Homilía para el domingo, 28 de diciembre de 2008

La Sagrada Familia de Jesús, María, y José

(Génesis 15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22-40)

La mujer parecía relativamente joven. Por su paso rápido se diría que sólo tenía cincuenta años. Pero a lo mejor tenía más que sesenta. Era madre de diecisiete hijos. Sí, es un número increíble para el día de hoy. No obstante, se destacó su vida aún más por otro hecho de su familia. Cada domingo en la noche sus hijos llegan a su casa con los nietos para rezar juntos el rosario. Dice la mujer que todos los jóvenes no vienen todos los domingos sino cuando puedan. Vemos este género de piedad en el evangelio ahora.

María y José cumplen los preceptos de la ley en cuanto al nacimiento de su hijo. Lo llevan al Templo para presentarlo al Señor en el tiempo indicado. Con este acto la sagrada familia provee un patrón para toda familia católica. Nosotros acudimos a la iglesia para el bautismo de nuestros niños. Es cierto que las familias latinas -- sean mexicanas, colombianas, o de otro origen -- son muy cumplidas en este menester. Las clases bautismales son tan llenas de los padres y padrinos que los párrocos pregunten a dónde se esconden después del rito.

Sin embargo, Jesús -- el bebé que Simeón toma en sus brazos -- nos llamará a un compromiso más allá que bautizar a nuestros niños. Como “luz . . . a las naciones” él nos guiará a una santidad conocida por el amor abnegado. A veces vemos este amor en los hermanos mayores que aplazan al matrimonio para educar a los hermanos menores. Otras veces percibimos este compromiso en los padres que dejan su deseo para nietos para apoyar la vocación religiosa de un hijo o hija.

Con una percepción profética Simeón nota en el niño más que un varón justo. No será sólo la medida de buena conducta sino también el revelador del interior de los hombres y mujeres. Como la cuestión de la pena de muerte, él provocará una reacción fuerte o en pro o en contra de él. Lo miramos colgando en la cruz. ¿Qué piensa de una tal muerte? ¿Es heroica o sólo es una forma distorsionada de auto-satisfacción como decían los filósofos modernos de cualquier acto de bondad? A lo mejor aclamamos la entrega de Jesús porque nuestros padres nos educaron así. Y no sólo con palabras. Más bien, fueron nuestros padres llevándonos al orfanato para repartir regalitos o nuestras madres dándoles de cómo los pobres de las calles que nos hizo valorar el sacrificio de Jesús. De esta manera la familia se hace el evangelizador principal.

Pero no siempre. En algunas casas los padres desmienten verdaderos valores cristianos. Enseñan a los hijos que la vida es como un concurso cuyo objetivo es obtener la casa más grande, el carro más lujoso, y el empleo más lucrativo posible. A veces percibimos esta perspectiva cerca el árbol navideño en el repartir de regalos. Niños agarran los presentes como si fueran adictos en búsqueda de heroína. Si no reciben algo que esperaban, gimen como bebés no alimentados. De algún modo tenemos que exponer la falsedad de este tipo de comportamiento. Tenemos que mostrar a nuestros niños que estamos en la tierra para servir al Señor, no para satisfacer nuestros antojitos. En el evangelio ni María está eximida de esta prueba. Simeón le dice a ella que una espada atravesará su corazón. Estas palabras enigmáticas significan que ella también estará juzgada por seguir o no seguir la luz a las naciones.

Una vez apareció en la portada de una tarjeta navideña Jesús colgando en la cruz. Dijo adentro, “Feliz Navidad.” ¿Una abominación o, quizás, un chiste? Apenas. Más bien nos instruye el significado del nacimiento de Jesús. No vino a nosotros para satisfacer sus antojitos. Más bien, llegó para servir a Dios por su entrega por nosotros. Esto es lo que nos hace su nacimiento tan feliz. Su cruz nos hace su nacimiento feliz.

Homilía para el domingo, 21 de diciembre de 2008

Homilía para el IV Domingo de Adviento

(II Samuel 7:1-5.8-12.14.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

El rey David está decidido a construir una casa para Dios. Se ha instalado en su palacio de cedro. “¿Te has dado cuenta – David pregunta al profeta Natán – que…el arca de Dios sigue alojado en una tienda de campaña?” Parece como un acto de gran piedad como el millonario que he construido una nueva universidad católica en Florida. Pero, más probable, David quiere adelantar sus propios intereses. En este tiempo el estado de Israel todavía está formándose de la federación débil del período de los jueces. David necesita consolidar su base de poder para que todas las tribus de Israel se sometan a él. Su plan es traer el arca a Jerusalén, la ciudad que acaba a conquistar. Entonces, proyecta hacer un templo para el arca que atraerá peregrinos de todas las tribus. En fin, para los ojos de todos él se hará el juez de jueces, el indiscutido líder de los israelitas.

¿Una estrategia astuta, no? Pero no es muy distinta de los modos que nosotros usamos para imponer nuestra voluntad. ¿Jamás hemos “hecho una aparición” en lugar de participar en el evento de verdad para impresionar a los demás? O, posiblemente, hemos retenido algo que la otra persona necesita hasta que nos dé lo que queramos como el supervisor que sólo aprobará el aumento del trabajador si él no reporta sus errores. O hemos hecho al otro sentir la vergüenza si no cede a nuestras exigencias como los padres que tratan a manipular a sus hijos pasar con ellos todos los días de fiesta. No es necesariamente malo decir a los niños que tienen que obedecer para recibir regalos navideños. Pero, sí, es pecado decirles a mentir para sacarnos de una situación inconveniente.

Por supuesto, Dios sabe la duplicidad del corazón humano. Es como la madre que siente olor de tobaco en el aliento de su hija adolescente y le prohíbe de asociar más con sus amigas. Por eso, Cristo nos ha dejado el Sacramento de Reconciliación para enmendar nuestros vicios. Realmente nos cuesta escrudiñar nuestros corazones para la corrupción, ir a la iglesia por las horas indicadas, confesar al otro ser humano que no somos tan buenos como parezcamos, y hacer la penitencia que él decida apropiada. Tal vez sintamos tan molestos como David debe sentir cuando Dios lo informa que no es de él a construir el templo.

En contraste a David podemos mirar hacia María en el pasaje evangélico de hoy. Podemos nombrar tres virtudes indudables en su comportamiento. Primero, ella es humilde. Se preocupa cuando oye las palabras “llena de gracia” dirigidas a ella. Evidentemente su desconcierto resulta del hecho que, como llena de gracia, ella no se piensa en sí misma así. Segundo, es inocente. No hace fantasías en tener relaciones ilícitas para realizar lo que se le dice. Piensa sólo en vivir rectamente en conformidad con la ley de Dios. Finalmente, es sumisa a la voluntad de Dios. De hecho, se describe a sí misma como una “esclava” esperando el orden de su señor. En nuestra tradición cristiana Jesús siempre es el dechado de virtud, el modelo que seguimos sobre todo. Sin embargo, reconocemos a María, su madre, como otra persona de corazón puro y digna no sólo de nuestra admiración sino también de nuestra imitación.

Homilía para el Domingo, 14 de diciembre de 2008

Homilía para el III Domingo de Adviento

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Los saludos navideños llegaron en forma de una hoja doblegada en tres. Al abrirla, se ven titulares contando de tragedias y catástrofes. Dicen: “Ocho asesinados en la frontera”; “…matados en la violencia nigeriana”; “…sitio en Bombay”; “109 muertos en inundaciones en Brasil”: “una shock en precios eléctricas.” Pero en las letras más ennegrecidas es la proclamación del evangelio de la misa navideña: “No teman. Vengo para proclamarte buenas noticias, de mucha alegría.”

¿Quién duda que se necesite un Mesías hoy para entregar el mundo de sus problemas? Sin embargo, no parece posible ubicar nuestra esperanza en un político. Otro titular estos días cuenta del ultraje de un gobernador deseando vender un puesto en el senado bajo su control. Aun el nuevo presidente, en lo cual los muchos que no creen que el aborto es el crimen más pernicioso de nuestros tiempos ponen sus esperanzas, no podrá resolver las contiendas más tenaces. Tampoco tenemos ilusiones por los financieros y los capitanes de industria. La falla del sistema económica ha mostrado sus faltas. No, como Juan desconoce que él es el Mesías en el evangelio hoy, sabemos nosotros que ningún político y ningún rico es quien va a salvarnos. Los problemas son tan enraizados, las enfermedades tan cancerosas, que el Mesías tendrá que ser como un gran médico que puede remediar el mundo desde adentro.

El profeta Isaías describe este doctor del planeta como el que es ungido para curar a los de corazón quebrantado. Nosotros lo vemos en Jesús de Nazaret. No solamente curó a muchos enfermos en su tiempo sino también ha dejado una herencia de sanación. Sus palabras nos interrogan como rayos equis produciendo la diagnosis de la codicia. Sí, nuestros corazones son infectados con el deseo a dominar al otro por su propio placer, a tener toda la plata necesaria para vivir con la comodidad absoluta, y a mantener el prestigio de ser “buena gente” aún si no lo somos. También Jesús nos ha dejado el remedio. Nos inyecta con el Espíritu Santo para limpiar nuestros corazones de todo su escarnio.

Entonces ¿crearemos un mundo perfecto, una utopia donde todos vivan en el amor? Desgraciadamente no podemos ni esperarlo. Con ojos abiertos tenemos que reconocer tan extensiva es la enfermedad y tan fuerte es el cáncer que no se pueda erradicarlo en la historia. Sólo podemos permitir que el Espíritu domine a nuestras voluntades de modo que formemos una comunidad que dé testimonio a Jesús. Entonces por nuestra atención a los pobres, por nuestro cuidado del uno y otro, y por nuestra confianza en Dios otros van a unirse con nosotros. Resultará en una sociedad un poco más justa y un mundo un poco más habitable.

Homilía para el Domingo, 7 de diciembre de 2008

El II Domingo de Adviento

(Isaías 40:1-5.9-11; II Pedro 3:8-14; Marcos 1:1-8)

Parece extraño utilizar el Evangelio según San Marcos durante Adviento. Es como celebrar la Navidad con conejitos morados y amarillos. Pues, Marcos no relata nada del nacimiento de Jesús. Sin embargo, tenemos que recordar el propósito de Adviento. Es para contarnos de las dos venidas de Cristo – una como humano parecido a nosotros y otra como el rey eterno para juzgarnos. Ciertamente lo más significante de Jesús no ocurre en el principio de su vida sino cuando la termina. Si no vemos en los pañuelos a el que va a crucificarse por nosotros, no hemos entendido bien la historia. Otro modo de entender esto es decir que la Navidad tiene que ver con mucho más que el milagro de la vida natural, tanto maravilloso que sea. Siempre toca el inesperable don de la vida eterna en que Dios se demuestra más creativo que nuestra imaginación. Se puede decir con razón: si no vemos la conexión entre la madera del pesebre y la madera de la cruz, estamos espiritualmente ciegos.

Sin duda Juan reconoce el valor de el que viene detrás de él. Dice que él mismo sólo bautiza con agua pero el que viene bautizará con el Espíritu Santo. La diferencia es algo semejante a la diferencia entre el equipo de fútbol de la esquela secundaria fulano y los Vaqueros de Dallas. El bautismo con agua significa el deseo para vivir de nuevo. Las acciones de Jesús – el curar de enfermos, el expulsar de demonios, el dar de comer a los hambrientos – inauguran la vida nueva.

Curiosamente Juan en el Evangelio según San Marcos no sabe exactamente quien es que mostrará el poder del Espíritu Santo. No dice, “Su nombre es Jesús de Nazaret.” Mucha gente actualmente está en una situación opuesta. Sabe de Jesús de Nazaret, pero no viven como si él verdaderamente les suelta al Espíritu Santo. Aún si se identifican con Jesús por llamarse “cristianos,” no practican sus enseñanzas ni le dan el culto. Jesús les sirve por la mayor parte como un estandarte cultural. Les da pretexto para inundar a sus niños con regalos y para festejar por casi un mes entero al fin del año. Pero tiene muy poca transcendencia en sus vidas cotidianas.

Nuestra aceptación de Jesús como el que murió por nosotros en la cruz y como el que nos suelta al Espíritu Santo debería influenciar nuestra celebración de la Navidad. Sí, damos regalos a los niños en honor de Jesús, pero también nos damos cuenta de que él ha dicho que pongamos el tesoro en el cielo por buenas obras y no en la tierra por un montón de juguetes. Sí, festejamos el nacimiento del Salvador, pero también nos damos cuenta que el vino puede confundir la mente a hacer lo destructivo. Sí, visitamos las casas de amigos y parientes en este tiempo, pero nos damos cuenta que el que celebramos también nos llama juntos para adorarlo como una comunidad de fe.

