El domingo, 6 de junio de 2021

 

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:22-26)

Los esposos deberían saber lo que es una alianza.  Pues han entrado en una alianza con su matrimonio.  Una alianza va más allá que un contrato que se limita a los términos específicamente expresados.  La alianza es una promesa solemne por la cual una parte promete bendecir o servir a otra de una manera más o menos general.  En el matrimonio los esposos prometen a amar y respetar a uno a otro por toda la vida.  La primera lectura nos muestra otro ejemplo de alianza.

De su misericordia Dios ha querido entrar en una alianza con los hombres.  Lo ha cumplido esta intención en etapas.  La lectura del Éxodo muestra una etapa primaria: la alianza mosaica.  Dice que el pueblo Israel será su pueblo si cumple todos los mandamientos de la Ley.  Por cambio, Dios lo protegerá de sus enemigos y les dará la tierra fértil de sus antepasados.  Los israelitas no se contraen del compromiso.  Dicen a una voz: “Haremos lo que dice el Señor”.  Entonces, para sellar el pacto Moisés rocía al pueblo con la sangre de los novillos sacrificados.

En el evangelio Jesús hace la alianza final entre Dios y los hombres.  Es abierta no sólo a una nación pequeña sino al mundo entero.  También comprende de un sacrificio, pero no de animales sino de Jesús mismo.  En lugar de ser rociados, aquellos que compartan de esta alianza toman su cuerpo y sangre por medio del pan y vino consagrado.  Es la Eucaristía entonces por la cual nosotros participamos en la nueva alianza. Sin embargo, no es simplemente aprovecharse del sacrificio de Cristo que nos hacen participantes de la alianza.  También tenemos que comprometernos a obedecer la voluntad de Dios como Jesús ha ensenado.

La segunda lectura de la Carta a los Hebreos nos ayuda entender el efecto de la alianza que Jesús hizo.  Dice que el derramar de su propia sangre efectuó más que el sacrificio de animales.  El rociar con la sangre de animales solo limpia al pecador exteriormente para que ella o él pudiera participar en el culto.  Pero el sacrificio de Jesucristo logró el perdón de pecados y la limpieza de conciencia.  De esta manera nosotros cristianos podemos ofrecer sacrificios de oración y de obras que merecen la vida eterna.

Antes de que tomemos el cuerpo y la sangre de Cristo, debemos prometer nuestra lealtad a Cristo.  Es cosa de aceptar tanto su doctrina como su manera de vivir.  Como los israelitas tenemos que decir: “Haremos todo lo que dice el Señor”.  Por esta razón algunos obispos oponen dar la Santa Comunión a aquellos políticos católicos que facilitan el aborto.  Recientemente el debate se ha intensificado con la elección de Joe Biden, un católico, como presidente.  Desde la toma del oficio, Biden ha amplificado el acceso al aborto.  Por mi parte, no quiero decir que un obispo deba negar al político que promueve el aborto la hostia sagrada en su diócesis.  Pero pienso que el motivo de una negación tan significante debe ser la preocupación del alma del político.  Si el motivo es solo para forzar cambios en la ley, puede ser la metida indebida de la Iglesia en la política.

Había la costumbre de hacer una procesión con el Santísimo el día de Corpus Christi.  Tenía lugar no solo en el terreno de la parroquia sino a través de los barrios de la ciudad o de los campos del paisaje campestre.  El motivo era proporcionar una bendición gratis a todos que lo encontraron.  Mostraba cómo Cristo quiere ofrecer a todos la alianza con Dios.  Los beneficiarios podrían unirse con él en la búsqueda de la vida eterna mientras él les facilitaría la limpieza de conciencias.  El Cuerpo y Sangre de Cristo siempre ha sido un tesoro valiosísimo.  Nunca deberíamos pasarlo por alto.  Es un tesoro valiosísimo.

