El domingo, 5 de febrero de 2017

EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 58:7-10; I Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)

“Glorifiquen a Dios por sus vidas.  Váyanse en paz”, a veces se concluye la misa así.  Estas palabras dan eco al evangelio hoy.  Jesús instruye a sus discípulos a dar testimonio de la bondad de Dios con actos de caridad.  Dice: “’Que ... brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos’”.

Pero antes de mencionar la luz Jesús llama a sus seguidores “’la sal de la tierra’”.  A la primera escucha sentimos desanimados con esta comparación.  Pues la sal es tan barata como papel triturado.  Sólo al segundo pensamiento se aprecia el valor de la sal.  Sobre todo la sal acentúa el sabor de la comida.  Es la especia de los pobres.  También la sal es buen conservante.  Los antiguos salaban la carne y el pescado para que tuvieran de comer en el invierno.  Además, mixta con agua, la sal hace un baño sanador y sirve como un antiséptico.  Por comparar a sus discípulos con la sal Jesús quiere decir que pueden agilizar las vidas de otras personas.  El servicio caritativo en una parroquia envía a treinta servidores llamados “visitantes” cada día a noventa internados.  Les llevan un desayuno de pan, leche y cereales.   Tal vez más beneficioso es el calor humano que les proporcionan del Espíritu Santo en sus corazones.

Jesús se da cuenta de que la sal puede hacerse insípida de modo que pierda toda utilidad. Los discípulos se harían insípidos si tratan de impresionar a los demás por contarles de sus propios logros. En la segunda lectura san Pablo escribe a los corintios que él no usó ni la elocuencia ni la sabiduría cuando les predicaba de Jesucristo.  Si lo hubiera hecho, él se habría vuelto en sal insípida que no puede afectar nada bueno.  Pablo se aprovechó de la historia de Jesús crucificado y resucitado para entregar su mensaje.  Estas palabras junto con obras de caridad convencieron a los corintios que les ha llegado el amor de Dios por medio de Cristo.

Además Jesús llama a sus discípulos “la luz del mundo”.  Como la sal, la luz es tanto común como necesaria.  La luz hace el papel principal en la producción de plantas.  Sin la luz no pudiéramos comer.  Tampoco sin la luz pudiéramos ver.  Actuamos como la luz cuando ayudamos a otras personas conocer la verdad.  Recientemente una religiosa de noventa y tres años murió.  Ella estaba activa hasta el fin enseñando al pueblo.  En los últimos años dio clases de inglés a los inmigrantes.  Como Cristo ella apoyó a los pobres para conocer el amor de Dios Padre. 

Como la sal puede volverse insípida, el valor de la luz puede perderse.  Jesús compara esta pérdida al esconder una vela debajo de una olla.  Así serían los padres si no vigilan a sus hijos hacer sus tareas.  Es igual para los sacerdotes.  Si no acompañan a la gente en los momentos de prueba, también se hacen en luces escondidas.


¿Cómo nos hacemos en apóstoles de Jesucristo?  ¿Tenemos que hablar con elocuencia o hacer el papel principal en la producción de comida? No, podremos glorificar a Dios más por mantenernos tan común como la sal y tan barata como la luz. Tenemos que salar al mundo con buenas obras y alumbrar la tierra con el amor del Espíritu.  Es suficiente: salar al mundo con buenas obras y alumbrarlo con el amor.

El domingo, 29 de enero de 2017

EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Sofonías 2:3.3:12-13; I Corintios 1:26-31; Mateo 5:1-12)

En el evangelio del domingo pasado oímos un tipo de “tweet” de Jesús.  Dijo: “’Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos’”.  Hoy y en los próximos cuatro domingos el evangelio de San Mateo enseña el significado de este mensaje.  Muestra a Jesús tomando a sus discípulos aparte para explicarles lo que involucra la conversión verdadera.

Para despertar sus esperanzas Jesús comienza su discurso con una descripción de la meta.  Las bienaventuranzas cuentan de los premios que aguardan a aquellos que se convierten.  En la lucha para los derechos civiles los negros tenían que recordarse cómo la libertad valió los abusos que experimentaban.  Decían a uno y otro, “Mantengan sus ojos en el premio”.  Jesús nos tiene el mismo consejo en este evangelio.  Todos los premios enumerados – “el reino de los cielos”, “misericordia”, aun “la tierra” -- tienen el mismo fin.  Se dirigen al amor y la paz de la vida eterna.

Se puede dividir las nueve bendiciones pronunciadas aquí en dos grupos.  Unos tienen que ver con nuevas maneras de ser.  Otros atañan nuevas maneras de actuar.  ¿Cuáles son las más importantes?  No se puede decir porque el comportamiento procede del ser, tanto como se determina cómo es la persona por lo que hace.

