TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)
Se dice que los ex
alcohólicos se hacen los promotores más fervientes de la sobriedad. Su motivo es sencillo. Han causado tantos problemas para sus seres
queridos que quieran compensar sus pecados.
Es igual con algunas mujeres que han tenido abortos. Se sienten tan contritas que protesten con el
más fervor delante de las clínicas de aborto.
Por eso, no deberíamos estar sorprendidos ver cómo Pedro actúa en la
primera lectura. El que negó a Jesús
hace ninguna disculpa cuando acusa a los judíos de la muerte de Jesús y exigir
su arrepentimiento.
Aunque es directo y
fuerte en su acusación, Pedro provee excusa por las acciones de los
judíos. Dice que actuaron por
ignorancia. Según Pedro, si los judíos
conocieran quien era Jesús, nunca habrían insistido que fuera crucificado. Casi siempre es igual con nuestros
pecados. Aunque deberíamos saber mejor,
no escogemos el mal por ser mal sino bajo el aspecto de lo bueno. No bebemos demasiado porque queremos
borrachearnos. Más bien, bebemos mucho
porque queremos relajar después de haber trabajado duro. No difamamos al otro para destruir su
reputación. Más bien, lo criticamos
porque queremos justificar nuestra perspectiva de la vida.
Esto es a decir que
nuestros pecados tienen la misma raíz.
Queremos poner nuestra voluntad, nuestro modo de ver la realidad, antes
de la voluntad de Dios. Nuestra voluntad
se nos hace más importante que los mandamientos de Dios. En la segunda lectura el presbítero Juan nos
cuenta que conocemos a Dios tanto como cumplamos sus mandamientos. Si lo conocemos como sus hijos e hijas,
siempre pondríamos su voluntad antes de todo.
En lugar de buscar las faltas de otras personas, rezaríamos por
ellos. En vez de buscar travesuras en el
Internet, le agradeceríamos a Dios por los beneficios que tenemos.
Jesús murió en la cruz
para quitar nuestros pecados. Fue un
sacrificio humano tan perfecto que compensó los pecados de todos los demás
hombres y mujeres. Además, su sumisión a
la voluntad de su Padre nos dio un modelo eficaz de poner a Dios primero en la
vida. Es modelo porque nos enseña cómo
darnos en el amor por el otro. Es eficaz
porque su muerte ha dominado el mal para todos los que se unen con él. Es como el descubrimiento de la vacuna de
Covid nos ha liberado a toda la humanidad de la amenaza del virus.
En el evangelio Jesús
declara que el mensaje del perdón será predicado al mundo. Una vez reciban el Espíritu Santo, los
apóstoles comenzarán esta misión. Nosotros, los beneficiarios del mensaje,
hemos dominado nuestra voluntad propia, al menos por un rato. Sin embargo, la tendencia a pecar nos apega
como sanguijuelas. ¿Por qué es tan fuerte
la voluntad propia? Porque tememos que vayamos a perder algo valeroso si nos
sometemos nuestra voluntad a la de Dios.
En el evangelio los discípulos no creen en la resurrección antes de que coman
con el Señor resucitado. Que hagamos lo
mismo por medio de la Eucaristía.
Escuchando su palabra y comiendo su carne con la intención apropiada, Cristo
fortalecerá nuestra fe. Entonces nos daremos
cuenta de que no perdemos nada significante por someter nuestra voluntad a la del
Padre. Más bien, logramos la herencia de
hijos e hijas de Dios; eso es, la vida eterna.
Hay una canción famosa
que, traducida al español, se llama “mi modo”.
Las letras cuentan de una persona que siempre hace cosas a su propio
modo. Evidentemente la persona cree mucho
en sí mismo. No es necesariamente malo
hacer cosas a nuestros modos ni es malo creer en nosotros mismos. Sin embargo, nuestros modos y la creencia en
nosotros mismos tienen que someterse a los modos divinos y la creencia en
Dios. Solo así dominamos el pecado. Solo así heredaremos la vida eterna.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario