El domingo, el 28 de abril de 2024

EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

Jesús es reconocido ahora como en su tiempo como contador de historias.  Como sabemos todos se llaman sus historias “parábolas”, que significa comparaciones.  Jesús podía comparar los conceptos espirituales con cosas cotidianas para ayudar al pueblo entender sus significados. 

Las parábolas más ricas como “el Buen Samaritano” aparecen en el Evangelio de Lucas.  Encontramos las parábolas más sencillas como el sembrador en Mateo, Marcos, y Lucas.  Pero ¿qué pasa con el Evangelio de Juan?  ¿Hay parábolas en ello?

Sí hay, pero son expresadas de manera diferente.  En lugar de contar la historia del pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la descarriada, Jesús dice en el Evangelio según Juan: “Yo soy el Buen Pastor”.  Tenemos otra parábola así en el evangelio hoy.  En lugar de hablar de la necesidad de dar buen fruto como dice en los otros evangelios, Jesús dice en Juan: “'Soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante …’”’

No es que solo por mantenerse en Cristo que nosotros, sus discípulos, producimos mucho fruto.  Jesús añade que los sarmientos tienen que ser podados por el Padre.  Eso es, somos formados con la palabra de Dios, las Escrituras, para que nuestras obras sean productivas.  Santa Catalina de Siena, cuya fiesta se celebra mañana, puede ayudarnos aquí con su profunda comprensión de la vida espiritual.  Aunque tuvo que enseñarse a sí misma como leer, ella conoció bien las Escrituras.  En su libro El Diálogo Catalina nos prescribe tres virtudes derivadas de las Escrituras con que somos podados para llevar fruto en abundancia.

En primer lugar, según Catalina, los discípulos de Cristo tienen que cultivar el amor sacrificial o la caridad.  Jesús dice al joven rico que tal amor para Dios y para los demás es el camino a la vida eterna.  Catalina, siempre inventado sus propias parábolas, compara la caridad con la vida del árbol.  Dice ella que sin esta vida el árbol no produce nada de fruto, solo la muerte. 

La caridad a menudo aparece como la paciencia que sufre sin reclamar recriminaciones.  El alma que practica la paciencia es unida con Cristo quien sufrió la muerte en la cruz sin murmurar contra sus perseguidores. Dice la Primera Carta de Pedro: “Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente” (I Pedro 2,23).

¿Cómo cultivamos el amor sacrificial?  Catalina expresa la convicción que la humildad es la tierra alrededor del árbol del alma que nutre el amor.  Es la segunda virtud necesaria para producir buen fruto. La humildad conoce a sí misma como nada sin Dios y reconoce a Dios por su bondad superabundante.  Como escribe San Pablo a los corintios: "...llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios, y que no viene de nosotros" (II Corintios 4,7).

Sería difícil encontrar a alguien con más humildad que Santa Catalina misma.  Frecuentemente confesaba que sus pecados fueron suficientes para enredar al mundo entero en la injusticia.  Rezaba: “¡Oh Padre eterno! a ti acudo reclamando que quieras castigar mis ofensas en este tiempo limitado, y, puesto que soy causa de las penas que debe sufrir mi prójimo, te pido benignamente que las quieras castigar en mí”.

La discreción, la tercera virtud necesaria para producir fruto abundante, sabe qué cosas se deben a Dios, al yo, y a los demás.  Sin esta discreción – dice Dios en El Diálogo – el alma se perdería en el orgullo robando Dios de su honor y poniéndolo a sí misma.  Según Catalina, la discreción indica que tenemos una deuda de cinco partes a nuestros prójimos: el afecto de la caridad, la humilde y continua oración mutua, la doctrina, el buen ejemplo de la vida santa y honesta, y el consejo y ayuda para alcanzar la salud de su alma.  Al menos la primera ítem en la lista nos recuerda de las palabras a San Pablo en la Carta a los Romanos: “Con nadie tengan otra deuda que la del amor mutuo” (Romanos 13, 8).

Procurar la caridad, la humildad, y la discreción es pedir mucho de nosotros. Pudiéramos preguntar: ¿por qué queremos producir fruto bueno?  La respuesta viene de Dios en la misma obra El Diálogo: Este árbol (el alma cuya vida es la caridad nutrida con la humildad y utilizando la discreción) "hace subir hasta mí olor de gloria y alabanza a mi nombre, porque en mí tiene su principio, y de aquí llega a su término, que soy yo mismo, vida perdurable, que no puede serle quitado si él no quiere".

El domingo, 21 de abril de 2024

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

Como siempre las lecturas de la misa hoy son interesantes.  Digo “siempre” porque son la “palabra de Dios” que nos instruye, conforta, y reta.  Las tres lecturas ahora tienen que ver con nombres.  En la lectura de los Hechos de los Apóstoles Pedro dice que el enfermo se curó “en el nombre de Jesús de Nazaret”.  El evangelio reporta que Jesús le da a sí mismo el nombre del “Buen Pastor”.  Y la segunda lectura el presbítero Juan llama a sí mismo y la comunidad que tiende “hijos de Dios”.  Vale investigar la relevancia de estos nombres a nuestras vidas hoy en día.

En la Biblia se supone que un nombre revela la esencia de la persona. Abraham, recordamos de una lectura hace algunos domingos, quiere decir “padre de muchas naciones”.  Eventualmente por Jesucristo Abraham se ha hecho el patriarca espiritual de gentes en todas partes del mundo.  Es apto que el nombre del Hijo de Dios es “Jesús”, derivado de “Josué” que significa “salvador”.  Jesús salva al mundo de sus pecados.

Sin embargo, los discípulos reconocen en Jesús más que un salvador.  Ellos tratan el nombre “Jesús” con el respeto que los judíos reservan para Dios.  Recordamos cómo Dios reveló su nombre a Moisés en el arbusto ardiente como “Yo soy quien soy”. Según los teólogos medievales, este nombre indica que Dios es fuente de todo ser.  Por dos mil años los rabinos han dicho que este nombre es tan sagrado que no se deba hablarlo con la voz.  Por eso, los judíos siempre sustituyen el nombre bíblico para Dios con algo más cotidiano como “el Señor”. 

En su Carta a los Filipenses San Pablo dice que “al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Fil 2,10).  Esta frase indica que desde solo unos pocos años después de la crucifixión, los cristianos lo consideraron de la misma estatura de Dios.  El hecho de que los primeros cristianos bautizaron “en el nombre de Jesús” también indica su transcendente importancia.

Llamando al nombre de Jesús, los apóstoles hicieron proezas como curar al paralitico en la lectura hoy.  También se ha observado que la única vez en todo el NT que se usa el nombre “Jesús” sin ningún otro apelativo ocurre en la crucifixión según San Lucas.  Todos recordamos como el llamado “buen ladrón” dice al Señor: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.  Y recibe la respuesta tal vez más tranquilizadora en la entera historia humana: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

En el evangelio Jesús se pone a sí mismo otro nombre, el “Buen Pastor”.  Este nombre sugiere que Jesús daría su vida para salvar a su pueblo de los merodeadores.  Por supuesto, hizo exactamente esto.

En la segunda lectura, el presbítero Juan propone un nombre para sus lectores.  Dice: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios…”  Deberíamos considerar a nosotros partes de esta familia.  Somos hechos “hijos de Dios” por ser bautizados en el nombre del Padre, Hijo, y Espíritu.  Como los otros hijos de Dios, estamos destinados a ser semejantes a nuestro hermano mayor, Jesús.  Y como él, no deberíamos tener ningún reacio pedirle ayuda a Dios: Padre, Hijo, o Espíritu Santo. 

Tal vez tengamos dificultad creer durante este tiempo de la autoafirmación.  Las preocupaciones con el yo a menudo ciegan a uno al Dios.  Tenemos que llamar a Dios para ayudarnos ver más allá que el destello de oro y la fantasía de autoimportancia.  También es posible que estemos agobiados con preocupaciones de enfermedad o falta de recursos.  Asimismo, tenemos que llamar a Dios por nombre.  Sea “Padre”, “Jesús”, o “Espíritu Santo” Dios siempre es listo de atender nuestras súplicas.

El domingo, 14 de abril de 2024

TERCER DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

Tal vez ustedes hayan percibido cómo no se usa el Antiguo Testamento en las misas durante el tiempo pascual.  La Iglesia destaca lecturas de los Hechos de los Apóstoles en las misas del resto del año aparecen lecturas del Pentateuco, los profetas, o los otros escritos del Antiguo Testamento.  

La lectura hoy enfoca en la predicación de los apóstoles.  Pedro y Juan acaban de curar a un paralítico.  La gente queda asombrada con el milagro cuando Pedro toma la palabra para explicar cómo pasó.  Bajo la influencia del Espíritu Santo, habla con audacia.  Dice que la cura fue hecha en el nombre de Jesús a quien ellos entregaron al verdugo.  Entonces modera su tono con un pretexto.  Dice que los judíos no sabían lo que estaban haciendo cuando exigieron que Pilato condenara a Jesús a la muerte.

No obstante, los judíos todavía tienen que arrepentirse. Pedro dice, en efecto, que era su orgullo que no les permitió reconocer lo que estaban haciendo.  Su confianza exagerada en sus líderes les impidió ver la verdad que Jesús enseñaba y la bondad que mostraba. Pudiera haber dicho también que no resistieron el deseo para la violencia, que queda en el corazón humano como un impulso primitivo.  La llamada de Pedro a la conversión incluye las decenas de modos en los cuales los hombres fallan a cumplir la voluntad de Dios: la falta de respeto a Dios, la avaricia, la lujuria, la mentira, etcétera. 

Tenemos que escuchar el sermón de Pedro como dirigido a nosotros tanto como a los judíos.  Aunque tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos, a veces fallamos.  Las atracciones de fortuna y fama que vemos en los criminales más perniciosos como Pablo Escobar o las escandalosas estrellas de Hollywood nos impulsan a traicionar las virtudes que nuestros madres y padres nos enseñaron.  En lugar de obedecer la voz de Dios en nuestras conciencias, la ignoramos. Pensamos que somos limitados solo por la ley civil y, aun con esto, por la capacidad de la policía de capturar a nosotros haciendo algo criminal. 

La llamada de Pedro no es diferente de la de Jesucristo.  Ninguno de los dos está amenazándonos con los fuegos del infierno.  Más bien ambos quieren que conozcamos la misericordia infinita de Dios.  Jesús no va a regañarnos por haber pecado sino regalarnos por haber discernido la luz de la verdad.  Sí es cierto que aquellos que insisten que no les importa Dios, van a ser dejado en las tinieblas.  Allá experimentarán el remordimiento de haber escogido la fantasía del engrandecimiento del yo al amor de Dios.  Pero la verdadera lástima es lo que se les extrañará.

San Agustín vivía por sí mismo hasta que un día encontró la verdad en una Biblia.  Por casualidad abrió el libro a donde Pablo escribe: "...basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne".  Más tarde Agustín tenía que admitir cómo apenas logró el mejor tesoro de la vida.  Escribió en sus Confesiones: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste…Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti".

Tal vez no somos tan grandes pecadores como San Agustín en su juventud.  Pero es cierto que la mayoría de nosotros pensamos demasiado en nosotros que olvidemos de la bondad de Dios.  Tenemos que arrepentirnos de este orgullo para conocer su amor.

El domingo, 7 de abril de 2024

Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia

(Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20, 19-31)

Probablemente las lecturas hoy nos suenan familiares.  Cada año en este segundo domingo de la Pascua escuchamos el evangelio de Santo Tomás dudando la resurrección de Jesús.  También cada año escuchamos un trozo de los Hechos de los Apóstoles que cuenta de cómo la comunidad primitiva de Jerusalén vivía. Hoy vamos a enfocarnos en esa comunidad tratando de entender por qué se la incluye con el relato de la resurrección.

Junto con la muerte de Jesús en la cruz el Nuevo Testamento hace hincapié en su resurrección de entre los muertos.  San Pablo escribe a los corintios que les predicó “en primer lugar” ambas la cruz y la resurrección.  No es solo porque la resurrección de Jesús nos proporcione la esperanza de superar la muerte que la Iglesia la proclama de primera importancia.  También es porque nos lleva a ser mejores personas.  Los Hechos de los Apóstoles ofrece testimonio a esto en historias de la primera comunidad cristiana (aunque todavía no se usó este nombre "cristiana") de Jerusalén.

La lectura de los Hechos hoy dice que la comunidad “tenía un solo corazón y una sola alma”.  El tiempo es solo un poco después de la resurrección, ascensión, y la venida del Espíritu Santo en la historia de Lucas, el escritor de ambos el tercer Evangelio y los Hechos.  Lucas quiere decir que estos eventos impactaron a los creyentes en la resurrección tanto que cambiaran su actitud y sus acciones.  Se puede notar cuatro comportamientos nuevos resultando de estos cambios.  Primero, rezaron el uno por el otro usando nuevas oraciones como la “Padre Nuestro”. Segundo, se reunieron en sus casas para el “compartir del pan” haciendo presente el sacrificio de Jesús en el Calvario que les justificó a pesar de sus pecados.  Tercero, hicieron caso a las enseñanzas de los apóstoles quienes explicaron cómo Cristo cumplió las Escrituras y prescribieron la respuesta apropiada a él.  Finalmente, vivieron comunitariamente compartiendo sus recursos de modo que nadie tuviera demasiado o muy poco.  Lucas emplea el término griego koinonia para esta cualidad que nos llama tanta atención hoy.

Koinonia significa la amistad comunitaria o la comunión.  Junto con el compartir de recursos el Nuevo Testamento indica dos otras dimensiones de koinonia. Primero, las diferentes comunidades de cristianos reconocen la legitimidad de una y otra.  Pablo dice en su Carta a los Gálatas que cuando él y Bernabé lograron a convencer a los apóstoles que los miembros incircuncisos de las comunidades que formaron fueron realmente cristianos, recibieron “la mano de koinonia” de Pedro, Santiago, y Juan.  Hoy día el papa Francisco ha pretendido a lograr la koinonia especialmente con las iglesias ortodoxas pero también con las comunidades protestantes.

Otra dimensión de koinonia es el compartir de recursos entre las personas y las comunidades.  Muchas veces en sus cartas Pablo refiere a las colectas que hizo entre los griegos para la comunidad cristiana en Jerusalén.  Hoy día llamamos este tipo de apoyo “la solidaridad”.  Posiblemente la comunidad de Jerusalén tuviera problemas económicos porque su modo de compartir recursos no funcionaba bien. De todos modos, los Hechos reporta dificultad con su compartir casi desde el principio.  Cuenta cómo una pareja cometió fraude por no someter todo el pago que recibió de la venta de una propiedad como había indicado que iba a hacer.  

La atracción de avaricia y los otros vicios queda en nuestros corazones.  El Espíritu Santo enviado con la ascensión de Jesús nos ayudará resistirla, pero hay que pedir aún más protección del Señor.  La película recién “Cabrini” muestra cómo con empeño y oración se puede superar adversarios aún más desafiantes.

Nuestra celebración de la resurrección del Señor nos ha proporcionado la gracia para cambiar los vicios en virtudes.  Que creamos en este evento con todo el corazón.  También que nunca fallemos pedir aún más apoyo del Señor Jesús.  Finalmente, que empeñemos ser mejores personas todos los días.

El domingo, 31 de marzo de 2024

PRIMER DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Tan encantador que encontremos la Navidad, tenemos que reconocer en la Pascua algo más significante.  Es la celebración del cumplimiento del propósito de Dios en hacerse hombre.  Es el anuncio al mundo que Cristo ha vencido el pecado y la muerte.  El evangelio nos cuenta de la historia de su victoria que nos ofrece ambas esperanza y trabajo.

Dice San Marcos que las tres mujeres que vieron a Jesús crucificado ahora vienen para embalsamarlo.  Fue sepultado rápidamente el viernes para evitar violar la santidad del sábado.  Ahora las mujeres quieren dar a su querido maestro un entierro apropiado.

Las mujeres se preocupan de cómo moverán la piedra gigante que cerró el sepulcro.  Pero sin duda sus pensamientos extienden más allá que esta cuestión.  Con toda probabilidad están recordando que tremenda persona era Jesús.  Como la gente hoy hace “celebraciones de la vida” en las funerarias, estas mujeres estarían compartiendo sus memorias de Jesús.  Estarían hablando con una y otra cómo a Jesús le gustaba comer con todos tipos de personas.  Contarían cómo enseñaba con autoridad, y usaba parábolas para ayudar a la gente entender. 

Tan felices que sean sus memorias de Jesús, las mujeres topan la amarga realidad que ya no está con ellas.  Piensan que no más escucharán su voz o sentir su toque de apoyo.  Entonces dicen que las cosas nunca serán las mismas y se preguntan: ¿cómo vivirán sin Jesús?

Cuando llegan al sepulcro y ven la piedra quitada, se espantan. Preguntarían: ¿qué pasó? Estarían sospechando que los enemigos de Jesús robaron su cuerpo.  Cuando entran el sepulcro, ven a un ángel donde quedó el cuerpo de Jesús.  Les anuncia que Jesús ha resucitado.  Ahora las mujeres se asustan aún más.  Después de todo, están en un cementerio con un espíritu delante sus ojos.  Estarían preguntándose: ¿qué quiere decir “resucitado”?  ¿Es vivir con el cuerpo o sin el cuerpo?  ¿en el mundo o fuera el mundo? ¿para un tiempo limitado o para siempre?

