El domingo, 1 de enero de 2012

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

(Números 6:22-27; Gálatas 4:4-7; Lucas 2:16-21)

Llamamos el primer mes del año “enero” por “Ianuarius”, el dios pagano de puertas. Las imágenes de Ianuarius siempre tiene dos caras como una puerta tiene dos lados – una dando para atrás y la otra para adelante. Ciertamente durante enero vemos en estas dos direcciones. En el principio del mes siempre nos referimos al año pasado como el presente, a veces poniendo su número en los cheques. Pero mientras el mes avanza, pensamos más en las posibilidades del año ya comenzado.

El nacimiento de Jesús también nos llama ambos para atrás y para adelante. El pesebre no se debe entender como indicación de la pobreza de José y María, sino para recordar la profecía de Isaías: “El buey reconoce a su dueño y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento” (Isaías 1:3). Ahora con los pastores representando Israel, el pueblo de Dios sí reconoce a su Señor. Sin embargo, el señorío de Jesús será revelado a todas tierras sólo en el futuro. Después de que Jesús sea crucificado, levantado de la muerte, y entronado en el cielo, enviará al Espíritu Santo a los apóstoles para predicar su nombre a través del mundo.

El primer del año está reservado para el descanso y la renovación de relaciones con familiares y amigos. También la Iglesia nos llama a la misa para reflexionar una vez más en todo lo que ha sido celebrado durante la semana pasada. Hemos escuchado de nuevo la historia de Navidad. Hemos celebrado la venida de Cristo con actos de bondad y generosidad. Y nos hemos sido sumergidos en el ambiente de paz y gozo. Como María en el evangelio hemos de meditar todas estas cosas en el corazón para comprender su significado para el Año Nuevo.

El domingo, el 25 de diciembre

LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, Misa de la Aurora

(Isaías 62:11-12; Tito 3:4-7; Lucas 2:15-20)

Las noticias de Belén no son buenas. Sigue el enfrentamiento entre los israelís y los palestinos. Pero ya los palestinos están fracturados con los musulmanes acosando a los cristianos. Más lamentables aún los conflictos en Siria y Egipto pueden involucrar toda la región en incendios. Como si no fuera bastante peligroso, los Estados Unidos están retirándose de Irak dejando ese país, particularmente los cristianos, aterrados. Con todo este revuelto nos conviene a volver a Belén hace dos mil años cuando la esperanza de la paz nació.

El evangelio está mañana retrata a varios personajes cerca el pesebre del niño Jesús. Cada uno tiene algo para decirnos si le hacemos caso. Primero que escuchemos a los pastores. Son gente rústica que espera, como todos judíos, la venida del Señor. Atienden a las noticias del ángel que ha nacido en Belén el Salvador y llegan a darle homenaje. En un poema navideña un sacerdote anglicano pregunta si no es el caso que él sea pastor también. Ciertamente es porque tienen que pastorear las almas. De la misma manera todos somos pastores porque todos tenemos responsabilidades para atender. Entonces todos nosotros deberíamos acompañar a los pastores de Belén a ver al Salvador.

Pero desgraciadamente no es que todos tengan este deseo. A lo mejor por puro gozo los pastores cuentan a los ciudadanos de Belén todo lo que han experimentado. Pero estas personas, como la semilla que cae sobre tierra rocosa, sólo se maravillan con las noticias. No averiguan la cosa por su propia parte. Son como muchos de nuestros contemporáneos que celebran la Navidad con rompopo y regalos pero no se esfuerzan a seguir a él que festejan. Les falta la esperanza de realizar la promesa del Salvador recién nacido.

El evangelio sólo menciona la presencia de José, el esposo de María. Pero otros pasajes en este evangelio según san Lucas lo describen como justo - fiel a Dios y obediente al imperador. También dejan el sentido que es trabajador y atento a su papel como protector de Jesús y María. Queda como modelo para los padres y madres, trabajadores y ciudadanos.

Los ortodoxos tienen una oración tratando de María como el regalo humano más perfecto al niño Jesús. Ciertamente lo cuida bien pero aún más al caso guarda en su corazón todo lo que pasa. Es el mejor regalo porque se hace su mejor discípulo meditando la palabra de Dios – eso es su propio hijo -- para anunciar su significado en un tiempo futuro. Quizás Jesús le tenga en cuenta cuando habla de la semilla que cae sobre la tierra fértil para producir fruto cien por una.

Finalmente queda el niño Jesús recostado en un pesebre. Al estudiante de la Biblia su paradero indica el cumplimiento de la profecía de Isaías que por fin Israel reconoce a su rey como un asno reconoce la pesebre de su amo (Isaías 1:3). A nosotros el niño Jesús recostado en el comedero nos sugiere que en tiempo él va darse a nosotros como comida. Algunos artistas han pintado al niño irradiando luz como una lámpara sobrecargada. Es decir como un faro la palabra de Dios ya arde para guiarnos a la vida eterna.

Viendo la serenidad del nacimiento de Jesús nos parece irónico que algunos no quieren una replica en plazas públicas. Pero hay batalla sobre la religión y el estado en muchas partes. No obstante, lo importante no es que algunos se maravillen del nacimiento en el tiempo navideño sino que lo guarden en el corazón. De allí emite la luz que resuelve conflictos entre tanto familias como naciones. De allí produce los esfuerzos que cuidan a los niños para que crezcan en hombres y mujeres justos. De allí se siembra la semilla que da el fruto de la vida eterna.

El domingo, el 18 de diciembre de 2011

IV DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

“Ser joven de nuevo”, muchos suspiran. Lo hacen con razón. Pues, los jóvenes están en la cima de sus poderes. Miguel Ángel esculpió “la Piedad” cuando tenía apenas veinticuatro años. Einstein escribió su tratado sobre la relatividad especial con sólo veintiséis años de vida. Y Mozart había compuesto muchos de sus mejores obras antes de tener 24 años. En el evangelio hoy leemos de otra joven que logra un hecho sumamente valioso a una edad tierna.

El ángel saluda a María, “Alégrate, llena de gracia”. Hoy en día estas palabras nos indican su Inmaculada Concepción. Sin embargo, a la joven le preocupan. A lo mejor le parecen peligrosas, un piropo no buscado que va a resultar en problemas. Nosotros tenemos la misma reacción cuando nos salta en el Internet publicidad sugiriendo el cumplimiento de deseos por cliquear el botón.

Pero no es que todas las ofertas nos perjudiquen. Es posible que Dios sea el que nos llame a cambiar la vida por emprender un nuevo proyecto. ¿Qué nos quiere hacer? Cada uno tiene que responder por sí mismo. Puede ser precisamente dejar de ver para siempre la pornografía de Internet. O posiblemente quiera que dejemos el grupo de chismosas con quienes andamos. Puede ser comenzar un nuevo ministerio: servir caldo a los desamparados o testimoniar contra aborto delante de “Planned Parenthood”.

A María le llama Dios a ser madre del Salvador. Su hijo sería ambos el Hijo del Altísimo y el hijo de David. En la primera capacidad redimiría al mundo del pecado. Y en la segunda cumpliría la antigua promesa de levantar al pueblo Israel de nuevo a la preeminencia. Aunque tiene la gracia, María se da cuenta de límites que le impediría a llevar a cabo tal gran proyecto. Es virgen. Es poblana. Es humilde. “¿Cómo podrá ser esto?” responde a Gabriel como si el ángel estuviera equivocado.

Sería imposible si no fuera por el Espíritu Santo. El ángel le indica que no tiene que buscar ni hombre, ni la corte real, ni oro. Tendría al Espíritu Santo que le proveerá todo. Sólo tiene que confiar en Él. El mismo Espíritu viene en nuestro apoyo. No permitiría que la soledad, la letargia, el miedo, o cualquier otro obstáculo prohíban el cumplir de nuestro objetivo. Sólo tenemos que pedirle el acompañamiento. Una vez un niño de siete años estaba muriendo después de ser atropellado por un carro. La madre se determinó a salvar su vida, pero los médicos ni siquiera le mirarían en los ojos. Ella asaltó al cielo con oraciones pidiendo a Dios el socorro. Y el niño se recuperó.

Después de definir el proyecto, analizar las dificultades, y rezar para la ayuda, tenemos que poner las pilas y mover con la decisión. El éxito depende del empeño total. Si no podemos darnos cien por ciento, vamos a caer como si estuviéramos corriendo con piernas atadas. En el evangelio María no tarda más. Se muestra a sí misma como el discípulo modelo por actuar sin vacilar. Escucha la palabra de Dios, la contempla en el corazón, y la pone en práctica sin titubear. Una vez que dice a Gabriel, “…cúmplase en mí lo que me has dicho”, no mira para atrás.

Una vez una mujer se enfrentaba a gran reto. Quería hacerse católica pero el hombre con quien convivía, el padre de su niña, no tendría nada que ver con el proyecto. Sabiendo que sería deshonesto mantener una relación ilícita como católica, la mujer dejó al hombre. Vivía con su hija sirviendo caldo a los desamparados por muchos años. Después de su muerte la Iglesia le declaró una Sierva de Dios, un paso a la canonización. Con el mismo empeño queremos llevar a cabo el proyecto a la cual Dios nos llama. Con empeño queremos llevar a cabo nuestro proyecto.

El domingo, 11 de diciembre de 2011

EL III DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 61:1-2.10-11; Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

“¿Y tú quién eres?” Es el título de una película española. Tiene que ver con la enfermedad Alzheimer. Dice un personaje, “Si no recuerdas, ¿quién eres?” Tenemos que recordar el pasado para conocer a quienes somos. Es cierto para nosotros como sociedad y como individuos. En el evangelio hoy escuchamos esta pregunta propuesta a Juan el Bautista.

“¿…quién eres tú?” preguntan los sacerdotes a Juan en el desierto. A lo mejor vienen de Jerusalén para averiguar qué signifique su bautismo. ¿Es la purificación hecha por el Mesías para identificar a los salvados? “No”, dice Juan, “No soy el Mesías….Yo soy (sólo) la voz que grita… ‘enderecen el camino del Señor’”. Eso es, Juan predica al arrepentimiento moral para preparar a la gente para la venida del otro.

¿“Quién eres tú?” preguntan los colonos de la isla de Española a un fraile dominico hace exactamente 500 años. La gente sabe que se llama el sacerdote Antonio Montesino, pero quieren saber: ¿Quién piensa que sea este pichón padre? Pues, la semana anterior fray Antonio enfurió a los españoles con un sermón condenándoles de abuso de los indígenas. Usando el mismo evangelio que leemos hoy, él se identificó como “la voz clamando en el desierto”; entonces lanzó su diatriba. Comparó el desierto con la esterilidad de las consciencias de los colonos, y dijo: "… todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?” Ya, después de una semana, la gente llena la iglesia esperando una disculpa. Sin embargo, el fraile sólo reafirma todo lo que había dicho.

“¿Quién eres tú?” piensa Juan Diego al encontrar a la mujer majestosa en la colina de Tepeyac. La tierra se ha hecho en desierto. Apenas diez años anteriormente los españoles conquistaron el país dejando en ruinas una cultura ilustre. No sólo eso, también trajeron plagas de Europa matando a centenares de miles y violaron a las mujeres indígenas con la impunidad. Sin embargo, no pudieron convertir a los indígenas al Catolicismo en grandes números. La mujer toma la palabra como la misma voz en el desierto. Dice: “…yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive…Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para que en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa…”

Como Juan Bautista y fray Antonio, la Virgen se identifica con otro: el “Verdadero Dios por quien se vive”. Quiere no sólo convertir a los indígenas sino también reconstruir un pueblo fuerte. Su estrategia es crear una gran sociedad por presentarle a su hijo, Jesucristo. Habla de un templo pero tiene en cuenta los dos significados de la palabra. El templo es el edificio en lo cual la gente encuentra a Cristo. Como construcción se hace de ladrillo y argamasa. Pero también el templo es la comunidad de fe. Así se forma de mujeres y hombres vivos, fuertes y honrados. El hecho de que la construcción se hará en Tepeyac, un lugar sagrado para los indígenas, indica el valor de su cultura. No es para destrozarse sino para evangelizarse de modo que se vean las virtudes del pueblo antiguo en la nueva comunidad.