El domingo, 30 de mayo de 2021

La Solemnidad de la Santísima Trinidad

(Deuteronomio 4:31-34.39-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)

En los primeros siglos de cristianismo había mucha discusión sobre la naturaleza de Jesucristo.  Un sacerdote llamado Arrio no pensó que Cristo pudiera ser igual con Dios Padre. Racionalizó que Dios tiene una naturaleza infinita que no podía caber en un sujeto humano.  Dijo que sería como tratar de poner una montaña en una caja. El gran obispo y teólogo San Atanasio refutó la reclamación de Arrio.  Dijo que Dios no es como otros sujetos sino un misterio incomprensible.  Entonces, concluyó, no podemos negar lo que las Escrituras señalan: Dios se humilló para hacerse humano.  En esta fiesta de la Santísima Trinidad será educativo examinar las Escrituras para aprender otros aspectos de Dios.

En la primera lectura Moisés describe a Dios como poderoso.  Él liberó a su pueblo de una nación fiera y potente.  Lo probó como cuando le negó el agua en el desierto.  Y le hizo milagros como el partir del mar.  Por supuesto, nosotros creemos que Dios creó de la nada todo que existe.  Ciertamente se puede acreditar ambos al Hijo y al Espíritu Santo con la creación también.  Pero especialmente imaginamos a Dios Padre como el Creador.

La segunda lectura cuenta del Espíritu Santo.  Sí Dios es santo.  No tiene ninguna mancha.  Más bien transciende todas las cosas del universo por su infinito amor, justicia, y sabiduría.  La lectura recalca que el Espíritu nos hace santos también.  Cómo el pueblo de Dios, la Iglesia sobresale en contraste con un mundo conocido por la codicia, la lujuria, y la violencia.  Desgraciadamente no todos entre nosotros vivimos la santidad.  Sin embargo, la Iglesia tiene a muchas personas de virtud  que nos sirven como modelos.  Hay voluntarios dando lecciones particulares a los niños pobres.  Hay los “guerreros de oración” rezando en la adoración eucarística que no se borre la vida humana naciente.  Y hay los padres que trabajan dos empleos para enviar a sus hijos a escuelas católicas.  Aún si no hacemos ninguna de estas cosas, somos mejores personas por conocer a estas gentes y por imitarlas cuanto posible.

El evangelio hoy destaca a Jesús prometiendo a sus discípulos que quedará con ellos “hasta el fin del mundo”.  Ciertamente se debe decir que Dios es fiel.  No cesa de ayudar a su pueblo aun si sus sujetos se olvidan de él.  Sin embargo, algunos piensan en Dios como si fuera uno de nosotros.  Ven su amor como inconstante como, en muchos casos, nuestro amor.  Recientemente se reportó que una pareja bien conocida por la filantropía está terminando su matrimonio. No sorprende que alrededor del caso ha habido informes de infidelidad.  El amor de Dios nunca está presente un día y ausente el próximo.  Más bien ello es aún más permanente y profundo que el agua en los océanos.

Cuando nos dirigimos al Padre o al Hijo o al Espíritu Santo, realmente estamos rezando a los tres.  Son indivisible.  Sin embargo, no queremos desconocer las distinciones entre las personas.  Podemos cumplir este objetivo por hacer un examen de conciencia cada noche en esta manera.  Rezamos, “Gracias a Ti, Padre”, recordando una bendición que experimentamos durante el día.  Entonces decimos, “Perdón, Señor”, al Hijo que murió por nuestros pecados. A la misma vez mencionamos un modo en que fallamos a imitar a Cristo.  Concluimos por decir, “Por favor, Espíritu, ayúdame” con un reto que prevemos mañana.  El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo forman un solo Dios.  Cómo es, esto es incomprensible. Sin embargo, Él está siempre presente para escuchar nuestras oraciones.


