El domingo, 5 de mayo de 2019

Tercer domingo de Pascua

(Hechos 5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; John 21:1-19)


En varias apariciones de Jesús resucitado sus discípulos a penas duras lo reconocen.  Recordamos a María Magdalena a la entrada del sepulcro.  Cuando lo vio, pensaba que él fuera el jardinero.  Los discípulos en el camino a Emaús tampoco podían reconocerlo.  Anduvieron kilómetros con Jesús considerándolo como un visitante mal informado.  En el evangelio hoy cuando sus discípulos en la barca lo ven, no saben quién sea.  Aun cuando están con él en la playa, mantienen dudas.

¿Quién pueden faltarlos?  La resurrección es experiencia fuera de la vida ordinaria.  De hecho, ha sucedido una vez en toda la historia.  Sólo hay record de Jesús resucitándose definitivamente de entre los muertos.  Sí existen las historias evangélicas de Jesús resucitando a Lázaro y al hijo de la viuda.  Pero estos hombres eran para morir de nuevo de modo decisivo.  

El evangelio hoy nos da dos pistas para entender un poco la resurrección de entre los muertos.  En primer lugar señala que el discípulo que Jesús amaba no tiene dificultad reconocerlo.  Desde la barca le dice a Pedro que el extranjero en la playa “es el Señor”.   A pesar de que él no tiene problema identificar a Jesús, los cristianos han fregado sus cabezas preguntando: “¿Quién es este discípulo?”  A lo mejor no es Juan, el hijo de Zebedeo.  Si fuera alguien tan importante, el evangelista lo habría llamado por nombre.  Dicen los expertos que probablemente es discípulo de poca importancia pero de mucha fe.  Recordamos cómo él creyó en la resurrección del momento en que vio los lienzos doblegados en el sepulcro de Jesús. 

La fe aquí no es sólo la convicción que Jesús vive sino también la confianza que ella nos da.  No vamos a angustiarnos por los altibajos de la vida porque sabemos que el Señor está presente para salvarnos.  Un ministro de jóvenes reportó los problemas que tenía.  Unas horas antes del retiro que iba a presentar, su colaborador le llamó que no podía asistir. También a la misma vez el ministro descubrió que el lugar del retiro estaba en necesidad de reparo.  Pero el ministro no se dio por vencido; más bien se confió aún más en el Señor.  Resultó que fue capaz de ajustarse a la nueva situación sin maldiciones o amenazas.  Por eso se puede decir que para experimentar la resurrección hay que poner la confianza en el Señor.

La segunda pista del evangelio hoy es que los discípulos reconocen a Jesús resucitado cuando él les invita a comer.  Como en el caso de los discípulos en Emaús, es el partir del pan que se les revela.  Nosotros tenemos una experiencia semejante en la misa dominical.  Reconocemos al resucitado en los alimentos del pan y vino consagrados por el sacerdote.  Concluimos entonces que la Eucaristía reúne a la gente para conocer al resucitado.  Si nos falta la fe del discípulo amado, la Eucaristía nos la aumenta para que gradualmente la tengamos.

La segunda lectura nos da una vislumbre de estas dos pistas en acción.  Describe una comunión de la gente alabando al Cordero como cuando nos formamos en la Eucaristía.  No están forzados a darle homenaje.  Más bien lo hacen con gran agradecimiento.  El Cordero, que es símbolo de Jesús, ha derrotado el mal.  Se ha probado digno de la confianza.  Por su obra, ya pueden todos vivir en paz. 

El domingo, 28 de abril de 2019

EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-11.12-13.17-19; Juan 20:19-31)


Cada año en el segundo domingo de Pascua escuchamos de la vida común de los apóstoles.  Aprendemos cómo los testigos oculares de la resurrección mantuvieron el brío de Jesús.  Vivieron en grande harmonía.  Predicaron al Señor crucificado y resucitado.   Ahora oímos cómo los apóstoles sanaron a los enfermos y los paralíticos.  Los testigos oculares de la resurrección se han ido por muchos siglos.  Con ellos se han desaparecidos también las curaciones diarias.  Pero tanto como nosotros predicamos la resurrección, realizamos hechos maravillosos en el nombre de Cristo.  Médicos actúan curaciones en nuestros hospitales.  De igual modo con nuestro socorro los desafortunados experimentan el amor del Reino de Dios.

En la segunda lectura el vidente Juan cuenta de su encuentro con Cristo un domingo.  El Señor le comisiona a escribir lo que ha sucedido y sucederá.  Sobre todo debe dar testimonio de la victoria de Cristo sobre el mal.  Como en el caso de la primera lectura ésta se puede relacionar con nuestra vida diaria.  También nosotros encontramos a Cristo el domingo en la misa.  También a nosotros nos manda a contar a todos sin prejuicio ni engaño de su victoria sobre el mal.