El ángel les asigna a las mujeres una tarea. Ellos han de decirles a Pedro y sus compañeros que encontrarán a Jesús en Galilea.  Donde ellos comenzaron su discipulado con el Señor, lo comenzarán a llevarlo a su término.  Pero esta vez tendrán al Espíritu Santo como su luz y fuerza.  El Espíritu les recordará de lo que dijo el Señor de la necesidad de sufrir para seguirlo.  Asimismo, les fortalecerá para que venzan el miedo y la apatía en su misión.

Somos semejantes a esas mujeres esa primera Pascua cristiana.  Como ellas tenemos un temor de la muerte porque no podemos ver más allá que la fosa o, hoy en día, el columbario.  Tampoco tenemos una visión adecuada de la resurrección.  Sabemos que tendremos una nueva vida gloriosa enraizada en nuestros propios cuerpos y que conoceremos íntimamente a Jesucristo.  Pero ¿qué vamos a hacer más que alabar y agradecer a Dios queda oscuro?  Finalmente, como aquellas mujeres, estamos encargados con la tarea de decir a los demás que el resucitado les espera.  De alguna manera tenemos que anunciar que Jesús nos ha conquistado el pecado y la muerte.  Ahora podemos vivir como personas renovadas con el mismo Jesús como compañero y destino.

El domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)

Todos estamos conscientes de que las últimas palabras de Jesús varían en tres de los cuatro evangelios.  Las diferencias son más que una cuestión de palabras.  Expresan diferentes perspectivas en cómo entender quién es Jesús.  En Lucas, Jesús se ve como el amigo sumamente compasivo de todos.  Cuando muere, tiene palabras de tranquilidad en sus labios: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”.  El Evangelio de San Juan retrata a Jesús como el encarnado Hijo de Dios que viene al mundo con una misión.  Mientras la tarea se completa en la cruz, sus últimas palabras son: “Todo está cumplido”.

Sin duda las últimas palabras de Jesús más difíciles de comprender se encuentran en ambos Marcos y Mateo.  En los dos evangelios dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  Nos dejan con inquietud profunda: ¿Realmente ha sido abandonado por Dios Padre? nos preguntamos, o tal vez, ¿Jesús ha perdido la fe en Dios?  No obstante, podemos estar asegurados de que Dios no ha olvidado de Su Hijo; tampoco Jesús deja creer en Dios.  Los dos evangelistas, probablemente Mateo copiando Marcos, entienden la soledad completa de Jesús en su muerte como parte del precio enorme que pagó para redimir el mundo.  Sabemos que aun nosotros, tan débiles que seamos, podemos aguantar sufrimiento con el apoyo de nuestros seres queridos.  Jesús tenía que aguantar suplicio horrífico sin ninguna respalda. 

Se puede ver este abandono desde el principio de la pasión.  En Getsemaní los primeros discípulos duermen mientras Jesús está retorciéndose en la tierra.  Luego viene el discípulo que lo ha traicionado.  Todos los discípulos lo abandonan, ¡uno de ellos dejando atrás su propia ropa!

En los procesos ante el Sanedrín y el gobernador, el aislamiento de Jesús crece.  Como si fuera un blasfemo, el sumo sacerdote rasga su ropa ante Jesús para significar su disgusto completo con él. Luego todos los altos representantes de Israel lo escupen y bofetean.  Se burlan de Jesús como profeta falso cuando en verdad ha predijo todo lo que le pasa.  Mientras sufre este abuso, Jesús sabe que Pedro, su vicario, está negándolo.  Aunque Pilato dice que Jesús es inocente, lo condena como un rebelde. Los soldados romanos continúan el sacrilegio rompiendo su piel con látigos y burlándose de Jesús como un rey cómico.

Por supuesto, la soledad alcanza lo máximo en la cruz.  Todos se lo burlan aun los dos hombres crucificados junto con él.  Ningún discípulo se presenta para ofrecerle el apoyo. Aun los cielos se oscurecen dando la impresión de que Dios le ha dado la espalda. A este momento Jesús emite su grito de desánimo total. 

Al momento de su expirar Dios muestra que ha estado con su hijo por toda la ordalía.  El velo en el Templo se rasga en dos rindiendo el santuario inútil para los sacrificios.  Desde ahora lo único sacrificio para el perdón de pecados será el recuerdo de su muerte en la Eucaristía. Aún más impresionante el centurión, un testigo objetivo, proclama: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, la relación que Jesús reclamó en su proceso judío.

El sufrimiento de Jesús en el Evangelio de san Marcos provoca varias emociones dentro de nosotros.  En primer lugar, nos sentimos la admiración por todo lo que Jesús sufrió por nosotros, ¡aún el sentido de la perdida de intimidad con Dios Padre! Fue más que se puede esperar de cualquier otro hombre.  Segundo, nos sentimos profundamente agradecidos a él por hacer todo por nosotros.  Su muerte en la cruz ganó el perdón de nuestros pecados.  Finalmente, nos sentimos fortalecidos.  Nos decimos a nosotros mismos si mi Salvador sufrió tanto dolor y aislamiento, yo también soy listo a sufrir.  Habrá tiempos en que vamos a estar luchando por lo justo sin mucho apoyo.  Posiblemente nuestros propios familiares y amigos nos critiquen por arriesgarnos en defensa de la verdad.  Entonces podemos recordar a Jesús en este evangelio de San Marcos y seguir luchando.

El domingo, 17 de marzo de 2024

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

(Jeremías 31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

Las tres lecturas hoy son bellas e interrelacionadas.  Vale examinar cada una para ver cómo contribuye al enfoque de este quinto domingo de cuaresma.  En el pasado se reconocía este domingo como Domingo de la Pasión.  Se consideraba como el principio de la ordalía que padeció Jesús para salvarnos del pecado y la muerte.  Tal vez la historia de un discurso antes una batalla famosa pueda recrear por nosotros la emoción de este domingo.

