Tercer domingo de Pascua
(Hechos
5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; John 21:1-19)
En varias
apariciones de Jesús resucitado sus discípulos a penas duras lo reconocen. Recordamos a María Magdalena a la entrada del
sepulcro. Cuando lo vio, pensaba que él
fuera el jardinero. Los discípulos en el
camino a Emaús tampoco podían reconocerlo.
Anduvieron kilómetros con Jesús considerándolo como un visitante mal
informado. En el evangelio hoy cuando
sus discípulos en la barca lo ven, no saben quién sea. Aun cuando están con él en la playa, mantienen
dudas.
¿Quién
pueden faltarlos? La resurrección es
experiencia fuera de la vida ordinaria.
De hecho, ha sucedido una vez en toda la historia. Sólo hay record de Jesús resucitándose definitivamente
de entre los muertos. Sí existen las
historias evangélicas de Jesús resucitando a Lázaro y al hijo de la viuda. Pero estos hombres eran para morir de nuevo
de modo decisivo.
El
evangelio hoy nos da dos pistas para entender un poco la resurrección de entre
los muertos. En primer lugar señala que
el discípulo que Jesús amaba no tiene dificultad reconocerlo. Desde la barca le dice a Pedro que el
extranjero en la playa “es el Señor”. A
pesar de que él no tiene problema identificar a Jesús, los cristianos han
fregado sus cabezas preguntando: “¿Quién es este discípulo?” A lo mejor no es Juan, el hijo de
Zebedeo. Si fuera alguien tan
importante, el evangelista lo habría llamado por nombre. Dicen los expertos que probablemente es discípulo
de poca importancia pero de mucha fe.
Recordamos cómo él creyó en la resurrección del momento en que vio los
lienzos doblegados en el sepulcro de Jesús.
La fe
aquí no es sólo la convicción que Jesús vive sino también la confianza que ella
nos da. No vamos a angustiarnos por los
altibajos de la vida porque sabemos que el Señor está presente para
salvarnos. Un ministro de jóvenes reportó
los problemas que tenía. Unas horas
antes del retiro que iba a presentar, su colaborador le llamó que no podía
asistir. También a la misma vez el ministro descubrió que el lugar del retiro
estaba en necesidad de reparo. Pero el
ministro no se dio por vencido; más bien se confió aún más en el Señor. Resultó que fue capaz de ajustarse a la nueva
situación sin maldiciones o amenazas. Por
eso se puede decir que para experimentar la resurrección hay que poner la confianza
en el Señor.
La
segunda pista del evangelio hoy es que los discípulos reconocen a Jesús resucitado
cuando él les invita a comer. Como en el
caso de los discípulos en Emaús, es el partir del pan que se les revela. Nosotros tenemos una experiencia semejante en
la misa dominical. Reconocemos al resucitado
en los alimentos del pan y vino consagrados por el sacerdote. Concluimos entonces que la Eucaristía reúne a
la gente para conocer al resucitado. Si
nos falta la fe del discípulo amado, la Eucaristía nos la aumenta para que
gradualmente la tengamos.
La
segunda lectura nos da una vislumbre de estas dos pistas en acción. Describe una comunión de la gente alabando al
Cordero como cuando nos formamos en la Eucaristía. No están forzados a darle homenaje. Más bien lo hacen con gran agradecimiento. El Cordero, que es símbolo de Jesús, ha
derrotado el mal. Se ha probado digno de
la confianza. Por su obra, ya pueden
todos vivir en paz.