El domingo, 28 de julio de 2024

EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Queridos hermanos y hermanas, hoy comenzamos un anomalía en la liturgia.  Por cinco domingos interrompamos nuestra lectura del Evangelio según San Marcos para reflexionar sobre el “Discurso de Pan de Vida” en el Evangelio según San Juan.  El discurso nos ayuda entender la Eucaristía que el Vaticano II llamó “la fuente y cumbre de la vida cristiana”. 

Se puede ver la lectura hoy como la materia sobre que Jesús reflexiona en el discurso.  Su pretensión es levantar la cuestión: “¿Quién es Jesús?” No podemos entender la Eucaristía si primero no tenemos un concepto correcto de Jesús.

La lectura emprende con mucha gente siguiendo a Jesús al otro lado del mar de Galilea.  Lo han visto haciendo curas milagrosas, y quieren ver más de ellas.  No es que tengan la fe en Jesús todavía; son simplemente asombrados de su poder.  Comprenden una muchedumbre inmensa de cinco mil hombres y ¿quién sabe cuántas mujeres y niños?

Jesús asume el papel de anfitrión bondadoso cuando pregunta a Felipe: ”¿Cómo comparemos pan para que coman éstos?” Quiere que todos se nutran, pero tiene en cuenta más que carbohidratos y calorías.  Va a proveer la nutrición espiritual para que tengan la vida en plenitud.  Esto es el motivo para el interrogante.  Quiere saber si Felipe ha penetrado su humanidad para reconocer su divinidad.

Como si fuera una misa, Jesús toma el pan, da gracias a Dios por ello, y lo reparte entre la gente.  Porque es buen anfitrión sirve el pescado de la misma manera.  Pues el pan y pescado comprendía los alimentos básicos para el almuerzo entre los palestinos hace dos mil años.  Eran como la arroz y habichuelas o tortillas y frijoles para varios pueblos hoy en día.

Después del reparto de comida, Jesús pide a sus discípulos que recojan las sobras.  Porque recogen solo el pan, se puede decir que ello, y no el pescado, es el alimento enfatizado aquí.  Los doce canastos de sobras indican no solo la enormidad del milagro sino algo más profundo.  Cada canasto representa una de los doce tribus de Israel.  Como Dios alimentó a los israelitas con el maná en el desierto, Jesús alimenta a la muchedumbre a la orilla del mar de Galilea.  La implicación es clara.  Jesús es como Dios en su preocupación y su acción por el bien del pueblo.  El libro de Éxodo explica que por saciarse con el maná los israelitas sabrían que el Señor era su Dios.  Así los galileos deberían reconocer a Jesús como Dios por la multiplicación de los panes.

Sin embargo, la gente no alcanza a esta conclusión todavía.  Llaman a Jesús solo “el profeta” de quien Moisés habla en el libro de Deuteronomio.  También intentan proclamarlo rey.  Estas descripciones palidecen cuando se comparan con la realidad.  El profeta sería semejante a Moisés, no a Dios.  También cada rey humano sirve por un tiempo limitado y con poder sujeto a ser superado por lo del otro rey.  Solo Dios reina para siempre con poder absoluto. 

Pero ¿qué tipo de pan tiene Jesús que se multiplica para nutrir a pueblos enteros?  Y ¿qué es la nutrición espiritual que rinde la vida en plenitud?  Finalmente ¿exactamente cómo deberíamos entender la vida en plenitud?  Para responder a estas inquietudes tenemos que reflexionar profundamente en el Discurso de Pan de Vida en los próximos domingos.

El domingo, 21 de julio de 2024

Decimosexto domingo “durante el año” – b24 

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

En lugar de enfocar en el evangelio, hoy querría comentar acerca de la segunda lectura.  Saben ustedes que la segunda lectura de la misa dominical es casi siempre tomada de una carta apostólica.  La carta en cuestión ahora es la a los Efesios, el pueblo de una gran ciudad del Asia occidental. 

Estamos acostumbrados a oír que Pablo escribió la Carta a los Efesios.  Es verdad que la carta comienza con su nombre.  Sin embargo, los eruditos de la Biblia hoy en día dicen que el autor era un discípulo de Pablo que usó su nombre para llamar la atención de los lectores. (Sí nos parece extraña esta práctica, pero evidentemente no era mal vista en la antigüedad.) Aparentemente la carta fue escrita después de la muerte de Pablo porque indica una situación diferente del tiempo de su martirio.  No obstante, la Carta a los Efesios es considerada obra clave del Nuevo Testamento.