En 1415 el ejercito inglés estaba para encajar a los franceses en la Batalla en Azincourt.  Sus fuerzas fueron superadas en número, pero su rey Enrique V instó a sus tropas que no perdieran la esperanza.  En la madrugada antes de la batalla les dijo que iban a contarles a sus hijos orgullosamente lo que pasó ese día.  Dijo que eran hermanos luchando hombro a hombro por su patria.  El trasfondo del evangelio se llena con la anticipación de Azincourt esa fatídica madrugada.  Jesús dice con la llegada de los griegos: “’Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado’”.  Está refiriéndose a su pasión por la cual salvará al mundo del pecado.

Este es el momento cuando Dios formará una nueva Alianza con su pueblo como profetiza el profeta Jeremías en la primera lectura.  Por la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús el Espíritu Santo vendrá para grabar la Ley nueva en los corazones del pueblo.  Básicamente el amor para Dios y para el prójimo, esta Ley unificará a Dios y la Iglesia, el nuevo Israel, para siempre.  Como dice Jeremías: Dios será su Dios y ellos serán su pueblo.

Tal vez la Carta a los Hebreos es el menos apreciado de todos los libros de la Biblia.  Expresa un profundo entendimiento de Jesús que reconoce su suprema fidelidad humana y su potencia divina.  En la lectura hoy recalca la lucha de Jesús para cumplir la voluntad de Dios Padre que entrega al mundo del pecado.  Sus palabras nos dan un sentido de su empatía para nosotros en la lucha de quedar fieles a Dios.

En el Evangelio según San Juan raras veces Jesús muestra sensibilidades pasivas.  Sí llora ante la tumba de Lázaro, pero con más frecuencia expresa la voluntad para dominar el mal.  Aquí tenemos buen ejemplo de esta intención.  Rechaza la idea de pedir la entrega de la muerte horrífica que está para padecer.  Más bien dice: “’… ¡no, pues precisamente para esta hora he venido!’”

Jesús usa una parábola para explicar lo que está para acontecer.  “’…si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, -- dice -- queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto’”.  Sabe que el fruto de su pasión y muerte será no solo su resurrección a la gloria sino también el rescate del mundo de las garras de Satanás.

La Semana Santa en que celebramos nuestra liberación del pecado y la muerte está cerca.  Tenemos solo siete días para prepararnos a recibir sus gracias.  Si hemos ayunado o no, si hemos hizo el Viacrucis o no, que hagamos algún sacrificio esta semana pensando en el Señor Jesús crucificado por nosotros.  Luego que vengamos aquí el Domingo de Ramos y, si es posible, el Viernes Santo para participar en la Pasión del Señor.  Finalmente, no nos olvidemos para celebrar su resurrección de entre los muertos con toda alegría apropiada.

El domingo, 10 de marzo de 2024

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(II Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Todos nosotros reconocemos el evangelio hoy.  Contiene el versículo tal vez más venerado en toda la Biblia: “…tanto Dios amó al mundo que le entregó a su Hijo único…” Las palabras nos consuelan como cuando escuchamos a nuestra maestra decirnos, “Tú eres inteligente”.  Pero ¿realmente creemos que Dios nos ama?  Muchos no lo creen, y por esta razón no les importa complacer a Dios.  Hacen lo que les dé la gana.  San Juan Pablo II dijo: “La primera tarea de cada cristiano es aceptar el amor de Dios”.  Si vamos a tener una vida espiritual verdaderamente cristiana, debemos tomar a pecho este principio.

Porque Jesús revela el amor de Dios, el evangelio lo reconoce como “la luz del mundo”.  Luz es tan básica según Génesis Dios la hizo en el primer día de la creación.  Por la Biblia vemos la luz haciendo al menos dos cosas.  Primero, la luz fomenta la vida.  Aunque los tiempos bíblicos no supieron nada de la fotosíntesis, seguramente entendieron que las plantas no crecen sin la luz.  De las plantas viven los animales, incluso los animales humanos.  La luz de Jesucristo va más allá que fomentar la vida física.  Nos guía a la vida eterna, que es la felicidad sin término.

La luz también nos permite ver.  La intensa luz en la sala de cirugía permite a los cirujanos hacer operaciones delicadas.  De manera semejante “la luz del mundo” nos permite conocer la verdad de nuestra existencia.  Amados por Dios, estamos haciéndonos en sus hijas e hijos auténticos.  La luz de la verdad nos enseña cómo prepararnos para la vida eterna. 

El amor costó a Dios a permitir a su propio hijo ser crucificado.  El amor costó a Jesucristo morir en una manera atroz.  Y el amor va a costar a nosotros también.  Cuando amamos, nos hacemos vulnerables.  Gastaremos nuestros recursos por el amado. Recordémonos a Madre Teresa de Calcuta, una de las personas más amantes de nuestro tiempo.  Pero no apareció particularmente bella.  Madre Teresa gastó sus recursos, eso es su tiempo y energía, por los miserables.  No tomó tiempo para ir al salón de belleza. 

Estamos vulnerables también porque la amada puede rechazar nuestras ofertas.  La primera lectura cuenta de la triste historia de Israel rechazando la oferta de Dios para ser su pueblo escogido.  Cometió infidelidades, imitó a sus vecinos en los vicios, aun profanó el Templo, la casa de Dios.  Se puede ver maldades semejantes entre los católicos hoy en día.  Ciertamente el abuso de niños de parte de los sacerdotes sirve como ejemplo primario.  También se puede mencionar la caída de asistencia en el culto dominical y la cohabitación de parejas no casadas. 

