EL DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo
16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)
Esta
semana se celebrará la memoria de Santo Domingo, el fundador de la Orden de
Predicadores. Una historia de su vida
puede ayudarnos entender el evangelio de hoy.
Un día
Domingo y un fraile nombrado Juan cruzaban las Alpes. El fraile se puso tan débil que no pudiera
hacer un paso más adelante. “¿Qué te
aflige, mi hijo?” preguntó el santo.
“Padre – exclamó el joven – estoy muriendo de hambre”. “Ánimo – dijo Domingo – tenemos que ir sólo
un poco más y tendremos toda comida que queramos para recuperar las fuerzas”. Pero el fraile Juan insistió que no podía
caminar más. Entonces, Domingo con su solicitud característica, comenzó a
orar. Después de un rato conversando con
Dios, se le dirijo a Juan: “Levántate, mi hijo, vete derecho un poquito y
traiga lo que encuentras”. El joven hizo
como Domingo le había dicho y encontró un pan arrollado en una tela tan blanca
como la nieve. Después de que lo comió,
el fraile se puso a pensar: “¿Quién colocó el pan en el lugar tan
solitario?” Le dirijo la pregunta a
Domingo. “Mi hijo – respondió el santo
-- ¿no has tomado todo lo que deseaba?” “Sí, Padre”. “Muy bien – concluyó Domingo – sólo dale
gracias a Dios por ello y no te molestes más de la cosa”.
Como el
fraile Juan, la gente en el pasaje evangélico, se enfoca sólo en el pan. Buscan a Jesús para recibir de él este recurso
necesario para vivir. Sí es importante el
pan junto con la casa y la ropa, pero estas cosas no constituyen la vida en
plenitud. De hecho, a aquellos que
tengan sólo cosas materiales les falta la más básica. Por eso, Jesús les aconseja que “’no trabajen
por ese alimento que acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna…’”
Santo Domingo se dio cuenta que el alimento que no se agota nunca es la palabra
de Dios. Dice su biógrafo que Santo
siempre llevaba contigo el Evangelio según San Mateo y las Cartas de Pablo. Estos papeles no eran poca cosa en los tiempos
antes de la imprenta.
El
evangelio revela otra cosa que vale subrayar aquí. Cuando la genta pregunta a Jesús: “’¿Qué
necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?’” actúan como si Dios fuera
un propietario que tiene pagos para sus trabajadores. Entonces desean saber las obras que requiera
Dios para reclamar sus pagos. Es como si
cuando regresemos a casa, preguntaríamos a nuestros papás cuánto nos darían por
lavar los trastes después de la comida. El
fraile Juan hace algo semejante cuando pregunta sobre la colocación del pan en
el lugar. A lo mejor está tratando de
descifrar cómo mantener recibiendo beneficios.
Pero Dios no es como un propietario.
Es el Padre que nos ama, no por lo que hacemos sino por lo que
somos. Eso es, creaturas hechas en la
imagen de Su Hijo. Lo conocemos como
Padre por el mismo Jesucristo. Por eso, Jesús
indica que la obra de Dios realmente no es una obra. Es creer en su Hijo; es la
fe “’en aquel que Él ha enviado’”. Por creer
en Jesús tenemos la confianza que todo será bien porque su Padre nos ama. Aun si sufrimos, al final de tiempos veremos el
sufrimiento como beneficio para nosotros y los demás. Nos conformará aún más a Jesús, y ofrecido
como un sacrificio a Dios merecerá el bien por el pueblo.
La
segunda lectura nos implora que no vivamos como los paganos. Eso es precisamente que no sigamos calculando
las obras requeridas para obtener los bienes que anhelemos. Más bien, la lectura urge que nos revistamos
con el “nuevo yo”, que es Cristo resucitado de la muerte. Exhorta qué tengamos como él la confianza
inquebrantable en Dios Padre. Qué mantengamos
esta fe aun cuando tengamos que sufrir.
Pues es Dios que nos ha colocado en este camino de la vida en plenitud.
1 comentario:
Que nuestro padre Domingo interceda por nosotros.
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