Todos los años en la misa de este domingo leemos el mismo pasaje evangélico.  Escuchamos cómo Jesús apareció a sus discípulos la noche de su resurrección y ocho días después.  En la primera aparición Jesús les imparte el Espíritu Santo para que puedan perdonar pecados.   Sigue este poder de perdonar hoy en día.  Los sacerdotes pueden desatar cualquier pecado que confesemos, sea por comisión o por omisión.  En esta manera nos liberamos del peso de la culpa para que amemos de verdad.

Cuando Jesús les aparece por segunda vez, él indica la importancia de la creencia en la resurrección.  Se dirige a Tomás, que no estaba presente ocho días antes.  Como muchos hoy en día Tomás se jactó que no iba a creer sin evidencia física.  Por eso Jesús le muestra las heridas mortales en sus manos y su costado para que crea.  Tomás responde con la afirmación de Cristo más exultante en el Nuevo Testamento.  Lo llama “…mi Dios”.  El episodio termina con Jesús bendiciendo a aquellos que creen sin haberlo visto resucitado.

Es cierto que somos benditos.  Pues la fe en la resurrección de Jesús nos ha concedido tres cosas inestimables.  Primero, nos asegura de la ayuda de Cristo por el Espíritu Santo.  La codicia, la lujuria, y la ira nos atacan diariamente por el Internet o la televisión.  Por la gracia del Espíritu Santo podemos superar estos demonios.  La fe también nos da la esperanza de la vida eterna.  Miembros de Cristo, nuestra cabeza, anticipamos vivir la felicidad con él sin término.  Finalmente, la fe en la resurrección nos muestra un aprecio apropiado para nuestros propios cuerpos.  Porque tienen un futuro glorioso, no son para ser mimados ni maltratados.  Más bien tenemos que preservarlos y considerarlos la parte exterior de nuestro ser.

Otro nombre para este segundo domingo de Pascua es el domingo de la Misericordia.  La figura alta del Señor de la Misericordia resalta los temas de la misa ahora.  Sus heridas nos aseguran que sí ha resucitado de la muerte.  Los rayos de su corazón indican la gracia que nos perdona.  Y su mano levantada para bendecirnos señala el mandato a continuar su brío en el mundo hoy en día.  Es de nosotros a continuar su brío en el mundo.

El domingo, 21 de abril de 2019


Primer Domingo de Pascua

(Hechos 10:34a.37-43; Colosenses 3:1-4 [o I Corintios 5: 6b-8]; Romanos 6:3-11, Lucas 24:1-12)

Una vez muchos cristianos llevaban ropa nueva al Domingo de Pascua.  Si no tenían vestido o traje nuevo al menos se les ponían nuevo sombrero o corbata.  Los artículos nuevos reflejaban la creación nueva en la gracia que la resurrección de Jesús realizó en nosotros.  Ahora no practicamos esta costumbre como antes.  No obstante deberíamos reconocer cómo hemos estado preparados para un modo nuevo de vivir.  Podemos ver las acciones de las mujeres en el evangelio hoy como pistas de la vida nueva.

Las mujeres forman un grupo de al menos cuatro o cinco personas.  Van al sepulcro de Jesús “muy de mañana” como gente ansiosa a servir.  Quieren hacer una obra de misericordia: tratar el cuerpo de Jesús para un sepelio digno.  Por su acto bueno y comunal atenúan la desolación de su muerte.  Este tipo de amor en acción debería ser parte regular de la vida nueva de nosotros.

Sin embargo, cuando llegan al sepulcro las mujeres no ven las cosas como anticipaban.  La piedra ha sido retirada.  Más extraño aún, no está el cadáver de Jesús.  Entonces se les presentan dos ángeles anunciando que Jesús ha resucitado.  Las mujeres tardan a aceptar el mensaje.  Pero cuando los ángeles les recuerdan de las palabras de Jesús, lo dan su creencia.  Aquí está la segunda acción que vale nuestra imitación: la fe innegociable en la resurrección.

Como discípulos verdaderos de Jesús las mujeres no quieren guardar la buena nueva a sí mismas.  Tan pronto que lleguen del sepulcro, anuncian la resurrección a los Once y los demás discípulos.  Este anuncio comprende otra lección para nosotros.  Que nosotros no fallemos contar a otras personas la buena nueva de la resurrección de la muerte.