El evangelio hace hincapié que Jesús no condena sino salva.  Ha venido no como juez sino como maestro instruyendo cómo amar de verdad.  Aún más importante, ha sacrificado su vida para hacernos aceptables a Dios Padre.   Si estamos condenado, nos hemos condenado a nosotros mismos por preferir las luces del mundo a la luz de la vida y la verdad.  En otras palabras, hemos imitado al mundo por amar a nosotros mismos más que amar a Dios y al prójimo.  Tenemos el resto de la Cuaresma para corregir este error.  Si nos encontramos a nosotros reacios al ayunar, lentos al orar, y negligentes en caridad, deberíamos doblar nuestros esfuerzos ahora.  Que estas prácticas nos coloquen bien en la luz de Cristo.

El domingo, 3 de marzo de 2024

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

Hace años hubo un drama de televisión que llamó la atención.  Un hombre deja su pueblo para aprender todo lo que hay de aprender en el mundo.  Va a Washington para leer todos los libros en la Biblioteca del Congreso.  Después de años regresa con su aprendizaje.  El pueblo arregla una oportunidad para que él comparta el resumen de su descubrimiento.  Cuando llega el tiempo, todo el pueblo se reúne para escucharlo.  Comienza: “Esto es lo que aprendí: ‘Yo soy el Señor, tu Dios, … No tendrás otros dioses fuera de mí….No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios…Acuérdate de santificar el sábado….Honra a tu padre y a tu madre…’”  Sí, según el drama los Diez Mandamientos resumen la sabiduría de las edades.

Los Diez Mandamientos tienen un lugar particular tanto en la vida cristiana tanto como en la vida judía.  El libro de Éxodo informa que Dios los escribió con su propio dedo.  Les ha dado a los humanos como puro don.  Dios no necesita nuestro acatamiento a estos órdenes.  Sin embargo, menos que los acatemos, nosotros no podemos tener la felicidad que dura.  Siguiendo los mandamientos podemos superar los grandes errores que está debilitando la sociedad y llevándonos a la destrucción personal.  No permiten el individualismo que ignora las responsabilidades que tenemos hacia uno y otro y hacia la comunidad.  Al contrario, somos mandatos para honrar a nuestros padres, refrenar de tomar lo que pertenece a los demás, y como corolario, apoyar el bien común.

También los Diez Mandamientos se levantan contra el relativismo que dice no hay leyes objetivas sino toda persona y toda sociedad tienen que crear sus propias leyes.  Aquí hay diez leyes incontrovertibles para todos.  Asimismo, los Diez Mandamientos no ceden ningún terreno al materialismo.  Reconocen los valores espirituales como Dios en primer lugar y luego la honestidad, el honor, la santidad del matrimonio, y muchos otros.

Tan grande como sea el don de los Diez Mandamientos, Dios ha regalado a los humanos algo más superlativo.  El evangelio hoy enseña que Jesús ha llegado para reemplazar el Templo como el lugar de encuentro entre Dios y los humanos.  La purificación del templo de negocios comprende solo el primer paso de su programa.  Su propio cuerpo resucitado de entre los muertos será el nuevo Templo donde la gente dará culto a Dios.  San Pablo nos informa que el cuerpo resucitado de Cristo es la Iglesia. 

Ahora la persona no necesita ir a Jerusalén para ofrecer sacrificios que agradan a Dios.  Dondequiera que se celebre la Eucaristía Cristo está presente dándole a Dios Padre el perfecto sacrificio.  De hecho, se encuentra Cristo en todos los sacramentos de la Iglesia.  Está presente en el Sacramento de Reconciliación perdonando las ofensas del pecador y fortaleciendo su espíritu para evitar el pecado. 

El evangelio termina con una evaluación negativa de los hombres y mujeres.  Dice que Jesús no se fía de ellos porque sabe de “lo que hay en el hombre”.  Esto es nuestra disposición a pecar.  El individualismo, el relativismo, y el materialismo han penetrado el corazón humano con tanta vehemencia que los Diez Mandamientos solos no vayan a controlarlos.  Por el Sacramento de Reconciliación Jesús nos encuentra recurriendo su ayuda espiritual mientras confesamos nuestros pecados.  Es un espacio privado donde podemos abrirnos completamente a Dios en un acto a la vez humilde y edificante.

Durante este tiempo de Cuaresma podemos imaginar a Jesús purificando nuestras vidas con el Sacramento de Reconciliación como limpia el Templo en el evangelio hoy.  Nos hace verdaderos templos del Espíritu Santo de donde se levantan actos de gracias y alabanzas a Dios Padre.

El domingo, 25 de febrero de 2024

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

Como siempre escuchamos el evangelio de la tentación de Jesús en el primer domingo de Cuaresma, podemos contar con escuchando la historia de su transfiguración en el segundo. También escuchamos el mismo evangelio al seis de agosto.  Parece que el evento es tan importante para nuestra consideración que vale la repetición. Vamos a reflexionar en este cambio de apariencia en dos maneras: lo que pasa a Jesús y lo que pasa a los testigos que incluyen a nosotros mismos.

A veces los predicadores tratan de diferenciar entre una transformación y una transfiguración.  Dicen, por ejemplo, que la transfiguración es siempre de un estado bajo a un estado más alto mientras la transformación puede ser un mejoramiento o una deterioración.  Pero esta distinción es difícil ver.  El griego del evangelio hoy dice “metemorphOthE” que es traducido como “fue transformado”.  Evidentemente se desarrolló la costumbre a través de los siglos de llamar esta experiencia de Jesús “la Transfiguración” como la tenemos ahora en nuestros misales. 

De todos modos, el aspecto de Jesús cambia rápida y significantemente.  Se revela su identidad completa cuando su ropa comienza a brillar.  Como se ve Superman cuando el periodista Clark Kent se quita su traje, se ve el Mesías de Dios cuando se ponen lucientes las vestiduras de Jesús.  Esta transformación verifica lo que Pedro afirmó antes: Jesús es el Mesías o, en griego, el Cristo.  También indica la verdad que Jesús mismo trató de inculcar en sus discípulos con poco éxito.  Eso es, aunque es el Mesías, tiene que morir para lograr la salvación de Israel. 