“¿Quién eres tú?” nos preguntan a nosotros hoy en día. También nos encontramos en ambiente desértico. Ciertamente no queremos decir una tierra que se priva de agua sino un pueblo que falta la disciplina y la solidaridad. En los Estados Unidos más bebés nacen a latinas no casadas que a tal mujeres de cualquier otra raza. También preocupante los latinos encabezan al país en los jóvenes que no terminan la secundaria. “¿Quién eres tú?” entonces. Que respondamos con Juan, Antonio, y la Virgen María: “Soy una voz en el desierto: enderecen el camino del Señor.” Que no pongamos el corazón en el placer, el poder, y el prestigio. Más bien que enseñemos a nuestros hijos el valor del compartir, la compasión y el coraje para vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.

Si para los mexicanos el rostro es la ventana del alma, entonces ven en la Virgen de Guadalupe un alma de pura compasión. Sus ojos no son altaneros sino reflejan la pobreza del indígena. Su tez no es blanca como la de los colonos sino morena indicando la solidaridad con la gente. Su pelo largo, negro, propiamente peinado muestra la fuerza de una joven lista para servir. Si vamos a construir una comunidad nueva, siempre podemos contare con ella para el apoyo. Siempre podemos contar con ella.

El domingo, el 4 de diciembre de 2011

II DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 4:1-5.9-11; 2 Pedro 3:8-14; Mark 8:1-8)

Fue una tarjeta de Navidad desequilibradora. Algunos la describirían como no apropiada. Sin embargo, el que la recibió estuvo agradecido. La tarjeta llevó la imagen de Jesús crucificado en la portada. El mensaje adentro fue el acostumbrado “Feliz Navidad”. Es como el remitente quería despertar al mirador a la raíz más profunda del gozo navideño. El evangelio hoy nos presenta una vista parecida.

Juan el Bautista se asoma en el evangelio como un salvaje. No lleva ropa de lana sino de pelo de camelo. No se nutre de pan sino de saltamontes. Como se ha dicho de un encuentro con Dios, Juan nos repulsa y fascina al mismo tiempo. Es como el gran humanitario Mahatma Gandhi. No llevó ni pantalones ni camisa sino tela tejida con su propia mano. Se dice, aunque algunos lo niegan, que Gandhi bebió su orina. Si o no es la verdad, estamos atraídos y repelados a él como Juan el Bautista.

La gente acude a Juan en el desierto con la expectativa. No les importa el aislamiento, mucho menos la escasez de agua. Vienen de lejos para ver algo maravilloso. Es el mismo lugar en que Dios produjo el maná que alimentó a una nación entera. Ahora nosotros también experimentamos la expectativa. Pues, es el Adviento con la Navidad apenas tres semanas en adelante. Ciertamente los niños esperan a Santa. Nosotros adultos también esperamos el aguinaldo, el descanso, y las fiestas al fin del año.

Sin embargo, nos está faltando lo más oportuno si limitamos las expectativas en este tiempo a cosas materiales. El Adviento nos exige esfuerzo para realizar algo que definitivamente cambie la vida. Queremos arrepentirnos para ver claramente el asombro que nos viene. No se habla de pecadillos aquí sino las acciones que traicionan el nombre cristiano. Puede ser la conservación de rencor entre hermanos. Una vez dos sacerdotes trabajando en el mismo hospital rehusaban a reconocer uno y otro. Se pasaban en el pasillo sin dar a uno y otro el saludo. Puede ser algo más oscuro aún. En el evangelio el grito de Juan mueve a la gente al reconocimiento de sus pecados. Se acude a él para obtener el lavamiento de fraudes, engaños, y envalentonamientos.

Tan útil como sea el bautismo de Juan, no tiene el poder de aquel que va a venir. Juan no sabe quién será; sólo sabe que él va a bautizar con el Espíritu Santo. Ese Espíritu proveerá la fortaleza para hacer lo bueno cuando se pone el camino cuesta arriba. Cualquier persona puede amar a una persona que le haga bien, pero sólo aquellos con el Espíritu de Dios hacen esfuerzos por aquellos que no los conozcan. El Espíritu de Dios le llena a una mayor de modo que ocupe el verano tejiendo gorras para los pobres en invierno. Diferentes de Juan, nosotros hemos identificado el que va a venir. Es Jesús cuya llegada a luz celebramos en veintiún días. Él nos cumplirá la promesa de un mundo renovado cuando regrese. Por eso, rehusamos volver este mes de expectativa en puro comprar, comer, y coquetear. Más bien, incluimos en nuestros quehaceres la penitencia – tanto el sacramento como la disciplina -- la oración, y la atención a los pobres.

En una famosa pintura de Jesús crucificado se asoma Juan el Bautista a su izquierda. Lleva el pelo de camelo pero ya cubierto con la tela roja de un mártir. Con su dedo apunta a Jesús torcido en la cruz como si estuviera diciendo que ya lo conoce. Ya lo conoce como el que compartirá su Espíritu para que se arrepienta la gente. Ya lo conoce como el que dará la fortaleza a los pobres. Ya lo conoce como el que va a cumplir nuestras expectativas.

El domingo, 27 de noviembre de 2011

I DOMINGO DEL ADVIENTO

(Isaías 63:16-17.19.64:2-7; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37)

Todos los tres hombres eran José. El abuelo era José, el mayor. El hijo, que todavía vive, es José, el menor. Y el nieto, es simplemente José, el tercero. Sí, se confunde un poco en el principio. Pero una vez que se conozca la familia, se distinguen los tres como cachuchas de diferentes colores. Hay un caso semejante con el profeta Isaías. El libro del profeta Isaías se compone de profecías de tres hombres distintos. El primero es el gran profeta que predicaba en la antigua Jerusalén. Él exhortó al rey que no temiera a Asiria sino pusiera la fe en Dios. Como prueba le ofreció la señal de la joven dando a luz a un niño llamado “Emanuel”. Así Judá no se cayó en las manos de los asirios como el reino del norte. Sin embargo, cien años más tarde, Babilonia conquistó a Judá y deportaron al pueblo. Allá, en Babilonia, el Segundo Isaías articuló palabras de consuelo a los exiliados. Contó del Sirviente Doliente redimiendo a Israel de sus pecados. El Tercer Isaías vivió en Jerusalén dos cientos años después de su primer tocayo. A él encontramos en la primera lectura hoy.

Tercer Isaías ve problemas en todos lados. La ciudad con el gran Templo de Salomón queda a escombros. La gente tiene pocos recursos pero más grave es la desconfianza entre los exiliados regresados y los descendientes de los habitantes que no se fueron llevados. Podemos imaginar las sospechas. Aquellos que no han estado en exilio piensan que los exiliados comían los frutos de los famosos jardines de Babilonia. Entretanto los exiliados regresados encuentran a personas de otras familias ocupando las casas de sus antepasados.

Hoy la Iglesia está viviendo un tiempo difícil como los judíos en el tiempo de tercer Isaías. Con la economía en crisis, muchos católicos luchan para mantener techo, pan, y seguros. Más preocupante aún el relativismo ha agarrado el corazón de muchos. La mayoría no asiste en la misa dominical. Según una encuesta hecha este año 40 por ciento de los entrevistados dicen que ni siquiera es necesario creer que el pan se hace en el cuerpo de Cristo en la misa para ser un católico bueno. Y solamente 30 por ciento consideran la autoridad del Vaticano como muy importante.

Una diferencia entre los católicos hoy y el pueblo de Jerusalén hace 2500 es el sentido de contrición por lo que está pasando. Los católicos actuales no sienten casi ninguna necesidad para el Sacramento de la Reconciliación. De hecho ni siquiera reconocen sus pecados. En otra encuesta hace seis años sólo 12 por ciento dijeron que iban a la confesión más que una vez por año. En contraste, escuchamos a Tercer Isaías lamentando: “…nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes”. El profeta sabe que sólo por admitir las fallas se puede volver al favor de Dios.

El pueblo judío ha soportado la humillación como los campesinos en medio de sequía. Sabe que no hay remedio excepto el Señor. El profeta le pide que se haga presente. “Ojalá”, dice, “rasgaras los cielos y bajaras”. Sólo por el sentido palpable de Su acompañamiento cooperarán todos los grupos. Si no viene, son condenados a riñas entre sí y al sometimiento a los poderes extranjeros.

Nosotros católicos sentimos la misma ansiedad en este primer día de Adviento. Encendimos la corona como signo de la necesidad de socorro. Esperamos al Señor Jesús para llamarnos a una fe más viva. Con su voz susurrando en nuestro oído nos libraremos de la codicia que nos ha engañado. Con sus ojos fijados en nuestro comportamiento reconoceremos al hermano en el pobre. Y con su brazo apoyando nuestro caminar no descarriaremos de nuevo.

No es que durante la sequía no se vean las nubes. No, las nubes se vienen y se van, a veces llenando el cielo con la promesa de lluvia. Sin embargo, no se rinden nada. Entretanto la gente reza como Isaías: “Rasgaras los cielos” y bajaran las aguas. Es la postura de nosotros en estos primeros días de Adviento. Rezamos que el Señor Jesús venga de nuevo. Le pedimos que nos libre del relativismo y nos levante de sospechas. Que venga el Señor.

El domingo, 20 de noviembre de 2011

LA SOLEMNIDAD DEL NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(Ezequiel 14:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)

Tal vez el rey Juan Carlos es el hombre más conocido en el mundo hispánico. Su papel es representar a España al mundo como una bandera viviente. Tiene muchos títulos y, sin duda, un gran equipo de servidores. Sin embargo, vive en modo diferente de los reyes en tiempos bíblicos. Entonces los reyes tenían la doble responsabilidad de defender la nación contra enemigos externos y de conservar el orden interno. Particularmente se preocupaban o, más bien, se suponían que preocuparse por los pobres. El evangelio constata cómo Jesús cumple las tareas del rey antiguo.

En el evangelio Jesús cuenta de su regreso al mundo al fin de los tiempos. No viene de un crucero por el Caribe. Más bien ha rescatado al mundo de las garras del mal. En una victoria costosa, dio su vida para liberarnos del egoísmo que nos había tenido presos. Ahora por verlo colgado en la cruz nos damos cuenta de que vivimos no para ganar la plata ni para aumentar el placer sino para servir al Padre. Por creer en su resurrección realizamos la gracia para caminar en sus huellas.

Nosotros católicos sentiremos aliviados a encontrar a Jesús de nuevo. Pues, mostrará que nuestra fe no ha sido en vano. Pero no mandará a todos nosotros a entrar en su reino. Tampoco ocupará los criterios esperados para juzgarnos. No por haber rezado, mereceremos la vida eterna sino por haber dado a comer a los hambrientos, haber hospedado a los extranjeros, y haber visitado a los prisioneros. Entonces Jesús especificará su razonamiento con más claridad. En haber tenido cuidado de los necesitados, hemos atendido a él. Al mínimo, esto quiere decir que por ayudar a los pobres, nos hemos hecho los instrumentos con que Jesús cumple sus responsabilidades como rey.

Una pareja católica sirve el almuerzo a los desamparados en la misión evangélica cada viernes. Ciertamente estos dos están dando a comer a los hambrientos. Otra pareja cuidan en su casa veinticuatro/siete a varios menos capacitados por poco dinero pero con mucho cariño. ¿Quién dudará que ellos estén hospedando a los extranjeros? Un grupo de Cursillistas visitan la prisión estatal cada ocho días compartiendo la Palabra de Dios con los encarcelados. Estos son sólo tres de un mil millón de modos para ser los instrumentos del Señor.

Quedamos con la inquietud: “¿Por qué rezamos y recibimos los sacramentos si vamos a ser juzgados por actos de caridad?” La respuesta debería ser obvia, pero siempre la ignoramos. La oración y los sacramentos sirven como recursos para recordarnos de la misericordia de Jesús y para pedirle la gracia a imitarla. A menudo escuchamos una pregunta como: “¿Es posible ser bueno sin Dios?” La verdad es que no vivimos muy rectos con Dios, y sin Dios nos caeríamos como si estuviéramos tratando de correr con los pies atados. Los franceses en el siglo dieciocho y los alemanes y los rusos en el siglo pasado han dado bastante testimonio de la profundidad a la cual se hunde la sociedad sin una firme creencia en Dios.