Desgraciadamente los hombres consideran a las mujeres como locas.  No les importa que entre ellas estén las mismas mujeres que les han apoyado desde la misión en Galilea.  Tampoco les importa que ellas hayan comprobado su afecto para Jesús por la atención a su cadáver.  Ellas encuentran no sólo el rechazo sino también las burlas.  Ésta forma aún otra enseñanza para nosotros.  Como las mujeres queremos ser firmes en la fe e insistentes en proclamarla.

Vivimos en una época cuando muchos no más creen en la resurrección de la muerte.  Aun si dicen que hay una vida más allá de la muerte, muchos no hacen nada para preparársela.  No oran ni buscan la justicia.  Más bien viven por gran parte para satisfacer sus propios deseos.  A esta generación nosotros tenemos que anunciar la resurrección.  Tenemos que superar la timidez para decirle que el resucitado nos ha cambiado.  Ya vivimos en conforme a él.  Y las tentaciones del mundo – sean el sexo fuera del matrimonio, la flojera de prestar la mano en una causa justa, o las estafas para acumular dinero – no van a desviarnos del camino a la gloria.

Hay muchos símbolos para la Pascua.  La mariposa significa la libertad de la muerte.  Los huevos pintados representan la vida nueva que está emergiendo.  La cruz con manto colgado de sus brazos especialmente me llama la atención.  Me dice que la muerte ha sido atenuada no por sólo un rato sino para siempre.  Me recuerda que Jesús ha resucitado a la gloria.  Y me llena de la esperanza de seguirlo.

El domingo, 14 de abril de 2019


DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 26-11; Lucas 22:14-23:49)

Cada uno de los cuatro evangelios presenta a Jesús con un matiz distinto.  El Evangelio de San Juan lo describe como el rey divino.  El Evangelio de Marcos da un retrato de Jesús como maestro del Reino de Dios, y el Evangelio de Mateo como el legislador supremo.  El Evangelio según San Lucas, que leemos en la mayoría de los domingos este año, también tiene su perspectiva propia.  En ello Jesús se ve sobre todo como un hombre justo y amistoso.  Lucas no niega que Jesús es profeta y mesías, pero destaca las características más humanas como la compasión. Vemos estos rasgos alcanzando una cumbre en la historia de su Pasión.

En la cena antes de su ordalía de sufrimiento Jesús muestra gran aprecio para sus discípulos.  Les felicita por haber preservado con él en sus pruebas y les promete el Reino.  Aparece Jesús particularmente gracioso en el Monte de Olivos.  Primero le da a Judas la oportunidad de reconsiderar lo que está haciendo cuando lo llama por nombre.  “’Judas – le dice -- ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?’” Desgraciadamente el malvado no puede aprovecharse de la señal.  La gran bondad de Jesús se hace aún más palpable cuando su discípulo corta la oreja del criado con espada.  Sólo en Lucas Jesús se digna para sanar la herida. 

Guardado en la casa del sumo sacerdote, Jesús hace otro gran gesto de gracia.  Después de que Pedro lo niega, Jesús lo mira.  Inmediatamente Pedro recuerda cómo Jesús le dijo que iba a negarle tres veces antes de que cante el gallo.  La mirada le da a Pedro oportunidad de darse cuenta de su pecado.  Por eso, llora profusamente.  Muy posible también con la mirada Pedro recuerda la otra parte de la predicción de Jesús.  Le dijo en la Última Cena que había rezado por Pedro de modo que su fe no desfalleciera.

En el camino a la Calavera Jesús demora un minuto para dirigirse a las mujeres que lo siguen.  Ellas lloran por él, pero él les consuela, al menos un poquito.  Les dice que en lugar de entristecerse por él, ellas deberían pensar en sus propios hijos.  En su crucifixión Jesús se muestra como amigo de todos y de cada uno.  Reza a Dios Padre por sus verdugos y hace una excusa por sus acciones injustas: “’…no saben lo que hacen.’”  En cuanto nuestros pecados han contribuido a la muerte del Señor, Jesús reza por nosotros también.  Al malhechor crucificado con él que reconoce su delito Jesús tiene aún mejor beneficio.  Cuando el criminal le pide que le recuerde cuando llegue a su Reino, Jesús le responde con la promesa de la vida eterna.

Queremos recordar que Jesús es nuestro amigo.  Podemos contar con él en cualquier apuro donde nos encontramos.  En la tristeza, nos consuela.  En el pecado, nos perdona.  En la herida, nos sana.  Y en la desesperación, nos promete el premio eterno.  Sólo tenemos que arrepentirnos del pecado y volvernos a él.