La lectura hoy hace hincapié en que Jesucristo vino para reconciliar a los pueblos judío y gentil en sí mismo.  Se expresa este concepto con una de las frases más bellas en todas las Escrituras: “… él es nuestra paz”.  Eso es, la muerte de Jesús en la cruz produjo la reconciliación con Dios en beneficio tanto de los gentiles como de los judíos.  Además, su muerte reconcilió a los dos pueblos entre sí. 

La reconciliación con Dios fue resultado del sacrificio del Dios-hombre.  Como hombre, Jesús representa toda la humanidad.  Por ser Dios, su entrega de su vida tiene ramificaciones universales.  Ya la pena acumulada por los pecados del mundo entero es cancelada.  Todas mujeres y hombres son justificados cuando se adhieren a Cristo.

Jesús logró la reconciliación entre los pueblos por su muerte sangrienta.  Cuando los dos pueblos ven a su Salvador, inocente de crimen pero colgado despiadadamente por los pecados de ellos, se comparten la miseria.  Es como la escena final del drama Romeo y Julieta.  Cuando las familias de los protagonistas reconocen que su hostilidad mutua causó la muerte de sus jóvenes amados, se prometen vivir siempre en paz.

Además, la resurrección y ascensión de Jesús ha suelto el Espíritu Santo para llamar a todos a la Iglesia.  Iniciados por el Bautismo y fortalecidos con la Eucaristía, nos vemos a uno a otro como un hermano o una hermana convocados a la unidad en la verdad y el amor.

Jesucristo se queda como la paz entre individuos y pueblos en nuestro mundo turbulento.  Las noticias están llenas de las diferencias significativas entre los progresistas y los tradicionales por toda la tierra.  Los progresistas quieren las fronteras abiertas a los inmigrantes mientras los tradicionales quieren construir muros para asegurar la patria.  Los progresistas quieren proclamar el aborto como derecho humano mientras los tradicionales desean hacer el aborto un crimen.  Los progresistas quieren prohibir la lectura de los libros sagrados en las escuelas mientras los tradicionales quieren garantizar la lectura de pasajes de sabiduría como los Diez Mandamientos.  La lista de discrepancias es larga, y las cuestiones son complicadas.  Pero lo más lamentable es que los dos lados están dispuestos a provocar motines si no logran sus objetivos.

Jesús nos produce la paz por ser un modelo del respeto a la autoridad.  Nunca pretendió que él fuera más grande que la ley civil.  Los progresistas y los tradicionales deben aceptar la voluntad de la mayoría en cuestiones civiles.  También Jesús es causa de la paz cuando apelamos a él que sane una situación deteriorada.  Tiene un infinito número de maneras para intervenir en las actividades humanas.  Siempre debe ser nuestro primer y último recurso en apuro.  Finalmente, Jesús es nuestra paz cuando tomamos a pecho su mandamiento del amor a los enemigos.  Haciendo pequeñas obras de bondad por aquellos que ven la vida de modo diferente seremos considerados como sinceros en nuestra preocupación por el bien común. 

De todos modos, no tenemos que preocuparnos indebidamente.  Jesús ha conquistado el mal, aunque esto no se vea siempre.  Su victoria puede tomar el resto de tiempo para hacerse evidente a todos.

El domingo, 14 de julio de 2024

DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)

Queridos amigos, el evangelio hoy nos presenta un giro curioso.  Se espera que Jesús enviará a los apóstoles para predicar el Reino de Dios como está haciendo él.  Sin embargo, el pasaje no menciona el Reino.  Dice que los Doce predicaron solo el arrepentimiento de pecados.  Además, especifica que expulsaron demonios y curaron a los enfermos.  Estas tres acciones – el arrepentimiento, la expulsión de demonios, y la cura de enfermedades– tienen el mismo fin.  Preparan a la gente aceptar el mensaje del Reino que Jesús va a entregar después. 

Solemos pensar en la expulsión de demonios y la cura de los enfermos como actividades extraordinarias.  Pero esto no es la intención aquí.  Más bien, han de entenderse echar demonios y curar a enfermos como referencias a nuestra vida espiritual.  Juntos son requisitos para vivir en paz con Dios y con los demás.  Los demonios son los errores de nuestro pensamiento que distorsionan nuestro juicio.  Las curaciones pueden ser físicas o espirituales, pero siempre nos causan dar gracias a Dios.  Voy a describir algunos de estos demonios y explicar las curas que buscamos.

