El domingo, 5 de agosto de 2018


EL DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Esta semana se celebrará la memoria de Santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores.  Una historia de su vida puede ayudarnos entender el evangelio de hoy. 

Un día Domingo y un fraile nombrado Juan cruzaban las Alpes.  El fraile se puso tan débil que no pudiera hacer un paso más adelante.  “¿Qué te aflige, mi hijo?” preguntó el santo.  “Padre – exclamó el joven – estoy muriendo de hambre”.   “Ánimo – dijo Domingo – tenemos que ir sólo un poco más y tendremos toda comida que queramos para recuperar las fuerzas”.   Pero el fraile Juan insistió que no podía caminar más. Entonces, Domingo con su solicitud característica, comenzó a orar.  Después de un rato conversando con Dios, se le dirijo a Juan: “Levántate, mi hijo, vete derecho un poquito y traiga lo que encuentras”.  El joven hizo como Domingo le había dicho y encontró un pan arrollado en una tela tan blanca como la nieve.  Después de que lo comió, el fraile se puso a pensar: “¿Quién colocó el pan en el lugar tan solitario?”  Le dirijo la pregunta a Domingo.  “Mi hijo – respondió el santo -- ¿no has tomado todo lo que deseaba?” “Sí, Padre”.  “Muy bien – concluyó Domingo – sólo dale gracias a Dios por ello y no te molestes más de la cosa”.

Como el fraile Juan, la gente en el pasaje evangélico, se enfoca sólo en el pan.  Buscan a Jesús para recibir de él este recurso necesario para vivir.  Sí es importante el pan junto con la casa y la ropa, pero estas cosas no constituyen la vida en plenitud.  De hecho, a aquellos que tengan sólo cosas materiales les falta la más básica.  Por eso, Jesús les aconseja que “’no trabajen por ese alimento que acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna…’” Santo Domingo se dio cuenta que el alimento que no se agota nunca es la palabra de Dios.  Dice su biógrafo que Santo siempre llevaba contigo el Evangelio según San Mateo y las Cartas de Pablo.  Estos papeles no eran poca cosa en los tiempos antes de la imprenta.

El evangelio revela otra cosa que vale subrayar aquí.  Cuando la genta pregunta a Jesús: “’¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?’” actúan como si Dios fuera un propietario que tiene pagos para sus trabajadores.  Entonces desean saber las obras que requiera Dios para reclamar sus pagos.  Es como si cuando regresemos a casa, preguntaríamos a nuestros papás cuánto nos darían por lavar los trastes después de la comida.  El fraile Juan hace algo semejante cuando pregunta sobre la colocación del pan en el lugar.  A lo mejor está tratando de descifrar cómo mantener recibiendo beneficios.  Pero Dios no es como un propietario.  Es el Padre que nos ama, no por lo que hacemos sino por lo que somos.  Eso es, creaturas hechas en la imagen de Su Hijo.  Lo conocemos como Padre por el mismo Jesucristo.  Por eso, Jesús indica que la obra de Dios realmente no es una obra. Es creer en su Hijo; es la fe “’en aquel que Él ha enviado’”.  Por creer en Jesús tenemos la confianza que todo será bien porque su Padre nos ama.  Aun si sufrimos, al final de tiempos veremos el sufrimiento como beneficio para nosotros y los demás.  Nos conformará aún más a Jesús, y ofrecido como un sacrificio a Dios merecerá el bien por el pueblo.

La segunda lectura nos implora que no vivamos como los paganos.  Eso es precisamente que no sigamos calculando las obras requeridas para obtener los bienes que anhelemos.  Más bien, la lectura urge que nos revistamos con el “nuevo yo”, que es Cristo resucitado de la muerte.  Exhorta qué tengamos como él la confianza inquebrantable en Dios Padre.  Qué mantengamos esta fe aun cuando tengamos que sufrir.  Pues es Dios que nos ha colocado en este camino de la vida en plenitud.

El domingo, 29 de julio de 2018


EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO, 29 de julio de 2018

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)


Hace cien años muchos tenían que buscar el pan cada día.  Los trabajadores ganaban salarios que sólo proveían lo básico – casa alquilada, un cambio de ropa, y frijoles junto con el pan.  No eran contentos.  Querían, no injustamente, tener más – pollo para la mesa, un camisa de seda, una casa con recamara para los hijos.  Así somos nosotros, los seres humanos, siempre deseando más.  Hoy en día queremos teléfonos con data más rápida, casas de alto, salidas a restaurantes cuando nos dé la gana.  El evangelio según San Juan muestra cómo Jesús cumple los deseos más profundos del corazón. 

