El domingo, 2 de abril de 2023

 DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Mateo 26:14-27:54)

Fray Angélico incluyó a Santo Domingo en muchas de sus pinturas.  Uno de sus cuadros de la Crucifixión tiene a Domingo aferrando la base de la cruz.  La sangre del Señor gotea de sus manos y pecho y derrama de sus pies mientras los ojos de Domingo miran arriba en adoración.  Santo Domingo sabe el valor de la sangre de Cristo: el precio pesado que pagó Jesús para redimir al mundo de la pena de sus pecados.

La sangre de Jesús lleva un papel céntrico en la Pasión según San Mateo.  En la Última Cena Jesús dice que la copa de vino que él bendice es su sangre.  Entonces declara que ella será derramada para perdonar los pecados de todos.  Para aprovecharse de esta oferta se tiene que arrepentirse de sus pecados.  Eso es, la persona tiene que reconocer que ha pecado y esforzarse de cambiar su conducta.  Suena sencillo, pero los humanos, siendo lo que son, han tenido grande dificultad hacerlo.

En la narrativa Pilato trata de lavar sus manos de la sangre de Jesús.  No quiere admitir que su indisposición confrontar a los judíos con la verdad resultará en la muerte de un inocente.  Judas admite que ha pecado por traicionar a Jesús cuando devuelve las treinta monedas de plata.  Sin embargo, en lugar de pedir el perdón de Jesús, se ahorca.  Los judíos también reconocen la responsabilidad de la muerte de Jesús cuando dicen: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Pero no dan ninguna indicación de arrepentimiento.

¿Dónde estamos nosotros en todo este drama?  ¿Estamos listos para admitir nuestros pecados y cambiar nuestra conducta?  ¿No hemos sido envidiosos como los sumo sacerdotes por desear cosas malas para aquellos que se prueban más talentosos o afortunados que nosotros?  ¿No hemos abandonado a Jesús como los discípulos en Getsemaní por no rezar a él diariamente?  ¿No hemos mentido como Pedro para evitar situaciones dificultosas?  ¿Y no hemos burlado de otras personas como los transeúntes y los ladrones crucificados lo hacen con Jesús?  Por estos pecados entre otros tenemos que pedir el perdón del Señor.

Solo por aceptar responsabilidad por la sangre de Jesús y arrepentirnos de nuestros pecados podemos aprovecharnos de lo que estamos celebrando esta semana.  Solo por pedirle perdón a Jesús podemos ser salvados de la pena de nuestros pecados.

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Qué son los pecados de que tengo dificultad pedir el perdón?

El domingo, 26 de marzo de 2023

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

(Ezequiel 37:12-14; Romanos 8:8-11; Juan 11:1-45)

Nos estamos acercando la Pascua, el corazón del misterio de Cristo.  Las lecturas de la misa hoy tratan de la muerte y la resurrección.  Vale la pena reflexionar en ellas bien para que comprendamos el significado de los estos mismos eventos en la vida de Cristo durante la Semana Santa.

El profeta Ezequiel nos lleva al valle de los muertos.  Dice que Dios va a hacer al pueblo creer en Él por abrir sus tumbas.  Ezequiel mismo entiende estas palabras como profecía de que va a renovarse el pueblo Israel.  La capital Jerusalén ha sido arrasada por el ejército babilonio.  Sus palacios fueron derrumbados y sus fortalezas derribadas.  Ahora Dios anuncia que Jerusalén tendrá un futuro.  Él mismo la reconstruirá de los escombros.

Estamos tentados a interpretar a Ezequiel por decir que Dios prometa la resurrección de los muertos.  Pero las gentes del sexto y quinto siglos antes de Cristo no pensaban así.  Eran personas con espíritu colectivo, no individualista.  Que Jerusalén sería grande de nuevo era lo importante, no la vida de cualquier hombre o mujer.

Se realiza la mayor consciencia de la vida después de la muerte unos siglos después.  Por el tiempo de Jesús Israel fue dividido acerca de la cuestión.  Unos esperaban la vida después de la muerte y otros no.  En la lectura hoy Jesús entra el debate.  Quiere enseñar no solo que la resurrección es la voluntad de Dios sino también que sea dentro de la posibilidad de todos.  Para recalcar esta lección va a resucitar a su amigo de entre los muertos. Ésta es la razón que espera hasta que sea seguro que Lázaro es muerto antes de visitar su hogar. 

Cuando finalmente Jesús llega a la casa de Lázaro, Marta, la hermana del fallecido, se lo acoge Marta.  Como la conocemos del Evangelio de Lucas, Marta no es persona tímida.  Le dice a Jesús francamente: “’…si hubieras aquí, mi hermano no habría muerto…’”  Jesús debe explicarle que él es la resurrección y la vida de modo que la persona que crea en él aun si muere físicamente, vive espiritualmente.  Marta dice que cree que Jesús es el Mesías e hijo de Dios, aunque no parece consciente de lo que signifiquen estos títulos.