Además de su transfiguración, hay dos otros testimonios en favor de Jesús en este evangelio.  La presencia de Moisés y de Elías en ambos lados de Jesús muestra su preeminencia en la historia de la salvación.  Sus palabras llevan a la perfección la Ley que Moisés presentó al pueblo.  Asimismo, su sufrimiento culminará los sacrificios de los profetas, entre quienes Elías es el más prominente, para llevar a cabo la voluntad de Dios.

En el desierto Dios comunicó con Israel de una nube. Ahora en la montaña también utiliza una nube para entregar su mensaje.  Dice: “Este es mi Hijo amado…” Jesús es su "amado" porque cumple su voluntad en todo.  Luego concluye: “…escúchenlo”.  Porque perfectamente hace la voluntad del Padre, él vale la escucha de los discípulos.

Jesús no es el único de experimentar un cambio en este relato.  También sus discípulos están afectados.  Su fe ha crecido desde que treparon el monte.  Asombrados por la visión de Jesús transfigurado, ahora esperan que algo extraordinario le pase a Jesús.  Por lo menos se puede decir que su fe no debería sacudirse completamente cuando Jesús es crucificado.

Nosotros hemos sido conscientes de la pasión y resurrección desde nuestras primeras lecciones del catecismo.  Sin embargo, es posible que viviendo entre escépticos y no creyentes que ahora abundan comencemos a dudar estos principios de fe.  Pero al escuchar este evangelio podemos hacer una afirmación de fe con tanta convicción como Abraham en la primera lectura.  Abraham creyó que Dios no iba a negar su promesa de hacer de él el patriarca de una nación numerosa a pesar de que le pidió que sacrificara a su único hijo.  Ahora es de nosotros vivir con tanta fe.  No importa lo que digan los sabios de este mundo, seguimos a Jesús, nuestro Señor resucitado. 

Comenzamos este camino cuaresmal con la imposición de cenizas en nuestras frentes.  El cura nos dijo que éramos polvo y al polvo regresaremos.  Ahora después de escuchar el evangelio de la transfiguración podemos añadir algo a este pronuncio alarmante.  De polvo tan fino como las cenizas del crematorio vamos a resucitar a la vida eterna.

El domingo, 18 de febrero de 2024

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA, 18 de febrero de 2024

(Génesis 9:8-15; I Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)

Siempre en el primer domingo de cuaresma escuchamos que Jesús es tentado en el desierto.  Probablemente la mayoría de nosotros recordamos cómo Satanás reta al Señor que cambie piedras en panes y se postre delante de él.  Sin embargo, el pasaje del Evangelio según San Marcos que acabamos de oír no dice nada de los contenidos de las tentaciones.  Solo informa que el Espíritu Santo impulsa a Jesús al desierto.  No es correcto pensar que Marcos tenga en mente las mismas tentaciones como los de Mateo y Lucas. De hecho, parece que Marcos tiene otra idea de tentación.

La palabra para tentación tiene dos sentidos.  Puede ser un intento de seducir a una persona con cosa atractiva traicionar los principios de su vida.  O puede ser probar a la persona para fortalecerla. Porque el Espíritu Santo origina la tentación y que no hay ninguna sugerencia de decepción, probablemente es pretendida como una prueba y fortalecimiento.

Se puede comparar la tentación de Jesús en el Evangelio de Marcos con la Escuela Ranger del Ejército de los Estados Unidos.  Preparándose para el combate, los soldados entrenan por más de sesenta días en condiciones extremamente rigurosas.  Comen solo 2,200 calorías y duermen por promedio solo 3.5 horas diariamente.  Seguramente después de un curso tan retador los soldados serán entre los más listos para la guerra en el mundo.  Así Jesús se prepara para la misión que está para comenzar.  Predicará “el Reino de Dios” que salva al mundo de la perdición y le da la paz.

Debemos pensar en la Cuaresma como nuestro entrenamiento para continuar esta misión de Jesús.  En el mundo hoy la cultura por gran parte ha dejado atrás la religión.  Las canciones populares cuentan de encuentros sexuales, no de visitas al párroco para casarse.  Se reservan las mañanas de domingo aún más para partidos de fútbol o básquet que por acudir a la iglesia.  La Navidad es para darse al uno y otro los regalos, no de adorar al Niño redentor. Y se recuerda la Pascua por buscando huevos y comiendo chocolates, no por la esperanza de la vida eterna. 

“¿Y qué es el problema?” preguntarán algunos.  El problema es que una vez que la sociedad pierda su religión, pierde también su núcleo que sostiene todas partes juntas.  Como resultado, comenzará a deshacerse.  Sin religión, la sociedad no sería responsable al Único que no se puede engañar.  Pronto se aparece problemas enormes.  Vemos indicaciones del deshacer ahora en nuestra sociedad.  Un número creciente de adolescentes intentan a suicidarse.  Los medios de comunicación regularmente dan desinformación para manipular al público a conformarse con su propia perspectiva.  Con la preocupación con el sexo sin la intención de tener familia, la población se hace más disminuida, vieja y débil.

Es de todos nosotros dar testimonio a Jesucristo que incorpora en sí mismo el Reino de Dios.  Lo hacemos en primer lugar con vidas rectas. La disciplina de Cuaresma a decir “no” a las ofertas continuas de comer y beber más nos fortalece moralmente.  El compromiso cuaresmal a la oración nos pondrá más cerca a Dios, siempre nuestro recurso principal en la misión.  Y los esfuerzos por los necesitados nos aproximarán la prioridad de Jesús para los pobres.