Homilía para el domingo, 30 de noviembre de 2008

El Primer Domingo de Adviento

(Isaías 63:16b-17.64:1.3b-8; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37)

¿Deberíamos decir “Feliz Navidad” o “Felices Días de Fiesta”? Dentro de poco vamos a renovar esa riña entre los conservadores y los secularistas. Por ahora nosotros tenemos que enfrentar una cuestión más al fondo. Más de pensar en cómo mantener a Cristo en la Navidad, tenemos que pensar en cómo poner a Cristo en el Adviento. Por años el Adviento ha sido mayormente el tiempo de compras navideñas. Sin embrago, como indica el evangelio hoy, es el tiempo más tajante para ver el horizonte por signos de Cristo. Él prometió a volver a su pueblo, pero hasta ahora no ha ocurrido su regreso en manera definitiva.

En verdad, la comunidad de fe espera a Cristo siete días por semana, tres cientos sesenta cinco días por año. Eso es, vive para el tiempo en que Cristo vendrá para vindicar sus esfuerzos de la justicia. Realmente no es fácil ser cristiano en este mundo con valores distorsionados. Donde los otros anhelan el sexo por el placer, la comunidad de fe reconoce el acto sexual como modo de profundizar la relación entre los casados y de llenar la tierra con su prole. Donde los otros codician el dinero para estar sumamente cómodos, la comunidad de fe lo busca como el medio para asegurar una vida digna. Donde los otros se aprovechan de la fuerza para dominar a los demás, la comunidad de fe la ve como el último recurso para mantener la paz. Cuando Cristo venga, él va a mostrar cómo la comunidad de fe, ahora sufrida y burlada, ha tenido la razón.

No sabemos por seguro pero a lo mejor Cristo no regresará en persona este año. Quizás sea mejor así. Muchos pueblos no han tenido la oportunidad de escuchar su mensaje de paz y justicia. También, cada uno de nosotros tiene a seres queridos que andan descarriados. Si él va a llamar a la vida eterna sólo a aquellas personas que cumplan con su ley de amor, todos estos se privarán de la felicidad. Una cosa por añadidura: el gran humanista ruso Aleksandr Soljenitsyn escribió: “…la línea separando lo bueno y lo malo no pasa por los estados, ni por las clases, ni siquiera por los partidos políticos sino por cada corazón humano.” Sí, posiblemente sea mejor que Cristo no venga ahora para que nosotros mismos tengamos tiempo para arrepentirnos de los modos errantes.

Aunque no venga este año en carne y sangre, es cierto que Cristo se nos presentará en sacramento y símbolos. Vendrá particularmente en la misa de Navidad, sea la misa de gallo o durante el día. Entonces podemos recibir su cuerpo y su sangre para reforzarnos en la lucha contra el mal. También vendrá en la generosidad que encontramos muy seguido al fin del año. Aunque a veces se destruye el significado de la Navidad por los excesos del tiempo, todavía vislumbramos a Cristo en la gente tratando de complacer los unos a los otros. Por último, los cielos dan huellas de Cristo por el triunfo de la luz del día sobre las tinieblas. Esto es en el norte. En el hemisferio sureño, la gente puede ver a Cristo en el milagro de las frutas del campo madurándose. Es cierto de una manera u otra Jesús vendrá.

Homilía para el domingo, 23 de noviembre de 2008

La Solemnidad del Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Ezequiel 34:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)

El gran escritor espiritual ruso, Feodor Dostoievski, en su obra maestra Los hermanos Karamazov cuenta de un hecho de caridad. Dice que una vez existió una campesina tan mala que cuando murió, los diablos la echaron en un lago de fuego. Sin embargo, su ángel custodio intercedió por ella antes el Altísimo diciéndole que una vez ella regaló una cebolla a una mendiga. Dios tuvo compasión de la mujer por decir al ángel que él pudiera arrancarla del fuego con la cebolla que ella dio a la mendiga. El ángel hizo lo que le sugirió el Señor. Le extendió la cebolla a la mujer que la agarró. Al ver a ella saliendo del lago, los otros pecadores la aferraron para que también ellos escaparan del suplicio. Ella comenzó a patear a sus compañeros gritando, “Soy yo para ser salvada de este lago, no ustedes. Fue mi cebolla, no la suya.” Entonces, la cebolla rompió y ella se cayó de nuevo al lago de fuego.

Este cuento nos hace cuestionar el evangelio de la misa hoy. Nos preguntamos: ¿Es suficiente un acto de misericordia para ganar entrada al reino de los cielos? O ¿es que uno tiene que socorrer a otras personas regularmente? O posiblemente ¿la misericordia tiene que ser una disposición de la vida? Evidentemente Dostoievski pensaba que un solo acto no sería adecuado para ganar las tendencias al egoísmo que el humano ampara en su corazón. Es cierto; uno tiene que actuar con la misericordia habitualmente de modo que se vuelva una condición del espíritu. Así, la persona es bondadosa no sólo a un necesitado sino a todos, no sólo una vez sino siempre aún cuando le cuesta.

En el principio de este Evangelio según San Mateo Jesús dijo a sus discípulos: “Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.” Ahora con esta vislumbre del juicio final podemos ver más claramente lo que el Señor quería decir en la primera bienaventuranza. Los pobres del espíritu no son simplemente aquellas personas con un mínimo de recursos. Más bien, son aquellas con la disposición de reconocer a Jesús en los más necesitados y compartir con ellos lo poco que tienen en consecuencia. Es la disposición de la mujer que llevaba comida a los desamparados en un refugio por años con su marido. Ahora, a pesar de la muerte de él y del hecho que ya se ha puesto anciana, ella sigue yendo al refugio una vez por semana. Podemos decir con alguna certeza que cuando venga, el Señor va a dirigirla pronto a la entrada del reino.

¿Cómo podemos superar las tendencias a la apatía, el egoísmo, y la codicia que nos impiden compartir nuestros recursos? En primer lugar tenemos que reconocer cómo todo lo que tenemos no es propiamente de nosotros sino de Dios. Dios sólo se nos ha encomendado para que nosotros los proporcionemos a otros con la justicia. En segundo lugar tenemos que desarrollar el hábito de socorrer a los demás. Unos visitan a los prisioneros cada ocho días como una prioridad de sus vidas. Otros proporcionan una cantidad sustanciosa de sus ingresos para mitigar las necesidades de los pobres. Finalmente, tenemos que orar constantemente que Cristo comparta su Espíritu del amor con nosotros. La apatía, el egoísmo, y la codicia son vicios imponentes. Vencerlos completamente no es trabajo propiamente humano. Más bien, para lograrlo nos hace falta la mano de Dios.

Homilía para el Domingo, 16 de noviembre de 2008

Homilía para el XXXIII Domingo Ordinario, 16 de noviembre de 2008

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; I Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

En el año 1995 el papa Juan Pablo II envió una carta a todas las mujeres del mundo. En ella él expuso su alto aprecio y profunda gratitud por ellas. Escribió: “Te doy gracias, mujer-madre.... Te doy gracias, mujer-esposa…. Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana…. Te doy gracias, mujer-trabajadora…. Te doy gracias, mujer-consagrada.... Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer!” En la carta el papa dio eco al homenaje de mujeres que escuchamos en la primera lectura hoy.

El libro de los Proverbios concluye con un poema acróstico. Sabemos lo que es un acróstico, ¿no? M es por sus manos que transforman la casa en un hogar; u es por la unión firme que haces del matrimonio; j es por el júbilo que traes a todo miembro de la familia; etcétera. Pero en el caso del libro de los Proverbios, el acróstico no deletrea “mujer” sino utiliza todas las letras del alfabeto hebreo para describir la mujer perfecta. Esta alabanza difiere mucho del mínimo respeto hacia las mujeres en la historia antigua. Aún en el Antiguo Testamento por la mayor parte se consideran mujeres como propiedad de sus maridos. Es cierto que en la creación Eva disfruta la igualdad con Adán. Sin embargo porque se rindió a la tentación de la serpiente, se hizo subordinada a su esposo.

En contraste, Jesús trata a mujeres con una sensibilidad notable. Sana la hemorragia de la mujer que la sufría doce años. Visita la casa de dos hermanas y permite que un grupo de mujeres acompañe a él y los doce apóstoles. Más significativamente, Jesús restaura la igualdad a la mujer cuando proclama que en el matrimonio el hombre y la mujer se hacen una sola carne de modo que ninguno de los dos tenga el derecho del divorcio. Por eso San Pablo escribirá que en Cristo “…no se hace diferencia entre hombre y mujer…”

Es sólo una lastima que hombres cristianos han explotado a las mujeres a través de los siglos. En la casa han mirado a las mujeres como objetos de deseo y han descontado sus muchas y variadas capacidades. En el trabajo han pagado a mujeres menos que a los hombres y a menudo han exigido más labor que era justa. La lista de abusos suplica la reconciliación. En su carta del 1995 el papa Juan Pablo atentó lograrla. Por los pecados contra mujeres a través de los siglos cuyas responsabilidades pertenecen a los hijos de la Iglesia, él dijo claramente, “Lo siento sinceramente.” Si me permiten, quisiera reiterar la disculpa del nuestro querido papa antiguo. Para todas las mujeres que han sido ofendidas por la dureza y malicia de sacerdotes, lo siento mucho.

Posiblemente algunas personas se pregunten, ¿por qué la Iglesia no trata de remediar sus errores del pasado por ordenar a mujeres sacerdotes? Una vez más, el papa Juan Pablo nos guió con la respuesta. La Iglesia no puede ordenar a mujeres sacerdotes porque Jesús, el protagonista de mujeres más seguro, no pensó que sería sabio hacerlo. Por razón de sus característicos femeninos las mujeres no pueden hacerse iconos de Cristo, el esposo de la Iglesia. Sin embargo, por la misma femineidad las mujeres pueden ser imágenes de la Iglesia, la esposa de Cristo y madre de creyentes. Vemos esto constantemente, consistentemente, y compasivamente. Por eso quisiera hacer una declaración final. De parte de toda la Iglesia a cada mujer aquí presente: Te doy gracias por su amor abnegado.

Homilía para el Domingo, 9 de noviembre de 2008

La Dedicación de la Basílica de Letrán

(Juan 2:13-22)

Comúnmente pensamos en la Basílica de San Pedro en Roma como la iglesia del papa. Sin embargo, por mil años los papas oficiaban en otro templo primeramente llamado El Salvador y, después de una reconstrucción en el décimo siglo, la Basílica de San Juan Bautista. Porque queda en la propiedad de la antigua familia romana, Letrán, se conoce ahora como la Basílica de Letrán. Todavía se llama esta basílica “la iglesia del papa,” y ahora celebramos el aniversario de su dedicación.

De una manera es curioso que llamamos atención a una construcción de piedra. Pues, el evangelio hoy nos enseña que el propio cuerpo de Jesús es el templo por medio de lo cual se ofrece el único sacrificio agradable a Dios. Actualmente encontramos su cuerpo en la Eucaristía que se puede confeccionar tanto en el campo de batalla como en una catedral. Desde que los discípulos de Jesús se hacen miembros de su cuerpo por el Bautismo, se identifican ellos mismos con la iglesia. De hecho, San Pablo en la segunda lectura hoy llama la comunidad de fe en Corinto “el templo de Dios.” Con todo este énfasis en la Iglesia como el cuerpo de Cristo, se cuestiona si valen las construcciones.

Claro que sí. Después de todo, nosotros cristianos no son puros espíritus. Necesitamos abrigo del sol del día y del frío de la noche cuando nos congregamos. Por eso, en el principio las varias comunidades de fe se congregaban en casas particulares para ofrecer la eucaristía. Y cuando los números de cristianos crecieron, las comunidades necesitaban estructuras más amplias para sus asambleas.

Hay otra razón para las construcciones tan significativa como la protección de los elementos. Por su magnificencia y belleza las estructuras nos ayudan orar. En abril cuando visitaba la catedral de San Patricio en Nueva York, el papa Benedicto comentó acerca de los vitrales de la estructura. Dijo que desde afuera los vitrales parecen oscuros aún sombríos pero adentro se hacen vivos, reflejando la luz que los atraviesa. Del mismo modo desde afuera, la Iglesia parece difícil aceptar, restringiendo la libertad del individuo. Sólo desde el interior se puede conocer la Iglesia como inundada con la gracia y resplandeciente con gente buena. También, los diferentes aspectos del edificio nos recuerdan de Dios, sean los arcos que apuntan el cielo, las velas que emiten luz y calor, o las imágenes que muestran los personajes y los eventos de nuestra salvación.