Muchos hoy en día viven con las dudas de Marta.  Dicen que creen en Jesucristo como Salvador, pero su seguimiento de él es anémico.  No quieren hablar con los demás de Jesús.  Vienen a misa solo cuando no sea inconveniente.  Tal vez no hablen con palabrotas, pero parece que les gustan los chismes y los chistes sucios.   Ésta es solo la fe a medias.

Por la tumba de Lázaro Jesús hace tres cosas significantes antes de llamarlo afuera.  Primero, llora porque es un hombre que simpatiza con los demás. Segundo, se conmueve con la ira.  Esto no es muestra de aflicción sino de disgusto profundo.  Porque está cerca el príncipe de la muerte, Jesús le muestra desdén.  Tercero, reza a Dios Padre.  Este no es simplemente un gesto para suscitar la fe de la gente sino una petición que se haga la voluntad de Dios en favor de la vida. 

Entonces lleno de la tristeza de los afligidos, ira al diablo, y confianza en su Padre, Jesús grita a Lázaro que salga.  Se ve el hombre emergiendo de la tumba envuelto en vendas porque esta resurrección solo es temporánea.  Cuando otra vez muera, Lázaro se le vestirá de vendas de nuevo.  Será al contrario con Jesús.  Cuando se resucita de entre los muertos, las vendas se quedarán en el sepulcro porque vivirá para siempre.  Si creemos en él, nunca moriremos espiritualmente.  Si lo seguimos fielmente, resucitarán nuestros cuerpos con lo suyo para siempre.

El domingo, 19 de marzo de 2023

 CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(Samuel 16:1-6.10-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)

Si vas a Florencia, querrás ver la imagen de David por Miguel Ángelo.  Es, tal vez, la obra de arte más celebrada en esa ciudad de bella arte.  Al mirar su magnificencia, preguntas por qué los estudiantes de la Biblia, incluyendo a Miguel Ángel, han considerado a David tal grande figura.  ¿No cometió adulterio y arregló la muerte del esposo de su amante?  Sí, es cierto; David era gran pecador.  Pero también era guerrillero valiente que conquistó muchas tierras por Israel.  Esto no es la única ni la mayor razón para grabar en mármol su figura. David también era persona de gran fe.  Desde juventud el corazón de David perteneció a Dios.  Nunca dejó el culto a Dios para adorar a otros dioses.  Más bien en varias ocasiones demostró la profundidad de su fe.  El evangelio hoy traza la trayectoria de la fe de otro personaje bíblico, el hombre nacido ciego.

Primero, debemos preguntar: ¿qué es la fe?  ¿Es simplemente la creencia en la existencia de la vida espiritual más allá que ven nuestros ojos?  Esto no es suficiente porque la fe exige adhesión a uno de los varios espíritus en las Escrituras.  ¿Es la fe entonces el empeño de hacer todo lo que pueda por otras personas?  Esto suena más como el amor que brota de la fe verdadera.  La fe, al menos para nosotros cristianos, es confianza en Dios como creador y salvador.  Además, la fe ve a Jesucristo como “luz del mundo”; eso es, el medio a través de que se revela el amor de Dios. 

El hombre nacido ciego no nace con la fe; la adquiere gradualmente.  Su primer paso a la fe es reconocer a Jesús como su bienhechor.  Vivía en las tinieblas de la ceguera cuando Jesús le cubrió los ojos con lodo y lo mandó a la piscina para lavarse.  Ahora da testimonio a los fariseos que Jesús fue responsable para su vista.  Él es como otras personas que mueven hacia la creencia en Dios cuando encuentran a un santo o santa.

La fe del hombre hace un paso adelante cuando reconoce a Jesús como profeta.  Al reflexionar en su recibimiento de la vista, el hombre intuye que Jesús fue llamado por Dios. Muchos en el mundo hoy ven a Jesús como profeta.  Lo respetan como otro Lincoln, Gandhi o Martin Luther King.  Sin embargo, no sienten la necesidad de someterse a un profeta con mente y corazón como es necesario a Dios.  Por supuesto, a los fariseos Jesús no es un profeta; más bien es “un pecador”.  Por eso, echan fuera de la sinagoga al que ha venido a ver con más claridad que nunca.

Ahora el hombre nacido ciego alcanza la vista plena.  Cuando Jesús se identifica como el Hijo del hombre, eso es, él a quien Dios le ha dado dominio sobre el mundo, lo adora.  La fe reconoce en Jesús él que merece la confianza completa porque viene a salvar al mundo de pecado y muerte.  El evangelio hábilmente muestra esta venida a la fe por yuxtaponerla con la pérdida de fe de parte de los fariseos.  El hombre nacido en las tinieblas físicas ahora ve espiritualmente veinte-veinte porque ha puesto fe en Jesucristo.  Entretanto los fariseos, que tenían la vista física al nacimiento, ya andan por las tinieblas espirituales porque no creen en Jesús. 