Los monjes en los primeros siglos del cristianismo se quejaban del “diablo del medio día”.  Este demonio trató de convencer al monje que no podía ganar la lucha para vivir sin pecado de modo que sea mejor que le dé por vencido ahora.  Se asociaba con el medio día porque en ese hora el monje sentía ambos el calor y el hambre opresivos.  Estaba inclinado a desesperar de su vocación y meterse en los asuntos de otras personas.  Este demonio del medio día nos afecta a nosotros cuando sentimos aburridos con nuestras responsabilidades, sea en nuestro trabajo, en nuestra familia, o hacia Dios.  Se expulsa este demonio por recordar los beneficios que hemos recibido y darle gracias a Dios.  También una mirada al crucifijo nos recordará de que Cristo sufrió para nosotros mucho más que sufrimos por él.

Otro demonio que afecta a muchos puede nombrarse como “el demonio de ´yo no importo’”.  Es decir, que el demonio trata de convencer a nosotros que ni nosotros y mucho menos nuestras acciones importen mucho al fin de cuentas. Por esta razón, según este demonio, estamos libres de hacer lo que nos dé la gana.   Influenciado por este demonio el joven y ahora la joven miran la pornografía. Se dicen a sí mismos, “La pornografía no lastima a nadie; por eso no es mala”. Otro ejemplo de este demonio es la persona que se defiende a sí mismo de hablar mal de otra persona por decir que todo el mundo lo hace.  Sin embargo, estos pecados, como todos, corrompen las almas de aquellos que los cometen.  Nos rinden más deseosas de dominar a los demás y menos inclinados a buscar su bienestar.  Y ¿quién dice que estas acciones no hacen daño?  Hay hasta la esclavitud en el comercio del sexo, y muchas reputaciones son perjudicadas por los chismes.

El último tipo de demonio que vamos a tratar es, en un respeto, el opuesto del demonio de “yo no importa”.  Este demonio intenta levantar al que lo tiene a nuevas alturas por decirle que maravilloso es.  Se puede llamar este como “el demonio de la pretensión”.  Este nos impulsa a pensar en nosotros como mejores de las personas que nos rodean.  Nos inclina a jactarnos en lugar de reconocer lo bueno de los demás.  Uno de los mejores científicos trabajando por NASA, la agencia del gobierno federal para la exploración del espacio era una mujer negra.  Cuando dejó su casa para Houston, su padre le dijo: “Acuérdate, mi hija, de que no eres peor que cualquiera otra persona, y no mejor tampoco”.  Este es la mejor manera de derrotar este demonio: que reconozcamos que todos tienen sus propios talentos de modo que puedan hacer cosas que nosotros no podemos hacer.

Además de tener expulsados nuestros demonios, queremos que nuestras enfermedades se sanen.  Ocurren estas curas, aunque no sean tan maravillosas como hubiéramos pensado.  Las curas son como tratadas en una película llamado “The Miracle Club” que estrenó hace dos años.  Mostró un grupo de peregrinas de Irlanda destinado a Lourdes.  Todas tenían un deseo de ser curada de una condición física, aunque su párroco les advirtió: “No se va a Lourdes para un milagro sino para la fuerza de seguir adelante cuando no hay milagro”.  Cuando regresaron a Irlanda todas eran de una manera curadas.  Todas sentían más que nunca el amor de sus familiares.  Todas estaban más convencidas que nunca que el amor de Dios va a curar las heridas que llevaban por los pecados de ambas otras personas y de sí mismas. 

Es fantasía pensar que Dios va a curar todas nuestras enfermedades.  Todos tenemos que morir un día a pesar de nuestros rezos que sigamos viviendo.  Sin embargo, el Señor nos ofrece el valor de sufrir el dolor y la muerte para el bien de los demás.  De esta manera somos preparados para participar en su Reino cuando venga Jesús.  Que no tengamos que esperar eso mucho más.

 


El domingo, 7 de julio de 2024

DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7b-10; Marcos 6:1-6)

Queridos amigos, continuamos la lectura del Evangelio según San Marcos hoy.  Dentro de poco vamos a interromper la secuencia para considerar el importante tema de la Eucaristía como presentada en el Evangelio según San Juan.  Hay oportunidad hacer esto y acabar la mayor parte de Marcos porque este evangelio no es tan largo que los demás.  Pero este no disminuye su importancia.  Con su estilo descriptivo y sus enfoques en Cristo y el discipulado Marcos nos presenta un programa válido para le vida cristiana.