En primer lugar Jesús dice que ha de ser como “los pobres del espíritu”.  Estos son las personas que viven dependientes de Dios.  Sean indigentes o sean adineradas, ellos vuelven a Dios como su riqueza.  No dejan  de hacer lo justo porque confían que Dios les recompensará.  Un hombre de negocio quería jubilarse.  En lugar de vender su agencia de seguros al que le ofreciera el más dinero, se lo dio al comprador que le garantizó que no quitara a ningún empleado.  Aunque este hombre vivía cómodo, era “pobre de espíritu”.

Otro modo de ser que merece el premio de la vida eterna es con corazón limpio.  Este estado tiene que ver con nuestra manera de amar.  Requiere que rechacemos el deseo para poseer, dominar, y explotar al otro por el placer animal.  Un matrimonio joven practicaba la planificación natural hasta que el hombre terminara sus estudios.  Admitieron que era difícil porque sentían el deseo para la intimidad más fuerte cuando ella estuvo fértil.  Pero por el bien de todos decidieron a practicar la abstinencia por el período indicado cada mes.

Como manera de actuar Jesús recalca a los que trabajan por la paz.  Estas personas no se cansan frente al reto de reconciliar a los enemigos.  Primero, hacen hincapié en los valores que los adversarios tienen en común.  Entonces presentan modos creativos para resolver las diferencias que emergen inevitablemente.  Un día dos muchachos – amigos por años -  tuvieron una discusión.  No iban a hablar con uno y otro de nuevo.  Entonces el padre de uno de los dos intervino.  No insistió que su hijo hiciera las paces con su amigo.  Más bien, él mismo las hizo.  Buscó al otro muchacho y le invitó acompañar a él y su hijo a un partido de fútbol.  No tardó mucho antes de que los dos muchachos conversaran como si nada les hubiera pasado.


Jesús enumera nueve bienaventuranzas aquí al principio del Sermón del Monte.  Pero no son las únicas del evangelio.  En el primer capítulo del Evangelio según San Lucas Isabel dice a María: “’Bendita eres entre todas mujeres’”.  En el penúltimo capítulo del Evangelio según San Juan Jesús pronuncia una bienaventuranza sobre aun nosotros cuando dice: “’¡Dichosos los que creen sin haber visto!’”  De verdad estamos benditos sólo por haber sabido de Jesucristo.  Ya tenemos que actuar conforme a sus maneras para que realicemos la dicha de la vida eterna.  Ya tenemos que actuar conforme a sus maneras.

El domingo, 29 de enero de 2017

EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO

 (Sofonías 2:3.3:12-13; I Corintios 1:26-31; Mateo 5:1-12)

“El arroyo de la sierra me complace más que el mar”.  No sólo al autor de “Guantanamera” le gusta más el monte que la playa.  Muchos ven en los altos un sentido del cielo.  Allá el aire es claro y el ruido ausente.   Allá se puede respirar libremente y pensar profundamente.  Allá el compromiso no parece como un yugo que le pesa sino un coche que le transporta.  Tal vez por estas razones Jesús lleva a sus discípulos al monte en el evangelio hoy.

En la antigüedad se consideraba que los dioses viven en las montañas.  De allí mirando a los humanos, pueden echar relámpagos para llamarles la atención.  Similarmente, porque Jesús es el Dios-hombre, el evangelista Mateo lo describe subiendo el monte para entregar su programa a sus seguidores.  A nosotros cristianos será el discurso más notable en la historia.

“Dichosos”, comienza el Señor en contra de nuestras expectativas.  Donde pensamos que Jesús nos pondría mandatos, él nos habla de la felicidad.  Nos recordamos que ha venido para traer la salvación de Dios Padre.  Como diríamos a nuestros hijos, Dios sólo quiere que seamos felices.  Pero opuesto a nosotros a veces, la felicidad que Dios nos busca no llega sólo a la piel ni cambia con los tiempos.