Un autor religioso escribe sobre su vida con menos capacitados. Le toca bañar, vestir, y dar de comer a un joven epiléptico nombrado Adán. Dice que Adán le ha enseñado “la paz que el mundo no puede dar”. Adán le demuestra que lo más importante no es lo que logremos en la vida sino lo que somos. Le manifiesta que somos imágenes de Dios no por la mente que resuelve problemas sino por el corazón que, vaciado del orgullo, ama al otro. Finalmente, el joven le llama atención al don de la comunidad porque como todos, pero de modo mucho más obvio Adán no puede vivir sin la ayuda de los demás. Para este autor ayudar al necesitado ha sido ayudar a Jesús. Es igual para todos nosotros, ¿no? Cuando ayudamos al necesitado, ayudamos a Jesús.

El domingo, 13 de noviembre de 2011

EL XXXIII DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

Cuando se dice “el Día del Señor”, ¿en qué pensamos? A lo mejor, las palabras nos recuerdan del día domingo. Pensamos en levantarse tarde, en comer carnitas, y en ver el fútbol. Pero no es que todas tengan un concepto tan tranquilo para “el Día del Señor”. En la Biblia paradójicamente “el Día del Señor” provoca miedo. Pues es el día en que Dios va a mostrar su poder.

Particularmente los profetas hablan del “Día del Señor” como la vindicación de Dios por todos los caprichos que los hombres han tramado. Es el tiempo del castigo al pueblo Israel por su infidelidad a la Alianza. Así el profeta Amós dice que en el día del Señor los ricos huirán del león sólo para encontrar el oso por haber defraudado a los pobres. También otras naciones van a ser juzgado en el Día del Señor. El profeta Joel dice que Egipto va a quedar en ruinas por su mal tratamiento del pueblo Judá.

En el Nuevo Testamento Jesús advierte del día de la venida del Hijo del Hombre con las mismas imágenes espantosas que usan los profetas. Dice que será precedido por guerras y terremotos. Cuando venga, será tan repentino como el diluvio que lleva al condenado a la ruina antes de que asegure sus pertenencias. Pero no todos van a ser perdidos. Según el Señor, quedarán los justos para ser rescatados. Pablo retoma el tema en la Carta de que hemos leído ahora. Amonesta a los tesalonicenses que no sean sorprendidos por la venida del Señor. Más bien, tienen que ponerse en espera a recibirlo por vivir rectos como columnas.

Pablo tiene en cuenta que la venida del Señor tendrá lugar pronto. Sin embargo, ha sido casi miles de años desde que vivió, y todavía el Señor no ha llegado definitivamente. Nos deja con el interrogante: ¿va a venir Jesús en verdad o es la predicción de su retorno sólo una manera de motivarnos a ayudar al prójimo y no robarlo?

Cada Adviento renovamos nuestra creencia en el retorno del Señor. Nos damos cuenta de que es mejor que no venga en nuestra época porque muchos se han emprendido en caminos de orgullo, codicia, y rencor. Sin embargo, en un sentido Jesús nos regresa diariamente en los sacramentos. Está aquí en esta misa para fortalecer nuestra flaqueza. Nos convence que cuando venga en gloria al final de los tiempos, va a atraer a todos a sí mismo para que se arrepientan muchos.

Ahora tenemos que resistir a los profetas antipáticos que predicen el fin del mundo pronto. Un comentarista de radio dijo que el Señor vendría en mayo del año actual. Otros declaran que el mundo tendrá fin en diciembre del año 2012 cuando el calendario maya supuestamente termina. Aunque es posible que algunos se recapaciten sus modos erróneos por estas tonteras, en fin no sirven bien. Cuando se percibe que no se presenta el Señor en el día indicado, la misma genta va a sentir desengañada. Entretanto aquellos que tienen desdeño para la religión van a reírse de ella aún más. Siempre tenemos que recordar lo que dice Jesús en el evangelio: “Por lo que se refiere a ese Día y cuando vendrá, nadie lo sabe…solamente el Padre.”

En la costa de California existe una de las maravillas de la creación. Las sequoias se levantan al cielo como columnas. No es que se vengan y se vayan pronto. No, se quedan allí por cientos de años como si se pusieran en espera de la venida de alguna persona. Así nosotros vivimos rectos preparándonos para la venida del Señor. La gente no nos mira con codicia ni rencor. Más bien por vernos se da cuenta que ahora es tiempo para arrepentirse de sus caprichos. Ahora es tiempo para retornar al Señor.

El domingo, 6 de noviembre de 2011

XXXII DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

“Siempre hay suficiente” -- nos dijeron nuestras madres. Si vinieron los prójimos en la hora de comida, eramos a poner más agua en el caldo. Así todo el mundo habría sido satisfecho. Entonces nos preguntamos: “¿Por qué las jóvenes en la parábola de Jesús no comparten el aceite con una y otra?” Obviamente hay más en la parábola que una sencilla enseñanza sobre la caridad.

En este pasaje evangélico Jesús ocupa la parábola como una alegoría. Eso es, tiene en cuenta que los objetos del cuento se refieren uno por uno a diferentes cosas en la realidad. Entonces para Jesús las diez vírgenes representan a los cristianos en el tiempo después su resurrección; el encuentro del esposo es su venida al fin de los tiempos; y las lámparas simbolizan la capacidad para hacer buenas obras. El aceite que llevan las cinco jóvenes previsoras es el símbolo principal de la parábola. Significa el hacer de buenas obras que marcan la vida de discípulos verdaderos.

En el Sermón del Monte que comienza su ministerio, Jesús habló con sus discípulos sobre la necesidad de obrar bien por poner en práctica sus palabras. Dijo: “…que brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre…en los cielos”. Entonces, al final del gran Sermón dio la historia del hombre imprudente que perdió su casa por no construirla sobre roca firme, que quiere decir su palabra. Este hombre no cumple el mandato del Señor a hacer buenas obras. Ahora, al cabo de su ministerio regular, Jesús cuenta la parábola de las cinco vírgenes previsoras y las cinco descuidadas para subrayar lo que había dicho. La gente que ha hecho buenas obras encontrará al Señor cuando venga de nuevo mientras los descuidados que no han seguido la instrucción de Jesús van a ser decepcionados.

Hacemos obras buenas cuando ayudamos al otro sin pensar en los beneficios materiales para nosotros. Cuando nos paramos para conversar con una persona solitaria, hacemos una obra buena. El grupo que visita a la prisión cada quince días actúa una obra buena. También aquellos que recuerdan a los pobres con una donación significante a Caridades Católicas están poniendo en práctica las palabras de Jesús. Hay un hombre que cada vez que oye de una necesidad, responde con la ayuda pero siempre de manera anónima. Parece que este hombre brilla con luz.

Aunque muchas veces envuelven pan o plata, las buenas obras en su raíz son realidades espirituales. Por eso, se puede aprovechárselos eternamente, pero no se puede compartirlas con el otro. No, cada mujer u hombre tiene que ganarlas por sí mismo. Podemos rezar que el Señor le dé al otro la gracia para hacer el esfuerzo, pero nuestra oración también es buena obra espiritual que se agrega a nuestro bien. En lugar de salarios grandes, carros lujosos, y cada aparato electrónico que salga al mercado somos más ricos por agregar las cosas espirituales que no pueden ni perderse ni deteriorar.

“Esta lucita mía, voy a dejarla brillar” – cantaban los jóvenes americanos hace cincuenta años – “Esta lucita mía, voy a dejarla brillar”. “Lucita” es término alegórico. Se refiere a la disposición, común en los años sesenta, para mejorar el mundo. Los jóvenes tanto como las jóvenes tienen lucitas. También las esposas y los esposos tienen lucitas. Ciertamente nosotros cristianos tenemos lucitas para hacer buenas obras que dan gloria a Dios Padre. Nuestras buenas obras dan gloria a Dios.

El domingo, 30 de octubre de 2011

EL XXXI DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)

Los protestantes a menudo preguntan porque los católicos llaman a sus sacerdotes “padre”. Dijeran: “¿No saben que Jesús prohíba que se llame ningún hombre por este título en el evangelio según Mateo?” Es una pregunta válida, y la Iglesia no debe descartarla como ingenua. Como respuesta podemos apuntar que Jesús también dice que ninguno de sus discípulos puede ser llamado “maestro” o “guía”; pues sólo él es quien instruye y dirige la comunidad de fe. Sin embargo, como llamamos a nuestro progenitor “padre” y nuestros catequistas “maestros”, no nos parece desobediente honrar a los párrocos y confesores con la distinción “padre”.

El verdadero problema está arraigado en nuestra inclinación a considerar a Dios como muchos padres mundanos. Eso es, vemos a Dios como un hombre confuso que no entiende a sus hijos. Este tipo de padre se retira de la vida particular de sus hijos para evitar verse no competente. Sin embargo, más tarde o más temprano se hace molesto con los caprichos de sus hijos y reacciona con la furia. El personaje de Homero Simpson personifica al padre mundano que da matiz a nuestro pensamiento de Dios.

En el evangelio hoy Jesús reta tanto a sus discípulos como a todos padres de la tierra a imitar a su Padre celestial. Pero primero ha tenido que desarrollar el concepto de Dios como padre. Los judíos en su tiempo aceptan a Dios como padre pero más en la forma de patriarca nacional que guía íntimo. En la primera lectura el profeta Malaquías refiere a Dios como Padre de todos, pero el mismo Dios declara: “Yo soy el rey soberano…mi nombre es temible…” Entonces Jesús viene revelando lo que podemos llamar “el lado tierno de Dios Padre”. Lo hace con imágenes concretas: Dios está tan cerca de nosotros que tiene todos los cabellos de nuestras cabezas contados (Mateo 10:30). También, Dios nos cuida a nosotros tanto como un pastor que deja el rebaño para buscar a la oveja descarriada (Mateo 18:12-14). Sin embargo, no podemos comprender bien el amor de Dios Padre sin tomar en cuenta la figura de Jesús. Él es Dios encarnado que se mete como hermano entre nosotros para compartir nuestras lágrimas y últimamente para dar su vida para que tengamos la felicidad completa.

Es patente que la paternidad está en crisis en nuestro tiempo. Muchos hombres se ignoran de Dios como modelo para la cabeza de la familia. Por una gran parte estos hombres no viven con sus familias. Sea por divorcio o sea por nunca casarse, pasan poco tiempo con sus hijos. En lugar de transmitir los valores de la fe, la fidelidad, y el sacrificio, tienen que concentrarse en penetrar las defensas del niño por haber abandonarlo. Otros hombres – inclusos a varios padres cristianos – han sido demasiado indulgentes con sus hijos faltando a implantar en ellos las virtudes de la obediencia y la fortaleza. No tienen la firmeza de voluntad para ser coherentes en su disciplina. Cuando dicen a sus hijos que no van a recibir un nuevo juego de computadora porque no se han aplicado en sus tareas, quieren decir “más tarde”.

Con muchas mujeres trabajando fuera de la casa, los hombres sienten obligados a ayudar con el trabado del hogar. ¿Es necesario? Ciertamente sería injusto si la esposa trabajadora tuviera que hacer un segundo torno en la casa. Pero muchas mujeres cristianas no resienten cuando sus maridos no hagan tantas tareas en la casa como ellas. Solamente esperan que los hombres les agraden por sus esfuerzos y que cumplan sus responsabilidades como líderes de la familia. Eso es, que los padres enseñen, protejan, disciplinen, y en varios otros modos preparen a sus niños para el mundo afuera.

Hay un padre que viene a misa con toda la familia cada viernes. Los tres hijos son jóvenes – tal vez doce, nueve y cuatro años – pero no se hacen molestos por nada. Al tiempo de la santa Comunión el hijo mayor precede a su padre recibir la hostia. Como su padre el niño ahínca antes de acercarse al sacerdote. Como su padre recibe la hostia en la boca. Y como su padre regresa a su banca para meditar en el misterio que le abarca. Es patente que el hombre es el guía íntimo de su familia. Es patente que este hombre merece el título “padre”.