Raras veces durante el año la Iglesia celebra el aniversario de la dedicación de una iglesia. Por eso, podemos contar esta fiesta de la Dedicación de la Basílica Letrán como representativa de las dedicaciones de todas otras iglesias de Catolicismo. Ahora damos gracias a Dios especialmente por las construcciones que nos nutren en la fe, y también por los hombres y mujeres que han trabajado para construir estos testimonios de la fe. Aún más, le damos gracias por su hijo Jesucristo que nos hace posible ofrecer el único sacrificio agradable para que tengamos el destino del cielo.

Homilía para el Domingo, 2 de noviembre de 2008

La Solemnidad de Todos Fieles Difuntos, 2 de noviembre de 2008

(Juan 6:37-40)

Ahora en noviembre los vientos fríos han comenzado a soplar, al menos en las tierras norteñas. Los árboles se han deshojado dejando los campos desnudos de gloria. La muerte está en el aire, y algunos la sienten en sus huesos. No tienen la energía como antes para trabajar todo el día y divertirse muy noche. Muchos conocidos de tiempos pasados – parientes, maestros, aún compañeros – han partido de la tierra. Además el mundo contemporáneo con sus miles de invenciones les deja perdidos como si se levantaran en la mañana en un país lejano y exótico. Para esta gente la muerte no parece mal.

De hecho, para ellos la muerte se ha hecho el justo fin para un partido bien jugado. Han vivido por la mayor parte por sí mismos dándose poco y tomando bastante. Han criado familia y han tenido empleos con algún éxito. Sin embargo, no han dejado sus caprichos – sean grandes como tener a otra mujer (u otro hombre) o pequeños como echar mentiras para evitar conflictos. Sienten orgullosos porque, como dice la canción, han hecho todo “en mi propio modo.” Aún la religión se les volvió en una manera de expresar el yo observando sólo las costumbres que les convienen.

En el evangelio Jesús nos propone un alternativo modo de vivir. No hacemos lo que queramos nosotros sino lo que quiere él. Ponemos el bien de los demás, particularmente de nuestras familias, antes nuestra comodidad. Siempre decimos la verdad porque él es la Verdad que nos hace libres. Nos hacemos discípulos de Jesús, y como suyos, Jesús nos ofrece otro destino. Nuestra vida no tendrá fin como un partido de fútbol pero seguirá el sendero de su resurrección. Nos cuesta contemplar este propósito pero tiene que ver con un reino sin penas ni lágrimas. En este reino encontraremos la felicidad de una fiesta con comidas exquisitas, vinos finos, y música alegre.

Rezamos ahora en el Día de los Fieles Difuntos por aquellas personas que hayan muerto sin haber elegido definitivamente a Jesús. Ciertamente esta porción de la humanidad embarca a nuestros conocidos con quienes queremos compartir la alegría que Jesús ha proporcionado para los suyos. En primer lugar, levantamos nuestras voces por nuestros familiares y amigos. Pero no olvidamos a los extranjeros y desconocidos. De hecho, porque queremos ser completamente de Jesús, nuestras oraciones incluyen súplicas por nuestros enemigos. De esta manera, Jesús nos reconocerá como suyos. De esta manera, entraremos en su fiesta.

Homilía para el Domingo, 26 de octubre de 2008

El XXX Domingo Ordinario

(Éxodo 22:20-26)

El hombre habló con toda seriedad. Dijo que estaba agradecido que no vivió en el tiempo del Antiguo Testamento porque no podía aguantar un Dios vengativo. Escuchando la blasfemia, el predicador se estremeció como si fuera un micrófono mal ajustado. “No, Señor,” quería decirle, “Dios siempre es amoroso; es nuestro aprecio de Su bondad que cambia.” En la primera lectura hoy el libro de Éxodo muestra el extenso de esta bondad.

Dios cuida no sólo a los ricos que pueden ofrecerle sacrificios de bueyes sino también a los más necesitados. Él manda a Su pueblo en la lectura, “’No hagas sufrir ni oprimas al extranjero…” Se preocupa por el extranjero porque vive lejos de su patria sin familia a mano para socorrerlo en necesidad.

Ahora en la edad de la globalización extranjeros de tierras pobres están entrando los países ricos a través del mundo. Muchos de estos inmigrantes no tienen el permiso de los gobiernos anfitriones a quedarse. ¿No es que este mandamiento nos exija a tratar a los extranjeros como personas de dignidad? Claro que sí. No deben estar explotados por su trabajo, mucho menos por favores sexuales que a veces los patrones exigen. Los obispos de los Estados Unidos recomiendan que se les de la posibilidad de obtener la ciudadanía. Es una cuestión complicada, pero es cierto que como personas humanas los extranjeros no deben estar tirados del país como llantas gastadas a la baldía.

El Señor también advierte a Su pueblo acerca de la usura. Eso es, la práctica de aprovecharse de la extrema necesidad de los pobres por prestarles dinero a tasas muy altas. Recientemente ha aparecido una forma de usura particularmente dañina. Los bancos han prestado dinero por comprar casas a personas que no tienen mucha posibilidad de repagarlo. Esta irresponsabilidad ha resultado en la ejecución de tantas hipotecas que se haya puesto en precaria toda la economía. Por lo tanto, Dios que ama a todos y quiere una sociedad próspera desfavorece este tipo de préstamo.

El amor de Dios no ha cambiado del tiempo de la Alianza Antigua al tiempo de la Alianza Nueva. Sin embargo, podemos decir que Su amor se nos ha acercado explícitamente con Jesucristo. El vino al mundo para llenar nuestros corazones con la gracia del Espíritu Santo. Ahora más que nunca podemos tratar a los pobres y extranjeros con la justicia. Ahora más que nunca podemos ver a nosotros mismos como Su pueblo destinado a Su gloria.

Homilía para el Domingo, 19 de octubre de 2008

Homilía para el XXIX Domingo Ordinario, 19 de octubre de 2008

(Mateo 22:15-21)

Cuando Jesús enviaba a sus discípulos a predicar, les dio algún consejo. Dijo, “Sean…sagaces como serpientes, y sencillos como palomas.” En el evangelio ahora, vemos a Jesús poniendo en práctica aquellas palabras.

La junta de los fariseos con partidarios de Herodes presagia problemas por Jesús. Es una alianza tan rara como una de leones y hienas. Las palabras de la conspiración tienen un matiz venenoso. Cuando dicen, “…sabemos que eres sincero y enseñas de verdad,” la doblez gotea como agua de un vaso de hielo. Entonces, le preguntan al Señor acerca del tributo odiado del César.

Jesús se percata del peligro enseguida. No responde a sus adversarios con semejante doblez sino sencilla y directamente. “Hipócritas,” los llama con nadie atreviéndose a corregirle. Entonces, Jesús muestra la sagacidad. Les pide a ellos la moneda para pagar el tributo. El hecho que él no la lleva indica a todos que él no tiene nada que ver con el impuesto. Cuando manda, “Den…a César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios,” Jesús elude la trampa. Porque no explica lo que es del César y lo que es de Dios, no crea el sospecho ni del pueblo ni de las autoridades. Entretanto, los Fariseos y los Herodianos tienen que aclarar el porqué de su llevar la moneda del tributo.

Nos quedamos hasta hoy con la pregunta, ¿qué es de César y qué es de Dios? Las respuestas realmente no son difíciles, al menos a nombrar. A César, eso es, al estado, nuestro deber incluye la obediencia de leyes, el pago de impuestos, la participación en la defensa de la nación, y la votación.

A Dios debemos todo porque Él nos ha dado la vida y todo que tenemos. Referente a los deberes al estado, por Dios los cumplimos no sólo con el acatamiento sino también con el esmero. Obedecemos las leyes dándonos cuenta que la sociedad requiere el orden. Pagamos los impuestos concientes de que sin nuestra cooperación el presente está disminuido y el futuro está en precaria. Defendemos la nación pero sin ninguna pretensión de hacer daño no necesario ni de aprovecharnos del uso de las armas. Y votamos con la conciencia siempre cuestionando cuál candidato o cuál ley es más beneficioso para toda la sociedad, especialmente a los más vulnerables.

Homilía para el Domingo, 12 de octubre de 2008

El XXVIII Domingo Ordinario

(Mateo 22:1-14)

Al medio del mercado en Nairobi, Kenia, se vende ropa. Aunque los vestidos, camisas, y pantalones son de calidad, se dan por precios rebajados. De hecho, los precios son tan baratos que están llevando a la bancarrota la industria de prendas de vestir en el país. La ropa que se vende en el mercado es usada, eso es, de segunda mano, pero lleva marcas como Nike y Levis. Este fenómeno de vender ropa usada por precios cómodos se duplica en todas partes.

Cuando escuchamos la historia del convidado sin traje de fiesta, no debemos preocuparnos que él no tiene nada buena de ponerse. Tanto como hay buena ropa disponible a todos en el mundo actual, también el convidado de la parábola puede conseguirla. Pero no quiere hacerlo. Prefiere entrar la fiesta como le dé la gana aunque le muestra la falta de respeto al anfitrión. Jesús condena esta actitud desafiante.

Sin embargo, el propósito de Jesús no es criticar la mala etiqueta de algunos tunantes. No, hay una cuestión más al fondo aquí. Por hablar del traje de fiesta en el banquete de boda Jesús significa que los convidados al banquete celestial tienen que llevar consigo obras buenas. Como en el mundo a menudo se reconoce la persona por la ropa que lleva, en el cielo se reconocerá por sus obras buenas. La mujer que lleva comida a la viuda discapacitada estará tan admirada en el cielo como está ella que lleva vestidos de Calvin Klein en el mundo. El hombre que visita a los prisioneros estará tan respetado en el cielo como está él que lleva zapatos de Gucci en el mundo.

Una obra buena disponible para todos los ciudadanos de los Estados Unidos ahora es votar con la conciencia. Tenemos que elegir a gobernadores y legisladores con el bien común en cuenta, no nuestro propio bien. Queremos líderes con carácter sólido, con la capacidad de efectuar la justicia, y con posturas morales en las cuestiones políticas. Jamás deberíamos seleccionar a candidatos por sólo una cuestión, sea algo tan importante como el cuidado médico o algo tan superficial como un nuevo estadio de fútbol. Sin embargo, tenemos que hacer prioridades entre las cuestiones dando más atención a aquellas que lleva mayor peso.

No existe cuestión política más significativa en nuestro tiempo que el aborto. La política permitiendo el aborto ha causado decenios de millones de muertes en este país. Los victimas son seres humanos completamente inocentes. También, porque se usa el aborto como un tipo de control de natalidad, en muchos casos la tolerancia del aborto fomenta la promiscuidad. Si votamos en las elecciones ahora próximas, tenemos que sopesar mucho la postura de los candidatos en el aborto. Sí, es una consideración aleccionadora. Pero es cierto. Tenemos que sopesar mucho la postura de los candidatos en el aborto.

Homilía para el Domingo, 5 de octubre de 2008

El XXVII Domingo Ordinario

(Mateo 21:33-43)

El propietario planta su viñedo con cuidado. Que hagamos hincapié en “cuidado.” Con tanta fineza Dios ha creado el mundo y todos sus contenidos. Sobre todo, ha demostrado la destreza en formar a los seres humanos. Somos su obra maestra. Si Dios fuera pintor, nosotros seríamos su “Mona Lisa.” Muchos géneros de animales pueden sobrepasar los humanos en correr. Existen bacterias que pueden aguantar temperaturas de centenares de grados. Pero ninguna otra forma de vida puede reflexionar sobre sus logros y fabricar instrumentos para hacerlos más eficaces. Las capacidades de pensar y de utilizar herramientas nos hacen co-creadores con Dios, aunque socios juniores. Somos los viñadores de la parábola del evangelio de hoy a quienes el propietario alquila su viñedo.

Cuando exploramos nuestro dominio, nos quedamos con bocas abiertas. Las aguas rebosan con vida. El aire no sólo provee el respiro sino también lleva el agua a los interiores. Las plantas se arraigan en la tierra para dar de comer a los animales. Dotándonos tan ampliamente, Dios nos espera una cosecha de justicia donde todos humanos crecen sanos y fuertes. Esto es el fruto que el propietario manda a sus criados a recoger.

