EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)
No sé si ustedes hayan
oído de una “misión suicida”. Es tarea
tan peligrosa que las personas involucradas no se esperen a sobrevivirla. Una patrulla cargada con penetrar muy dentro
del territorio enemigo para explotar un depósito de municiones podría ser una
“misión suicida”. También se puede
pensar en la misión de Jesús en el mundo como una “misión suicida”.
Pero primero tenemos
que aclarar una cosa. Una “misión
suicida” no es suicidio porque los involucrados no tienen ninguna intención de
tomar sus propias vidas. Si resulta en
la muerte de los involucrados, no era su intención de morir. Más bien, la muerte sería un mal que no
podrían evitar en la búsqueda de un bien importante. El evangelista Juan retrata a Jesús como un
voluntario partiendo en una “misión suicida”.
En el pasaje hoy Jesús declara su misión: él es “’el buen pastor (que) da
la vida por sus ovejas’”.
Se puede ver a Jesús
llevando a cabo su “misión suicida” durante la pasión. Cuando llegan Judas con los soldados al
huerto, Jesús no se esconde. Más bien, acoge a sus captores como un anfitrión a
sus huéspedes. Dice el evangelio:
“Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó…” Porque ha venido
la hora de su sacrificio supremo, no se la trata de esquivar. Dijo en la cena con sus discípulos: “’¿Y qué
diré: “Padre, líbrame de esta hora?” ¡Sí, para eso he llegado a esta hora!’” Para recalcar que Jesús se sacrifica a sí
mismo por el bien de todos, Juan retrata a Jesús cargando su propia cruz. En el evangelio según San Juan no hay ninguna
mención del cirineo ayudando a Jesús.
Como hermanos y hermanas de Jesús, tenemos que emprender nuestra propia
“misión suicida”. Esto no es a decir una
tarea que costará nuestra vida. Solo
implicará nuestro servicio. Tenemos que
disponer nuestros talentos para el bien del Reino de Dios. Se necesitan algunos
para los ministerios del altar.
Curiosamente, a veces hay pocos entre los asistentes en la misa
dispuestos a leer la Palabra de Dios o actuar como ministros extraordinarios de
la Santa Comunión. Hay aún menos los
voluntarios para llevar la Santa Hostia a los ancianos en asilos o a visitar a
los prisioneros en las cárceles. ¿Por
qué? Porque la gente considera a
aquellos servicios como no necesarios para complacer a Dios. Pero la segunda lectura responde a este tipo
de pensar. Dice: “Si el mundo no nos
reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él (Jesús)”. Eso es, como el sacrificio
de Jesús de sí mismo agradó a Dios Padre, así nuestro servicio lo agrada.
Como se dice del
hombre cojo en la primera lectura, también es cierto de nosotros. Somos curados en el nombre de Jesús. Si damos de comer a los hambrientos e instruimos
a los indoctrinados como Jesús ha enseñado, tendremos la vida plena en su
nombre. Podemos contar con esto tanto aún
más que una comida plena en la cocina de nuestra madre.
En una diócesis el obispo organizó un fundo para apoyar nueve escuelas católicas en las partes más pobres de la ciudad. Algunos criticaban al obispo. Le preguntaban: “¿Por qué queremos a educar a los no católicos?” El obispo respondió, “Los educamos no porque ellos son católicos sino porque nosotros somos católicos”. Sí, ser católico implica servir a los demás. No se puede ser católico bueno si no quiere servir.
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