El domingo, 23 de octubre de 2011

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

Fue pura ficción. No obstante, llamó la atención de la gente. Una vez una emisora de radio inició un concurso de combates virtuales para responder a la pregunta: ¿Quién fue el mejor boxeador de todos tiempos? Los directores pusieron en la computadora los datos de los pugilistas más cumplidos con una ecuación para indicar lo cual ganaría. Participaron los nombres de Muhammad Alí, José Louis, Rocky Marciano y varios otros. Bueno, en el evangelio hoy se le pone a Jesús una pregunta semejante.

Un fariseo y doctor de la ley se acerca a Jesús. No viene para consultar al Señor, mucho menos para aprender de él sino para tropezarlo. El fariseo representa el lado oscuro del hombre contemporáneo que no quiere aceptar la autoridad de la Iglesia. No es que le falte la fe. Sí, cree en Dios pero en su propio modo. Simplemente no acepta la verdad que Dios ha establecido la Iglesia para divulgar Su revelación.

Por una gran parte el moderno rechaza las leyes y las reglas declaradas por la Iglesia. Pregunta: “¿Por qué es necesario confesarse al sacerdote?” o, “¿dónde dice la Biblia que es pecado usar los anticonceptivos?” De la misma manera la pregunta del doctor de la ley es para minar la autoridad de Jesús. Le interroga: “¿…cuál es el mandamiento más grande de la ley?” Es ello el primer mandamiento escrito en Génesis: “Sean fecundos y multiplíquense”. O, tal vez, el primero de los diez mandamientos: “Yo soy el Señor, tu Dios…no tendrás otros dioses fuera de mí”. O quizás sea uno más práctico como “No mates” o “No robes”. No importa lo que conteste Jesús, este fariseo tratará de contradecirlo.

Evidentemente Jesús ha reflexionado mucho en esta misma cuestión porque no demora nada en responder. Propone un mandamiento inesperado pero indicativo de toda su enseñanza. Dice: “Amarás al Señor…con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Eso es, que todo que se haga, se piense, y se diga vayan a complacer a Dios. Podemos ver en esta respuesta el motivo para cumplir todas reglas de la Iglesia. Aunque algunos mandamientos no nos hagan mucho sentido – por ejemplo, la obligación de asistir en la misa cuando una fiesta de precepto cae en un día de trabajo – los cumplimos por el amor de Dios. Sí, es posible que los obispos, elegidos por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia, exijan demasiado. Sin embargo, no los obedecemos porque sean sabios sino por el amor de Dios.

Cumplir los mandamientos de la Iglesia es apenas la tarea más retadora. Nos cuesta más cumplir el segundo mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo a ti mismo”. Eso es, tenemos que desear el bien tanto por nuestros jefes como por nuestros hijos. Tenemos que rezar tanto por los criminales como por parientes enfermos. Tenemos que buscar la justicia tanto por los inmigrantes como por nuestros paisanos. Porque Jesús llama este segundo mandamiento “semejante” al primero, sólo por cumplirlo podemos amar a Dios.

El doctor de la ley queda callado. No ha tropezado a Jesús. Al contrario, Jesús ha mostrado el verdadero dominio de la ley. De igual manera cuando cumplimos los mandamientos de la Iglesia y, particularmente, el mandamiento de amar al prójimo por amor de Dios, vivimos en la libertad perfecta. No somos súbditos a nada en la tierra – ni el capricho de otras personas, ni la tiranía de leyes, ni el lado oscuro de nosotros mismos. Más bien, demostramos nuestra esencia como hijas e hijos de un Dios que nos ama con más ternura que una madre y más fuerza que un padre.

Jesús no es boxeador; sin embargo, acaba de luchar un concurso de combates. Primero mejoró a los sacerdotes en el evangelio hace dos domingos, entonces a los fariseos y partidarios de Herodes el domingo pasado, y finalmente al doctor de la ley ahora. Con estas victorias se ha probado que no es súbdito a nada en la tierra. Más bien, nos ha mostrado la libertad del hijo de Dios.

El domingo, 16 de octubre de 2011

EL XXIX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 45:4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

El ratón es un animal listo. La gran proporción de su cabeza en relación con su cuerpo le dota una mayor capacidad cerebral. No como la rata, es difícil atrapar el ratón. Puede mantener a hombres pensando por días cómo cazarlo. El evangelio hoy cuenta de un grupo de hombres poniendo una trampa. Sin embargo, en este caso no buscan una molestia casera. No, quieren tropezar a Jesús.

Jesús ha llamado la atención del pueblo judío primero en Galilea y ya en Jerusalén. Habla con la autoridad, y sus sanaciones muestran que su autoridad viene de Dios. Para mantener su influencia propia sobre la gente, los fariseos planean cómo descreditarlo. Le propondrán una pregunta que no se puede contestar sin crear enemigos: “¿Es lícito o no pagar el tributo al César?” Si Jesús responde que “sí”, van a decepcionar a la mayoría de los judíos que odian el impuesto. Pero si dice que “no”, tendrán que enfrentar a los romanos por minar su poderío. En las elecciones el año próximo vamos a escuchar una pregunta tan controversial como la de los fariseos.

No sólo en los Estados Unidos sino también en México y, sin duda, en otros países se les preguntará a los candidatos su posición sobre el derecho de la mujer al aborto. Si el candidato dice que no existe, algunos van a clasificarlo como contra mujeres. Sin embargo, cada vez más los científicos muestran que tan pronto como la esperma masculina se una con el huevo femenino se produce un ser humano. No es un bulto de materia sino el principio de una persona individua. Por eso, quitar su vida en el proceso del desarrollo equivale moralmente al homicidio. Ni se puede justificar el derecho al aborto por asegurar que se hace para salvar la vida de la mujer embarazada o para ahorrar el dolor de una mujer violada. Raras veces se encuentran estas realidades lamentables. Por la gran mayor parte se hace el aborto porque la vida del niño es una inconveniencia. No le importa tanto a la mujer como otras consideraciones como su carrera o el ahorro de vergüenza.

Anteriormente en el evangelio Jesús enseñó a sus discípulos que tenían que ser “precavidos como la serpiente pero sencillos como una paloma”. Ya muestra cómo poner en práctica esas palabras. Pide una moneda que se usa para pagar el tributo. Por tener una a mano los fariseos señalan su buena disposición a apoyar el imperio romano. Entonces Jesús les pregunta cuya imagen está marcada en ella. Es un contra-trampa de la cual los fariseos no se dan cuenta. “De César” responden enseguida. Como cualquier americano puede decir cuyo retrato se imprime en el dólar, los fariseos identifican a su líder – no Dios sino el emperador.

Entonces Jesús hace su punto final. “Den, pues, al César lo que es del César—dice -- y a Dios lo que es de Dios”. Pero ¿qué es de César? Y ¿qué es de Dios? Jesús no elabora estos temas y los sabios los han debatido a través de los siglos. Ciertamente se difieren la lealtad debida a Dios y la debida al estado. No debemos la vida al estado aunque a veces se puede llamar a la persona a arriesgar su vida por el bien común. Debemos nuestras vidas a Dios. Por esta razón es pecado quitar su propia vida tanto como tomar la vida de otra persona. También debemos a Dios el seguimiento de la consciencia en la cual se distingue lo bueno de lo malo. Para ser ciudadanos fieles tenemos que pagar impuestos, ayudar a los vecinos en necesidad, y votar según la consciencia. Esto no quiere decir que votemos por un candidato político solamente porque está en contra al aborto. Pero sí significa que ponemos el planteamiento sobre del aborto como una prioridad en evaluar a los candidatos.

46 y 23,000 – ¿Qué significan estos números? ¿El número telefónico para el Vaticano? ¿La cantidad de las serpientes y las palomas en el parque central? No, representan el número de los cromosomas de cada persona humana y el número aproximado de los genes llevados por los cromosomas. Existen del momento que la esperma masculina encuentra el huevo femenino. Hacen la vida de todo humano como una prioridad sobre cualquiera conveniencia. Hacen la vida humana como una prioridad.

El domingo, 9 de octubre de 2011

EL XXVIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

¿A dónde va el tiempo? Acabamos de tener un cambio de estaciones. ¿A dónde fue el verano? Anticipamos un nuevo ciclo de fiestas: el Día de los Muertos, el Día de Acción de Gracias, el Día de la Virgen, la Navidad y el Año Nuevo, el Miércoles de Ceniza y la Pascua. ¿A dónde han ido estas fiestas del pasado? Las lecturas de la misa hoy nos provee una respuesta a nuestros interrogantes.

El gran pensador san Agustín escribió: “Si no me preguntan, sé lo que es el tiempo. Pero si me preguntan, no lo sé.” Como la realidad, el concepto del tiempo es ilusivo. Parece como una dimensión de la existencia material como lo largo, lo ancho, y lo alto. Sin embargo, distinto de las extensiones del espacio parece que el tiempo no permite que se adelante y se retroceda. No obstante, en algunos sentidos el tiempo deja sus huellas. Los geólogos ven lo que ha pasado por las etapas de materias en las formaciones de roca. Asimismo, un abogado asegura que las experiencias del pasado marcan la cara de modo que se pueda conocer la persona por estudiar su faz. Según él, rayas en la mandíbula significan que la persona ha sufrido y una frente alta indica la inteligencia.

Por supuesto cada humano tiene la memoria para recuperar el pasado. Aunque no permite que cambiemos los sucesos, al menos nos facilita un mejor entendimiento de lo que ha tenido lugar. Más al caso, el alma nos lleva tanto al pasado como el futuro. Pues, es el alma que escoge hacer lo bueno o lo malo. Por eso, algunos parecen acongojados porque soportan el peso de pecados pasados. Entretanto otros esperan el futuro con calma porque siempre han tratado de complacer al Señor.

La primera lectura y también el evangelio manifiestan los resultados de la elección del alma. Describen el banquete de Dios al final de los tiempos. En la mesa se sientan todos los que han optado por Dios. Se ve la confluencia de los tiempos con los antiguos conversando con los modernos. Podemos imaginar conversaciones entre tales personajes como Einstein y Aristóteles o Mahatma Gandhi y San Pablo. No son espíritus porque la resurrección de los muertos habrá tenido lugar. Además, necesitarán sus cuerpos para disfrutarse de los “vinos exquisitos y manjares sustanciosos” de que escribe Isaías.

El banquete no es exactamente un premio de ser bueno; más bien refleja la bondad de Dios hacia Su familia. Por esta razón, nos sorprendemos cuando se echa afuera un convidado por no llevar traje de fiesta. Pero el vestido no es de lujo de modo que los pobres no puedan comprarlo. Realmente es algo que se pueda proveer en la puerta como en las iglesias de Roma se da a las turistas un rebozo para cubrir sus brazos. El traje de fiesta representa una vida de obras buenas que se esperan de los hijos de Dios. No llevarlo es como haber desgastado la vida. Es decir – como Jesús advierte que no se haga – “Señor, Señor” sin poner en práctica sus palabras.

Al final de un cine todos los personajes se encuentran en iglesia recibiendo la Santa Comunión. Están allí tanto los que murieron en el drama como los vivos, tanto los que estaban en la pantalla sólo dos minutos como los principales, tanto los que tienen frentes altas como Einstein como los que lleva la calma. “¿A dónde va el tiempo?” Según este cine se va llevando a todos para dar culto al Señor. El tiempo lleva a todos al culto al Señor.

El domingo, 2 de octubre de 2011

XXVII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

La vieja quería desahogarse. Como otros, se exasperaba de las injusticias del tiempo actual. Ella reclamó que las tormentas recientes en su ciudad causando mucha inundación no fueron por casualidad. Más bien, según ella, “Dios está tratando de decirnos algo pero nadie le hace caso”. En otras palabras, ella creyó que Dios estaba castigando al pueblo por su mala conducta. Sí, es posible que Dios, como el propietario en la parábola de Jesús, estuviera penalizando a la gente por sus pecados. Sin embargo, tenemos que cuidarnos cuando interpretamos el mal tiempo como la voluntad de Dios. Si no, la próxima vez que pase un tiempo agradable tendríamos que concluir que Dios se ha cambiado la opinión.