Desgraciadamente, nuestro producto no siempre alcance la expectativa de Dios. En lugar de conservar los recursos naturales, muchas veces hemos perdido el equilibrio ecológico. Sobrepescamos las aguas. Contaminamos el aire. Y erosionamos la tierra. El papa Juan Pablo II nombró los pecados que están deteriorando el medio ambiente: “…la avidez y el egoísmo, individual y colectivo,” dijo, “son contrarios al orden de la creación…” El papa era entre los defensores del medioambiente que, como los criados de la parábola, están desdeñados si no perseguidos. Aunque muchos están por el medioambiente con palabras, pocos se incomodan para rebajar las amenazas.

Tal pereza asesinó a Jesús que había venido al mundo para restaurar la paz entre la tierra y la humanidad tanto como entre las razas y entre las clases. Nosotros creemos que nuestros pecados causaron la crucifixión de Jesús, ¿no? Entonces, debemos incluir los pecados contra el medioambiente entre las causas de su muerte. Sin embargo, no es sólo Jesús que sienta el peso de nuestros pecados ecológicos. Siempre el abuso de la naturaleza tiene ramificaciones contra seres humanos. La contaminación del aire causa enfermedades en niños. La erosión de la tierra resulta en el desplazamiento de poblaciones, principalmente campesinos. La reducción de pescado desemboca en la más pobre nutrición para todos.

La parábola promete que el propietario sacará su viñedo de las manos de aquellos que lo descuidan. Podemos quedarnos seguros que los egoístas y codiciosos no tendrán dominio de la tierra para siempre. O cambiamos nuestros modos de vivir o la tierra va a caer en manos de otras especies. Esto quiere decir que modifiquemos nuestros hábitos para evitar el desgaste de agua, aire, y tierra. En su mensaje el papa Juan Pablo concluyó: “La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día…”

Homilía para el Domingo, 28 de septiembre de 2008

Homilía para el XXVI Domingo Ordinario, 28 de septiembre de 2008

(Filipenses 2:1-11)

Un informe el año pasado debería haber llamado la atención de todos. Dijo que los jóvenes de hoy en día son mucho más narcisistas -- eso es, centrados en sí mismos -- que aquellos de las generaciones previas. Piensan que son personas muy especiales, capaces a gobernar el mundo aunque tienen sólo veinte años. Al menos en parte han asumido este actitud por los medios masivos con los espectáculos como “¿Quién quiere ser millonario? y “Ídolo Americano.” En la segunda lectura hoy San Pablo indica que el narcisismo no tiene lugar en el seguimiento de Cristo.

Para Pablo el cristiano no debe pensar en sí mismo como mejor que cualquier otro en la comunidad. Al contrario, dice que, “...cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo.” Por esta razón la Iglesia enseña la necesidad para cuidar a los moribundos, no terminar sus vidas. En Holanda y en el estado de Oregón de los Estados Unidos, la ley permite la eutanasia, eso es quitar la vida de un moribundo si él o ella lo pide. Este tipo de ley no está limitado a los países desarrollados. Ahora la legislatura de Colombia está deliberando una tal ley.

Aunque perezca que la ley permite quitar la vida sólo por petición del moribundo, en efecto no será necesario. Cuando el moribundo ha perdido la conciencia, otra persona puede hacer la decisión por él o ella. De todos modos, la dignidad de la persona debería prohibir tratar al moribundo como si fuera un animal. Ciertamente cuando consideramos al moribundo superior a nosotros como Pablo recomienda que veamos a todos, no queremos quitarle la vida sino hacer todo posible para aliviar el dolor y ponerle cómodo.

Podemos mirar a Jesucristo como el modelo de la humildad que sirve. Como dice San Pablo en la lectura, Cristo vino al mundo como un siervo. Sirvió a Dios por dar su vida como la redención de los humanos. Semejante a Cristo, nosotros servimos a Dios por pensar en las necesidades de otras personas junto con nuestras propias. La historia de dos hermanos agricultores ilustra bellamente lo que se significa aquí. Un hermano tenía esposa y siete hijos. El otro hermano era soltero. El hermano con familia cada noche llevaba un saco de trigo al granero de su hermano pensando que el soltero necesitaba extra para que tuviera suficientes fundos para jubilarse. Entretanto el hermano soltero cada noche llevaba un saco de trigo al granero de su hermano pensando que él tenía a muchos dependientes para darse de comer. Por supuesto, el granero de ninguno se disminuía. Es sólo una curiosidad que casi siempre cuando procuramos a cuidar al otro, no perdimos nada en el largo plazo. Más bien, nos queda con más que jamás imaginábamos.

Homilía para el Domingo, 21 de septiembre de 2008-09-15

Homilía para el XXV Domingo Ordinario, 21 de septiembre de 2008-09-15

(Mateo 20:1-16)

Una viña en California se acoge a turistas. Les ofrece pruebas de sus vinos y una gira de sus operaciones. En la gira la viña muestra a los turistas el cultivo y la cosecha de uvas, la preparación y el añejamiento del vino, y la el embotellado y comercio del producto. En breve, les impresiona con un proceso mucho más complicado que la prensa de uvas que tenían sus abuelitos en el sótano. En la parábola del evangelio hoy Jesús se aprovecha de una tal viña como símbolo para toda la creación.

Por la parábola Jesús indica cómo Dios manda a los trabajadores en el mundo para producir algo que vale. Una vez el papa Juan Pablo II siguió la línea de pensamiento de Jesús aquí. Dijo que “cada hombre que viene a este mundo” es como los trabajadores de las horas avanzadas del día. Tal vez sea mejor identificar a los trabajadores de la primera hora como los sacerdotes y religiosos que usualmente se dan cuenta de sus vocaciones desde joven. Entonces los trabajadores que se encuentran en las horas siguientes serán los laicos que sólo tardíamente reconocen cómo Dios les ha llamado.

Ciertamente hay mucho servicio para rendirse en el mundo actual. La mayoría de sus seis y medio mil millones habitantes viven en la pobreza. De estos pobres dos por tres son de países en desarrollo como México. En tiempo estos pobres deberían conocer una vida digna. Sin embargo, uno por seis de la población mundial -- un mil millón de personas -- ahora viven en la pobreza absoluta, eso es con menos de un dólar por día. Por una gran parte estos miserables se encuentran en el África. Todos los trabajadores de la viña de Dios tienen que preguntarse ¿qué puedo hacer para mejorar la suerte de estos desafortunados?

Además que la oración, podemos responder a nuestro interrogante por decir que nuestros aportes a las organizaciones como el Catholic Relief Services y Caritas socorrerán a los más pobres. También, pudiéramos votar por candidatos que fomentarán políticas para mover los países más pobres a la lista de aquellos en desarrollo. Sin embargo, es preciso que los laicos se den cuenta de la posibilidad de crear un mundo mejor por sus esfuerzos diarios.

Se escribe en el documento sobre la Iglesia en el Vaticano II: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.” Cuando tratan a sus familias con toda atención, trabajan con gran diligencia, y persiguen actividades sociales por el bien de todos, los laicos responden a esta vocación. No se considera como un papel al margen. Más bien, contribuye directamente a la misión de la Iglesia para convertir al mundo a Cristo. Por eso, se ha llamado apropiadamente “el ministerio de los laicos.”

¿Y el pago para estos trabajadores? Seguramente va más allá que los salarios, a veces disminuidos, que los laicos reciben de sus empleadores. Por la parábola de los trabajadores en la viña Jesús indica que recibirán de Dios la misma cantidad que se dan a los trabajadores de la primera hora. Eso es, como los sacerdotes y religiosos, los laicos esperan de Dios la vida eterna como su premio por haber cumplido sus tareas.

Homilía para el Domingo, 14 de Septiembre de 2008

La Fiesta de la Exultación de la Santa Cruz

(Juan 3:13-17)

Recordémonos el jardín en el libro de Génesis. Cuando Dios creó a Adán, creó también el jardín con toda clase de árboles. Dos árboles están mencionados por nombre – el árbol de la Vida y el árbol de la Ciencia del bien y del mal. Dios prohibió a Adán y, porque era producida de él, a Eva comer del fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal. Si Adán lo comería, dijo Dios, moriría.

A pesar de la amonestación, Eva y Adán comieron el fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal. Una serpiente engañó a Eva por decirle que no morirán si comerían de ese fruto. Más bien, según la serpiente, se harán como dioses por el conocimiento del bien y del mal. Como siempre el engaño estuvo medio correcto. Por comer el fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal, Adán y Eva se hicieron como dioses. Eso es, se hicieron constructores de sus propias vidas, independientes de Dios. Pero, como consecuencia de su desobediencia, Dios les expulsó del jardín para que no comieran del árbol de la Vida que les habría dado la vida eterna.

“¿Lograron la Ciencia del bien y del mal?” quisiéramos preguntar. Realmente no. Es cierto que se dieron cuenta de que habían pecado. Pero aprenderán por sus propios esfuerzos el bien y el mal sólo con mucha pena y bastante error. Es nuestra situación ahora, ¿no? Como dijo el inventador Tomás Edison: “El genio es sólo un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor.” Sin embargo, Dios reveló a todos los descendientes de Adán y Eva los mandamientos para que supieran el bien sin errores. Si sólo los seguiríamos,…

No se menciona nada más del árbol de la Vida en la Biblia. Sin embargo, nosotros cristianos miramos la cruz de Cristo como un árbol de que viene la vida. Para comprender lo que se significa aquí, tenemos que apreciar cómo la palabra cruz en sus orígenes no representa dos líneas perpendiculares. Más bien, la cruz era sólo una estaca en la tierra que mira como un árbol. (Pensamos en dos líneas perpendiculares porque Jesús cargó el travesaño al Calvario donde estaba la estaca a que se fijó el travesaño con manos de Jesús clavadas a él.) El evangelio de Juan ahora nos dice que la persona que crea en Jesús levantado en la cruz tendrá la vida eterna. Creer en Jesús levantado en la cruz significa más que persignarse ante el crucifijo. Es obedecerlo a Jesús como él obedeció a Dios hasta su propia muerte. Esto es en contraste con Adán y Eva que rehusaron a obedecer a Dios.

A veces nos cuesta mucho obedecer a Jesús como en el caso del director de finanzas de una agencia de carros. Cristo rescató la vida de este hombre cuando estaba muriendo de una enfermedad de corazón. Ahora en gratitud a Cristo este hombre trata a todos los clientes con justicia. Aunque el propósito de su oficio es ganar la mayor cantidad de dinero posible, él no permite que personas sencillas entren en contractos que no pueden cumplir. Creer en el crucificado significa que tenemos la misma compasión a todos, todo el tiempo. Es no vivir más principalmente por sí mismo sino por Cristo.

Homilía para el domingo, 7 de septiembre de 2008

El XXIII Domingo Ordinario, 7 de septiembre de 2008

(Mateo 18:15-20)

Hace tres años el arzobispo de San Luís excomulgó a siete personas. Los penalizados habían participado en emplear a un sacerdote como párroco sin el permiso de su propio obispo. La pena fue extrema porque el delito injurió la capacidad de la Iglesia a supervisar la celebración de los sacramentos.

En el evangelio hoy San Mateo presenta el cimiento de la excomulgación. El evangelista muestra a Jesús enseñando a sus discípulos que tienen la autoridad para apartar a un pecador de la comunidad. Porque es una acción seria, el Señor estipula varios pasos para cumplirse antes de que impongan la excomulgación. En primer lugar han de amonestar al pecador de su crimen a solas para que no se le destruya la fama. En segundo lugar, han de acercarse al culpable con testigos de modo que se de cuenta de la gravedad de su ofensa. En tercer lugar, han de reportarlo a la comunidad para que se avergüence por el pecado. Sólo después de este largo proceso pueden excomulgarlo para que su perfidia no estropee a otros fieles.

Sin embargo, la excomulgación se debe ver tanto como un remedio como un castigo. Se le priva a la persona de los sacramentos precisamente para alcanzar su conciencia. Pues, la Iglesia existe para salvar a las almas, no para condenarlas. Quizás la llamada a la oración con que Jesús concluye las instrucciones aquí insinúe esta intención de misericordia. Ciertamente el primer propósito de la llamada es para subrayar la certidumbre que Dios atará en el cielo lo que los discípulos (y actualmente los obispos) aten en la tierra. Pero, por mencionar “el Padre celestial,” que ama tanto a los malos como a los buenos, también parece que Jesús implica la necesidad para rezar por la conversión de los condenados.

