El domingo, el 2 de mayo de 2021

 

EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

A menudo un pobre llama la parroquia para pedir ayuda.  No pocas veces es madre con dos o tres hijos.  Dice que está en un hotel en otra parte de la ciudad.  Necesita comidas, pañuelos, y dinero para pagar renta.  El párroco quiere ayudarle, pero no puede darle todo lo que necesita.  Le pide que venga para comestibles y la refiere a las agencias con mejor capacidad para ayudarle.  Piensa el párroco: “Si solo ella fuera conectada con la parroquia, habría más opciones para ayudarle”.

Nos recuerda esta mujer no conectada las palabras de Jesús en el evangelio hoy, “’Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá’”.  Aquellos que tienen una relación con Jesús por la Iglesia, que es su cuerpo, tienen recursos en abundancia.  En contraste, a aquellos que se olvidan de Jesús a menudo les faltan los básicos.  No hablamos aquí solamente de cosas materiales para la sobrevivencia.  Lo que decimos es más aplicable a las necesidades espirituales que son aún más esenciales.  Éstas incluyen preceptos para restringir las pasiones desenfrenadas y personas de modelo que nos muestran cómo vivir rectamente.  Sobre todo, la Iglesia tiene la presencia de Cristo que sirve como lastre impidiendo nuestra nave de hundirse.

En la primera lectura vemos cómo la comunidad cristiana ayuda a Pablo.  Recientemente convertido al Señor, Pablo no se cansa de proclamarlo a todos.  Cuando su afán ofende a los judíos, miembros de la comunidad intervienen.  Le arreglan el traslado a otra ciudad para salvar su vida. 

Logramos la conexión con Jesucristo por tres maneras.  Primero, la lectura del evangelio nos trae sus mismas palabras.  Estas palabras imparten su consejo, su consuelo, y sus mandamientos.  Se hacen una base firme sobre que podemos construir nuestras vidas.  Segundo, en la Iglesia tenemos los sacramentos.  Particularmente en el Bautismo y la Eucaristía nos acompaña Cristo.  El Bautismo nos une con su muerte y resurrección. Sus aguas nos transmiten la vida nueva de hijos de Dios destinados a la felicidad eterna.  La Eucaristía nos mantiene conectados con Cristo con cada vez más sensibilidad y seguridad. Tercero, siempre nos conecta con Jesús la oración.

En el evangelio hoy Jesús recalca su presencia por los sacramentos.  Dice que él es como la vid permitiéndonos no sólo la vida como sus sarmientos sino también la eficaz creciendo.  Jesús hace posible que amemos de verdad, como recomienda el presbítero Juan en la segunda lectura, y no de lujuria o de codicia.  Como Jesús dio su vida por nuestro bien, nosotros podemos hacer sacrificios por los demás. 

Un ejemplo de este sacrificio es la historia de los misioneros de FOCUS.  Son recientes graduados de la universidad que dan al menos un año de servicio en los campos universitarios. Evangelizan, eso es, cuentan a los jóvenes del amor de Dios.  Arraigados en la fe, los misioneros de FOCUS pueden conectar a los estudiantes a Cristo.  Un misionero de FOCUS dice: “…un día en la misa me golpeó el hecho que estuvieron conmigo muy pocos jóvenes.  Mi corazón gritó por ellos, y me di cuenta de que Dios quería que yo llevara a cuantos como posible a la fe”.

En el mundo actual hay tantos modos para conectarse con los demás que nos da vértigo.  Cartas, emails, textos, teléfono, Facebook: parece que la lista no termina.  Los modos para conectarse con el Señor son menos numerosos, pero tal vez más eficaces.  Podemos leer su palabra, recibir los sacramentos, y rezar a él.  Nos conviene aprovecharnos de los tres para que no perdamos el contacto.  Leer la palabra, recibir los sacramentos, y rezar nos mantienen conectados.

El domingo, 25 de abril de 2021

 EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

No sé si ustedes hayan oído de una “misión suicida”.  Es tarea tan peligrosa que las personas involucradas no se esperen a sobrevivirla.  Una patrulla cargada con penetrar muy dentro del territorio enemigo para explotar un depósito de municiones podría ser una “misión suicida”.  También se puede pensar en la misión de Jesús en el mundo como una “misión suicida”.

Pero primero tenemos que aclarar una cosa.  Una “misión suicida” no es suicidio porque los involucrados no tienen ninguna intención de tomar sus propias vidas.  Si resulta en la muerte de los involucrados, no era su intención de morir.  Más bien, la muerte sería un mal que no podrían evitar en la búsqueda de un bien importante.  El evangelista Juan retrata a Jesús como un voluntario partiendo en una “misión suicida”.  En el pasaje hoy Jesús declara su misión: él es “’el buen pastor (que) da la vida por sus ovejas’”.