Ciertamente existe un montón de acciones humanas que perturban a Dios. Los narcotraficantes asesinan a los inocentes en sus propios países mientras esclavizan a los jóvenes en otros. Los muchachos luchan contra sus padres. La solidaridad entre los ricos y los pobres sigue deteriorando. Pero más que estas barbaridades, a lo mejor se harta Dios de la manera en que la gente abusa el sexo. Dios les dotó el sexo a los seres humanos para poblar la tierra y por otras razones trascendentes. Pero los hombres lo han pervertido en su búsqueda interminable para el placer.

El sexo sirve como el mecanismo para despertar a la persona de su ensimismamiento. Sin el apetito sexual muchos jóvenes serían cerrados en sí mismos sin deseo de relacionarse con sus pares. La pornografía quiere retroceder el proceso. Usada para estimular el placer, la pornografía reemplaza los esfuerzos de conocer a la otra persona con la fantasía de poseerla gratis. En el pasado la grafiti y las revistas fueron los medios más comunes de este azote. Ya los videos, el Internet, y el teléfono celular por mucho dominan la industria.

No es que la pornografía se acaben con imagines cursando la mente rápidamente. Más bien, como un tornado, dejan víctimas en todos lados. Daña a las personas involucradas en la producción de la materia, particularmente mujeres y muchachas. Más al caso, la pornografía perjudica a los que la miran – mayormente hombres pero también mujeres. Se ha asociado la pornografía con varias patologías incluyendo enfermedades psicológicas, problemas en el matrimonio, y la tendencia a violar mujeres.

El acto sexual se hace para el matrimonio; eso es, la unión de un hombre con una mujer hasta que muera uno u otra. El papa Juan Pablo II nos ha ayudado entender esta relación particular. Dijo que Dios, como una comunión de personas, creó a los hombres en su imagen para amar y formar sus propias comuniones personales. Se logra la comunión más íntimamente en el matrimonio.

Por la naturaleza del acto matrimonial el hombre se compromete todo su ser a la mujer y viceversa. La intimidad y la entrega del acto hecho con el compromiso son tan completas que los dos sienten que valen la vida del otro. La unión da la posibilidad de prole que profundiza aún más el amor. Por todo esto se puede discernir porque el sexo fuera del matrimonio es una mentira, un engaño, últimamente un pecado mortal. Sea entre una persona casada y otra, entre dos personas no casadas, o entre dos personas del mismo sexo, la relación fuera del matrimonio no puede conllevar ni la entrega completa, ni el gran valor, ni la profundización del amor. Sólo trae el placer que desaparece tan pronto como agua pasando por el drenaje.

Cuando se casan una pareja, el novio mira en los ojos de la novia y viceversa. Entonces él dice a ella, y ella a él, que se compromete a sí mismo “en lo próspero y en lo adverso”. Eso es, se quedarán unidos sean tiempos de tormentas o tiempos agradables. Con esfuerzos tan grandes como los de un tornado ellos van a luchar por la comunión. Van a luchar por la comunión.

El domingo, 25 de septiembre de 2011

XXVI DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)

Se dice que la religión más grande en los Estados Unidos es el Catolicismo. Y la segunda religión más grande es la de los ex-católicos. No es cierto todo esto. Pero manifiesta una verdad. Muchas personas están dejando la Iglesia Católica. Según una encuesta, de los adultos en los Estados Unidos 31.4 por ciento dicen que fueron criados como católicos mientras sólo 23.9 por ciento se identifican como católicos ahora. Como el primer hijo en la parábola del evangelio hoy, esta gente inicialmente dice que “sí” pero no cumple su compromiso.

Personas saliendo de la Iglesia no es nada nuevo. El evangelio según san Juan cuenta de “muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron…” (Juan 6:66). En la Apocalipsis el vidente Juan reprocha a la Iglesia de Éfeso: “No tienes el mismo amor que al principio”. En México aproximadamente 85 por ciento de la población dicen que son católicos, pero existe evidencia que una porción significante de estos asiste a los servicios de otras comunidades de fe.

¿Por qué la gente deja la fe católica? Jesús provee algunas razones donde habla de la semilla cayendo en diferentes lugares. Como la semilla en el camino que las aves comen, algunas personas se hacen presas del diablo por el sexo o el dinero. Otras, como si fueran plantas ahogadas por espinos, son tan entregadas a los deportes, al trabajo, o a sus hobby que cesan a acudir a la iglesia. Para entender los motivos más corrientes la revista jesuita América hizo “entrevistas de salida” con la gente que se han dejado el Catolicismo. Los resultados no sorprendieron. Una mujer dijo que se decepcionó cuando algunos obispos no permitieron a los políticos católicos recibir la santa Comunión porque no estaban por una ley que prohibiría el aborto. Otra mujer se quejó de su párroco que abolió el consejo parroquial. Un hombre contó de un monseñor que negó la experiencia del abuso que el hombre mismo vivió.

La gran mayoría de nosotros ha sentido desilusionados con la Iglesia por estas razones y otras. Tal vez hayamos pensado en dejarla. Sin embargo, como el segundo hijo en la parábola, decidimos que vamos a seguir lo que percibimos como la voluntad de Dios Padre. ¿Por qué nos quedamos? Sí, tenemos miedo de ser condenados si no vamos a misa. Pero, como los demás, a lo mejor pudiéramos convencernos que Dios nos aceptaría si vivimos honradamente. De todos modos se puede discernir al menos tres otras razones para quedarse católicos. En primer lugar la fe católica define quienes somos. Es la tradición de nuestras familias y el ambiente de muchos de nuestros amigos. Dejar ser católicos sería como cambiar nuestros apellidos y mudarnos a la Antártica. En segundo lugar, nos impresionan la permanencia de la Iglesia y la integridad de su doctrina. Ha sobrevivido por dos milenios soportando persecuciones externos y escándalos internos. Asimismo, la doctrina de la Iglesia es tan coherente que enseña a los sencillos mientras se defiende contra los cínicos. Sobre todo seguimos como católicos porque nos damos cuenta que Dios ha dotado a la Iglesia con todo lo necesario para hacernos santos. Particularmente en la Eucaristía, donde compartimos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos damos cuenta como el Señor nos fortalece para vencer el pecado.

Una vez un periodista preguntó a la Madre Teresa de Calcuta si era santa. La Madre Teresa lo miró en los ojos y le dijo: “Es mi tarea ser santa. También es la tuya. ¿Por qué piensas Dios nos ha puesto en la tierra?” Es la tarea de cada uno de nosotros. Tanto los políticos como los obispos, tanto los mexicanos como los americanos, tanto los cínicos como los monseñores están en la tierra para hacerse santos. Y la Iglesia existe para ayudarnos en esta tarea. La Iglesia existe para ayudarnos ser santos.

El domingo, 18 de septiembre de 2011

XXV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)


Babe Ruth era el mejor beisbolista de su época. Dicen que él cambió el deporte con sus jonrones gigantes. Por supuesto Ruth ganó mucha plata por sus hazañas. Un día un periodista le preguntó qué pensó de su salario de $80,000 como más que lo del Presidente. Ruth respondió, “Tuve un mejor año que él”.

Ruth no es el único que cree que el valor del hombre depende sólo de su actuación. A mucha gente le fascinan personas con salarios exorbitantes. Quedan maravillados con ejecutivos ganando millones de dólares cada año. Envían a los cirujanos que cobran miles por una cirugía. Asimismo desprecian a aquellos cuyos salarios son una pequeña parte de lo que ganan los ricos. Sean campesinos o sean maestros de escuela les consideran como perezosos e ignorantes. En el evangelio Jesús corrige esta perspectiva que aprecia a la persona principalmente por valor económico.

La parábola de Jesús cuenta de un propietario que paga a todos sus trabajadores la misma cantidad. Tantos aquellos que laboraron sólo una hora en su viña como aquellos que se esforzaron por doce reciben el mismo denario. Cuando los pobres que soportaron el calor del día vienen a quejarse, el patrón les despide severamente. Dice que han recibido el salario en que estaban de acuerdo. Jesús no cuenta – a lo mejor porque es bien entendido – que el propietario paga a todos un denario porque es el mínimo para mantener al trabajador y su familia por un día.

Desde que el propietario de viña representa a Dios Padre, Jesús está tratando la justicia divina. Enseña que ella supera todos intentos humanos para proveer por el pueblo. Dios conoce los problemas de mente y las disposiciones del corazón de cada uno de sus criaturas. Responde a él o a ella con el mixto de penas y premios para atraerle al camino de la vida eterna. Para uno será un buen sueldo. Para otro será una gran familia. Para aún otro serán manos hábiles.

La justicia humana se aproxima la justicia divina cuando se da cuenta de la dignidad de la persona. Cada ser humano es imagen de Dios que merece el apoyo para crecer en persona responsable. El principio bajo la queja de los trabajadores – que se les pague según el esfuerzo expendido – sirve como un paso primero de la justicia. Pero no se debe terminar aquí. En la cuestión de pagos la justicia tiene que considerar también la capacidad del trabajador, sus necesidades personales, y el efecto de sus labores. Por esta razón los gobiernos han implementado mecanismos como el salario mínimo, ajustes en la tasa de impuesto, y – en necesidades extremas – la asistencia social.

Para perseguir la justicia tenemos que vigilar sobre la codicia. Sí, a veces parece que no somos adecuadamente recompensados por nuestro trabajo. Pero en lugar de siempre exigir más, primero deberíamos agradecer a Dios por lo que poseemos. Entonces, podemos revisar las cuentas para ver si realmente nos hace falta más. También, si vamos a ser justos, fomentaremos un afecto para todos – ricos y pobres. Desgraciadamente en la parábola los trabajadores de la madrugada no imaginan a sus colaboradores de la tarde como sus hijos que al menos por un día han tenido buena suerte.

Algunos definen al ser humano como (en latín) homo económico, eso es el hombre que vive para expandir su valor económico. No parece justa esta definición. Según Jesús el ser humano es homo delectus, eso es el hombre querido por Dios. Por el amor de Dios somos creados en su imagen. Por el amor de Dios somos miembros de su gran familia. Por el amor de Dios perseguimos la justicia.

El domingo, 11 de septiembre de 2011

EL XXIV DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 27:33-28.9; Romanos `14:7-9; Mateo 18:21-35)

Es cinco y media de la tarde. Sientes estresado, frustrado, airado. Pues has estado estancado en el tránsito por casi quince minutos. Entonces la radio anuncia su selección del día para “la cura de cólera de camino”. De repente te alivias. Vas a escuchar música que vuelve la furia en la paz. Asimismo en la primera lectura hoy el sabio Sirácide amonesta remedios para el rencor.

Sirácide vivió unos dos cientos años antes de Cristo. En su tiempo muchos judíos estaban adoptando las costumbres de los griegos que tomaron poder de Israel. Sirácide quería enseñar al pueblo la superioridad del judaísmo a la filosofía helenista. Aunque los griegos tenían el estoicismo enfatizando el control sobre las emociones, los judíos brindan un motivo mejor. El judío dominará el rencor para recibir la salvación de Dios.

Pero ¿siempre es malo el enojo? Se confiesa el enojo como pecado tanto que vale la pena tratar el tema. El enojo es una emoción. Es cómo se responde a la injusticia que se siente. Como tal, ¡no es pecado! Pero cuando se permite que el enojo desborde en la cólera, la ira, o el rencor que haría la injusticia en torno, se hace pecaminoso. De hecho, porque la ira puede desempeñarse pronto en golpes no autorizados o aun en el asesinato, se considera uno de los pecados capitales.

Como todo pecado, el rencor hace daño al sujeto tanto como a los demás. Y no sólo le amenace la relación con Dios. También perjudica al enojón en modos perceptibles. Se ha vinculado el rencor con dolores de cabeza, el desorden del sueño, la alta presión de sangre, y otras patologías. A veces la persona rencorosa se pone tan agresiva que hace daño a sí mismo. Se ha reportado que hombres y mujeres se han lesionado a sí mismos reaccionando violentamente a una máquina expendedora.

Ahora conmemoramos la muerte de casi tres mil norteamericanos inocentes hace diez años por las manos de diecinueve terroristas musulmanes. Ciertamente Osama ben Laden y sus tenientes merecieron una respuesta firme por sus papeles en el ultraje. Pero ¿fueron necesarias la invasión de Irak y la negación de los derechos de muchos musulmanes por un tiempo extendido? Es posible que el gobierno estadounidense haya reaccionado con el rencor por los ataques del 11 de septiembre causando dificultades a sus propios ciudadanos.

