El domingo, 8 de enero de 2017

La Epifanía del Señor

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-4.5-6; Mateo 2:1-12)

Se dice que san Francisco inventó la Navidad.  Por supuesto, se había celebrado el nacimiento de Jesús antes de su tiempo.  Pero él le dio un significado particularmente humano.  Para la Noche Buena en un pueblo italiano Francisco tenía preparada una gruta con heno.  Pusieron un asno y un buey para duplicar la escena indicada en el Evangelio según San Lucas.  Cuando llegó el tiempo para estrenar  el portal, descubrieron en el heno a un bebé representando el don más precioso posible.  Hoy, la Epifanía del Señor, es la fiesta de los dones.  Tenemos que reflexionar en lo que es un don, en el don de Dios a nosotros, y también en los dones mencionados en el evangelio.

Podemos definir el don como obsequio libre y beneficioso a otra persona para expresar el afecto.  El donador no tiene que dárselo.  Pues, si hay algo obligativo del don, no puede ser libre sino forzado al menos un poco.  Tampoco se da un don para extraer una respuesta favorable de la persona.  Pues, alguna cosa dada con expectativas es la manipulación del receptor.  Porque el don expresa el amor del donador para el otro, debería representar a él o ella.  Un joven regalaba a sus familiares cosas que él mismo hizo. Escribiría, por ejemplo, un poema por sus padres e haría una pintura por su hermana.  A lo mejor estos familiares apreciaban estos regalos más que otros comprados en tiendas porque eran sumamente personales. 

El niño Jesús representa el don de la salvación.  En tiempo él sufrirá la muerte en la cruz para librarnos de las tendencias exageradas que nos hacen daño.  Provee la enseñanza y, más importante aún, la fuerza para superar la lujuria, la codicia, y la arrogancia.  Sin embargo, la salvación va más allá que navegarnos por estos escollos.  Nos transforma en personas amantes.  Ya podemos alcanzar a los demás buscando su bien.  Dios no tenía que regalarnos esta cualidad que nos asemeja a Él mismo.  Nos lo dio por el amor.

Sin embargo, no hemos apreciado este don suficientemente.  Se puede ver la falta en los pecados cometidos al árbol navideño.  A lo mejor todos nosotros hemos estado desilusionados por ver la rapacidad de los niños abriendo sus regalos.  No los tratan como muestras del cariño sino como sus derechos.  Si no reciben exactamente lo que pedían, lloran y reniegan.  Los padres también explotan los regalos.  Piensan que pueden ganar la lealtad de sus hijos con el IPhone u otro regalo exagerado.  Se olvidan del hecho que los niños hacen falta la atención y la disciplina más que cosas materiales.

Se puede explicar los regalos de los magos en distintas maneras.  Primero, hay que declarar que Dios no necesita nada de nuestros.  De hecho, es don suyo que podemos hacer algo por Él de modo que alcancemos la vida eterna.  Nuestro don a Jesús, representado por los tres regalos de los magos, es nuestro empeño de ser sus discípulos-misioneros.  El oro es no menos que la amistad con Jesús que ofrecemos a todos nuestros asociados.  Queremos demostrarles de cómo nuestro seguimiento al Señor ha resultado en una vida más valiosa.  El incienso, que da fragancia al aire, es la creatividad con que entregamos el mensaje.  Tal vez formamos un grupo que comparte la fe en el lugar de trabajo o apoyamos el sindicato para enseñar a los jóvenes la dignidad del trabajo.  La mirra se asocia con el entierro.  Significa que el don nos costará la muerte a nuestros deseos desordenados.  Sacrificarse por el bien del otro refleja la muerte de Jesús que resultó en la gloria de él y de todos los creyentes.


“Rom pom pom pom, rom pom pom pom”, suena el niño tamborilero.  Aunque es pobre, quiere hacer algo que complacerá a Jesús.  En fin, anuncia su llegada con su tambor.  Nos enseña a anunciar la salvación de Jesús por modos propios a nosotros. Sea por poner un portal en el lugar de trabajo o sea por presentar un regalo a un pobrecito, hemos de anunciar  la salvación.  Hemos de anunciar la salvación de Jesús.

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