muerte.  En respuesta a él amamos a todos con un amor que no busca reciprocidad en el cariño, ni exclusividad en la amistad, ni placer en el eros. 

Con ágape podemos amar a Dios mismo.  Esto es más difícil que se piense.  Pues Dios no es visible y además muchos prefieren pensar en sí mismo como autores de su propia bondad.  Amamos a Dios por reconocerlo en los hambrientos, desnudos, enfermos, y extranjeros con quienes Cristo se identificó; por obedecer sus mandamientos aun cuando nos cuesta; y por la oración diaria y atentamente.

Como seguidores de Cristo, no amamos solo a aquellos que cumplen nuestras necesidades. Amamos a todos por imitación a Dios que nos ha amado en primer lugar.  Su amor, el ágape, nos da más que la satisfacción que es propensa a desvanecer en tiempo.  Nos da el gozo de conocer a Jesús como nuestro amigo y a su Padre como nuestro anfitrión por la eternidad.

El domingo, 22 de octubre de 2023

EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 45:1.4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

Porque tiene que ver con el gobierno y, por ende, la política, el evangelio hoy ha llamado mucha atención.  También es interesante pero poco notada la situación en que se encuentra Jesús.  Hace pocos días entró Jerusalén para entregar su vida por la redención del mundo.  Después de ahuyentar a los mercantiles del Templo, los ancianos judíos vinieron cuestionando su autoridad.  En lugar de darles una respuesta directa, Jesús les preguntó si Juan Bautista era profeta de Dios.  Era pregunta con trampa.  Si los ancianos contestaran “sí”, Jesús les habría preguntado por qué no lo siguieron.  Y si contestaran “no”, habrían perdido la confianza del pueblo.

En el evangelio hoy los fariseos y herodianos se acercan a Jesús con toda la sinceridad del lobo saludando a Caperucita Roja.  Tienen una pregunta con trampa semejante a aquel que Jesús usó con los ancianos judíos.  Si Jesús responde que sí se debe pagar el impuesto a César, perdería el favor del pueblo.  Y si contesta “no”, las autoridades vendrían buscándolo. 

Jesús no se cae en la trampa. Más bien se ha dado cuenta de las intenciones malas de los fariseos del piropo falso con que lo saludaron. No contesta la pregunta sino burla a sus adversarios por pedirles la moneda para pagar el impuesto.  El hecho de que tienen a mano la moneda indica su participación en el sistema monetario de César.  Muestran que deberían pagar el impuesto porque se aprovechan del sistema.  Realmente no quieren aprender de Jesús.  Como Jesús dice, son “hipócritas”.

Jesús nos deja un proverbio sin ninguna explicación.  Somos para dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.  Pero ¿qué es nuestro deber a César? y ¿qué es nuestro deber a Dios?  “César” significa el gobierno, y no es difícil enumerar nuestros deberes al gobierno.  Hemos de obedecer sus leyes, votar para sus oficiales, pagar sus impuestos, y defender el país cuando nos llame.  Pero nuestro deber a Dios es más complicado.

Algunos piensan que nuestra deuda a Dios es limitada a asistir en la misa dominical y hacer un aporte a la caridad de vez en cuando.  Sin embargo, porque Dios nos creó, nos salvó de las insidias del diablo, y nos sostiene le debemos mucho más.  De hecho, debemos a Dios toda nuestra vida.  Cumplimos este deber por vivir cada día, de hecho, cada momento de cada día como Cristo. 

Permítanme me explicar con una historia.  A lo mejor el caos que acompañaba el subir a los buses en Honduras no ha cambiado mucho en treinta años.  En los años diecinueve noventa un sacerdote allá solía decir que vivía como cristiano todo el tiempo excepto cuando subiera en el bus.  Estaba bromeando, por supuesto, pero ¿no es que todos nosotros proponemos tales límites a nuestra lealtad a Cristo? 

Existe un documento del segundo siglo que describe los modos de cristianos.  Reclama que los cristianos no viven como las demás personas, aunque viven entre ellas.  Dice que los cristianos son al mundo lo que el alma es al cuerpo. En otras palabras, actúan como la conciencia del mundo siempre mostrando el modo bueno, justo, y correcto a vivir.  Esto es lo que Jesús quiere decir cuando nos manda “dar a Dios lo que es de Dios”.

Resistimos entregarnos completamente a Dios.  Parece como demasiado de demandar de nosotros.  Pero no deberíamos considerarlo como un pago de nuestra parte.  Más bien es solo el modo apropiado de realizar nuestro papel como miembros de la familia de Dios.  Es solo vivir como hijos e hijas de Dios.