En el evangelio Jesús nos exhorta a perdonar a aquellos que nos ofenden. Desgraciadamente en el caso de once de septiembre no queda nadie a perdonar. La organización terrorista de Osama ben Laden nunca se ha arrepentido del crimen pero sigue sembrando maldades. Sólo nos toca a rezar con el perdón como un aire en nuestros corazones deseando a brotar en una brisa refrescante. En primer lugar rezamos por todas las víctimas – por los muertos de once de septiembre de 2001 sí y también por los militares que dieron sus vidas en las represalias justas, y por los no combatientes que murieron en Irak y Afganistán. Entonces, oramos por los terroristas que pidan perdón por sus crímenes. Finalmente rezamos por nosotros mismos que en la búsqueda de la justicia no caigamos en la ira.

“No hay paz sin la justicia”, dijeron los profetas de antigüedad. Es cierto, pero el papa Juan Pablo II mejoró este dicho significativamente. Conociendo la naturaleza humana, el papa añadió: “No hay justicia sin el perdón”. Sin el perdón estamos estancados en el rencor como si fuera el tránsito de las cinco y media de la tarde. Sin el perdón el enojo se puede desbordar en la furia causando homicidios. Sin el perdón no se recibe la salvación de Dios.

El domingo, 4 de septiembre de 2011

XXIII DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)

Alejandro es hombre imaginario. Pero hay muchas personas reales como él. Acaba de llegar al África para trabajar con la Organización de las Naciones Unidas. Está contento porque siempre ha querido viajar a países lejanos. Recibirá un buen sueldo, vivirá en la capital con sus muchas diversiones, y tendrá un carro con chofer y una casa con varios sirvientes domésticos. Su tarea será supervisar la implementación del Internet en las escuelas públicas. Estará en el país apenas un año y después de su partida se desharán la educación por el Internet como tallos de maíz se marchitan durante una sequía.

Dicen los veteranos en la ayuda externa que muy pocos trabajadores con agencias gubernamentales logran cambios sostenibles. Según estos expertos aquellos que hacen una carrera de ayuda externa desgastan tiempo asistiendo en reuniones hablando con otros oficiales, no con el pueblo. Sin embargo, estas mismas autoridades creen que sí se puede mejorar la situación de los países más subdesarrollados. Apuntan a los aventureros que son dispuestos a vivir entre la gente como los agentes verdaderos de desarrollo.

Susana es una enfermera estadunidense ayudando a los pobres en Kenia, el África oriental. Ella y su esposo, un médico, sienten que están allí porque es el plan de Dios. Ella está contenta porque, en sus propias palabras, “Estoy poniendo en práctica todo lo que aprendí”. Es como la Hermana Marjori, una religiosa colombiana que fue a Guyana Ecuatorial en el occidente del África. Trabajaba feliz por casi diez años también como enfermera. Curaba las enfermedades de la gente y les enseñaba la salud básica hasta que murió en un accidente hace tres años.

Un periodista escribe que tres cualidades marcan las personas que están mejorando la vida en los países más pobres. Primero, son hombres y mujeres de coraje. Eso es, tienen la valentía para irse a los lugares más remotos con un mínimo de recursos. Segundo, muestran respeto para la gente que encuentra. Les escuchan atentamente y aprenden de su sabiduría. Tercero, poseen la fortaleza, la capacidad de seguir sirviendo aunque si no reciben ni una palabra de agradecimiento. El periodista refiere al caso de otro médico en Kenia que salvó la vida de un ladrón. El ladrón robó la computadora de un asociado del médico que lo persiguió junto con la policía. Cuando la policía disparó al ladrón, el doctor detuvo la hemorragia con sus manos cubiertas sólo por una bolsa de plástico. Después de descubrir que el ladrón tenía el virus HIV, el médico se preocupó que fuera afectado. Afortunadamente no lo era, pero se decepcionó cuando el ladrón no le mostró ninguna huella de gratitud.

Se pueden nombrar estas tres cualidades y, sin duda, algunas otras para describir a las personas cambiando la suerte de la gente más pobre. Pero una virtud transciende y resume las demás. Es el enfoque de san Pablo en la segunda lectura hoy. Son hombres y mujeres del amor. Aman a sus prójimos y ven al prójimo en las gentes más lejanas. Dice Pablo que el amor cumple la ley. Anteriormente escribió que la ley nos conduce a Cristo. Es decir, donde hay amor, se encuentra a Cristo. Podemos añadir, donde se encuentra a Cristo, allí tenemos nuestra salvación.

Dicen que el amor nos hace en personas. Sin el amor, seríamos sólo individuos buscando la satisfacción de nuestros deseos naturales. El amor nos hace salir de nuestro ensimismamiento para reconocer y respetar al otro. Obviamente todos humanos tienen un poquito de amor. La tarea de la vida es expandir nuestra porción por actos de abnegación y compasión en imitación de Cristo. Es lo que vemos en los misioneros de extranjero. Pero podemos notar la misma virtud en el ministro juvenil de la parroquia que anda pidiendo ayuda por una muchacha pobre que quiere seguir estudiando. Cada uno de nosotros podemos fomentar el amor por tener la paciencia para con los ancianos y la comprensión para con aquellos que nos ofenden. De esta manera crecemos como personas humanas. De esta manera nos probamos dignos de Cristo.

El Domingo, 28 de agosto de 2011

XXII DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27)

Fue un momento triste. El presidente anterior Ronald Reagan hizo un anuncio al pueblo americano. Dijo: "Me dicen que tengo la enfermedad Alzheimer". Todo el mundo estuvo asombrado. Tuvo que acostumbrarse a la realidad que su mandatorio por ocho años no iba a estar allí para consultarse. Peor aún, por enterarse de lo que había pasado a un ciudadano preeminente, cada ciudadano tuvo que enfrentar la posibilidad de sufrir la misma pérdida de mente. En el evangelio hoy encontramos a Jesús y sus discípulos tomando papeles semejantes a este presidente y el pueblo.

Jesús sabe que el puesto del Mesías no es para someter a los demás a su voluntad sino para servir a todos. Él no es un político buscando halagos de la gente. Más bien, viene para proclamar el reino de Dios aunque le costará el rechazo. Primero las autoridades lo condenarán; entonces las multitudes le darán la espalda.

Desgraciadamente, los discípulos no están preparados a recibir un mensaje tan retador. Ven a Jesús como el Mesías montado en caballo con espada en mano para derrotar a sus adversarios. Pedro toma la palabra de parte de todos. "No, Señor," dice en efecto, "estás equivocado". Los discípulos están reaccionando como la mayoría de personas que tienen enfermedades terminales. Dicen los psicólogos trabajando con tales enfermos que al enterarse de su condición casi siempre la niegan. Casi siempre piensan que la diagnosis sea equivocada.

No es pecado consultar a otro médico. Ni es incorrecto rogar al cielo para socorro. Pero más tarde o más temprano cada persona tiene que aceptar el hecho que va a morir. Entonces se hace nuestro papel, como los familiares y compañeros del enfermo, a apoyarlo en sus últimas jornadas. Puede significar que cambiemos nuestra rutina para cuidarlo. Una religiosa arregla su ministerio para estar todos los días con su madre afligida con la demencia. No quiere mudar a la mayor de su apartamento a un asilo aunque sabe que dentro de poco será necesario. Por lo pronto desea hacerle tan cómoda como posible sin arriesgar su seguridad.

Pero la mayoría de nosotros resistimos asumir tal responsabilidad. Aun si estamos dispuestos a visitar a los enfermos en el hospital, no queremos mantenerlos dependientes de nosotros. Para un hijo o un esposo esta carga significa lo que Jesús refiere en el evangelio como “tomar la cruz y seguirlo”. Como la cruz era un instrumento de la muerte en el tiempo de Jesús, vemos el sacrificio que exige el cuidado de un enfermo como una suerte demasiado dura para soportar.

Sin embargo, sólo por el sacrificio podemos merecer la vida eterna. Para los protestantes esta aseveración sería herética pero no para nosotros católicos. Nosotros creemos que por su cruz y resurrección Jesús gana la gracia que nos recrea como hijos e hijas de Dios. Esta gracia hace posible nos sacrifiquemos por los demás. Además, sólo con tal gracia podemos evitar la alternativa trágica mencionada en el evangelio. Eso es, sólo por la gracia podemos rechazar el ganar de los placeres del mundo en cambio por la vida eterna.

Una familia mantiene la pared de la entrada de su casa llena con cruces. Son grandes y pequeñas, con el cuerpo de Jesús y sin el cuerpo, enjoyadas y sencillas. Es como si fuera una cruz para cada persona en la cuadra. La pared de cruces dice en efecto lo que Jesús anuncia en el evangelio hoy. Eso es, cada uno de nosotros tiene que soportar su propia cruz para ganar la vida eterna. Cada uno tiene que soportar su cruz.

El domingo, 21 de agosto de 2011

XXI DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-26; Mateo 16:13-20)

Sócrates vivió en Atenas cuatrocientos años antes de Cristo. Como Jesús Sócrates no nos dejó ningún escrito existente. Sin embargo, otra vez como Jesús, fue el maestro más célebre de su época. Se aprovechaba de un método de pedagogía que ahora lleva su nombre. El “método socrático” persigue el conocimiento por hacer varias preguntas del objeto eliminando lo que no sigue bien hasta que llegue a la verdad. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo una pregunta que nos conduce a la verdad de verdades.

Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy yo?” No es un joven inseguro de su parentesco. Ni quiere probar a sus seguidores del entendimiento para su mensaje. No, su propósito es para enseñarles ambas su identidad y su misión. Es como el entrenador que enfatiza los básicos por llegar a la práctica con balón en mano preguntando, “¿Qué es esto?”

Hoy en día nosotros seguimos preguntando: ¿quién es Jesús? Además de decir que fue un maestro judío, que vivió en Galilea hace dos mil años, y que fue crucificado por los romanos, podemos delinear varias maneras para describir su impacto a la humanidad. Aquí vamos a nombrar tres que corresponden a tendencias significantes en nuestros tiempos. Primero, del punto de vista personalista Jesús es uno de los hombres más coherentes de la historia. Predicaba el amor al prójimo y murió defendiendo la causa. Nunca traicionó sus valores. Segundo, de la perspectiva egoísta Jesús es uno de los más ilusos que se puede imaginar. No sólo murió en la pobreza y de edad tierna sino inspiró a miles de millones de personas a vivir sujetando sus impulsos más creativos a una fantasía comunal. Tercero, de la mirada humanista-religiosa Jesús es el Dios-hombre que anunció el reino de los cielos a la gente como motivo para arrepentirse de sus pecados. Se entregó a sí mismo a la muerte para liberar al mundo del pecado.

En el evangelio Jesús cambia el nombre a Simón para indicar su papel en el proyecto salvífico. En adelante Simón será “Pedro” porque como una piedra él tendrá que mantener a la comunidad estable en la verdad y el amor. Asimismo cómo nosotros identificamos a Jesús determinará el modo en que vamos a vivir. Se puede ponernos un nombre que indica nuestro planteamiento. Si optamos para los personalistas, nos llamaríamos “Ernesto”. Seguiríamos nuestra propia luz interior aun rechazando la moral del evangelio si no nos da la gana. Tampoco reconoceríamos la necesidad de la gracia que los sacramentos imparten para llegar a la felicidad. Seríamos “Ricardo” si nos ponemos con los egoístas. Desearíamos ser ricos y como un cardo picaríamos para poner más plata en el bolsillo. Aunque podríamos regalar carros Mercedes-Benz a compañeros, no alzaríamos el dedo para ayudar a los demás. Ni por los huérfanos nos preocuparíamos. Finalmente si ponemos nuestro destino con los humanistas religiosos, nosotros podríamos llamarnos “Amado” porque reconoceríamos el montón del amor que Dios tiene para nosotros. No seríamos perfectos pero nos esforzaríamos a complacer al Señor cada momento. No nos avergonzaríamos a arrodillarnos a rezar a Él por todos incluyendo nosotros mismos.