El domingo, 23 de mayo de 2021

 

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:16-17.16:12-15)

Hoy termina la primavera.  No importa que todavía estemos a mediados de mayo.  Tampoco es relevante que los argentinos, australianos, y sudafricanos están a mediados del otoño. La primavera se acaba ahora porque es el último día del tiempo pascual.  El Cristo resucitado, la fuente de la vida nueva, cumple el proyecto de su Padre por enviar al Espíritu Santo.  De mañana en adelante tenemos que cumplir el propósito de nuestras vidas bajo el calor del sol.  Eso es, tenemos que servir al Señor en el trajín del mundo para que alcancemos nuestro destino eterno.

Se puede pensar en el Espíritu Santo como un aguacero de la primavera que prepara la tierra para dar fruto.  En la primera lectura el Espíritu equipa a los discípulos para cumplir la tarea de predicar el evangelio.  Es la misma gracia que infunde nuestras almas para concientizar a nuestras familias que conozcan al Señor Jesús.  Desde que hoy celebramos la venida del Espíritu para formar la Iglesia, que consideremos cómo su gracia la ha afectado.  En los Hechos de los Apóstoles cuatro características sobresalen.  No son las marcas de ser una, santa, católica, y apostólica, sino rasgos más palpables.  La Iglesia ha sido conocida desde el principio por la liturgia, la diaconía, la comunidad, y la proclamación del evangelio.

El Espíritu llama a la Iglesia orar como un pueblo unido.  Dice los Hechos de los Apóstoles de la comunidad cristiana primitiva: “Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu y “compartían el pan” en sus casas…” (El “compartir el pan” probablemente refiere a la Eucaristía.)  Seguimos reuniéndonos cada ocho días en la misa para dar homenaje a Dios y pedirle ayuda.  No deberíamos excusarnos de estas reuniones sin una razón seria.  Ni deberíamos asistir en la misa como si fuera un programa de la televisión.  Queremos participar en el diálogo con Dios tan mucho como posible. 

Por el Espíritu somos movidos también a rendir servicio a los demás. Hoy día las posibilidades del servicio, llamados ahora “ministerios”, son enormes.  Algunos de nosotros leen en la misa; otros llevan la Santa Comunión a los internados; todavía otros cuidan a los chiquillos mientras sus padres asisten en la misa.  Hemos visto nuevos ministerios durante el tiempo de Covid.  Aun los voluntarios desinfectando las bancas después de las misas han rendido un servicio significativo. 

Más impresionante aún, la iglesia de los apóstoles destacó relaciones de bondad y caridad.  Los miembros vendieron sus pertenencias y entregaron los ingresos por el bien de todos.  Vivían como hermanos, aunque hubieran conocido a uno a otro por poco tiempo.  Hoy en día los miembros de la comunidad de fe deberían poder contar con los demás como personas de valores.  No solo cualesquiera valores sino aquellos de poner a Dios antes del yo y la caridad antes del interés propio.  En un mundo donde muchos quieren quedarse despegados, la Iglesia debería ser el lugar donde hacemos sacrificios por el bien de los demás.

El papa San Pablo VI escribió que la Iglesia existe para evangelizar; eso es, para predicar a Jesucristo.  Añadió que esta misión no es sólo para los sacerdotes y religiosos sino para todos miembros del cuerpo.  Todos tenemos que mostrar al mundo que siguiendo los modos del Señor Jesús formaremos una sociedad más justa.  Algunos dirán que ya no es aceptable hablar de Dios en público.  Responderemos que siempre se puede demostrar las virtudes cristianas. También queremos añadir: ¿cómo podríamos quedar silenciosos sobre la razón de nuestra existencia?

Los Hechos de los Apóstoles cuenta de un grupo de seguidores de Cristo que nunca oyeron del Espíritu Santo.  Los eruditos se preguntan: ¿Quiénes pueden ser estas personas?  No importa mucho su pregunta.  La realidad preocupante es que la Iglesia en algunas partes hoy en día no ha experimentado el efecto del Espíritu.  Es como ir al frío del invierno al calor del verano sin pasar la frescura de la primavera.  Sin embargo, el Espíritu Santo ha llegado hoy para refrescar nuestra comunidad. Su propósito es rendirla más como Cristo resucitado, la fuente de la vida.

