El domingo, el 2 de febrero de 2020


LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

(Malaquías 3:1-4; Hebreos 2:14-18; Lucas 2:22-40)


La fiesta que celebramos hoy se ha conocido por varios nombres a través de los siglos.  Por mucho tiempo durante el segundo milenio se llamaba “la Purificación de María”.  Entonces desde la reforma litúrgica del Vaticano II se ha conocido como la "Presentación del Señor".  Este nombre conforma más al evangelio que acabamos de escuchar.  Ello destaca a Jesús y apenas menciona la purificación de su madre.  Las iglesias orientales reconocen la fiesta por aún otro nombre.  En ellas se llama la "fiesta del Encuentro".  Vale la pena investigar por qué lleva este nombre en Grecia y Rusia.

En la primera lectura el profeta Malaquías cuenta cómo Dios promete enviar a su mensajero al templo.  Este mensajero lo limpiará de toda inmundicia.  ¿Quién es este mensajero? El evangelio hoy lo identifica como el Hijo de Dios, Jesucristo.  En el pasaje se encuentra a Jesús entrando el templo por la primera vez.  En el próximo pasaje de este evangelio según San Lucas Jesús va a entrarlo otra vez y declararlo “la casa de (su) Padre”.  Hacia al final del evangelio Jesús entrará al templo para limpiarlo de los negocios.  Sus acciones entonces serán simbólicas de la purificación que logrará por su muerte en la cruz.  Por su pasión Jesús purificará al mundo entero de sus pecados.  Cuando la persona viene a Dios contrito de sus errores, puede contar con la misericordia.

Cuando nosotros pensamos en la purificación, María, la madre de Jesús, viene a mente.  Como una judía fiel, ella va al templo para ser purificada después de dar luz.  En el pasado todos cristianos formaban una procesión con velas para recordar esta purificación.  La idea era que la vela simbolizaba a María, no sólo la madre sino también el discípulo modelo de Jesús.  Como la cera tiene que quemarse para que la vela irradie luz, así es con nosotros cristianos.  Tenemos que quemar la cera del yo – el orgullo y la codicia – para que brille la luz de Cristo en el mundo.

En el evangelio el vidente Simeón encuentra a María.  Le dice que una espada va a atravesarle el alma.  Tradicionalmente hemos pensado en la espada como la muerte prematura de su hijo, Jesús.  Pero además representa algo más universal: el reto de Jesús a todos sus discípulos.  A María tanto como a nosotros Jesús llama a meditar en la palabra de Dios y ponerla en práctica.  Tenemos que mostrar la misericordia a los pobres, la paciencia a los disturbados, y el amor a los enemigos.

El tercer encuentro que celebramos hoy es aquel entre Simeón y Ana con Jesús.  Ellos son ancianos fieles ya preparándose a morir.  Al ver  a Jesús, la vida eterna en carne y hueso, anticipan la gloria de la muerte cristiana.  Es lo que todos nosotros cristianos esperamos cuando terminen nuestros días en la tierra: la vida con nuestro mejor amigo.  Él nos conoce, nos ama, y nos apoya a pesar de nuestras faltas.  Pero es preciso añadir que para encontrar a Jesús debemos soltar lo que nos apegue al pecado.  Particularmente es preciso que busquemos la reconciliación con aquellos para quienes alberguemos el resentimiento.

Ahora mucha gente en los Estados Unidos anticipa el Súperbowl, el partido que determina los campeones de fútbol americano.  El año pasado había otros campeones y al próximo año habrá aún otros.  Más tarde o más temprano como fieles ancianos vamos a cansarnos de esta repetición sin fin de campeones.  Querremos encontrar a el que celebramos hoy en esta fiesta de la Presentación.  Querremos encontrar a Jesús, la vida eterna en carne y hueso.  No se puede cansarse de nuestro mejor amigo.

El domingo, 26 de enero de 2020


TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)


Dice el evangelio que Jesús “se retira a Galilea”.  No es cierto si pensamos en “retirarse” como ir para descansar o ir para escapar del trabajo.  Galilea es parte del territorio de Herodes Antipas, el rey que tiene Juan Bautista preso.  Apenas duras iría allá para retirarse.  Más bien Jesús va a Galilea para tomar la antorcha que Juan ha dejado.  Comienza a predicar el mismo mensaje como Juan: “’Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos’”.

Galilea era parte del antiguo Israel, pero no ha sido habitado sólo por los Israelitas por siglos.  En la primera lectura hoy el profeta Isaías lo llama “tierra de sombras”.  Es “de sombras” porque los asirios la tomaron posesión al octavo siglo antes de Cristo.  En el tiempo de Jesús la población es mixta con muchos paganos entre los judíos.  Jesús va a dejar la evangelización de los paganos a sus apóstoles después de su resurrección.  Él se enfocará en los judíos oprimidos en su propia tierra.  Son oprimidos por los romanos que ocupan todo Israel.  Son oprimidos también por los zelotes religiosos que cargan a los sencillos con normas y reglas. Sobre todo son oprimidos, como todos nosotros, por su propio orgullo.  Este pecado construye muros estorbando a la gente del amor cívico que hace la vida rica.
   