En el pasaje que acabamos de escuchar cinco mil hombres y quién sabe cuántos mujeres y niños vienen a escuchar a Jesús.  Lo ven como un sabio que cuenta de la voluntad de Dios.  Jesús no los decepciona; más bien los llena.  Les proporciona la palabra de Dios en abundancia y también pan y pescado para saciar a todos con doce canastos de sobrantes. 

En el Evangelio según San Juan se llaman los milagros de Jesús “signos”.  Son hechos que significan realidades más grandes que Jesús logrará por toda la humanidad.  Cuando convierte el agua en vino, les alivia la crisis de las bodas en Caná.  Pero el milagro significa cómo Cristo ha llegado para convertir el mundo en los hijos e hijas de Dios.  Así cuando da de comer a la multitud con cinco panes y dos pescados, el hecho significa cómo saciará las hambres más profundas del corazón.  Estas hambres no son para cosas materiales. No importa que nuestros muchachos digan que no pueden vivir sin un nuevo IPhone.  No, más que IPhones y más que aún el pan, nuestros corazones anhelan tres condiciones espirituales: la justicia junto con la paz, la misericordia, y el amor. 

Deseamos ver que todos reciban lo que se les deba.  Por eso, nos preocupan las historias de la represión en Nicaragua.  Cuando resbalemos, sea por debilidad o sea por descuido, queremos la misericordia.  Sin la misericordia muchos de nosotros viviríamos siempre endeudados.  Sobre todo queremos ser amados por quienes somos.  Si nunca conociéramos el amor, la vida sería un tiovivo que siempre enseña los mismos placeres banales. 

Aunque Jesús ofrece el cumplimiento de estos anhelos, al principio no nos damos cuenta de su oferta.  Seguimos tan distraídos con nuestros programas de televisión y equipos de fútbol que pasamos por alto su oferta.  En un sentido somos como  la gente en el evangelio que quiere proclamar a Jesús su rey.  Piensan que estarían contentos si él les suministra el pan de la mesa. 

No se darán cuenta del propósito de Jesús hasta que él cumpla su misión.  Sólo después de la crucifixión y resurrección pueden entender el valor de su oferta.  Jesús establece la justicia por pagar la deuda del hombre a Dios.  Ya nosotros seres humanos sentimos el amor de Dios llenando el corazón.  Con este amor podemos perdonar a uno y otro.

Los hijos de una familia preguntaban a su mamá qué quería por la Navidad.  Pensaban en comprarle un vestido o quizás un tostador.  Pero la madre siempre respondía con el deseo de corazón más profundo.  Decía: “hijos buenos”.  Así Jesús nos sacia las hambres más profundas.  Más que pan para la mesa  más que nuevos IPhones, Jesús nos provee la justicia, la misericordia, y el amor.  Jesús nos sacia con la justicia, la misericordia, y el amor.

El domingo, 22 de julio de 2018


EL DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)


Este mes el papa Francisco se enfoca en los sacerdotes.  Tiene como su intención particular su cansancio.  Dice: “El cansancio de los sacerdotes: ¿Saben cuántas veces pienso en esto?”  El papa reconoce el trabajo agotador que muchos curas llevan.  Así muestra la preocupación de Jesús por sus apóstoles en el evangelio hoy. 

Jesús llama a los apóstoles: “’Vengan conmigo a un lugar solitario…”   No tienen en cuenta vacaciones en la playa.  No, quiere compartir con ellos su propia experiencia de Dios Padre.  Será tiempo aparte para renovar sus fuerzas ambas espirituales y físicas.  Nuestros sacerdotes de hoy en día necesitan regularmente de este tipo de soledad.  Se constituye de un diálogo en lo cual se comprometen de nuevo al  Señor y contemplan su apoyo. 

Pero los sacerdotes no son los únicos miembros de la Iglesia con muchos quehaceres.  A menudo los laicos tienen programas aún más fatigosos.  Particularmente las responsabilidades de las señoras llaman la atención.  No es raro verlas cuidando a sus familias, trabajando pleno tiempo, y sirviendo en la parroquia.  Ellas también podrían aprovecharse de quince minutos cada día aparte con el Señor.  Será oportunidad para desahogarse a Dios y decirle qué tanto cuentan con su ayuda.  En el funeral de una señora magnífica, la hija contó cómo su mamá paraba a la parroquia después de recoger a sus hijos de la escuela.  Allá visitó al Santísimo Sacramento por un ratito para recargar su energía espiritual. 