El domingo, 16 de mayo de 2021

 LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Efesios 4:1-13; Marcos 16:15-20)

Hace un año hubo muchas manifestaciones después el asesinato de George Floyd.  En medio del alboroto el jefe policial de una ciudad sureña hizo un reto al público. Preguntó: ¿cuándo mostrarán la preocupación por los homicidios que ocurren en sus propios barrios?  El jefe, un afroamericano, tenía en mente a los centenares de familias de la ciudad que cada año pierden a un miembro por la violencia.  Desgraciadamente, a menudo nosotros humanos nos emocionamos sobre los asuntos políticos tal como manifestaciones mientras desconocemos los cotidianos.  Los discípulos de Jesús hacen este tipo de error en la primera lectura. 

Jesús está dejando a sus discípulos para que se reúna con Dios, su Padre.  Desde el cielo enviará al Espíritu Santo para capacitarlos a ellos relatar al mundo su mensaje.  Sin embargo, ellos en lugar de enfocarse en esta tarea retadora le preguntan sobre la política.  Dicen: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”  Por decir esto, tienen en mente el reino de David que incluía la tierra de Israel y los territorios alrededores.  Su preocupación se palidece, al menos en la perspectiva grande, en comparación de lo que les propone Jesús.

Jesús ha sembrado las semillas de un proyecto que cubrirá el mundo entero.  Predicó el Reino de Dios por anunciar su perdón y amor.  Entonces regó el proyecto con su sangre para que tomara raíz en sus discípulos. Ahora después su resurrección manda a sus discípulos que propaguen el mensaje hasta los rincones de la tierra. Han de anunciar el amor de Dios y el resultante perdón de pecados a todos.  Proclamarán a Jesús mismo, la misericordia encarnada de Dios, cuya muerte compensó los pecados de todos.

Entonces Jesús asciende al cielo.  Deja a los misioneros con ojos fijados en las nubes.  A lo mejor se están preguntando: ¿cómo vamos a cumplir la misión sin la guía del maestro?  Pero para ayudarles con la misión ha ascendido.  La ascensión de Jesús cumple tres objetivos.  Primero, coloca a él en la derecha de Dios Padre para indicar que tiene el poder para lograr maravillas.  El evangelio cuenta de estas cuando dice que sus apóstoles hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes, beberán venenos, y sanarán a enfermos.  Segundo, de su posición encima de todo enviará al Espíritu Santo.  Los apóstoles se encenderán para predicar el evangelio en tiempo y destiempo.  Sin el Espíritu la evangelización, como el bailar sin música, no durará mucho.  Tercero, Jesús va a abrir un espacio para el cuerpo humano donde había solo fragancias espirituales.  Con este espacio físico como su destino se motivarán los misioneros a llevar a cabo su tarea.

La segunda lectura retrata a Pablo predicando a Cristo desde la prisión.  Porque no puede aparecer en público, entrega el mensaje de la salvación por carta.  Nos da ejemplo de que tenemos que hacer.  Hay que evangelizar, pero no todos por predicar del púlpito.  Algunos, aun la mayoría, predican por sus vidas de caridad.  Una persona hace sándwiches para llevarse a los desamparados.  Otra reza el rosario delante de la clínica de aborto.  Otra pone flores en el santuario para crear un espacio de paz para los misioneros.  Otra muestra el cariño a un niño problemático.  Cada uno tiene papel en el proyecto según su capacidad.

Algunos preguntan: ¿Por qué no celebramos la Ascensión en el cuadragésimo día después de la resurrección como dice la primera lectura?  Pero ¿exactamente qué dice la primera lectura: que Jesús ascendió al cuadragésimo día o que estuvo entre sus discípulos unos cuarenta días?  Los cuarenta días son sólo una manera del autor de los Hechos de los Apóstoles para indicar que los discípulos tuvieron un buen rato para conocer a Jesús resucitado.  De todos modos, no vale preocuparnos de esto.  Queremos cumplir la misión que Jesús dejó a nosotros tanto como a los demás de sus seguidores.  Somos para anunciar su amor y perdón desde nuestros barrios a los rincones del mundo.  Somos para anunciar su amor y perdón.