Durante este tiempo de las elecciones vamos a oír informes de obispos diciendo a los políticos en favor de la legalización del aborto que no deben recibir la Santa Comunión. Aunque es bastante seria, esta acción no constituye la excomulgación formal. Los obispos sólo estarán tomándola para rescatar las almas de los políticos en peligro por facilitar la muerte de seres humanos. También estarán haciendo lo que pueden para detener la matanza de los inocentes en grande escala.

Homilía para el Domingo, 31 de agosto de 2008

El XXII Domingo Ordinario

(Romanos 12:1-2)

El reverendo doctor Martin Luther King, Jr., solía alentar a la gente que rindieran el mejor trabajo posible. Decía: “Si un hombre es llamado a ser un barrendero, debería barrer las calles como Miguel Ángel pintaba o como Beethoven componía música o como Shakespeare escribía poesía.” Este consejo da eco al mensaje de San Pablo en la segunda lectura hoy.

Pablo quiere que los cristianos vivan su elección no sólo al domingo sino todos los días de la semana. Desea que hagan lo correcto no sólo en la oración y al trabajo sino también al recreo y entre la familia. “No se dejen transformar por los criterios de este mundo,” escribe en la sección de la carta a los romanos que leemos hoy, “sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente…” Tomando en serio este consejo, una joven dejó su trabajo de servicio civil porque el ambiente era crudo. Dice ella que casi todos en la oficina usaban palabrotas todo el tiempo de modo que no pudieran aguantarla más que unas meses.

Mañana nosotros americanos observamos el Día de Trabajo. Transformados por el Espíritu Santo, deberíamos tomar este día en una manera diferente. Sí, deseemos descansar como todos y, tal vez, hacer una merienda con la familia. Sin embargo, también deberíamos reflexionar sobre el significado de trabajo – cómo nos permite participar con Dios en la creación de un mundo mejor. Asimismo, deberíamos agradecer a Dios por nuestro empleo que pone pan en la mesa y nos hace posible desarrollar nuestros talentos individuos. Finalmente, querremos echar una petición al Señor por aquellas personas sin empleo y aquellas cuyos trabajos apenas les proveen un techo para dormir seguros, mucho menos el cuidado médico para sobrevivir los trastornos de la vida.

Homilía para el Domingo, 24 de agosto de 2008

Homilía para el XXI Domingo Ordinario

(Mateo 16:13-20)

La directora hablaba de la construcción de su escuela. Dijo que fue construida de materiales tan sólidas que ahora los trabajadores tienen que esforzarse para llegar a los problemas. Es como Simón en el evangelio hoy. Jesús lo llama “Pedro” porque su constitución es tan sólida como una piedra.

Sin embargo, Pedro hace errores. Recordamos como en el evangelio hace dos semanas Pedro comienza a hundirse, y Jesús lo llama “hombre de poca fe.” El mismo Simón va a negar a Jesús cuando lo llevan a la casa del sumo sacerdote la noche antes de la crucifixión. Entonces, ¿cómo puede Simón servir como el cimiento de la Iglesia?

La clave para una contesta adecuada reside en el reconocimiento de Jesús sobre la autoridad de Simón. Cuando Pedro nombra a Jesús “el Mesías, el Hijo de Dios vivo,” Jesús dice que “ningún hombre sino mi Padre” ha revelado esta percepción a él. En cuanto Simón sigue la inspiración de Dios, él sirve como cimiento fuerte. Pero cuando desvía de Su guía para seguir los modos típicamente humanos, se cae de bruces. Ciertamente la historia de los papas indica la necesidad de seguir la autoridad de Dios. En cuanto los papas hayan basado sus acciones en la Escritura y la Tradición, han llevado la Iglesia a nuevas alturas. El papado de Juan Pablo II da buen testimonio de todo esto. Sin embargo, cuando han desviado de los modos de Dios, como algunos papas durante el renacimiento, han causado escándalos y rebeliones.

Como Simón Pedro, nosotros debemos seguir la inspiración de Dios. Esto tiene que ver con no sólo cómo actuamos al domingo sino también del lunes hasta sábado. ¿Maldecimos el tráfico? Dios nos tendría rezando por aquellos que se han involucrado en el accidente. ¿Cuidamos menos los detalles cuando nadie nos mira en el trabajo? Dios querría que hagamos siempre el mejor trabajo posible. Cuando seguimos la inspiración de Dios, Jesús nos llamará a nosotros como a Simón, “Dichoso eres tú,” Juanita o José o Wilmo.

Homilía para el Domingo, 17 de agosto de 2008

El XX Domingo Ordinario

(Mateo 15:21-28)

El papa San Gregorio Magno era moralista celebre. En un escrito San Gregorio hace hincapié en la humildad. La llama “madre y maestra de toda virtud.” Como madre, la humildad nos advierte del egoísmo, que estorba el crecimiento de la virtud como mala hierba la vid de sandía. Como maestra, la humildad no teme hacer errores que nos enseñan segura si difícilmente. En el evangelio hoy la humildad permite a una mujer conocer el poder salvador de Jesús.

La mujer cananea viene humildemente a Jesús. Aunque no es judía, lo saluda como el Mesías esperado. Grita: “Señor, hijo de David, ten compasión de mi….” Que no faltemos a imitarla. Que no seamos ni tímidos ni orgullosos a pedir al Señor su apoyo cuando andamos apurados. Ninguna tarea es demasiado frívola y ninguna causa es demasiado desesperada para rezar, “Señor, ten compasión de mí.”

Cuando Jesús se entera de la hija endemoniada, él no responde. Queremos saber ¿qué lo cohíbe? Jesús mismo nos contesta que no ha sido enviado sino a los Israelitas. Hace sentido cuando nos damos cuenta que cada vez que Jesús realiza un acto de poder le causa dificultad. La gente viene en cantidades tan numerosas que no puede entrar los pueblos ni descansar en las afueras. Si comenzara a curar a los no judíos, le desviaría completamente de su misión prioritaria a los judíos.

Pero la mujer no se permite a ser vencida. Si la humildad es un aprecio verdadero de sí misma, ella humildemente se reconoce como persona dependiente de Dios. Le dice de pura necesidad, “Señor, ayúdame.” Tanto como ella, nosotros tenemos que estar humildes ante Dios. Humilde viene de la palabra latina humus que quiere decir tierra. Todos nosotros humanos quedamos dependientes de Dios el cual nos formó de la tierra y nos guarda en existencia.

La respuesta de Jesús a la mujer casi nos escandaliza. Dice, “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselos a los perritos.” En nuestro mundo orientado a ser políticamente correcto este comentario parece rudo. Sin embargo, los judíos a menudo referían a los no judíos como perros al tiempo de Jesús como algunos hoy en día llamamos a nuestros seres queridos por el sobrenombre “gordo” o “viejo.” De todos modos la mujer no oye las palabras como un insulto sino como prueba de fe. Una vez más responde humildemente, “…también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.”

Entonces Jesús se revela no sólo compasivo sino también flexible en sus diseños. Él arriesga la posibilidad de hacerse inundado de peticiones por conceder lo que suplica la mujer. Nos sirve como un ejemplo cuando sentimos agotados o sobrecogidos. Casi siempre podemos acomodar a una persona de más, sea a la mesa si somos amos de casa o sea al confesionario si somos sacerdotes. Ciertamente, tenemos que poner límites pero muchas veces estos admiten excepciones.

El marinero con pelo bien esquilado sostuvo la puerta abierta para los extranjeros en el día de su graduación del entrenamiento básico. A lo mejor dos meses anteriormente les habría dado la espalda. Sin embargo, la humildad que viene con el buen corte de pelo le ha servido como gran maestra. Le ha sido la entrada a la disciplina y la cortesía tanto como nos permite a pedir al Señor por nuestras necesidades. Como una vid de sandía depende de agua, somos dependientes de Dios. Que no faltemos a pedirle ayuda.

Homilía para el Domingo, 10 de agosto de 2008

El XIX Domingo Ordinario

(Mateo 14-22-33)

La novela Moby Dick tiene que ver con la caza be ballenas. Comienza en la ciudad de puerto de New Bedford, Massachusetts. Allá se encuentra una iglesia cuyo púlpito es la proa de una nave. Como la iglesia en Moby Dick es como un barco, en el evangelio hoy la barca de los discípulos representa la Iglesia.

Los discípulos solos en la barca significan la Iglesia de Cristo después de su muerte y resurrección. Tiene que hacer frente a varias pruebas como la persecución y la herejía sin la presencia de su fundador. Por eso, se ve la barca sacudida por las olas contrarias. Hoy día una fuerte ola contraria que la Iglesia enfrenta es el relativismo moral. Esta amenaza dice que no existen valores perennes sino todos valores son apegados a la edad. Por ejemplo, el relativismo permitiría el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres porque, según ello, actualmente el matrimonio existe sólo para facilitar la conveniencia de dos personas humanas.

Sin embargo, la Iglesia mirando las enseñanzas de Jesús sabe que el matrimonio homosexual no es posible. Dios ha creado el hombre y la mujer a unirse para que tengan prole y aumenten el amor mutuo. El evangelio retrata la necesidad de mantener las enseñanzas del Señor por el intercambio entre Pedro y Jesús caminando sobre las aguas. En cuanto Pedro fije sus ojos en el Señor, no va a sucumbir a las olas. Pero el momento en que mueva sus ojos de Jesús, comienza a hundirse.

El evangelio también enseña que Jesús jamás está lejos de la Iglesia. Más bien, siempre está disponible para apoyar tanto a nosotros fieles como a los líderes apurados. Su asistencia no es una fantasma como temen los discípulos en la barca. Simplemente tenemos que confiar en su ayuda por llamarlo con la insistencia. Jesús siempre está listo para ayudarnos.

Homilía para el Domingo, 3 de agosto de 2008

El XVIII Domingo Ordinario

(Mateo 14:13-21)

El psicólogo Abraham Maslow vivió en el siglo pasado. Tuvo una perspectiva diferente del Sigmund Freud y la mayoría de psicoterapeutas. En lugar de estudiar las neurosis y las psicosis Maslow quería saber lo que haga la persona funcionar bien. Desarrolló la idea de una jerarquía de necesidades humanas. Cuando se cumplan todos los niveles de la jerarquía, la persona realizaría la totalidad de la vida.

Según Maslow al fondo de la jerarquía quedan las necesidades más básicas como el aire, el agua, y la comida. Entonces se encuentran los niveles de seguridad, de la amistad y la pertenencia, de la estima, y al final de la auto-realización. En el evangelio hoy Jesús se muestra como el que nos capacita a cumplir todos estos niveles.

La gente busca a Jesús porque la ha curado y la ha enseñado. Con él tiene la libertad de enfermedades y del dominio del maligno – las principales amenazas a la seguridad en el segundo nivel de Maslow. De Jesús la gente escucha las parábolas del amor de Dios que le provee un hogar para coexistir con todos en la paz. Así la gente está aliviada de las preocupaciones de quedarse solos y desamparados en el tercer nivel. También la gente aprende de Jesús cómo actuar con la prudencia como un padre de familia saca cosas de su gran almacén para el bien de la familia. Así los humanos se hacen estimados en los ojos de Dios, si no de otras personas, para gozarse de la estima y la auto-realización cumpliendo los dos niveles más altos.

Ya Jesús suple la necesidad más básica. La idea de dar de comer a la muchedumbre que han acudido a él asombra a sus discípulos. “No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados,” se le oponen. Pero todavía no entienden a Jesús. No se da cuenta de que él no es sólo un curandero o un gran maestro. No, es el hijo de Dios que ha venido para rescatar a la gente de todas sus tribulaciones. Jesús toma los alimentos, da gracias a Dios su Padre, y parte los panes para que sus discípulos los distribuyan a la gente.

Por darle de comer a la gente Jesús se muestra a sí como el proveedor de todos los niveles de Maslow. Pues, el pan que da no es alimento ordinario sino un sabor anticipado del banquete celestial donde no habrá necesidad no cumplida. Es el mismo pan que nos nutre en la Eucaristía ahora para llevar a cabo los requisitos para el Reino de los cielos. El pan bendecido y partido por Jesús es Jesús mismo que nos fortalece para darles de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos, y consolar a los entristecidos.