Se puede ver a Jesús llevando a cabo su “misión suicida” durante la pasión.  Cuando llegan Judas con los soldados al huerto, Jesús no se esconde. Más bien, acoge a sus captores como un anfitrión a sus huéspedes.  Dice el evangelio: “Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó…” Porque ha venido la hora de su sacrificio supremo, no se la trata de esquivar.  Dijo en la cena con sus discípulos: “’¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora?” ¡Sí, para eso he llegado a esta hora!’”  Para recalcar que Jesús se sacrifica a sí mismo por el bien de todos, Juan retrata a Jesús cargando su propia cruz.  En el evangelio según San Juan no hay ninguna mención del cirineo ayudando a Jesús.

Como hermanos y hermanas de Jesús, tenemos que emprender nuestra propia “misión suicida”.  Esto no es a decir una tarea que costará nuestra vida.  Solo implicará nuestro servicio.  Tenemos que disponer nuestros talentos para el bien del Reino de Dios. Se necesitan algunos para los ministerios del altar.   Curiosamente, a veces hay pocos entre los asistentes en la misa dispuestos a leer la Palabra de Dios o actuar como ministros extraordinarios de la Santa Comunión.  Hay aún menos los voluntarios para llevar la Santa Hostia a los ancianos en asilos o a visitar a los prisioneros en las cárceles.  ¿Por qué?  Porque la gente considera a aquellos servicios como no necesarios para complacer a Dios.  Pero la segunda lectura responde a este tipo de pensar.  Dice: “Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él (Jesús)”. Eso es, como el sacrificio de Jesús de sí mismo agradó a Dios Padre, así nuestro servicio lo agrada.

Como se dice del hombre cojo en la primera lectura, también es cierto de nosotros.  Somos curados en el nombre de Jesús.  Si damos de comer a los hambrientos e instruimos a los indoctrinados como Jesús ha enseñado, tendremos la vida plena en su nombre.  Podemos contar con esto tanto aún más que una comida plena en la cocina de nuestra madre.

En una diócesis el obispo organizó un fundo para apoyar nueve escuelas católicas en las partes más pobres de la ciudad.  Algunos criticaban al obispo.  Le preguntaban: “¿Por qué queremos a educar a los no católicos?”  El obispo respondió, “Los educamos no porque ellos son católicos sino porque nosotros somos católicos”.  Sí, ser católico implica servir a los demás.  No se puede ser católico bueno si no quiere servir.

El domingo, 18 de abril de 2021

 TERCER DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

Se dice que los ex alcohólicos se hacen los promotores más fervientes de la sobriedad.  Su motivo es sencillo.  Han causado tantos problemas para sus seres queridos que quieran compensar sus pecados.  Es igual con algunas mujeres que han tenido abortos.  Se sienten tan contritas que protesten con el más fervor delante de las clínicas de aborto.  Por eso, no deberíamos estar sorprendidos ver cómo Pedro actúa en la primera lectura.  El que negó a Jesús hace ninguna disculpa cuando acusa a los judíos de la muerte de Jesús y exigir su arrepentimiento.

Aunque es directo y fuerte en su acusación, Pedro provee excusa por las acciones de los judíos.  Dice que actuaron por ignorancia.  Según Pedro, si los judíos conocieran quien era Jesús, nunca habrían insistido que fuera crucificado.  Casi siempre es igual con nuestros pecados.  Aunque deberíamos saber mejor, no escogemos el mal por ser mal sino bajo el aspecto de lo bueno.  No bebemos demasiado porque queremos borrachearnos.  Más bien, bebemos mucho porque queremos relajar después de haber trabajado duro.  No difamamos al otro para destruir su reputación.  Más bien, lo criticamos porque queremos justificar nuestra perspectiva de la vida.

Esto es a decir que nuestros pecados tienen la misma raíz.  Queremos poner nuestra voluntad, nuestro modo de ver la realidad, antes de la voluntad de Dios.  Nuestra voluntad se nos hace más importante que los mandamientos de Dios.  En la segunda lectura el presbítero Juan nos cuenta que conocemos a Dios tanto como cumplamos sus mandamientos.  Si lo conocemos como sus hijos e hijas, siempre pondríamos su voluntad antes de todo.  En lugar de buscar las faltas de otras personas, rezaríamos por ellos.  En vez de buscar travesuras en el Internet, le agradeceríamos a Dios por los beneficios que tenemos.

Jesús murió en la cruz para quitar nuestros pecados.  Fue un sacrificio humano tan perfecto que compensó los pecados de todos los demás hombres y mujeres.  Además, su sumisión a la voluntad de su Padre nos dio un modelo eficaz de poner a Dios primero en la vida.  Es modelo porque nos enseña cómo darnos en el amor por el otro.  Es eficaz porque su muerte ha dominado el mal para todos los que se unen con él.  Es como el descubrimiento de la vacuna de Covid nos ha liberado a toda la humanidad de la amenaza del virus.