En este ambiente Jesús proclamará el Reino no sólo con palabras sino también con obras.  Sus curaciones y exorcismos recordarán a la gente que Dios les ama mucho.  Entonces ellos en torno podrán extenderse a los demás en el espíritu del agradecimiento.  Por eso, se ve Jesús en el evangelio como “una gran luz” de la esperanza.

La cultura americana se ha hecho en un tipo de Galilea, una “tierra de sombras”.  Sí restos del cristianismo quedan pero la cultura desde Canadá a Argentina es más secular que religiosa.  Los cines y la televisión apenas reflejan valores cristianos.  Aun peor el Internet trae a jóvenes imágenes que distorsionan la mente.  En este ambiente la Iglesia tiene que extenderse para reflejar la luz de Cristo.  Lo hace por una enseñanza moral ambos coherente y contundente.  Lo hace por las acciones del Papa Francisco siempre evitando despliegues de lujo.  Lo hace por millones de laicos leyendo sus Biblias y aplicando las lecciones en sus vidas diarias.  Hay una mujer que toma en serio su fe.  Ya retirada como enfermera, ella enseña la religión a niños en diferentes lugares. 

En esta selección del evangelio de Mateo Jesús comienza su misión.  Vamos a verlo en el transcurso del año proclamar el amor de su Padre Dios.  Encontrará el orgullo de la gente pero no lo estorbará por mucho tiempo.  Sus palabras y obras van a liberar a nosotros junto con los judíos de Israel.  Que nos quedemos enfocados en él.

El domingo, 19 de enero de 2020


SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, 19 de enero de 2020

(Isaías 49 3.5-6; Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)

Durante la temporada navideña el mundo entero llama a Jesús “el príncipe de la paz”.  ¿Y por qué no?  Este título, que es bíblico, se ha dicho de Jesús desde la antigüedad.  También la paz es un valor universal.  Al menos, todos dicen que desean la paz.  Sobre todo, no le cuesta a nadie nada llamar a Jesús “príncipe de la paz”.  En contraste, en el evangelio hoy Juan lo llama por un título que implica compromiso de parte de la persona.

Cuando ve a Jesús, Juan exclama: “’Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo’”.  Los cristianos del primer siglo entenderían que por llamar a Jesús así, se lo proclama como su salvador.  Recordarían cómo los  primogénitos de los israelitas en Egipto fueron salvados por la sangre del cordero puesta en las puertas de sus casas cuando pasaba el ángel de la muerte.  Así mismo la sangre de Jesús salva a personas a través del mundo de las consecuencias de sus pecados.  Hay una pintura famosa de la crucifixión con la figura de Juan Bautista parada al pie de la cruz.  Cuando la vemos, nos preguntamos: “Juan fue matado antes de Jesús, ¿no es verdad?’”  Claro que sí.  Pero el pintor quiere mostrar el momento en que Jesús cumple la profecía de Juan de este evangelio.  Por su sangre derramada en la cruz Jesús salva a sus discípulos de la nada de la muerte. 

Pero primero tenemos que reconocernos como pecadores necesitando la salvación.  Muchos no ven sus obras como malas aunque sean tan atroces como abortar a un bebé.   Otros hallan satisfacción en ser conocidos como pecadores.  Les gusta considerarse como traviesos, renegados, o aún malos.  Sí, Jesús vino para salvar a los pecadores.  Pero los pecadores tienen que arrepentirse de sus faltas.  Desgraciadamente en el mundo hoy muchos prefieren reclamar la autonomía para sí mismos más que pedir perdón de sus pecados.

La autonomía es un valor contemporáneo que no es mala en sí pero llevada al extremo puede causar daño.  La autonomía significa el poder a determinar lo que es bueno para sí mismo.  La autonomía nos permite a hacernos hombres y mujeres de negocio y no maestros como nuestros padres.  En la historia la autonomía siempre ha presumido que la persona siga la ley de Dios en hacer sus determinaciones.  Pero ahora la autonomía tiene un sentido casi absoluto.  La persona piensa que puede hacer todo lo que quiera siempre que no choque con la ley civil.  Si quieres echar palabras racistas, la autonomía te da permiso hacerlo.  Si quieres empezar nueva iglesia con ti mismo como cabeza, la autonomía igualmente te lo permite. 

Esta semana recordamos tres eventos no relacionados pero significativos para todos.  Cada uno sugiere un pecado social de que deberíamos pedir el perdón de Dios.  Pero por la autonomía exagerada muchas personas negarán la culpabilidad.  El primer evento es el cumpleaños de Martin Luther King, el campeón de los derechos civiles.  Era profeta que llamó a la gente de todas las razas a respetar la dignidad de uno y otro.  Sin embargo, todavía algunos desprecian a personas cuya piel tiene matiz diferente.