La primera lectura tiene Babilonia como su trasfondo.  Varios ciudadanos de Jerusalén, incluyendo el sacerdote Ezequiel, han estado deportados allá por el rey Nabucodonosor.  El Señor Dios ahora llama a Ezequiel ser su profeta o portavoz entre los exiliados.  Dios dice que los exiliados han sido “testarudos y obstinados” en su lealtad a Él.  Pues, en los años anteriores ellos desconocían la ley y los profetas hasta que el Señor envió a los babilonios para humillarlos. 

Ezequiel será un profeta extraordinario.  Sus palabras y sus gestos van a abrir los ojos de la gente a la voluntad del Señor.  Nos dan a nosotros una prevista del otro profeta mucho mayor seis siglos en adelante.  Jesús de Nazaret tendrá profecías y obras que llaman la atención de todos.  Sin embargo, como en el caso de Ezequiel no es que todos lo seguirán.  Pero para aquellos que se humillan para hacerlo caso, no les cabe duda de que habla por Dios.

El evangelio hoy nos recuerda del pasaje de hace varios domingo cuando los familiares de Jesús vinieron a su casa en Cafarnaún.  Pensaban que fuera loco y trataron de llevárselo.  Aquí sus paisanos en Nazaret tampoco piensan bien en él.  Ciertamente no lo consideran un profeta de Dios.  A pesar de que ha explicado bien las Escrituras y que ha curado a enfermos, se quedan con sospechas.  No están entusiasmados por haber escuchado la voluntad de Dios u orgullosos por tener a uno entre ellos hablando con gran sabiduría.  Más bien están asombrados como si Jesús fuera un fraude o un fanfarrón que no sabe tanto como piense él mismo.  Piensan que no es mayor que su madre o sus hermanos que conocen como personas ordinarias.

Mucha gente hoy da motivos similares para no aceptar a Jesús como profeta de Dios.  Dicen que no han cumplido su promesa de regresar para llevarnos al cielo.  Además, explican que el mensaje de Jesús no conforma a su manera de entender la vida.  Lo piensan como un sabio de la historia cuya sabiduría ha sido superada.  No quieren seguir su exhortación continua de dar su vida en el amor abnegado para tenerla para siempre.  Más bien, quieren ser gratificados ahora con el amor erótico. 

Sabemos mejor.  Sabemos que la resurrección de Jesús de entre los muertos ha demostrado la validez de su enseñanza.  Aún más importante, la resurrección nos ha hecho capaces de ser sus verdaderos hermanos y hermanas, herederos de su vida inmortal. Unidos a Jesucristo en el Bautismo, vivimos como familia tratando a uno y otro con el amor que no se aprovecha del otro, sino que lo apoya. De ningún modo es, como dicen los paisanos de Nazaret, que Jesús no sea mejor que los demás.  Es completamente el contrario.  (Por favor, escuchen bien ahora) Nosotros somos mejores personas por ser sus hermanos y hermanas.  Siguiendo en el camino de Jesús, sabemos que él nos va a encontrar cuando llegue al final del tiempo.


El domingo, 30 de junio de 2024

DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.7.9.13-15; Marcos 5:21-23)

Queridos amigos, tenemos para consideración hoy dos de las historias más llamativas de los evangelios.  Estas historias agregan a los evangelios de los domingos pasados para mejorar nuestro entendimiento de quién es Jesús.  Cuentan de dos personas que creen en él como profeta de Dios.  Este nos sirve como el principio.  Poco a poco el evangelista nos conducirá a la conclusión que Jesús es el mesías; eso es, el Hijo enviado por el Padre, para salvarnos del pecado y la muerte.

Cuando Jesús llega a la orilla del lago de su viaje en la barca, un líder judío se lo acerca.  Este hombre, llamado Jairo, muestra su fe en Jesús como hombre de Dios.  No es como los escribas de Jerusalén hace poco que lo acusaron de ser socio del diablo.  Echándose a sus pies, Jairo le pide a Jesús que venga a su casa para curar a su hija moribunda.

En el camino una mujer se acude al Señor con la timidez.  Tiene un flujo de sangre continuo que le deja abatida.  El derroche de sangre le causa a la mujer varias dificultades.  Físicamente queda anémica, sin la energía, medio muerta.  También, se considera impura de modo que no pueda tener relaciones con su esposa o casarse si no tiene esposo.  Tampoco pueda dar culto al Señor en el Templo.  Además, el pasaje la describe como victimizada por los médicos que toman su dinero sin sanarle la enfermedad. 