Jesús es la respuesta. ¿Qué es la pregunta? fue el título de un libro. Nos parece ingenuo y tenemos que cuidar que no despreciemos el dolor que sienten algunos por responder a sus lamentos, “Tienes que confiar en Jesús.” Sin embargo, es la verdad. Jesús como un gran almacén nos provee con todo lo necesario para realizarnos como humanos. Este es el mismo que recibimos en el pan eucarístico. En el pan eucarístico Jesús nos provee todo.

Homilía para el Domingo, 27 de julio de 2008

El XVII Domingo Ordinario

(Mateo 13:44-52)

El papa Benedicto acaba de regresar de la Jornada Mundial de Juventud. Este año el evento tuvo lugar en Australia. No se esperaban tantos jóvenes como en países con mayores números de católicos. Sin embargo, una vez más estuvieron centenares de miles de jóvenes desbordándose con entusiasmo por la Iglesia. A lo mejor hubo unas experiencias como la historia de una joven hace seis años en Toronto.

Al final de la Jornada Mundial en 2002 una mujer de veinticuatro años se acercó al micrófono libre para declarar el impacto del evento en su vida personal. Dijo que la experiencia le rescató la vida. Explicó que ella había vivido en las calles de la ciudad desde que tenía quince años. Se hizo adicto al alcohol y drogas. Para apoyar estos vicios se hizo prostituta también. Era al punto de suicidarse cuando unos jóvenes la limpiaron e la invitaron a la Jornada Mundial de Juventud. Allá, contó la mujer, encontró a un viejo que cambió su vida. El viejo le dijo que la amó. La mujer relató que muchos viejos le habían dicho que la amaron pero este habló de verdad. El viejo le dijo también que Dios la ama. La ama Dios tanto que quiere pasar toda la eternidad con ella y que envió a su propio hijo para hacerlo posible. Entonces la mujer dijo que el viejo le hizo sentido y que ya quería vivir.

Por supuesto, el viejo en la historia es el papa Juan Pablo II. El mensaje que le dio es el mismo que Jesús relata en las dos primeras parábolas del evangelio hoy. Solemos pensar en el tesoro escondido y la perla valiosa como el Reino de los cielos. Sin embargo, se puede interpretar estas parábolas en un modo distinto. El tesoro escondido y la perla valiosa pueden ser nosotros que Dios encuentra abandonada y desgastada como la joven antes de escuchar al papa. Entonces, Dios entrega la entidad más preciosa que tiene para obtenernos. Eso es Su propio hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Si Dios nos ha comprado, realmente somos de Él. Por eso, no somos libres de actuar en cualquier modo que nos dé la gana. Más bien, tenemos que seguir Su voluntad. Tenemos que darle las gracias y alabanzas, particularmente en los domingos. Tenemos que desarrollar nuestras mentes y cuidar nuestros cuerpos. Para los muchachos esto quiere decir que no deberían estar pasando todo el verano en la playa o frente al televisor sino también leyendo libros y ayudando en la casa. Finalmente, Dios nos pide a cuidar a nuestros prójimos con amor. Prácticamente esto significa que cada uno de nosotros tenga un modo regular para ayudar a los demás, sea cortar el césped por la vecina viuda o sea visitar a los enfermos como ministro de la Eucaristía.

Un hombre de noventiuno años acaba de cruzar el país para ver a su hijo recibir su doctorado. El nuevo doctor pertenece al viejo, aunque vive con su esposa e hijo. Con más cercanía aún, somos de Dios. Seamos tan grandes como el papa Juan Pablo o tan chiquillos como un bebé recién nacido pertenecemos a Dios. Nos ama y nos quiere desarrollar todos nuestros talentos. Que no Lo faltemos nunca. Que no Lo faltemos.

Homilía para el Domingo, 20 de julio de 2008

Homilía para el XVI Domingo de Tiempo Ordinario – A08 – 20 de julio de 2008

(Mateo 13:24-43)

En el principio hubo un jardín. Todos sabemos su historia. Adán y Eva habitaban el jardín, llamado Paraíso. Allí caminaban con su creador Dios en la frescura de la tarde. Entonces pecaron por comer el fruto prohibido. Por eso, Dios expulsó a Adán y Eva del jardín para vivir entre las rocas y espinas del mundo. Sí, es sólo una historia, pero nos relata mucho acerca de la condición humana. Nos dice que nosotros humanos somos creados para una relación cercana con Dios. Señala también nuestra rebeldía contra el bondadoso Creador. Indica, finalmente, que el ambiente que habitamos ahora, tan lleno con problemas, no es nuestro por origen sino por defecto.

Sin embargo, Dios no ha abandonado a los humanos. El resto de la Biblia enseña cómo Él se ha intentado a acercarse a su creación más querida. Comprende un relato con muchos altibajos -- Dios llamando a un pueblo particularmente Suyo y ellos respondiendo por un rato pero en fin dejándolo por uno u otro tipo de capricho. Entonces Dios envía a Su propio hijo, el Cristo, para forjar un enlace inquebrantable entre Su pueblo y Sí mismo. En el evangelio hoy este mismo Cristo describe a la gente el nuevo lugar de encuentro entre Dios y los humanos. No es un jardín sino un mundo renovado llamado “el Reino de los cielos (o de Dios).”

Jesús utiliza tres parábolas o, si preferimos, comparaciones para describir diferentes aspectos del Reino. Porque nos preocupamos mucho por el malo en el mundo, Jesús lo trata en la primera y en la última parábola. Dice, en la primera, que el Reino parece como un campo de trigo que el diablo intenta a estropear con semillas de cizaña. En otras palabras, tenemos que aguantar la maldad por un rato. Eso es, de vez en cuando nos van a visitar la enfermedad y la muerte, la decepción de otras personas y los desastres naturales. Jesús concluye la parábola con la esperanza. Como el amo del campo de trigo tiene la cizaña quemada en el tiempo de la cosecha, Dios terminará los problemas que afligen la humanidad en el fin del tiempo.

Posiblemente hayamos notado algo mal en nuestras propias vidas. Ninguno de nosotros es perfecto, y a veces fallamos miserablemente. Algunos mentimos; otros aprovechamos de gente como si fueran objetos; otros nos olvidamos de nuestros padres ancianos. ¿Nos quemaremos como la cizaña del campo del trigo? No, si nos arrepentimos de nuestros pecados y seguimos el camino del Señor. Entonces Dios trasformará nuestras tendencias a pecar en instrumentos de Su justicia. Por ejemplo, un hombre que era irresponsable en su juventud se convirtió y haciéndose sacerdote, es listo para llamar la atención de los muchachos. Esto es lo que significa la parábola de la levadura en la masa. La levadura está considerada como algo tan despreciable como el pecado. Una cosa es que huele; otra cosa es que se compone de un tipo de hongos. Sin embargo, la levadura sirve para dar el pan consistencia y textura.

También cuenta Jesús que el Reino es como una planta de mostaza en la cual los pájaros pueden anidarse. Tiene en cuenta aquí la Iglesia aunque no se puede limitar el Reino a los confines de la Iglesia. Como el grano de mostaza, la Iglesia tiene origines humildes entre el puñado de discípulos de Jesús. Sin embargo, con el paso de tiempo la Iglesia ha crecido tanto que ahora provee consuelo a hombres y mujeres a través del mundo.

El Reino de los cielos es el nuevo Paraíso aún con sus espinas y rocas. Sin embargo, lo mejor del Reino es algo que Jesús no menciona en las parábolas. Es el acompañamiento que Jesús mismo nos provee. Como Dios caminaba con Adán y Eva en Paraíso, Jesús nos acompaña en la gracia. Está presente para tomar nuestra mano cuando sentimos tristes y para felicitarnos cuando logramos nuestras metas. Está presente para socorrernos cuando nos apuramos y para corregirnos cuando tropezamos en error. Sí, Jesús está presente a nosotros en el Reino.

Homilía para el Domingo, 13 de julio de 2008

Homilía para el XV Domingo del Tiempo Ordinario

(Isaías 55:10-11)

“Hablar a ustedes y hablar a la pared es la misma cosa,” se quejó la madre. Sintió frustrada después de haber dicho a sus hijos docenas de veces, “No peleen,” sin efecto. Desgraciadamente las palabras humanas muchas veces no significan mucho. Por la falta de la autoridad, ellas a menudo disipan en el aire como el humo. Pero no es así con la palabra de Dios.

“En el principio... (D)ijo Dios: ‘haya luz’ y hubo luz.” Todos reconocemos estas palabras como las primeras de la Biblia. Revelan como la palabra de Dios es creativa, poderosa, y bondadosa. Decimos “creativa” porque creó la luz de la nada. Asimismo, es poderosa porque apareció la luz con la fuerza para alumbrar el universo. Finalmente, es bondadosa porque la luz iba a permitir a los humanos a ver mirar grandezas como la puesta del sol y finezas como una telaraña.

La primera lectura del profeta Isaías reitera la eficacia de la palabra de Dios. Nos cuenta que como la lluvia pone en proceso la producción del pan, así la palabra de Dios siempre cumple Su intención. El profeta no es el mismo Isaías que predijo la caída de Jerusalén sino el que alienta a los israelitas en exilio. El segundo Isaías revela dos cosas de añadidura. Primero, dice que el sufrimiento de Israel acabará cuando Dios restaura Su reino. Segundo, señala a un hijo de Israel – el Servidor doliente – lo cual justificará al mundo por sufrir sin quejas o reclamaciones.

Nosotros cristianos vemos el cumplimiento de todas estas profecías en Jesús. Él viene como la bondadosa palabra de Dios curando a los enfermos, expulsando los demonios, y enseñado con parábolas. No más está el mundo bajo el dominio del diablo sino se ha hecho en una nueva creación, el Reino de Dios. La palabra, que es Cristo, también se manifiesta con poder, pero un poder interiorizado. Por soportar el sufrimiento de la cruz, Jesús derrota todas las fuerzas del mal agregadas en su contra. Así, Jesús se revela a sí mismo como el Servidor doliente del segundo Isaías llamando la atención de todos.

Nosotros respondemos a Jesús en los dos modos que destacan su vida. Como él actuaba en pro de la gente, nosotros hacemos obras de caridad. Por ejemplo, una parroquia urbana da de comer a quinientas personas pobres cada domingo por al menos cincuenta años. A lo mejor algunos de esta multitud andarían sin comer si no fuera por la parroquia. Pero, más significativo, todos saben que Cristo los ama por las acciones de los parroquianos. También, aguantamos los dolores de la vida con la paciencia como Jesús crucificado. Por ejemplo, una viuda de casi noventa y cuatro años espera que el Señor la recoja. Aunque le duele el cuerpo, raras veces se queja o hace exigencias en su aguardar.

“Hablaré puñales pero no usaré ninguno,” dice el príncipe Hamlet en el famoso drama por Shakespeare. Solamente está demostrando el poder de palabras para cumplir su intención. Sin embargo, hemos visto infinitamente más poder en Jesucristo, la bondadosa palabra de Dios. Como la puesta del sol, Jesús nos llama la atención. Que no rehusemos a responder a él. Que no rehusemos a responder.

Homilía para el Domingo, 6 de julio de 2008

El XIV Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 11:25-30)

Por más de 232 años los americanos han tenido la libertad. No podemos decir “todos americanos” por la lastimosa esclavitud de los negros. Sin embargo, ahora todos -- blancos y morenos -- en este país disfrutan de la independencia para andar a donde quieran y para trabajar en cualquier oficio que puedan. A lo mejor la mayoría de la gente americana orgullosamente piensa en sí misma como los judíos en el Evangelio según San Juan que dicen: “…nunca hemos sido esclavos de nadie.”

Pero si la esclavitud significaría una libertad más profunda de simplemente nadie teniendo escritura de su cuerpo, ¿sería aceptable? Si la esclavitud a una persona nos liberaría de todas otras dominaciones – sean interiores o sean exteriores, ¿podríamos someternos a ella? Tenemos en cuenta no sólo el libre albedrío para hacer lo que se piensa es correcto sino también la capacidad para actuar con la perfección en todo caso. Ésta es la equivalente en la vida diaria a la libertad de un virtuoso con violín en mano o de un gimnasta olímpico en las barras. A lo mejor, sí, nos daríamos a nosotros mismo a esta esclavitud.