También esta semana recordamos la decisión de la Corte Suprema para legalizar el aborto.  Para algunos no les importa que la criatura en el seno sea persona humana.  Reclaman para la madre la autonomía a terminar la vida de su niño.  Ciertamente es muy difícil dar a luz un bebé.  Por eso, las mujeres embarazadas necesitan el apoyo y el acompañamiento cada paso del proceso.

Ayer comenzamos la semana de la oración para la unidad cristiana.  A pesar de que Jesús reza en el evangelio que sus discípulos se queden unidos, las divisiones entre los cristianos siguen creciendo.  Hay muchas razones para la desunión incluyendo la arrogancia de cleros católicos.  Pero ciertamente el sentido de la autonomía ha dado a los individuos permiso formar comunidades de fe en contradicción a la voluntad de Cristo.

Algunos piensen que el mes de enero es para instalarse de nuevo a la rutina.  Sin embargo, ahora enfrentamos tres eventos especiales que llaman nuestro compromiso.  Sí, podemos negarlas.  Pero eso sería negar a nuestros pecados. En efecto, sería negar a Jesús como el cordero que nos salva del pecado.

El domingo, 12 de enero de 2020


EL BAUTISMO DEL SEÑOR

(Isaías 42:1-4.6-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)

Los lectores perspicaces del evangelio notarán las diferencias entre San Lucas y San Mateo.  Son particularmente evidentes en las narrativas del nacimiento de Jesús.  En San Lucas el enfoque está en María, su madre.  Entretanto San Mateo se enfoca en San José, el esposo de María.  En San Lucas María y José viven en Nazaret antes del nacimiento de Jesús.  En San Mateo la pareja vive en  Belén.  En San Lucas los pastores vienen a adorar a Jesús recostado en un pesebre.  En San Mateo los magos encuentran a Jesús en la casa de José.  A pesar de éstas y otras diferencias lo esencial de la historia es lo mismo en las dos historias.  María es virgen que concibe a Jesús por obra del Espíritu Santo.  Jesús nace en Belén no en privado sino atendido por otras personas.  Hay otra semejanza entre los dos evangelios que se revela en el evangelio hoy.  Es sutil pero significativa.

Recordémonos de la visitación de María a su parienta Isabel en el Evangelio de San Lucas.  Cuando María entra su casa llevando a Jesús en su seno, Juan salta dentro del seno de su madre Isabel.  Este gesto muestra cómo Juan reconoce la primacía de Jesús aunque todavía no ha nacido.  Hay una correspondencia de este incidente en el Evangelio de San Mateo. No en la narrativa del nacimiento de Jesús sino en la de que hemos escuchado hoy.  Cuando Jesús se acude a Juan para ser bautizado, Juan reconoce a Jesús como superior.  Le dice a Jesús: “’Yo soy quien debe ser bautizado por ti…’”

Juan sabe que Jesús es “’…el que viene detrás de mí’” y que “’bautizará con el Espíritu Santo y con fuego’.”  En su manera de ver, Jesús quemará a los pecadores y recompensar a los que tienen corazón justo.  Por eso, se pone inquieto cuando Jesús le vino para el bautismo de los pecadores.

Aun nosotros nos preguntamos: “¿Por qué Jesús quiere ser bautizado por Juan?”  Él mismo nos da la respuesta: “’…porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere’”.  Entonces, ¿por qué Dios lo quiere?  No es como si tuviera pecados.  No tiene ninguno.  Ambos evangelistas se dan cuenta que Jesús se concibió por obra del Espíritu Santo sin pecado desde el primer momento de su existencia.  Pero Dios quiere que Jesús se meta entre nosotros pecadores para que nos guíe a la salvación.  Es como cuando el papa Francisco manda a los sacerdotes que salgan de sus rectorías para meterse entre su  gente.  Quiere que los párrocos conozcan la realidad de sus greyes para que puedan darles el apoyo espiritual que requieren.

En la Segunda Carta a los Corintios San Pablo escribe algo que nos asombra.  Dice que “(Jesús) que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.  Hay la misma dinámica funcionando aquí.  Jesús es bautizado por Juan para entrar profundamente en la condición humana.  Entonces, va a convertir los corazones humanos a los modos de Dios.  Donde Juan espera que el mesías convierta a los hombres con palabras fogosas y acciones drásticas, Jesús tiene otro modo hacerlo.  Su acercamiento será más suave a la gente y más coherente con el amor de Dios Padre.

No es por nada que Dios Padre aprueba a Jesús al final de la lectura.  Dice: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.  Por la entrega de su propia vida Jesús mostrará la grandeza del amor de Dios Padre para el mundo.

En la primera lectura el profeta dice del siervo de Dios: “’…no romperá la caña resquebrajada…’’ Este es Jesús que será siempre misericordioso con los hombres porque ha entrado la condición humana.  Conoce nuestra tendencia de pecar y nuestra culpa por haber pecado.  No viene para consentirnos sino para enseñarnos mejores modos de actuar, los modos de Dios Padre.  Quiere que cada uno de nosotros escuche al Padre decirle a él o a ella: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias’”.