Un teólogo propone cuatro niveles de la felicidad.  Al estado más básico queda el placer del cuerpo obtenido por buena comida, bebida, sexo y aun drogas.  Tal vez todos nosotros hayamos experimentado cómo la satisfacción que resulta de estas cosas se desvanece.  También nos hemos dado cuenta de cómo el sobreconsumo de materias placenteras puede desembocar en la adicción -- un tipo de infierno.  El segundo nivel involucra el sentido de superioridad por haber obtenido más plata, poder, o prestigio que otras personas.  Sí, es cierto que sentimos cumplidos por haber ganado la carrera como jóvenes o por manejar el carro más lujoso como adultos.  Pero es seguro también que no duran mucho estas complacencias porque siempre hay otra persona que corre más veloz o que recibe mayor sueldo.  Al tercer nivel se encuentra la satisfacción por haber servido a otras personas. Dice el filósofo Aristóteles que la verdadera felicidad anda mano-a-mano con la virtud. Por eso, para ser realmente contentos tenemos que fomentar buenos modos de ser, particularmente ser más caritativos.  Y, finalmente, al nivel más alto la felicidad viene con el amor a Dios y la entrega a Su servicio.  Para vivir completamente felices, todos los días agradecemos a Dios gracias y le serviremos con todo corazón.

Las bienaventuranzas de Jesús demuestran todo lo que acabamos a decir.  Jesús no pronuncia “dichosos” a los ricos, ni a los soberbios, ni a los glotones sino a aquellos pobres y sufridos que se pongan a sí mismos pendientes de Dios Padre.  Así dichosa es la hermana Leti, una misionera religiosa evangelizando entre los pobres en áfrica.  Tampoco Jesús declara felices a los guerrilleros, ni a los tiranos, ni a los que se transijan a sí mismos en asuntos de la justicia.   Más bien, según Jesús, felices son los hacedores de la paz, los misericordiosos, y aquellas personas que preferían a morir que traicionar a él.  Así era feliz el presidente Abraham Lincoln cuando presentó su intención a reintegrar a los estados sureños en la Unión “con caridad a todos y malicia a nadie”.


“¿Todos están felices?” un director de conjunto siempre exclamó en el medio del baile.  Invariablemente todos presentes en el salón respondieron, “Sí”.  Pero es cierto que no todos tuvieron el mismo nivel de felicidad.  Algunos estuvieron contentos por haber escuchado la música.  Otros se alegraron por haber ganado el concurso de baile.  Dichosos son los dos grupos, pero su felicidad no llegará más allá de la piel.  Otros fueron felices porque venían con amigos por los cuales morirían.  Su felicidad durará por el cambio de muchos tiempos.  Finalmente había otros que eran felices porque reconocieron que Dios Padre los quiere.  Estas personas  serán contentas tan largo como quedan las montañas.

El domingo, 22 de enero de 2017

EL TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Isaías 8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)

Más tarde este año, cristianos en todas partes del mundo van a celebrar un gran jubileo.  Desgraciadamente pocos católicos participarán en las festividades.  Pues han sido quinientos años desde que Martín Lutero clavó sus noventa y cinco teses criticando la Iglesia Católica.  Sus ideas crearon una revolución que sigue en fuerza hoy en día.  Las divisiones resultantes reflejan bien la preocupación de San Pablo en la segunda lectura.

Pablo escribe a los corintios después de enterarse que se han dividido en facciones.  Dice que unos reclaman que son de Pedro; otros, de Apolo; otros, de Cristo; y todavía otros, de él mismo.  Estas divisiones anticipan las diferentes comunidades de la actualidad: evangélicos, católicos, cristianos, y muchas otras.  De hecho, hay en el record entre triente y cuarenta mil tipos de cristianos en el mundo actual.

Comprende un escándalo no sólo porque todas las divisiones profesan “un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4:5) sino por algo más atroz.  En los siglos desde Lutero ha habido odio aun la violencia entre los grupos.  Los católicos a menudo han dicho: “Hay que ser católico para ser salvado”. Asimismo los protestantes han condenado a los católicos como supersticiosos.  En el siglo diecisiete la “Guerra de los Treinta Años” luchada por la mayor parte entre los católicos y protestantes causó la muerte de ocho millones personas.  No es por nada que Pablo tiene que preguntar en la lectura si el cuerpo de Cristo, que todos los grupos constituyen, podría ser dividido.  Por supuesto la respuesta correcta es “no”.   Sin embargo, por el orgullo las bandas continúan como un cáncer comiendo tejidos buenos.

En el evangelio Jesús llama a todos a convertirse.  Dice: “’… está cerca el Reino de los Cielos’”.  Tiene en cuenta el amor de Dios que levanta a la gente del odio.  El Concilio Vaticano II llamó a los católicos a un arrepentimiento semejante.  Recomendó que trabajáramos para la reunificación de la Iglesia, un movimiento llamada el ecumenismo.  Surgió que los laicos rezaran por la unidad con sus contrapartes protestantes.  También deseó que colaboraran en proyectos sociales como dar refugio a los desamparados.  El concilio dirigió a los educados en la teología que dialogaran para profundizar el entendimiento de uno y otro. 

