Domingo
de Pentecostés
(Hechos
2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:16-17.16:12-15)
Hoy termina
la primavera. No importa que todavía
estemos a mediados de mayo. Tampoco es
relevante que los argentinos, australianos, y sudafricanos están a mediados del
otoño. La primavera se acaba ahora porque es el último día del tiempo
pascual. El Cristo resucitado, la fuente
de la vida nueva, cumple el proyecto de su Padre por enviar al Espíritu
Santo. De mañana en adelante tenemos que
cumplir el propósito de nuestras vidas bajo el calor del sol. Eso es, tenemos que servir al Señor en el
trajín del mundo para que alcancemos nuestro destino eterno.
Se puede
pensar en el Espíritu Santo como un aguacero de la primavera que prepara la
tierra para dar fruto. En la primera
lectura el Espíritu equipa a los discípulos para cumplir la tarea de predicar
el evangelio. Es la misma gracia que
infunde nuestras almas para concientizar a nuestras familias que conozcan al
Señor Jesús. Desde que hoy celebramos la
venida del Espíritu para formar la Iglesia, que consideremos cómo su gracia la
ha afectado. En los Hechos de los
Apóstoles cuatro características sobresalen.
No son las marcas de ser una, santa, católica, y apostólica, sino rasgos
más palpables. La Iglesia ha
sido conocida desde el principio por la liturgia, la diaconía, la comunidad, y
la proclamación del evangelio.
El Espíritu
llama a la Iglesia orar como un pueblo unido.
Dice los Hechos de los Apóstoles de la comunidad cristiana primitiva: “Acudían
diariamente al Templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu y
“compartían el pan” en sus casas…” (El “compartir el pan” probablemente refiere
a la Eucaristía.) Seguimos reuniéndonos cada
ocho días en la misa para dar homenaje a Dios y pedirle ayuda. No deberíamos excusarnos de estas reuniones
sin una razón seria. Ni deberíamos
asistir en la misa como si fuera un programa de la televisión. Queremos participar en el diálogo con Dios tan
mucho como posible.
Por el
Espíritu somos movidos también a rendir servicio a los demás. Hoy día las
posibilidades del servicio, llamados ahora “ministerios”, son enormes. Algunos de nosotros leen en la misa; otros
llevan la Santa Comunión a los internados; todavía otros cuidan a los
chiquillos mientras sus padres asisten en la misa. Hemos visto nuevos ministerios durante el
tiempo de Covid. Aun los voluntarios desinfectando
las bancas después de las misas han rendido un servicio significativo.
Más
impresionante aún, la iglesia de los apóstoles destacó relaciones de bondad y
caridad. Los miembros vendieron sus
pertenencias y entregaron los ingresos por el bien de todos. Vivían como hermanos, aunque hubieran
conocido a uno a otro por poco tiempo. Hoy
en día los miembros de la comunidad de fe deberían poder contar con los demás
como personas de valores. No solo cualesquiera
valores sino aquellos de poner a Dios antes del yo y la caridad antes del
interés propio. En un mundo donde muchos
quieren quedarse despegados, la Iglesia debería ser el lugar donde hacemos
sacrificios por el bien de los demás.
El papa San
Pablo VI escribió que la Iglesia existe para evangelizar; eso es, para predicar
a Jesucristo. Añadió que esta misión no
es sólo para los sacerdotes y religiosos sino para todos miembros del cuerpo. Todos tenemos que mostrar al mundo que siguiendo
los modos del Señor Jesús formaremos una sociedad más justa. Algunos dirán que ya no es
aceptable hablar de Dios en público.
Responderemos que siempre se puede demostrar las virtudes cristianas.
También queremos añadir: ¿cómo podríamos quedar silenciosos sobre la razón de nuestra
existencia?
Los Hechos de los Apóstoles cuenta de un grupo de seguidores de Cristo que nunca oyeron del Espíritu Santo. Los eruditos se preguntan: ¿Quiénes pueden ser estas personas? No importa mucho su pregunta. La realidad preocupante es que la Iglesia en algunas partes hoy en día no ha experimentado el efecto del Espíritu. Es como ir al frío del invierno al calor del verano sin pasar la frescura de la primavera. Sin embargo, el Espíritu Santo ha llegado hoy para refrescar nuestra comunidad. Su propósito es rendirla más como Cristo resucitado, la fuente de la vida.
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