No se debe menospreciar el reto para los padres de familia hoy en día.  Tienen que enseñar a sus hijos los valores del reino de Dios en una sociedad cada vez más secularista.  Donde el mundo adora a los símbolos de sexo ellos han de inculcar la compasión, la humildad, y la castidad.  Instruyen mejor por ejemplo que por palabra.  Una vez una madre en San Antonio anunció a la familia que todos iban a pasar la mañana del Día de Acción de Gracias sirviendo comida a los pobres.  ¿Cabe duda que los hijos maduraran con un fuerte sentido de servicio? 

Al final del pasaje evangélico San Marcos escribe que Jesús ve a la gente como “ovejas sin pastor”.  Tiene en cuenta que los líderes del pueblo no transmiten la verdadera voluntad de Dios.  En el tiempo de la primera lectura los líderes irresponsables eran los reyes.  Hoy en día los gobernantes secularistas a menudo dejan a la gente sin sentido justo de la vida.  Hacen falta sacerdotes formados en Cristo para guiar a las familias.  Tienen que enseñar que la vida es don de Dios que no debe ser desgastada en la búsqueda de placer y prestigio.   Más bien tiene que ser entregada en el amor por el bien de los demás.  Así se puede realizar la felicidad que Dios tiene guardada para sus hijos e hijas.

Sea en la casa o en la iglesia, seamos sacerdotes o laicos, enseñamos a Jesucristo.  La segunda lectura hoy nos da el porqué.  Él es la paz entre todos.  Ahora la línea no se traza entre los judíos y no judíos.  Ni se encuentra entre los católicos y los protestantes.  Ahora la diferencia principal se ve entre los creyentes practicantes y los secularistas.  Sin embargo, todos de buena voluntad pueden ver a Jesús como maestro  impartiendo los verdaderos valores de la vida.  Enseña la necesidad de ambos retirarse con Dios y servir a los pobres.  Jesús es nuestra paz.

El domingo, 15 de julio de 2018


EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)

“El pueblo de la alabanza” (en el inglés, “The People of Praise”) se dedica a la gloria de Dios.  Es organización ecuménica que en primer lugar ofrece la alabanza a Jesucristo.  También trabaja para una sociedad donde todos vivan en la paz.  Se sacrifica para que todos – tanto los negros como los blancos, tanto los pobres como los ricos – conozcan el amor de Cristo.  Este pequeño movimiento recibió alguna atención la semana pasada cuando una de sus miembros fue mencionada como posibilidad de ser nombrada a la Corte Suprema.  Aunque no fue escogida ella, “El pueblo de la alabanza” vive la esperanza de Jesús en el evangelio hoy.

Jesús envía a sus apóstoles para predicar el arrepentimiento.  Quiere que los pueblos se preparen para el Reino de Dios.  El arrepentimiento significa que los individuos cambien su corazón. Donde son duros, que sean tiernos.  Donde se llenan de porquería, que se purifiquen.  El corazón tierno y puro siempre buscará el bien de la otra persona, no a dominarla.

Para facilitar su misión Jesús otorga a los apóstoles el poder sobre los espíritus impuros.  Se puede pensar en estos espíritus como demonios pero tal vez sea mejor que los consideremos como los vicios.  Usualmente se nombran los siete pecados capitales como los vicios principales.  Estos incluyen la soberbia, la avaricia, la lujuria, y la ira.  Se puede facilitar el recordar de estos tropiezos a la felicidad verdadera por pensar en los cuatro “p”.  Los vicios son el deseo desordenado para el prestigio, la plata, el placer, y el poder.  Purificada de estos deseos, la persona está lista para acoger a Dios en su reino.

Sin embargo, la evangelización tiene objetivo más allá que la conversión personal.  También quiere transformar la cultura en que la gente vive.  Al menos es lo que dijo el papa San Pablo VI, el pionero de la nueva evangelización. Según él, la cultura evangelizada se conforma de los criterios de juicio, los valores determinantes,… y los modelos de vida” del evangelio.  Se realiza cuando la gente juzgue al otro por el “contenido de su carácter” y no por su cuenta de banco.  Se ve donde los héroes de los jóvenes sean los humanitarios como Martin Luther King y no, si me permiten decirlo hoy, los futbolistas como Ronaldo. 