Ha habido instancias de estas acciones, pero más hace cuarenta años que hoy en día. Es como si nosotros quisiéramos -- en las palabras del evangelio -- quedar en las barcas de nuestros padres en lugar de seguir a Jesucristo.  Es como si prefiriéramos mantenernos en las redes del prejuicio y la indiferencia al ofrecer una mano de paz a nuestros hermanos en la fe cristiana.  Pero los papas recientes nos han puesto en el camino del verdadero amor cristiano. El papa Juan XXIII creó un departamento vaticano para la unidad cristiana.  Juan Pablo II pidió perdón de los protestantes por el uso de la violencia en el pasado.  Y hace poco Francisco participó en una oración marcando la inauguración del quinto centenario de la protesta de Lutero.  Elogiando al primer protestante, dijo que la pregunta de Lutero sobre cómo lograr la misericordia de Dios es “la pregunta decisiva de nuestras vidas”.

En Francia existe una comunidad de monjes dedicada al ecumenismo.  Llamada Taizé, la comunidad se constituye de más de cien protestantes y católicos.  Los monjes llaman a jóvenes de todas partes del mundo para hacer un peregrinaje a su monasterio.  Allá dialogarán, rezarán y trabajarán juntos para fortalecer los vínculos del verdadero amor cristiano.  Así todos deberíamos actuar para fortalecer el verdadero amor.

El domingo, 15 de enero de 2017

EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO 

(Isaías 49:3.5-6; I Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)

Antes de las emisiones de partidos de fútbol, los comentaristas presentan a los jugadores.  Dicen quien se verá en cada posición de la cancha.  Se puede pensar en el evangelio de hoy como una tal presentación.  Juan el Bautista actúa como el anunciador presentando a Jesús al mundo.  Menciona tres papeles claves que Jesús va a tomar para salvarnos.  Investiguémonos estos papeles para que apreciemos más su importancia a nosotros.

Primero, Juan presenta a Jesús como el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.  No deberíamos pensar en Jesús como débil porque se describe como animal indefenso.  Lo que se tiene en cuenta aquí es el animal sacrificial cuya sangre rescató a los israelitas en Egipto.  Según Éxodo cuando el Faraón no permitió que los descendientes de Israel salieran del país, Dios le envió diez plagas para convencerlo.  La última plaga, que le venció, era la matanza del primogénito.  Todos los hogares eran infectados excepto aquellos cuyas puertas habían sido untadas con la sangre de un cordero degollado.

Así por la sangre de Jesús derramada en la cruz somos rescatados del pecado.  No importa lo que hemos hecho.  Podría ser tan grande como golpear a un ser querido. Dios lo perdonará por Jesucristo crucificado.  Si lo confesamos antes de un sacerdote con la intención de evitarlo en el futuro, podemos quedar seguros que el pecado no va a arruinarnos.

Juan no dice que Jesús es “el siervo de Dios”, pero sus palabras indican que asume este papel.  Cuando dice que ve “al Espíritu descender del cielo… y posarse sobre él”, está recordando lo que dice Dios por el profeta Isaías: “’Aquí está mi siervo…He puesto en el mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones’”.  Jesús desenmascarará las fuerzas de la injusticia y las derrotará para que no nos amenacen.  En contraste con los líderes que se aprovechan de su poder para explotar a la gente, Jesús la usará para curar y liberar.  Conformándose con Jesús, hace cincuenta años Martin Luther King abrió los ojos del mundo a la devastación que causa el racismo.  Tanto su voz como sus acciones mostraron cómo el prejuicio envenenaba las almas de los blancos mientras negaba los derechos de los negros.

Todos nosotros – blancos y negros, mujeres y varones, cristianos y musulmanes -- somos “hijos e hijas de Dios”.  Pero sólo uno es el “Hijo unigénito de Dios”.  Juan lo pronuncia de Jesús en el evangelio como su tercer papel importante.  Por ser el Hijo unigénito, Jesús nos revela a Dios Padre: su misericordia  para todos y su voluntad que amemos a uno al otro.  Al cerrar la Puerta Santa de la basílica de San Pedro terminando el Año de Misericordia, el papa Francisco dijo: “… la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo, siempre queda abierta para nosotros”.  Este corazón misericordioso movió a una iglesia negra a conmemorar la matanza de ocho miembros junto con su pastor hace dos años con una llamada a la bondad.  En junio del año pasado la Iglesia Emmanuel de Carolina Sur pidió a aquellos que quisieran responder al odio que causó la tragedia a actuar “obras de Gracia Asombrosa”.  Tenía en cuenta actos de servicio, sean grandes o pequeños, para “hacer el mundo un lugar mejor”.