La mujer toca el vestido de Jesús con la esperanza de ser curada de la enfermedad.  No queda decepcionada. Segura que Jesús ha actuado por ella, recoge la valentía para presentarse a él.  Con el mismo gesto de homenaje que hizo el jefe judío, le muestra su gratitud.  Recibe la bendición de Jesús, quien afirma que es su fe en él que le ha curado.

Cuando Jesús llega a la casa de Jairo, la gente dice que se ha muerto su hija.  Jesús responde como haría Dios diciendo que para él la muerte es un tipo de sueño.  Le toma de mano y le dice: “’Óyeme, niña, levántate’”.  La muchacha se pone de pie y camina para mostrar que realmente ha sido curada. 

Como en el caso de Lázaro en el Evangelio de Juan y el hijo de la viuda en el Evangelio de Lucas, este despertar de entre los muertos sirve como signo anticipatorio de la resurrección de Jesús después de su crucifixión.  Sin embargo, hay gran diferencia entre los dos tipos de la resucitación.  En el caso de la resurrección de Jesús, él vivirá para siempre.  En los otros casos aquellos que el resucita morirán de nuevo.  Por ser levantado por Dios sin la intervención de ningún hombre y porque su resurrección es definitiva, se puede llamar a Jesús “el único Hijo de Dios”.

En tiempo y con mucha reflexión sobre tanto el poder de Cristo como su resurrección, la Iglesia determinará que Jesús no solo es “el Hijo único” sino también el “verdadero Dios”.  Podemos confiar en él totalmente cuando nos sentimos desesperados, abandonados, o exhaustos.

Una cosa más, la cura que Jesús hizo para la mujer con el flujo de sangre no debe causarnos desconfiar en los médicos.  Usualmente Dios ocupa a los médicos para trabajar sus curas.  San Martín de Porres, que trató a muchos enfermos con su conocimiento de hierbas y plantas, solía decir que él solo cuida a los enfermos; es Dios que los sana.  Que nos aprovechemos de la ciencia de los doctores mientras rezamos a Dios.  Él no solo puede concedernos la sanación del cuerpo, sino en tiempo nos resucitará de entre los muertos como hizo con Jesús.

 

 

El domingo, 23 de junio de 2024

 DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(Job 38:1.8-11; II Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-41)

Queridos amigos, las lecturas de la misa hoy nos ayudan poner la fe en Jesús como el Señor y Dios nuestro.  Aunque proclamamos esta creencia en “el credo”, es una verdad tan extraordinaria que tengamos dificultad reclamándolo con todo corazón.

La primera lectura proviene del Libro de Job, una de las obras más pensativas de toda la Biblia.  Job es hombre justo que pasó contratiempos más allá de que pensemos posible aguantar.  Perdió su fortuna, todos sus hijos, y su salud.  Quiere morir, pero antes de esto busca una entrevista con Dios para preguntarle ¿por qué?  ¿Por qué fue proporcionado una suerte tan terrible?  ¿Por qué él, un hombre que jamás había maltratado a nadie, ha tenido que sufrir tanto?  Al final del libro Dios le concede la entrevista.  Pero antes de que Job puede entregar sus preguntas, Dios le dice que Job no podía entender las razones para sus sufrimientos porque no estaba allá cuando Dios hizo el cielo y la tierra.  Añade las palabras de la lectura hoy.  Era Él, eso es Dios, que puso los límites al mar.

Cualquiera persona que ha visto el océano puede verificar que es más inmenso que se pueda imaginar.  Siempre el mar ha sido formidable, pero en el primer siglo antes de las grandes naves de los tiempos modernos, fue considerado como el fin del mundo.  Era pensado como una región de caos habitada por los monstruos insuperables.  Dios dice a Job que sólo Él podía poner límites al mar para formar los continentes.  Ante un ser tan magnífico como Dios, Job se pone callado.  No más quiere registrar quejas.

Ahora deberíamos mirar el evangelio. Jesús está en una barca con sus discípulos cuando se levanta una tormenta poderosa.  Las olas del mar se estrellan contra la barca como las bombas de las fuerzas aliadas en la invasión de Normandía.  Los discípulos quedan sobrecogidos con el terror mientras Jesús duerme contentamente.  Lo despiertan en temor de sus vidas y le exhortan que los salve.  Jesús solo tiene que decir a la tempestad que se calle, y se desinfla como un globo con un pinchazo. Si Dios es el que pone límites al mar, Jesús se muestra a sí mismo a ser Dios por calmar el mar furioso.