En el evangelio Jesús declara que el mensaje del perdón será predicado al mundo.  Una vez reciban el Espíritu Santo, los apóstoles comenzarán esta misión. Nosotros, los beneficiarios del mensaje, hemos dominado nuestra voluntad propia, al menos por un rato.  Sin embargo, la tendencia a pecar nos apega como sanguijuelas.  ¿Por qué es tan fuerte la voluntad propia? Porque tememos que vayamos a perder algo valeroso si nos sometemos nuestra voluntad a la de Dios.  En el evangelio los discípulos no creen en la resurrección antes de que coman con el Señor resucitado.  Que hagamos lo mismo por medio de la Eucaristía.  Escuchando su palabra y comiendo su carne con la intención apropiada, Cristo fortalecerá nuestra fe.  Entonces nos daremos cuenta de que no perdemos nada significante por someter nuestra voluntad a la del Padre.  Más bien, logramos la herencia de hijos e hijas de Dios; eso es, la vida eterna.

Hay una canción famosa que, traducida al español, se llama “mi modo”.  Las letras cuentan de una persona que siempre hace cosas a su propio modo.  Evidentemente la persona cree mucho en sí mismo.  No es necesariamente malo hacer cosas a nuestros modos ni es malo creer en nosotros mismos.  Sin embargo, nuestros modos y la creencia en nosotros mismos tienen que someterse a los modos divinos y la creencia en Dios.  Solo así dominamos el pecado.  Solo así heredaremos la vida eterna.

El domingo, 11 de abril de 2021

Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia (Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20, 19-31)

Hace trece años el Papa Benedicto bautizó a un musulmán en la vigilia pascual.  El converso, nativo de Egipto, era periodista bien conocido en Italia.  Dijo al tiempo que se ponía su vida en peligro por haber hacerse católico.  A pesar de su muestra de fe y valentía, después algunos años, el converso dejó la Iglesia.  Se nos recuerda su historia cuando leemos la primera lectura hoy de los Hechos de los Apóstoles.

La lectura describe la vida de la Iglesia primitiva de Jerusalén.  Dice que en el principio todos miembros de la comunidad estaban del mismo corazón y mente.  Compartían todos sus recursos para que nadie se anduviera en necesidad.  Sin embargo, en la continuación de la historia aparece un fraude entre los miembros.  Una pareja finge dar todo el dinero recibido de la venta de su casa a la comunidad.  Sin embargo, ha guardado una parte de ello para sí mismos. Parece más el orgullo que la avidez que motiva a la pareja.  Quieren ser conocidos como generosos.  En fin, a pesar de la reciente renovación con el Espíritu Santo, el pecado está acechando para enredar a los cristianos en intrigas. 

Ahora también nosotros tenemos que luchar con la tentación de pecar.  Muchas veces es el orgullo lastimado que nos mueve a ofender a Dios.  Los padres a menudo tienen esta experiencia.  Quieren ser los mejores guardianes posibles de sus hijos.  Prometen a sí mismos mostrar la comprensión y la sabiduría cuando sus hijos tienen problemas.  Pero cuando reciben el reporte que su hijo estaba interrompiendo la clase por la quinta vez este año, pierden la paciencia.  No quieren que su hijo sea el payaso de la clase. Le gritan y amenazan con castigos exagerados.   ¿Qué deben hacer para resolver la situación?  sí tienen que hablar con su hijo, pero también deben buscar una sanación interior.

Según el evangelio hoy, no hay mejor remedio que someterse a la misericordia de Jesús.  Muestra a un apóstol cometiendo un error patético.  En el día de la resurrección los discípulos escucharon de María Magdalena que Jesús vive.  Cuando fueron al sepulcro, no encontraron su cuerpo. Esa noche Jesús les apareció.  Pero cuando cuentan a Tomás, que no estaba con ellos esa noche, que vieron al Señor, él rechaza su testimonio.  Con gran fanfarria dice que, si no se mete su dedo en sus heridas, no creerá. Es una falta de fe de parte de, no menos, un compañero de Jesús.  Pero Jesús, siempre grande en la con misericordia, no deja a Tomás siga en su incredulidad.  Le viene a él para ofrecerle sus heridas en un gesto de generosidad suprema.

Nos ofrece a nosotros también una segunda o tercera o septuagésima oportunidad para reconciliarnos cuando lo fallamos. Está allí en el confesionario aguardándonos con lágrimas.  Uno de los santos más sabios dijo: “Al no confesar, Señor, solo te escondería de mí, no me de ti".  Deberíamos aprovecharnos del sacramento de Reconciliación regularmente.  No solo nos quita el pecado sino también nos da mayor motivo de no pecar.

Desde el tiempo del papa San Juan Pablo II se ha llamado este domingo, “Domingo de la Divina Misericordia.”  La fiesta destaca el Sacramento de la Reconciliación como un gran fruto de la Resurrección de Jesús.  A veces parece que el tiempo de esta fiesta está fuera de lugar.  Los sacerdotes están cansados de escuchar confesiones después de la Cuaresma.  La gente quiere relajarse.  No deberíamos preocuparnos.  Siempre hay razón de celebrar la misericordia de Dios en el sacramento.  Nos levanta de nuestros errores.  Nos mueve en el camino a la vida eterna.  Siempre hay razón de celebrar la misericordia de Dios.