Como los Amados conoceríamos la paz en tierra porque nos daríamos cuenta de que Dios también es todopoderoso. Mejor aún, como en el evangelio el Señor le da a Pedro las llaves del Reino, nos concedería a nosotros la clave a la gloria en la muerte. Tal vez no consigamos propiedad de una empresa multimillonaria como los Ricardos. Ni, como los Ernestos, recibamos la llave a los corazones de otras personas. Sin duda estos tesoros nos traerían alguna satisfacción como tener boletos al partido campeonato. Pero al final de cuentas palidecería en comparación a Cristo como asientos detrás del gol a los de media cancha.

Hemos visto tarros de café llevando la explicación del nombre de una persona. Por ejemplo, diría uno, “Carmelo: de Carmel, un monte de Israel asociado con la virgen María; suave y fuerte”. Podemos inventar un tal dicho para los Amados. “Amado: querido, no perfecto pero fiel en los básicos, destinado al cielo”. Amado es cada uno de nosotros que seguimos a Jesús. Amado es cada uno de nosotros.

El domingo, 14 de agosto de 2011

XX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 56:6-7; Romanos 11:13-15.29-32; Mateo 15:21-28)

Como todos, el papa Benedicto busca alivio durante el verano. Deja el calor de Roma para Castel Gandolfo, un refugio en los cerros. Allí se libera de la rutina vaticana. Sin duda reza y lee, pero no recibe a tantos visitantes oficiales. Pues es tiempo de descansar y refrescarse. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo algo semejante.

A lo mejor Jesús se retira a la comarca de Tiro y Sidón para un respiro. Ha estado proclamando el Reino del amor de Dios a los judíos en Galilea. Todo el tiempo afronta la amenaza de los fariseos que resienten su despreocupación para toda costumbre antigua. Ya quiere tomar un “sábado” extendido – unos días sin la exigencia para darse a los demás. No es una ilusión egoísta, sino el contrario. Va a respirar un poco para dedicarse con mayor eficaz a Dios y al prójimo.

De repente oye un sonido familiar. Una cananea le implora socorro. Aunque no es judía, se llena su apelación tanto con la fe como con el patetismo. “Señor, hijo de David,” grita la mujer reconociendo que Jesús es una persona con relaciones firmes con Dios, “Mi hija está terriblemente atormentada”. Es la angustia de un padre que vino a la misa diaria mientras su hijo moría de cáncer. Es la desesperación de cada uno de nosotros cuando necesitamos algo fuera nuestro alcance.

Esperamos que no nos cierre la puerta. Si el dirigido es un oficial del gobierno, queremos que nos conceda un minuto para explicar nuestro apuro. “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, dice Jesús. Quiere conservar su energía para la gente a la cual su Padre Dios le ha enviado. Por la misma razón no es prudente dar plata a cualquier persona que se nos pide. Sin embargo, Jesús no dice, “No, vete de aquí” sino le permite a demostrar la profundidad de su fe.

La mujer responde tanto con humor como con humildad. “Es cierto”, dice, entonces agrega algo semejante, “no seamos los hijos elegidos del Padre sino Sus perritos que creó por amor”. Nos recordamos de los comerciales con animales en la televisión que llaman mucha atención.

Jesús recapacita su posición. Cambia su programa para aliviar la ansiedad de esta pobre con gran fe. Es como el caso del cura en Francia durante la primera guerra mundial. Una vez algunos soldados americanos llegaron a su casa para pedir permiso a enterrar a un compañero muerto en el cementerio parroquial. “Lo siento,” dijo el sacerdote con toda sinceridad, “este cementerio es sólo para los católicos”. Entonces excavaron una fosa para el fallecido fuera del muro de piedra que rodeaba el cementerio. El día siguiente regresaron a despedirse de su compañero por la última vez pero no podían colocar la fosa. Fueron a la casa cural un poco perturbados para preguntar qué pasó con la fosa que hicieron el día anterior. El sacerdote les confesó que no podían dormir en la noche por no permitir el entierro dentro del muro y reconstruyó el muro para incluir la fosa.

Nos ayudan mucho los programas prudentes. Deberíamos programar unas horas de ejercicio cada semana y un tiempo diario para rezar y leer. Pero también tenemos que ser flexibles con nuestros programas para acomodar el proyecto del Reino del amor. Faltar el ejercicio para acompañar a un compañero al hospital no daña el cuerpo tanto como beneficiar el alma. Es lo que el Señor Jesús hace por la mujer cananea en el evangelio hoy. Más notablemente aún, es lo que hizo por todos nosotros en la cruz.

El domingo, 7 de agosto de 2011

XIX DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)

Hace siete años un crucero turístico estaba flotando en el medio del Mediterráneo. De repente una tormenta dejó el barco sin poder. Todos quedaban a la merced del mar que no conoce la misericordia. Los pasajeros literalmente rebotaron de pared a pared. Tenían el mismo horror de los discípulos en el evangelio de hoy.

La barca sin Jesús siendo sacudida por las olas es el modo evangélico de expresar la Iglesia en crisis. En el primer siglo la Iglesia primitiva sufrió la persecución religiosa. En el tiempo de Santo Domingo la herejía albigense amenazó al catolicismo en el sur de Francia. Los albigenses creían que hay dos dioses en guerra uno contra el otro -- el dios bueno que creó todas cosas espirituales y el dios malo que hizo el mundo material. Según sus líderes, los albigenses tenían que rechazar al dios de la creación material por abstenerse de todo lo que tiene que ver con la carne, incluyendo las relaciones matrimoniales. Por supuesto, era un reto grande de modo que sólo los llamados “perfectos” pudieran practicar toda la disciplina. Los demás esperaban hasta que estuvieran para morir antes de entrar a la orden de los perfectos.

Ahora la Iglesia sigue luchando. El papa Benedicto ha señalado el relativismo como la amenaza principal en el mundo actual. El relativismo reconoce que tú tienes verdades para ti como yo tengo verdades para mí. Pero rechaza que existan verdades universales para todos. El relativismo permitirá leyes hechas por la mayoría, pero niega que haya una ley universal que gobierna a todos. Según el relativismo, si la mayoría dice que dos hombres pueden casarse, está bien; no importa la estructura del matrimonio como una unión para la prolongación de la sociedad. El relativismo se cuela dentro de la Iglesia cuando los católicos piensan que sean libres para aceptar o rechazar la doctrina de la Iglesia como les dé la gana. Bajo la sombra del relativismo el católico dice que si yo no pienso que sea pecado faltar la misa dominical, está bien, o si una pareja quiere usar los anticonceptivos, es asunto de ellos y la Iglesia no debería condenarlo.

En el evangelio Jesús viene caminando sobre el mar para rescatar a sus discípulos. Nunca está lejos de la Iglesia que siempre va a ayudar. Similarmente Jesús fue la fuente de los esfuerzos de Santo Domingo a resolver el desafío albigense en el siglo trece. Domingo reconoció que no podían existir dioses separados del espíritu y de la materia si el Hijo de Dios llegó al mundo en la carne. No, Domingo dio cuenta de que todo es creado como bueno por un solo Dios aunque a veces los humanos corrompen el valor de los bienes creados.

Asimismo, Jesús salva la Iglesia contemporánea del relativismo. En primer lugar, él cumple la ley universal encontrada en la naturaleza y refinada en los Diez Mandamientos. Entonces él nos suple la gracia para llevar a cabo esa ley. Finalmente, Cristo ha designado a sus apóstoles y sus sucesores (los obispos) como sus vicarios cuyo papel es juzgar las novedades de cada época. Por la enseñanza firme de los obispos nosotros católicos sabemos que no hay “matrimonio gay”. Sin embargo, los mismos obispos aseveran que los homosexuales merecen el respeto de todos.

Como Jesús pide a Pedro que camine sobre el agua, quiere que todos nosotros salgamos de nuestras zonas de comodidad. “No teman”, nos dice a nosotros tanto como a sus discípulos. El papa Juan Pablo II siempre repetía estas palabras añadiendo que no estaremos desanimados cuando hacemos sacrificios por Cristo. En su tiempo Santo Domingo no instruyó a sus frailes que caminaran sobre el agua sino que anduvieran descalzados. Quería que mostraran a los albigenses que los humanos a veces sacrifiquen los bienes materiales no porque son malos sino para obtener un mayor bien. Por eso, un padre sacrificará el sueño para llevar a su hija al entrenamiento de natación a las cinco de la mañana. Asimismo, los miembros de la Sociedad de san Vicente de Paulo dejan su tiempo para servir a los pobres.

La próxima vez que tiene la oportunidad, vea una imagen de santo Domingo. A lo mejor notará una estrella sobre su cabeza. La estrella significa la luz de la verdad. Esta luz asegura a Domingo y a nosotros sacudidos por el relativismo que existen verdades universales. También la estrella representa a Cristo, la luz del mundo. Cristo mueve a Domingo y a nosotros a hacer sacrificios por el bien de Dios y el prójimo. Sí, Jesús nos mueve a sacrificarnos por Dios y por el prójimo.

El domingo, 31 de julio de 2011

XVIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:1-3; Romanos 8:35.37-39; Mateo 14:13-21)

Un salmo cuenta de los hijos de Israel exiliados en Babilonia. Allí recuerdan Jerusalén donde caminaban líberamente. Dice la canción: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que me paralice la mano derecha”. Ésta es la situación a la cual Dios se dirige en la primera lectura hoy del profeta Isaias.

En el siglo sexto antes de Cristo Babilonia conquistó Jerusalén y deportó a muchos de sus habitantes. A lo mejor en las primeras décadas de la cautividad los exiliados aguantaron la escasez extrema. Al menos en la lectura hoy la gente anda con sed y hambre. Sufren como los desempleados en nuestra sociedad. Ahora nueve por ciento de los trabajadores acá no pueden encontrar empleo. La cifra es aún más grande entre los hispanos y los negros. En el principio les falta el dinero de pagar la hipoteca. En tiempo su capacidad para proveer el pan para la mesa será desafiada. Sienten desilusionados y deprimidos. Una desempleada dice que no la preocupación consume su vida.

Estas personas son inclinadas a buscar salida de sus problemas en los placeres mundanos. Un consejo a los desempleados advierte del peligro de “curaciones líquidos” – eso es, el alcohol y las drogas. Por la misma razón el profeta pregunta a los deprimidos de Babilonia: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” Como el gusano en el anzuelo, los estupefacientes no les traerán la satisfacción sino la muerte.

En lugar de vicios Dios propone Su palabra como la esperanza. Los pobres de Israel tienen que poner la atención a Él que está para actuar en su favor. El profeta habla de dos remedios. Primero, Ciro, el rey de Persia, va a liberarlos del dominio babilónico. Aunque no cree en Dios, Ciro será Su instrumento para restaurar Jerusalén. Segundo, los exiliados van a experimentar la promesa que Dios hizo a David. Eso es, tendrán un reino perpetuo. Pero no será un linaje de reyes: el hijo sucediendo a su padre al trono. No, el reino permanente se compondrá de una raza de reyes, cada uno con su propia autonomía bajo la autoridad de Dios mismo.

Se realiza la segunda parte de la profecía con Jesús, el rey eterno. En el evangelio lo vemos dándole al pueblo de comer para que tengan nueva fuerza. Esta comida sirve como un anticipo del banquete que presentará a sus discípulos la noche anterior de su muerte. Por compartir su cuerpo y su sangre en ese banquete, Jesús los establecerá como hermanos y coherederos del Reino de Su Padre.

Lo necesario es que se muevan. El Señor les exhorta: “Vengan…” Tienen que abrasarlo como la roca de salvación. En el tiempo del exilio abrasar al Señor significa seguir los mandamientos. En la nueva era es prepararse para la santa Eucaristía. Participando en el banquete del Señor por la misa, los desempleados pueden aprovecharse de su tiempo libre. Como aconsejaba el papa Juan Pablo II, ya no tienen miedo de prestar la mano a su prójimo que necesita ayuda. Tampoco tienen renuencia a aprender nuevas habilidades que pueden resultar en nuevo empleo.