Pero el mundo no será mejor sólo por nuestros actos no auxiliados.  Siempre el mundo hace falta a Jesucristo para crecer en la virtud.  Él lo libera del odio que lo detiene en el pecado.  Él le enseña los derechos verdaderos y cómo lograrlos.  Y él lo acompaña de modo que no nos olvidemos de que todos nosotros somos con él hijas e hijos de Dios Padre.  Que no nos olvidemos de que somos hijas e hijos de Dios.

El domingo, 8 de enero de 2017

La Epifanía del Señor

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-4.5-6; Mateo 2:1-12)

Se dice que san Francisco inventó la Navidad.  Por supuesto, se había celebrado el nacimiento de Jesús antes de su tiempo.  Pero él le dio un significado particularmente humano.  Para la Noche Buena en un pueblo italiano Francisco tenía preparada una gruta con heno.  Pusieron un asno y un buey para duplicar la escena indicada en el Evangelio según San Lucas.  Cuando llegó el tiempo para estrenar  el portal, descubrieron en el heno a un bebé representando el don más precioso posible.  Hoy, la Epifanía del Señor, es la fiesta de los dones.  Tenemos que reflexionar en lo que es un don, en el don de Dios a nosotros, y también en los dones mencionados en el evangelio.

Podemos definir el don como obsequio libre y beneficioso a otra persona para expresar el afecto.  El donador no tiene que dárselo.  Pues, si hay algo obligativo del don, no puede ser libre sino forzado al menos un poco.  Tampoco se da un don para extraer una respuesta favorable de la persona.  Pues, alguna cosa dada con expectativas es la manipulación del receptor.  Porque el don expresa el amor del donador para el otro, debería representar a él o ella.  Un joven regalaba a sus familiares cosas que él mismo hizo. Escribiría, por ejemplo, un poema por sus padres e haría una pintura por su hermana.  A lo mejor estos familiares apreciaban estos regalos más que otros comprados en tiendas porque eran sumamente personales. 

El niño Jesús representa el don de la salvación.  En tiempo él sufrirá la muerte en la cruz para librarnos de las tendencias exageradas que nos hacen daño.  Provee la enseñanza y, más importante aún, la fuerza para superar la lujuria, la codicia, y la arrogancia.  Sin embargo, la salvación va más allá que navegarnos por estos escollos.  Nos transforma en personas amantes.  Ya podemos alcanzar a los demás buscando su bien.  Dios no tenía que regalarnos esta cualidad que nos asemeja a Él mismo.  Nos lo dio por el amor.

Sin embargo, no hemos apreciado este don suficientemente.  Se puede ver la falta en los pecados cometidos al árbol navideño.  A lo mejor todos nosotros hemos estado desilusionados por ver la rapacidad de los niños abriendo sus regalos.  No los tratan como muestras del cariño sino como sus derechos.  Si no reciben exactamente lo que pedían, lloran y reniegan.  Los padres también explotan los regalos.  Piensan que pueden ganar la lealtad de sus hijos con el IPhone u otro regalo exagerado.  Se olvidan del hecho que los niños hacen falta la atención y la disciplina más que cosas materiales.

Se puede explicar los regalos de los magos en distintas maneras.  Primero, hay que declarar que Dios no necesita nada de nuestros.  De hecho, es don suyo que podemos hacer algo por Él de modo que alcancemos la vida eterna.  Nuestro don a Jesús, representado por los tres regalos de los magos, es nuestro empeño de ser sus discípulos-misioneros.  El oro es no menos que la amistad con Jesús que ofrecemos a todos nuestros asociados.  Queremos demostrarles de cómo nuestro seguimiento al Señor ha resultado en una vida más valiosa.  El incienso, que da fragancia al aire, es la creatividad con que entregamos el mensaje.  Tal vez formamos un grupo que comparte la fe en el lugar de trabajo o apoyamos el sindicato para enseñar a los jóvenes la dignidad del trabajo.  La mirra se asocia con el entierro.  Significa que el don nos costará la muerte a nuestros deseos desordenados.  Sacrificarse por el bien del otro refleja la muerte de Jesús que resultó en la gloria de él y de todos los creyentes.


“Rom pom pom pom, rom pom pom pom”, suena el niño tamborilero.  Aunque es pobre, quiere hacer algo que complacerá a Jesús.  En fin, anuncia su llegada con su tambor.  Nos enseña a anunciar la salvación de Jesús por modos propios a nosotros. Sea por poner un portal en el lugar de trabajo o sea por presentar un regalo a un pobrecito, hemos de anunciar  la salvación.  Hemos de anunciar la salvación de Jesús.