A veces nosotros nos sentimos sobrecogidos por los apuros que se levantan en nuestras vidas.  Puede ser una confluencia de infortunios: la muerte de un ser querido, la pérdida de trabajo, y un accidente que nos hospitaliza todos ocurriendo simultáneamente.  Rezamos al Señor, pero no nos responde.  Parece que está durmiendo.  Nos sentimos que nos ha olvidado.  Esta fue la condición de la Iglesia primitiva cuando Marcos escribió su evangelio.  Había persecuciones de cristianos con nadie para defenderlos.  Bajo tales condiciones jamás deberíamos desistir orando.  En la segunda lectura San Pablo dice que “el amor de Cristo nos apremia”.  El que murió por todos no nos dejará apurados, sino nos rescatará.  Esto es tan seguro como la atención de una madre al llanto de su bebé. 

El evangelio hoy quiere hacer hincapié primero que Jesucristo tiene la capacidad de ayudar a sus fieles en necesidad.  También, enfatiza que él no nos decepcionará cuando lo llamamos.  Es de nosotros que no desistamos hacer eso incesantemente.  

El domingo, 16 de junio de 2024

UNDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 17:22-24; II Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)

Se puede entender las lecturas de la misa hoy como una introducción a Jesucristo.  Tenemos maravillas en nuestros tiempos.  ¿Quién no ha maravilladlo con todos los usos del teléfono inteligente?  Pero tal vez ustedes como yo entregarían sus teléfonos por la experiencia de acompañar a nuestro Señor por un día.

El Señor Winston Churchill, el primer ministro de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, admiró a Franklin Roosevelt, su contraparte en los Estados Unidos.  Una vez dijo: “Encontrarse con Franklin fue como abrir tu primera botella de champán, y conocerlo como beberla”.  Como el Presidente Roosevelt Jesús era articulado, inspirador, y sabio.  Más que Roosevelt, era recto y compasivo. 

Se saca la primera lectura hoy del profeta Ezequiel.  Característico de esta profeta, Dios habla por su propia parte, no a través de oráculos.  Dice que tomará un retoño de un gran cedro y lo plantará en la cima del monte más alto de Israel.  Por supuesto, estas palabras no deben entenderse literalmente.  Es lengua metafórica para decir que Dios renovará la dinastía de David con un rey justo.  Este rey llevará a Israel la paz que el mundo entero desea. 

Pablo habla de Jesucristo como el cumplimiento de la profecía de Ezequiel.  Implica que no hay nada tan maravilloso que estar en la compañía de Jesús.  De hecho, Pablo no querría vivir encarnizado más si fuera seguro que podría estar en su presencia.  Tiene la confianza que recibirá este premio en tiempo, aunque tiene que agradarlo por una vida recta.

En el evangelio Jesús proporciona dos parábolas que describen el “Reino de Dios”.  Este término “Reino de Dios” no es tanto un lugar que un símbolo que lleva varios significados.  Es el cielo, la vida eterna, la paz en su plenitud, Dios mismo, una amistad con el Señor Jesús, y más.  En la parábola de la semilla creciendo lentamente en la tierra Jesús enseña cómo desarrollar una relación firme con él por la atención consistente y cuidadosa.  Hubo un hombre que cerraba la puerta de la iglesia cada noche.  Después de inspeccionar el recinto, siempre se detuvo para rezar ante el Santísimo.  Un día recibió su esposa el diagnostico que tenía cáncer.  Esa noche cuando visitaba al Santísimo sintió una mano en su hombro y escuchó una voz asegurándole: “Todo estará bien”.  El hombre era convencido que la mano y la voz fueron del Señor.

La parábola de la semilla de mostaza demuestra cómo Jesús socorre particularmente a los pobres.  Como la semilla crece, se hace en arbusto donde se pueden anidar pajaritos.  Así él ayuda a los humanos vulnerables.  Aun si no tienen ni dinero ni casa propia, si tienen una relación firme con Jesús él será su valiosísimo recurso.

Encontramos a Jesús de muchas maneras. Tenemos su palabra a través de los evangelios. Los santos que imitan sus modos nos dan una sensación de su presencia. Pero nuestro camino más seguro al Señor son los sacramentos. Lo conocemos sobre todo a través de la Eucaristía.  Aquí nos acompaña cuerpo y alma.