Jesús también insiste que los apóstoles viajen como pobres.  No han de llevar “ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto”.  A lo mejor tiene dos fines en cuenta cuando enfatiza la sencillez radical en el camino.  Primero, quiere que ellos conozcan la Providencia de Dios que siempre es más amplia que se piense.  Como se demostró con los muchachos en Tailandia atrapados en la cueva, Dios proveerá.  También, desea que los misioneros se den cuenta de que los pueblos ya son evangelizados en parte.  El Espíritu Santo les ha precedido rindiendo a la gente que visitarán amistosa.  Por eso muchos misioneros regresan a su tierra nativa diciendo que ellos mismos han experimentado conversión. 

En la segunda lectura el autor de la Carta a los Efesios describe el propósito de la evangelización.  Es el plan de Dios Padre que todos nosotros seamos “santos e irreprochables a sus ojos, por el amor…”  Somos llamados a ser como Cristo los hijos y las hijas de Dios.  Tenemos la vida eterna como destino cuando el contenido de nuestros caracteres se conforme al evangelio.  Es Jesucristo que ha enviado a los apóstoles para traernos este evangelio.  Damos alabanza a Dios en esta misa y siempre por él.

El domingo, 8 de julio de 2018


EL DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7b-10; Marcos 6:1-6)


El Señor Jean Vanier inició un movimiento evangélico.  Era militar sirviendo en la Marina Canadiense.  Entonces se sintió una vocación de hacer “algo diferente”.  Renunció su comisión como oficial marino para estudiar la filosofía.  Pero la vida del profesor no le convenía tampoco.  Tuvo una inspiración cuando visitaba un asilo para los incapacitados.  ¿Por qué no dar a aquellos con una deficiencia mental un hogar donde podrían florecerse?  Invitó a dos personas incapacitadas para vivir con él.  Él los cuidó, y de ellos aprendió la enseñanza más importante de la vida: soy amado por Dios.  Así fue establecida la primera Comunidad de El Arca.  De ahí Jean fundó comunidades de El Arca en países alrededor del mundo.  La historia de Jean Vanier nos reta a aceptar las dificultades que tenemos en nuestras propias vidas.

A lo mejor no tenemos a nadie en casa con una deficiencia mental.  Pero es muy posible que haya una persona con carácter difícil.  O posiblemente viva con nosotros un pariente sufriendo una enfermedad seria.  Nos cuesta dar a estas personas la atención que necesitan para florecer.  Sin embargo, en lugar de tratar de ayudarlos, a menudo estamos inclinados a rechazarlos.  Pensamos en desconocer sus necesidades u olvidarnos de ellos por ponerlos en un asilo.  La gente que actúa así asemeja a los vecinos de Jesús en el evangelio hoy. 

Cuando Jesús presenta a sus paisanos el mensaje del Reino de Dios, lo tratan como si fuera un inquietador.  Le consideran como idealista cuando les habla de la necesidad de reformarse para aprovecharse del gran amor de Dios.  Como Dios envía a Ezequiel a Su pueblo Israel en la primera lectura, ha enviado a Jesús al mundo.  Desgraciadamente muchos se ignoran de él hoy en día como en su propio pueblo.  Prefieren pasar todo el día viendo fútbol a visitar a un conocido internado por media hora.

Esperamos que nosotros no seamos así.  Más bien queremos responder al evangelio con el cuidado para los demás.  El papa San Juan Pablo II decía que la vida es un don de Dios que no realizamos hasta que la demos a los demás en el amor.  Se la damos a todo el mundo por tratar a cada persona que encontremos con el respeto.  A los familiares debemos más atención, aun sacrificios por los débiles en nuestro medio.  Una pareja inmigrante tiene a una niña con la parálisis cerebral.  Ella no podía comer sin la ayuda y mucho menos caminar.  Pero los padres le han dado todo el apoyo necesario.  Aun la traían a las clases de formación de ministros para que no se dejara sola.

Sí nos cuesta cuidar a los demás.  A veces ellos resienten nuestras ofertas de socorro.  Los parientes pueden requerir más atención que pensábamos fuera posible.  Entonces que nos acordemos de lo que escribe San Pablo en la segunda lectura.  Cuando nos sentimos más débiles, el Señor nos hace más fuertes.  Él nos concede las fuerzas necesarias para realizar hazañas notables – sea cuidar a un enfermo o sea aguantar con paciencia nuestro propio dolor. 

Es notable la atención que llama el fútbol estos días.  Casi todo el mundo quiere ver los finales del campeonato de la Copa del Mundo.  Sea el ganador de las Américas, de la Asia, o de Europa, a lo mejor en cuatro años habrá otro.  Es el amor de Dios por nosotros que no cambia nunca.  Jesús nos lo proclamó y ahora somos para anunciarlo a los demás.  Por el respeto, el servicio, y los sacrificios somos para anunciar el amor de Dios.