En el evangelio hoy, Jesús nos hace tal oferta. Nos invita a cambiar la esclavitud al pecado por la esclavitud a él. Es cierto, no habla de la esclavitud sino del yugo. Pero en la Biblia el yugo – la madera que se coloca sobre los bueyes para uncirlos por trabajo – significa la esclavitud. Jesús quiere que dejemos la tendencia a pecar por el firme compromiso a él. Por eso, Pablo escribe: “El que recibió la llamada del Señor siendo esclavo es un cooperador libre del Señor. Y el que fue llamado siendo libre se hace esclavo de Cristo” (I Cor 7:22).

Recientemente Benedicto XVI alentó a los jóvenes: “¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo.” El papa solamente daba eco a Jesús cuando proclama, “…mi yugo es suave y mi carga ligera.” Dice “suave” porque no son tantos preceptos en la ley de Jesús como en la ley de Moisés. Añade “ligera” porque siendo nuestro amo, podemos conseguir siempre su apoyo por la oración.

Sin embargo, parece a algunos que la moralidad católica es más exigente que la de cualquiera otra religión. Debemos venir a misa cada domingo. Debemos refrenar de sexo fuera del matrimonio. Debemos confesar nuestros pecados a un sacerdote. ¿Cómo es suave el yugo de Jesús? Si nos parece tortuoso es porque no le hemos entregado la vida. Una vez que lo hagamos, nos quedarán sólo dos mandamientos fácilmente cumplidos: ama a Dios sobre todo y ama al prójimo como ti mismo. Los otros preceptos serán como guías en momentos de confusión. Sí, verdaderamente es suave su yugo y ligera su carga.

Homilía para el Domingo, 29 de junio de 2008

La Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles

(II Timoteo 4:6-8; 17-18)

¿Nos habría gustado conocer a San Pablo? Tal vez. Muchos cristianos lo reverencian como el que ha cambiado el curso de la historia religiosa. Pero no todos. En la segunda lectura encontramos a Pablo abandonado en Roma, posiblemente en la cárcel aguardando la ejecución. Cuenta un experto que a lo mejor los cristianos romanos no vienen a socorrerlo porque Pablo siempre ha estado obstinado con ellos. Según este experto, después de su primer encarcelamiento en Roma, Pablo insistió a viajar a España en nombre de la comunidad romana aunque sus integrantes se lo opusieron. También dice que muy posiblemente los romanos resienten a Pablo porque ya ha venido del extranjero dictando cómo ellos tienen que enfrentar la persecución del emperador.

Para entender a Pablo tenemos que tomar en cuenta su experiencia en el camino a Damasco. Allá Dios Padre le reveló a Jesucristo para que lo proclamara a los paganos. De todo lo que dicen ambos Pablo en la Carta a los Gálatas y San Lucas en los Hechos de los Apóstoles la revelación no fue un sueño, mucho menos una idea sembrada en su mente. No, fue una experiencia tan notable como el primer día que reportamos a trabajo. Desde ese momento en adelante Pablo estuvo empeñado a llevar a cabo su misión. Ni gigantes ni montañas iban a detenerlo hasta la muerte.

Tan particular que sea su vocación y tan grande que sea su misión, estas realidades no explican el compromiso de Pablo al Señor. Tuvo un sentido de Cristo unido con él propulsándolo adelante como el dinamismo de su ser. Pudiéramos nombrar este poder “la gracia.” De todos modos lo describe Pablo como Cristo tomando posesión de su vida. En la misma Carta a los Gálatas dice, “…ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.” Seguro de su unión con el Señor, Pablo podía sufrir tantas pruebas como el héroe de guerra más decorado. En la Segunda Carta a los Corintios Pablo alista sus dolores: “Cinco veces fui condenado por los judíos a los treinta y nueve azotes; tres veces fui apaleado; una vez fui apedreado; tres veces naufragué; y una vez pasé un día y una noche perdido en alta mar” (II Cor 11:24-25).

Admiramos a Pablo por todo lo que sufrió y logró por Cristo. Sin embargo, él no estaría satisfecho con nuestros elogios. Realmente no le interesarían ni una iota. En lugar de la admiración Pablo querría que nuestro compromiso al Señor Jesús sea intenso como lo suyo. Porque Jesús es el Señor de la vida, Pablo desearía que lo amemos sobre todo dejando al lado otros queridos – sea la borrachera, el prejuicio, o el chisme. Querría que nos reconciliemos con los adversarios como prueba de nuestro amor a Cristo. Y nos pediría que actuemos como antorchas brillando la luz de Cristo por obras de caridad.

La fusión nuclear es el proceso que suelta la energía de las estrellas. Tiene lugar cuando partículas ligeras como moléculas de hidrógeno se funden. Podemos ver lo que pasó entre Pablo y Cristo como una fusión nuclear. Aceptando a Cristo como el dinamismo de su propio ser, Pablo cambió el curso de la historia. Como las estrellas iluminan el cielo nocturno, Pablo querría que nuestro amor para Cristo alumbre el camino de los demás. Que nuestro amor para Cristo alumbre el camino.

Homilía para el Domingo, 22 de junio de 2008

El Duodécimo Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 10:26-33)

Una vez un hombre se le acercó al sacerdote después de misa. Le preguntó, “¿Deberíamos o no deberíamos temer a Dios?” El cura, sin demorar, respondió, “Sí, deberíamos.” Asombrado por la respuesta, el hombre meneó su cabeza diciendo, “¡Pensaba que Dios es nuestro Padre que nos ama!”

Es cierto, Dios es nuestro Padre eterno, pero como la relación con nuestros padres naturales desarrolla a través de los años, así hace la relación con nuestro Padre Dios. En el principio cuando las pasiones nos impulsan a exaltar a nosotros mismos, haremos bien a temer a Dios como quien pone límites a nuestros caprichos. Sin embargo, cuando aprendemos a dominar los impulsos desordenados, podemos considerar a Dios con toda estima que se le debe. Es como el caso de un hombre que recuerda a su padre con mucho afecto aunque lo castigaba por hablar mal de otras razas. Dice que cuando maldijo a un negro o un mejicano, su padre le lavó su boca con jabón.

En el evangelio hoy Jesús discursa con sus apóstoles de estos dos planteamientos hacía Dios Padre. En primer lugar tienen que temer a Dios como “quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.” Sin embargo, es el mismo Padre Dios que merece el amor por tener todos “los cabellos de su cabeza…contados.” Llevando a cabo la misión con que Jesús les encomienda, los apóstoles no tienen que temerlo. Más bien, pueden confiar en su apoyo. Es igual con nosotros. Cuando hacemos lo que podamos para inculcar los valores cristianos, podemos contar con el apoyo de Dios. Cuando nos acogemos a personas no conocidas a la parroquia, podemos contar con la gracia de Dios a superar nuestra descomodidad. Cuando reconocemos nuestros errores en el trabajo, podemos contar con Dios para llevarnos a través de cualquiera repercusión. Cuando nos mantenemos firmes en la corrección de un hijo extraviado, podemos contar con le favor de Dios.

Desgraciadamente son los reproches de hombres que nos tienen congelados más que la condenación de Dios. Eso es, estamos dispuestos a evitar las críticas de otras personas más que el pecado contra Dios. Por eso, unos mienten para ocultar sus deficiencias, y otros rehúsan a hacer lo justo. Parece un gran error, por ejemplo, faltar la misa dominical porque algunos visitantes han llegado a casa inesperadamente. Sería mejor que imitemos a los musulmanes en este caso. Si están entreteniendo a huéspedes en la hora de oración, muchos musulmanes simplemente se excusarán a sí mismos por diez minutos para cumplir su deber a Dios. Entonces, vuelven a sus compañeros con todos sintiendo elevados por su piedad.

No es inesperado a ver las casas de padres llenadas con los logros de sus hijos. En algunas casas son los trofeos de sport que los padres destacan. En otras son las fotos de cada etapa cumplida: la recepción de la primera comunión, la graduación del colegio, el matrimonio. Un hombre tuvo todas las cartas que recibió de su hijo por casi cincuenta años. Más que muestras de orgullo, son pruebas del amor de los padres para con sus hijos. Así Jesús nos recuerda como Dios Padre tiene contados todos los cabellos de nuestras cabezas. Dios nos ama a nosotros tanto. Dios nos ama.

Homilía para el Domingo, 15 de junio de 2008

Homilía para el Once Domingo de Tiempo Ordinario

(Mateo 9:39-10:8)

mera a los misioneros en el evangelio hoy, ¿podemos agregar nuestros nombres? Dice, “…Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés…” ¿Estamos listos a poner, “Y Carmelo y su hermana María Luisa” ¿Por qué querríamos hacerlo? Porque también nosotros estamos llamados a llevar la buena nueva del Reino de Dios al mundo. El Documento de Aparecida, que redactaron los obispos de Latinoamérica el año pasado, refiere a todos los católicos comprometidos como “discípulos misioneros.”

Sin embargo, no es necesario que aprendamos Suahili y compremos boletos de avión al África. No, la tierra misionera es acá en nuestra ciudad, en nuestro barrio, y entre nuestras familiares. Jesús ve a la gente en su lugar como “extenuada y abandonada, como ovejas que no tienen pastor.” ¿No está describiendo también a nuestro pueblo actual? Muchas de nuestras familias no rezan juntas, ni comen juntas, ni visitan a los abuelos juntas. Muchas de nuestras muchachas se ponen embarazadas y nuestros jóvenes drogadictos estropeando sus propias vidas y creando problemas por sus familias.

Ciertamente nos sentimos inquietos con el nuevo cargo que recibimos del Señor. No sabemos cómo dirigirnos a otras personas. Algunos querrían salir dos por dos a las casas con el horario de las misas parroquiales en mano. Otros preferían a gritar en las esquinas, “El reino de los cielos está cerca.” A lo mejor estas acciones no serán efectivas. Entonces, ¿qué haremos? Primero tenemos que conocer a Jesús mejor. Lo encontramos en la Biblia, en los sacramentos, y en otras personas, particularmente los sufridos. Podríamos comprar el misal con las lecturas de las misas dominicales por una cuota razonable y meditar en el evangelio antes de salir para la misa. Cuando nos profundizamos en su palabra, Jesús nos enseña cómo llegar a la gente. Curaremos a los enfermos, al menos de su soledad, con nuestra atención. Arrojaremos los demonios de soberbia por nuestra santidad. Resucitaremos a los muertos de flojera en la familia por nuestra insistencia que nos cooperaremos.

Un ejemplo de una cristiana en misión es la mujer, Doña Reyna, que entra la prisión cada domingo para rezar con los encarcelados. No es su empleo y ni recibe un cinco por el servicio. Lo hace porque cree que Jesús le ha mandato como cristiana. Usualmente un sacerdote le acompaña a la mujer, pero a veces ella misma conduce la oración. En la lista de los apóstoles, se puede agregar el nombre “Reyna” junto con “…Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés.”

Homilía para el Domingo, 8 de junio de 2008

Homilía para el Décimo Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 9:9-13)

¿Has dado cuenta del silencio en los bancos? La gente allá piensa en el negocio. Pocos hablan, al menos reciamente. A lo mejor este espíritu de comercio penetra la atmósfera donde Jesús ve al recaudador de impuestos en el evangelio hoy. Su voz rompe el aire, “Sígueme.” No es una petición sino un mandato. Jesús es el Señor, y le manda a Mateo a unirse con sus discípulos. Es como si el presidente de la república nos llamara a hacernos ministro en su gabinete. Cierto, pudiéramos decirle “no,” pero aceptaríamos la oferta para conocer a la persona número del país.

Mateo no demora aunque hace buen dinero en su puesto. De hecho, la gente lo sospecha por hacer más que debería. Los recaudadores de los impuestos en el día de Jesús son como los inspectores de edificio hoy en día. Algunos son honrados pero otros se rinden a la tentación a extorsionar. De todos modos la atracción a ser un asociado de Jesús sobrepasa todo lucro, sea honesto o no.

Pero ¿podría uno quedarse en su puesto y también asociarse con Jesús? Eso es lo que querríamos saber. ¿Es posible que un banquero o un barbero, una maestra o una cocinera conozca a Jesús íntimamente? Seguramente, la respuesta es “sí.” Doña Candelaria, comerciante de queso y criada de casa, se levanta temprano todos los días para rezar por media hora. Desde que ella es monitora de la misa dominical lee cuidadosamente las lecturas. Podemos llamarla como un discípulo del Señor de la primera línea.

Los fariseos murmuran cuando Jesús entra la casa de Mateo. Dicen que él come con pecadores pensando que él también peca. Muchos de nosotros deberían hacer caso aquí. Pues, como los fariseos nosotros que acudimos a la misa estamos inclinados a criticar a otras personas ¡aún por sus virtudes! Quien se hace amigo a quien puede mantener nuestra compañía telefónica operando. ¡No! por la caridad debemos ser lentos a juzgar y escasos con las críticas.