Cuando hablamos de la fe en Jesús como luz del mundo, deberíamos tener en mente una lumbrera fuerte e intensa.  Como el láser, él nos cura de nuestros defectos morales.  Como un faro, él nos guía alrededor rocas y vórtices de la vida a la salvación.  Como el sol, él nos provee la vida; eso es, la vida eterna. 

 

PARA LA REFLEXIÓN: Describe tu viaje de fe.  ¿Cómo has llegado a la fe en Dios como salvador y en Jesús como el que reveló el amor de Dios Padre al mundo?

El domingo, 12 de marzo de 2023

 EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 17:3-7; Romanos 5:1-2.5-8; Juan 4:5-42)

Según un himno, “Todos tenemos miedos secretos que enfrentar; nuestras mentes y motivos para enmendar...”  Sin embargo, no siempre queremos soltar nuestros pecados.  Posiblemente los consideremos como si no fueran de importancia, o los ocultemos de modo que otras personas no nos desprecien.  En el evangelio encontramos a una persona que lleva una carga onerosa de pecado.  Afortunadamente Jesús está allí para aliviársela.

La samaritana no parece estresada cuando llega al pozo de Jacob al mediodía.  Pero se puede preguntar por qué viene sola en la parte del día más caliente.  ¿Por qué no viene con las otras mujeres en una hora más cómoda?  Jesús va a revelar la razón en la conversación que está para comenzar.  Ella ha tenido a cinco maridos y ahora vive con hombre con quien no está casada.  Es excluida de la compañía de otras mujeres por su vida desordenada.  Además, el trabajo duro de llevar agua y su conciencia sobre agobiada con culpa aumentan la dureza de su vida.

No obstante, Jesús no le juzga.  Más bien, inicia conversación con ella.  Hablan de algo que tienen en común: el agua.  Le pide a la mujer agua del pozo.  Cuando ella responde con sorpresa, Jesús le ofrece “agua viva”.  Supuestamente “agua viva” es el agua fresca que mana de una manantial.  Pero Jesús tiene en menta algo más.  Al decir “agua viva”, él quiere decir la gracia renovadora del Espíritu Santo que renueva a la persona.  Es como una carga a un batería descargado.  Le proporciona la oportunidad de mover de su condición de pecado a la libertad de hija de Dios.

Jesús nos extiende a todos nosotros la misma oportunidad.  Por el evangelio llamándonos desde afuera y el Espíritu Santo moviéndonos desde adentro, Jesús nos ofrece la liberación del pecado.  Sus palabras nos despiertan de la complacencia.  En el evangelio sus palabras recuerdan a la samaritana del desorden de su situación matrimonial.  En un cine famoso la advertencia de Jesús que no vale el mundo entero la pérdida del alma sacude la conciencia de un traidor.  Con igual insistencia el Espíritu nos urge acudir la confesión donde se nos quitan los pecados como las tinieblas con los primeros rayos de la luz. 

Pero muchas veces nuestros vicios nos adhieren como chupasangres. Sabemos que deberíamos hacer cambios, pero algo dentro nosotros los resisten.  Digamos a nosotros mismos que el misericordioso Dios perdonará nuestros pecados. O posiblemente nos convenzamos de que los pecados sean tan plasmados que no sea posible arrancarlos.  En la primera lectura los israelitas resisten poner confianza en el Señor.  Dicen que estuvieran haciendo mejor en Egipto con abastos del agua que vagando sedientos en el desierto.  La samaritana quiere cambiar el tema cuando Jesús menciona su pasado sórdido.  Prefiere discutir las diferencias teológicas entre judíos y los samaritanos que examinar su vida con el mejor de consejeros. 

Jesús no le permite evitar la necesidad de arrepentirse.  Le dice, “…la salvación viene de los judíos”.  Eso es, él viene de los judíos, y tanto nosotros como ella debemos enfrentar la verdad de nuestras vidas ante él.  Pero no ha venido para castigarnos por nuestras culpas.  Más bien, ha venido para salvarnos de ellas.  Es como un médico que no echa la culpa a su paciente con cáncer por haber fumado sino hacer todo posible para curárselo.

Sabiamente la mujer se somete a la misericordia del Señor.  Deja su cántaro, el símbolo de sus pecados, atrás mientras se va a contar a los demás de él.  Que hagamos nosotros lo mismo.  Después de confesar nuestros pecados que digamos a los demás de la bondad del Señor.  Que digamos a otros de Jesús.