El domingo, 9 de mayo de 2021

SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)

Estos días no sólo jóvenes dicen a sus novias: “Te amo”.  Las madres lo dicen a sus hijos y los esposos a uno a otro.  Los amigos y familiares frecuentemente lo repiten entre sí.  Las palabras traen el sentido de paz y bienestar. Sí puede ser usada tanto la frase que se haga trivializada.  No obstante, aun así proporciona un modo de satisfacción.

Ciertamente el amor entre personas casadas por veinte años o el amor de padres para sus hijos se difiere del amor profano.  El amor profano se asocia con la codicia.  La persona que profesa este amor tiene en mente su propio bien, no aquel del amado.  Sin duda es el caso cuando la persona dice: “Amo chocolate” o aun: “Amo Nueva York”.  También se indica el amor codicioso cuando se habla de “hacer el amor”.  Lo que importa a la persona que “hace amor” es el placer que recibe.  No le hace caso que el acto sea vicioso. 

En la segunda lectura el presbítero Juan hace el comentario intrigante que “Dios es amor”.  Quiere decir que como Dios nos hizo para compartir el bien de su ser, el amor verdadero es la disposición de darse por el bien del otro.  Cuando Jesús manda en el evangelio hoy que amemos los unos a los otros, tiene en mente este tipo de amor.  Se ve este amor en los adultos cuidando a sus padres ancianos.  Durante el confinamiento escuchábamos muchas historias de personas haciendo todas las tareas de sus padres para que no se expusieran al virus. 

Lo que impide este amor de Cristo es “el yo”.  Nos preocupamos de que, si nos involucramos en el servicio por el otro, perderíamos algo precioso a nosotros.  La pérdida podría ser salidas al recreo, la comodidad de tener los días libres, o la paz de mente cuando nos envolvernos en los problemas de otras personas.  Pero hay otra cosa en juego aquí. El yo siempre quiere más.  No se puede satisfacer su deseo para atención y admiración.  En lugar de tratar de colmar el apetito voraz del yo, deberíamos inculcar el primer principio de cristianismo.  El papa San Juan Pablo II dijo que el primer deber del cristiano es aceptar el amor de Dios. Convencidos de su amor, vamos a hacer todo necesario para unir a nosotros mismos con él.  Como Jesús no se cansa de decirnos en este Evangelio de Juan, tenemos que amar a uno a otro para tener la vida eterna.

El padre Henri Nouwen era tal vez el más reconocido escritor de la espiritualidad cristiana de la segunda mitad del siglo pasado.  Escribió montones de libros sobre el acercamiento a Dios.  Sus últimos escritos se enfocaron en la comunidad de jóvenes discapacitados en que vivió. Dijo que el discapacitado que ayudaba todos los días le enseñó una verdad imprescindible: la mente no hace a la persona imagen de Dios sino el corazón que deja la preocupación con sí mismo para darse al otro en el amor.  Por eso, si vamos a vivir según la nobleza de nuestro ser, tenemos que amar como Cristo.

Hoy es el Día de la Madre.  Brindamos a nuestras madres primero por darnos luz.  En esta época de aborto llevar a un bebé al término puede representar gran sacrificio.  Pero aún más las celebramos a nuestras madres hoy por darse a nosotros en el amor por toda nuestra vida.  Esto es el tipo de amor que Jesús quiere que demos a uno a otro.  No vamos a hacerlo a todos con la misma entrega e intensidad que tenemos para nuestras madres.  Pero sí vamos a mostrar la disposición de sacrificarnos por los demás.  Es lo que Jesús hizo por nosotros y lo que él pide qua hagamos por los demás.