Dice el Señor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua”. Jesús le da eco: “Vengan a mí los que van cansados – pronuncia él en este mismo evangelio según san Mateo – y yo los aliviaré”. Él sabe que todos nosotros estamos en necesidad de una manera u otra. Si no estamos desempleados, a lo mejor estamos sobrecargados. Si no estamos desilusionados, estamos al menos desafiados. Como la mano derecha no hay remedio tan cumplido como él. No hay remedio como él.

El domingo, 24 de julio de 2011

XVII DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 3:5-13; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-52)

El hombre quiere describe el calor de julio en Kansas. Dice: “Toma tu secadora de mano. Viértela a caliente. Y viértela a alta. Ahora voltéala para que sople en tu cara. Así es el calor de julio en Kansas”. Casi podemos sentir el aire acalorado, ¿no? En la misma manera Jesús ocupa las parábolas para que sintamos la maravilla del Reino de Dios.

Dice el Señor que el Reino de Dios es como “un tesoro escondido en un campo”. ¿Quién esconderá un tesoro en un campo?, queremos preguntar. Ahora en el tiempo de cerraduras y bancos, nadie lo hará. Pero en el tiempo antiguo cuando los ladrones podían dejar la casa limpia de cualquier objeto de valor, los dueños solían enterrar sus tesoros en un rinconcito marcado del campo. Una mejor pregunta para nosotros es: ¿Qué es nuestro tesoro?

A lo mejor cada uno define su tesoro en una manera individua. Pero podemos abstraer algunos constantes para los diferentes grupos de edad. Los jóvenes buscan como su tesoro a un compañero de vida que es bondadoso, honrado y, sobre todo, guapo. A los adultos les importa la estabilidad. Quieren ingresos que proveen las necesidades de la casa y una casa donde la familia vive tranquila. Los mayores se preocupan por la salud. Desean evitar el dolor en cuanto posible. Y cuando venga su tiempo para dejar la vida, rezan que la muerte sea tan rápida como posible.

En la antigüedad antes de Cristo se consideraba la sabiduría como el tesoro más precioso. Valía la pena vender todo lo que se tenía para hacerse sabio. Con la sabiduría el joven aprende que la belleza no es la cualidad más importante para buscar en el otro sino la capacidad de amar: eso es, la voluntad de poner el bien del cónyuge primero. La sabiduría enseña al adulto para conservar tanto espiritual como materialmente. El sabio ahorra un poco cada pago y restringe sus males humores para crear la harmonía en la casa. El viejo se aprovecha de la sabiduría por vigilar su consumo de calorías y grasas y por tomar ejercicio regularmente.

Jesús viene reemplazando la sabiduría con el Reino de Dios. No es que los dos difieran mucho; pero el Reino ofrece un matiz más contundente. El Reino de Dios mueve al joven buscar primero en un novio o una novia el amor para Dios: que él o ella no haría nada ofensiva al Señor. Le conduce al adulto a confiar en Dios como el cimiento de su casa por guardar sus mandamientos, venga lo que venga. Al mayor el Reino exige una entrega completa: que acepte cada día como un regalo de Dios y el sufrimiento como modo de aportar la salvación del mundo.

Nosotros cristianos reconocemos a Jesús mismo como el cumplimiento del Reino de Dios. Cuando abrazamos a él como nuestro salvador, se nos acoge en el Reino de su Padre. Podemos proponer una parábola para explicar esto. La vida es como un viaje en avión. Algunos de nosotros están en vía a la playa y otros a negocio. Todos nosotros nos hemos acomodado en asientos de ventana para escondernos, en cuanto posible, de los demás gentes. Entonces interrumpe nuestra concentración un hombre preguntando si podría sentarse en el asiento a nuestro par. Es de media altura y peso; tiene una barbita sobre una cara fuerte con ojos que brillan como diamantes; se viste de un traje nítido pero no lujoso. Después del intercambio de algunas cortesías, entramos en una conversación con el compañero. Es increíblemente atento. Se da cuenta de cada inquietud nuestra y nos muestra la comprensión. Nos asegura que todo saldrá bien si o no encontramos la pareja de nuestros sueños. Nos ofrece su número celular si jamás sentimos sobrecargado con preocupaciones. Nos aconseja a no lamentar la vejez sino aprovechárselo como tiempo de respiro. De repente, saca de su mochila un bolillo de pan y una botella de vino y se nos ofrece. Explica que aunque parece poco, nos fortalecerá muchísimo. Tomando los alimentos, nos sentimos renovados. Decidimos que no importa el propósito de nuestro viaje hasta ahora. Cuando aterrizamos, vamos a cambiar nuestro programa para seguir a nuestro compañero. Pero antes de esto vamos a decirles a las otras personas en el avión cómo este hombre nos ha ayudado.

Otra parábola: Jesús es como piedra. Cuando somos jóvenes, él es el diamante más precioso a darse a nuestra novia. Como adultos él es el cimiento del amor sobre que construimos nuestra casa. Y cuando nos ponemos viejos, él es la Roca para siempre que abrazamos cuando sopla el aire de la muerte. Jesús es la Roca para siempre.

El domingo, 17 de julio de 2011

EL XVI DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 12:13.16-19; Romanos 8:26-27; Mateo 13:24-30)

Busca el Libro de la Sabiduría en la Biblia. Si tu Biblia es de un hotel, a lo mejor no vas a encontrarlo. Pues, el Libro de la Sabiduría es una de las siete escrituras que no se encuentran en la “Biblia Protestante”. Sin embargo, se refiere mucho al Libro de la Sabiduría en la vida católica. De hecho, es la octava escritura del Antiguo Testamento más leída en la misa dominical. Se toma la primera lectura hoy del Libro de la Sabiduría.

No se llama el libro “de la Sabiduría” porque fue escrito por Salomón, el rey sabio de Israel. Aunque a veces se extiende el título a “La Sabiduría de Salomón”, fue escrito en otro tiempo, en otro lugar, y en otro idioma que conoció el famoso rey. No, se llama el libro así porque trata de la sabiduría; eso es, cómo vivir en una manera justa. Algo nuevo de este libro es la afirmación que los hombres experimentarán la inmortalidad como regalo de Dios si viven justamente.

El pasaje hoy se dirige a Dios en forma de oración. El autor, quienquiera sea, reconoce a Dios como ambos misericordioso y poderoso. De hecho, dice que Dios es misericordioso porque es todopoderoso. Como un rico puede donar grandes cantidades de plata a los pobres porque tiene mucha en reserva, Dios muestra la compasión porque no tiene que temer que el beneficiario vuelva a dañarle. Y Dios no ayuda sólo a quien le dé la gana. Más bien, es bondadoso con todos porque su naturaleza es la bondad.

A veces nos exaspera la bondad de Dios. Preguntamos: “¿Por qué no aniquila a los narcotraficantes aterrorizando la frontera norteña de México?” o, más cerca de casa, “¿Por cuánto tiempo tenemos que ver a nuestros hijos vacilando?” La respuesta que hace el más sentido, aunque no nos quita totalmente la inquietud, es que Dios les muestra la paciencia a todas sus criaturas para que se arrepientan de sus maldades.

No sólo Dios tiene paciencia con los hombres, sino quiere que seamos así también nosotros. Dice el Libro de Sabiduría: “El justo debe ser humano”; eso es, que no dejemos a nadie como perdido. Al menos tenemos que rezar por aquellos que no viven como Dios manda. Una madre dijo que había ayudado a su hijo drogadicto con algún dinerito cuando todo el mundo decía que era desesperado. Por su indulgencia – siguió ella - el hombre comenzó a recuperar el equilibrio. Otro ejemplo es una mujer que sigue telefoneando a su madre viuda aunque la mayor muchas veces no le contesta. La hija sabe que su madre tiene sus propias idiosincrasias y que le satisface sólo escuchar la voz de ella en el contestador diciéndole que le ama.

No debe ser sorpresa que Jesús, la misericordia de Dios encarnada, también nos pide la paciencia. Nos da la parábola del trigo y la cizaña para advertirnos que nadie sabe quién volverá justo y quién no. Nuestra tarea es ayudar a todos para que se salven tantos como posible. Ciertamente Jesús nunca le dio la espalda a nadie sino enseñó, curó y, últimamente, entregó su vida por tanto los ricos como los pobres, por tanto los eruditos como los analfabetos, por tanto los caprichosos como los ingenuos.

“Las almas de los justos están en las manos de Dios”, dice el Libro de la Sabiduría. Eso es, aquellos que tratan a todos como humanos no van a ser aniquilados en la muerte. Más bien, van a conocer la misericordia de Dios. Van a conocer a Jesús, el justo.

El domingo, el 10 de julio de 2011

XV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

Toma el teléfono. Llama a cuatro amigos. Habla por quince minutos con cada uno. Escucharás del tiempo, de fiestas y de trabajo. Más tarde o más temprano ti dirán también historias de sufrimiento. No se puede escapar el dolor y la pena en esta vida. Se puede decir que sin el sufrimiento no seríamos humanos. En la segunda lectura san Pablo nos enseña cómo hacer frente a este reto inevitable.

Muchos sufren dolores físicos. Un viejo tiene artritis en la rodilla que le deja en agonía con cada paso que tome. Un joven queda en cama porque la leucemia chupa su energía. Tan difíciles que sean estas enfermedades, tal vez los enfermos sufran más espiritualmente que físicamente. Restringidos a la casa o postrados en el hospital, los enfermos a menudo sienten aislados y solos. Aunque en el principio reciben visitas, después de un mes aun llamadas telefónicas se hacen esporádicas. Se extiende el dolor espiritual fácilmente en todas direcciones: los niños que han sido abusados; las mujeres que han sido violados; los soldados que sufren el desorden del estrés pos-traumático; los trabajadores que se desemplean. Se puede ver el doble golpe del dolor después de un accidente o un desastre natural. Un choque deja al chofer lesionado, sin carro, y endeudado. Un tornado destruye la casa y mata la mitad de la familia.

“¿Por qué - preguntamos – hay tanto sufrimiento?” Los científicos explican el dolor con referencias a células de nervio alcanzando al cerebro. Los sociólogos teorizan sobre la huida de los enfermos por el temor controlando las reacciones humanas. Los meteorólogos contribuyen sus ideas sobre los fuertes cambios del tiempo. Tan satisfactorios que sean estos aportes para entender el gran matriz del sufrimiento, no son adecuados si no reconocen la causa humana. La tradición bíblica ha colocado la fuente del sufrimiento en la rebelión del hombre contra Dios. Sí, estira nuestra mente pensar en el pecado de entes tan pequeños como nosotros humanos detrás de todo el dolor en el mundo pero es lo que san Pablo quiere decir cuando dice en la lectura, “…la creación está sometida al desorden, no por su querer, sino por la voluntad de aquel que la sometió”. Está refiriéndose al libro de Génesis donde Dios somete la creación al desorden como consecuencia del pecado de Adán.

Nosotros hijos e hijas de Dios no escapamos el sufrimiento. Aunque somos redimidos por Cristo, no hemos recibido exención del dolor tanto físico como espiritual. Emitimos el grito, “O Dios, ¿cuánto más tendremos que sufrir?” cada vez que escuchamos otro caso de cáncer u otra incidente de crimen. En la lectura san Pablo sugiere que la naturaleza da eco a nuestros suspiros para alivio. Parece que la tierra gime cuando un huracán desata su furia o cuando la contaminación del aire casi no permite que los rayos del sol lo penetren.

Sin embrago, en el intervalo entre ahora y la venida del Señor en la gloria nosotros seguidores de Cristo no quedamos meramente suspirando. Al contrario, imaginando cómo aparecerá la redención, nos esforzamos en cuanto posible hacerla realidad. Es el empeño de un poeta mexicano organizando a cada persona que encuentre para salvar las mariposas del bosque. Es la compasión de una pareja a la cual el estado le encomienda a niños de familias en conflicto para cuidar. Es el testimonio de una diócesis norteamericana que ha construido un hospital en Honduras para atender a los pobres.

Una cartelera en la carretera muestra un recién nacido con sus brazos abiertos. Dice, “Bebé, es una gran cosa”. Sí, el nacimiento de otro ser humano es una gran cosa. Es un ente pequeño, pero va a crecer a ser hombre. Así contribuirá al desorden por el pecado o prestará su aporte para aliviarlo. “Bebé, es una gran cosa”.