Jesús llama a sus discípulos Pedro, Santiago, Mateo. ¿Podremos agregar nuestros nombres a la lista -- Candelaria, Carmelo, María Teresa? La respuesta es “sí” si buscamos a Jesús en la meditación de la Escrituras. La respuesta es “sí” si hablamos con él en la oración diaria. La respuesta es “sí” si hacemos todo por la caridad. ¡Que nuestra respuesta sea “sí”!

Homilía para el Domingo, 1 de junio de 2008

Noveno Domingo de Tiempo Ordinario

(Romanos 3:21-25; 28)

Muy pronto la Iglesia comenzará el año jubilar de San Pablo. No sabemos por cierto pero es un buen intuyo que Pablo nació hace 2000 años. Pablo fue el misionero que transformó el Cristianismo de una secta de Judaísmo a un establecimiento de diferentes culturas.
De igual importancia, Pablo dio la Iglesia un firme cimiento intelectual. Escritas antes de los evangelios, sus cartas transmiten un aprecio de Jesucristo como el Salvador de todos.

Se resume el mensaje de Pablo en el trozo de la Carta a los Romanos que leímos hoy. Dice que todos pecamos. A veces se viene una persona que dice que no tiene pecados. Pero es cierto que cuanto más nos conocemos, mejor sabemos de nuestros pecados. Podemos ver nuestro pecado en el caso del aborto. No es sólo que muchas sociedades permitan el quitar de vida inocente sino que todos hemos contribuido al crimen. Hemos deseado satisfacer nuestros deseos inordinados. Hemos estado dispuestos a esconder la culpabilidad con mentiras. Y hemos querido utilizar la violencia para conseguir nuestros fines.

Sin embargo, la lectura añade que todos que creen en Jesús son justificados. Eso es, el pecado, tan poderoso como sea, no nos matiza completamente sino que se somete a Jesús. En la cruz Jesús invirtió el pecado de modo que ya no tenga dominio sobre nosotros. Jesús fue el inocente que controló el deseo de huir la muerte, que dijo la verdad a sus verdugos cueste lo que cueste, y que rechazó la violencia aún para salvar la vida. Concluye la lectura por decir cómo tenemos que poner nuestra fe en Jesús para compartir su logro.

Creer en Cristo significa seguirlo tanto con el corazón como con la cabeza. Tenemos que reconocerlo como nuestro Señor y, así, conformarnos a su voluntad. Sólo reconocerlo como Señor sería regatear para una gracia barata que, como un cuchillo sin filo, no sirve para quitarnos el cáncer del pecado. Sólo tratar a conformarnos a su voluntad sería repetir los esfuerzos infecundos de los judíos para eliminar el pecado por practicar los 613 mandamientos de la Ley. Como el intento a capturar los aires del invierno para refrescar los días del verano, nuestros esfuerzos solos son destinados a fracaso. No, diría Pablo, tenemos que llamar el nombre del Señor en la oración y demostrarnos como suyos por vivir la fe en el amor.

Hace ochos años celebramos el gran jubilar de Nuestro Señor Jesucristo. Cada catedral en el mundo había tenido cerrada su puerta principal para abrirse como signo de la apertura al cielo que nos ganó Cristo. Ahora estamos para celebrar el año jubilar de San Pablo, el gran misionero del mismo Jesucristo. Tal vez nuestro corazón haya estado cerrado a su mensaje del pecado. Que lo abramos por vivir su mensaje de la justificación. Que vivamos la fe en Jesucristo en el amor. Que vivamos le fe en el amor.

Homilía para el Domingo, 25 de mayo de 2008

Si se celebra la Solemnidad del Corpus Christi en su diocesís este domingo, se puede referirse a la homilíia que sigue la del Octavo Domingo del Tiempo Ordinario.

Homilía para el Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 6:24-34)

Cada día la Señora Olga Sánchez Martínez se levanta con tres tareas. Tiene que recoger a los inmigrantes lesionados en el paso de la frontera sureña de México. También tiene que conseguir dinero para operar el albergue por aquellos inmigrantes. Y, de vez en cuando, viaja a un país centroamericano para regresar a un lisiado a casa. Cada día la Señora Sánchez Martínez busca primero el Reino de Dios como nos manda Jesús en el evangelio hoy.

A veces hablamos de construir el Reino de Dios como si fuera nuestro proyecto. Pero este concepto del reino como nuestro trabajo no es como nos lo presenta Jesús. Según él el Reino es el regalo de su Padre que nos bendice como el agua fría en medio de una sequía. Hemos de buscar el Reino por hacer lo bondadoso, lo justo, lo servicial. Cuando una maestra prepara sus clases con cuidado y dirige toda atención a sus alumnos, ella busca el Reino de Dios. Cuando un papá pone a cama a sus hijos rezando con ellos por los niños que no tienen techo, él también busca el Reino.

La preocupación por necesidades cotidianas forma el impedimento principal a la búsqueda del Reino de Dios. A otro tiempo Jesús compara esta preocupación con cardos que ahogan la planta creciendo de la semilla de modo que no rinda fruto. Sin embargo, deberíamos distinguir dos tipos de preocupación para aclarar el significado de este evangelio. Si la preocupación es el cuidado para poner tortillas en la mesa, ¡muy bien! Jesús nos exhorta sólo que pongamos primero el Reino de Dios. Eso es, que no defraudemos a nadie cuando compremos comestibles. Sin embargo, si la preocupación es la ansiedad acerca de bienes de modo que queramos comprar un segundo par de zapatos antes de que demos gracias a Dios por el primero par, ¡cuidado! Es olvidarnos de la relación con nuestro Padre en el cielo.

“Pero,” se opondrán algunos, “si no me empeño a comprar dos camisas, ¿qué haré si una se me rompe?” Es una pregunta justa. Ciertamente Jesús no nos dice que sea pecado simplemente a tener de sobra. Sin embargo, podemos responder que Dios nos proveerá todo necesario y por añadidura cuando busquemos su Reino sobre todo. Hay una leyenda de la vida de Santo Domingo que hace confiar a los dominicos en la providencia de Dios.

En el principio de la Orden de Santo Domingo los frailes salían diariamente para mendigar el pan. Una tarde los dos frailes a quienes les tocó esta tarea recibieron sólo pancito – no suficiente para una persona y mucho menos para todos los frailes del convento. Entonces los encontró un pobre en la calle también pidiendo pan y los frailes le dieron el pancito que tenían. Regresaron al convento y reportó a Santo Domingo su suerte. Santo Domingo les dijo que no se preocuparan y llamó a todos los frailes al comedor para rezar. En medio de sus oraciones vinieron ángeles con pan para todos. Curiosamente los ángeles sirvieron primero a los jóvenes, luego a los mayores. Hasta hoy día los dominicos sirven la comida a los frailes en el orden creciente según su edad.

Homilía para el Domingo, 25 de Mayo de 2008


La Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

(Juan 6:51-58)

En una preparatoria católica una vez cada mes había misa por todos los alumnos. Antes de la misa se llevó el Santísimo Sacramento de la capilla al auditorio donde tendría lugar la misa. El sacerdote caminó con el copón precedido por un estudiante tocando una campanita. Cuando pasó por el gimnasio todos los muchachos jugando básquet o voleibol cesaron su actividad para arrodillarse. Fue sólo un gesto apto para demostrar la fe en la presencia de Cristo en el sacramento.

Ahora celebramos Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Tradicionalmente la celebración incluyó una procesión a través de las calles del pueblo. Los propósitos para el evento eran al menos dos. Le dio a la gente la oportunidad a demostrar su fe como los alumnos hacían en la preparatoria ya mencionada. También, el Santísimo proporcionó a todo el pueblo – tanto los no católicos como los católicos – una bendición gratis. Las gracias de la eucaristía son tan abundantes que beneficien a todos que se les aproxime.

¿Qué son estos beneficios? En primer lugar, una procesión con el Santísimo demuestra que lo precioso no sólo son el oro y la plata sino también las más sencillas viandas trasformadas por el Espíritu Santo. La gente no tiene que ser rica para aprovecharse de este tesoro. Segundo, cuando la gente se congrega para la procesión, renueva sus relaciones entre sí. Muchas veces los humanos se dan cuenta de la necesidad a visitar con uno y otro pero no lo logra porque la pereza supera su voluntad. En la procesión religiosa el Señor se llama a todos juntos para visitar tanto como para atestiguar un misterio. Sobre todo, queda el motivo religioso. El Santísimo llevado por la comunidad pregona que Jesús nos ha venido a salvarnos de pecado. Por arrepentirnos sinceramente, podemos acogerlo en el sacramento con toda su promesa.

En el evangelio los judíos quedan escandalizados por la idea de que Jesús les presente su cuerpo y su sangre como nutrición. Piensan que sería canibalismo a comer la carne de otra persona humana. Hoy en día muchas personas llevan el prejuicio opuesto. No quieren admitir que, a pesar de las apariencias, Jesús realmente nos ofrece su cuerpo y sangre en la Eucaristía. La Fiesta de Corpus Christi aclara la postura de la fe acerca de estas dos críticas. Asegura que nosotros católicos no practicamos el canibalismo porque el cuerpo y la sangre de Cristo que comemos tienen las formas de pan y vino. También, insiste que no es sólo pan y vino que comamos sino algo infinitamente más precioso – el cuerpo y sangre de Cristo.

Homilía para el Domingo, 18 de mayo de 2008

La Solemnidad de la Santísima Trinidad

(Juan 3:16-18)

La muchacha lleva un bebé en sus brazos. Ella es joven, no más de catorce años o quince al máximo. ¿Es la madre del niñito? Desgraciadamente en esta época la respuesta a menudo es “sí.” Particularmente las muchachas latinas dan a luz un número alarmante de bebés. En los Estados Unidos es tres veces más probable que latinas entre 13 y 19 años dan a luz un bebé que muchachas anglas y tres por diez veces que muchachas negras. En México uno de cada cinco muchachas bajo dieciocho años ha dado a luz al menos un bebé.

Usualmente la muchacha que da a luz no está casada. Este hecho resulta en grandes problemas para la madre, el hijo, y la sociedad. La muchacha tiene dificultad a cumplir su educación, a conseguir buen trabajo, y aún a encontrar esposo. Los niños nacidos fuera del matrimonio tienen un alto riesgo de resultados negativos. Es más probable que vivan en la pobreza y tengan problemas emocionales y de comportamiento. La sociedad sufre los efectos de la delincuencia de tales hijos, los gastos de apoyar a las familias viviendo en la pobreza, y la pérdida de personas productivas.

Un experto opina que muchachas quedan embarazadas fuera del matrimonio por el amor. Por que no reciben el apropiado amor de sus padres, buscan el afecto de sus novios. También, aunque no esperan a hacerse embarazadas, las muchachas psicológicamente saben que un bebé les dará toda la razón de vivir en el mundo. Por supuesto, no se dan cuenta que el afecto del novio es, en toda probabilidad, pasajero y el cariño de un bebé conlleva cargas pesadas.

¿Cómo podemos evitar el tener niños fuera del matrimonio? Los anticonceptivos y el aborto sólo producen más daño que beneficio. Para muchachas, así como para todos, sería mejor aprovecharse del amor que Dios ofrece. Dios se ha revelado como una familia de relaciones amorosas en la Santísima Trinidad. El amor de Dios Padre ha resultado en Su hijo antes del tiempo. Y los dos quedan unidos por el infinito amor del Espíritu Santo. Una mujer y un hombre deberían procurar a imitar este amor divino cuando piensan en unirse.

Personalmente también las tres personas de la Santísima Trinidad nos apoyan. Dios Padre nos provee todo el amor necesario de modo que no sea necesario buscar el afecto ilícito. Dios Hijo, Jesucristo, nos ha enseñado cómo disciplinarnos por el bien de todos. Finalmente, el Espíritu Santo, enviado por Dios Padre a través de Jesús Cristo, nos da la alegría que hace digna la vida.

“Si alguien quisiera comprar el amor…sólo conseguiría desprecio,” dice El Cantar de los Cantares. Sin embargo, Dios, que se ha revelado a Sí mismo como una familia de relaciones amorosas, nos ofrece el amor gratis. Es el amor que sirve, no él que produce más daño que beneficio. Que aprovechémonos de este amor sobre todo. ¡Que aprovechémonos de este amor!