¿Por qué al principio de la Cuaresma los sacrificios parecen como un reto insuperable, pero al final del tiempo parecen como no gran cosa?  ¿Puede ser que estemos demasiado laxos ahora y nos haga falta un despertamiento para vivir realmente bien? Como con Jesús, el Espíritu Santo está impulsándonos adelante.  ¡Que no nos girémonos del reto!

El domingo, 11 de febrero de 2024

SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1: Marcos 1:40-45)

El Libro de Levítico trata de la santidad.  Los israelitas se sienten una llamada particular de parte de Dios para ser santos. Se puede describir Levítico como un manual para cumplir esa vocación.  Particularmente importante para ser santo es la pureza.  Se asocia la inmundicia con enfermedad, morales malas, y la impiedad.  Por lo tanto, los judíos en el tiempo de Jesús se guardan a sí mismos de la lepra, la enfermedad que deteriora la piel.

Los pobres leprosos tienen que aislarse de otras personas, ¡aunque no hayan hecho nada malo!  Se manda este ultraje porque el bien de la comunidad tiene prioridad del bien psicológico del enfermo. Ahora después la pandemia tenemos una idea como se sienten los leprosos.  En algunos casos los aislados no solo están solos, aburridos, y frustrados porque no pueden cumplir sus responsabilidades.  Muchas veces incluyen el sentir el dolor y el temor que tal vez nunca vayas a recuperarte.  En el caso de la lepra no se limita el encierro a cuatro días o una semana.  Más bien es la prospectiva que vas a pasar años separados de sus seres queridos. 

De hecho, no solo los leprosos sufrían el aislamiento en la Biblia.  Mujeres después dar a luz también tienen que separarse, así como hacen los que trabajan con animales muertos.   Es cierto, estos pueden purificarse con abluciones de agua, pero esto también es molestia. 

En el evangelio Jesús muestra la compasión al leproso.  Cuando se le presenta a sí mismo a Jesús y expresa fe en él, Jesús no tiene ningún miedo en tocarlo. Aún más lo cura de su enfermedad.  Jesús ha venido para vencer el mal en todas sus formas.  No va a permitir que este hombre siga sufriendo ni el dolor ni el aislamiento.

Jesús quiere hacer lo mismo con nosotros.  Quiere aliviar nuestras enfermedades, sean corporales o espirituales, por ponernos en contacto con él mismo.  Su cuerpo queda en la tierra en la forma de la comunidad de fe, la iglesia.  Eso es todos nosotros.  Por eso tenemos delante de nosotros ahora la cuaresma, la gran temporada de penitencia comunal.  Hemos de rezar por, hacer sacrificios por, y ayudar a uno a otro. 

¿Qué enfermedad llevamos?  ¿Es comer compulsivamente?  Ya tenemos cuarenta días que nos invitan a dejar de tomar segundos, dulces, y meriendas.  ¿Es que estamos inclinados a desviar cuando rezamos?  Ahora tenemos un tiempo reservado para venir a la iglesia durante la semana para enfocarnos en el Viacrucis o el sacrificio de la misa.  ¿Nos sentimos culpables de siempre buscar nuestro propio bien y no ayudar a los necesitados?  Ahora tenemos un tramo de semanas que nos convienen a cuidar a los desafortunados.  Con estos actos de amor nos purifiquemos de nuestros pecados mientras aliviamos a personas en apuros. 

La cuaresma nos cuesta porque el pecado ha deformado nuestro pensamiento.  El pecado nos hace pensar que nuestros vicios no son tan malos o, al menos, son necesarios para que sobrevivamos.  Es mentira, y ahora tenemos cuarenta días para mostrar que con la ayuda de la gracia podemos superar los hábitos malos.  La penitencia es necesario si vamos a cumplir nuestra vocación.  Como los israelitas en el desierto somos llamados a ser santos, purificados de pecado, y caritativos hacia los demás.  Somos llamados a ser discípulos de Jesús que muestra la compasión al leproso.

El domingo, 4 de febrero de 2024

QUINTO DOMINGO ORDINARIO, 4 de febrero de 2024

(Job 7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Mark 1:29-39)

El libro de Job ha llamado atención por milenios.  Su fama es tan extensa que personas que nunca lee la Biblia conoce su protagonista.  Tener “la paciencia de Job” marca a un individuo como persona que ha sufrido mucho sin quejarse.  Job aguanta la pérdida de su fortuna, de sus hijos, y de su salud sin saber por qué.  Sus amigos le dicen que él tenía que haber hecho algo injusto.  Pero Job sabe que siempre ha tratado a todos bien. Quiere interrogar a Dios para enterrarse de la causa de su sufrimiento.

La lectura hoy da una vislumbre del sufrimiento de Job.  Menciona tres tipos de personas sufridas: el soldado, que tiene que pugnar para sostenerse; el jornalero, que aguarda hasta el fin del día para recibir un salario escaso; y el esclavo, que al fin del día solo recibe las sombras que lo permiten descansar.  La vida de Job se ha probado peor que éstas.  No puede ni siquiera descansar en la noche porque sus llagas le causan a dar vueltas.

Job representa todos humanos que sufren; eso es, todos los hombres y mujeres.  En su carta apostólica “Salvifici doloris” el papa San Juan Pablo II reflexiona sobre el sufrimiento.  Dice que junto con el dolor físico, existe el “dolor del alma”, que también es oneroso, pero más complicado y menos comprendido.  Ejemplos de este segundo tipo de sufrimiento incluyen malicias tan diversas como la muerte de los propios hijos, la infidelidad de amigos, y el remordimiento de su propia conciencia.  En cada caso -- dice el papa santo – el sufrimiento la pregunta: ¿por qué razón tengo que sufrir?

San Juan Pablo junto con San Pablo dice que el pecado humano causa el sufrimiento. En otras palabras, el sufrimiento es el castigo debido a la culpabilidad humana.  No obstante, reconoce que no es cierto que el sufrimiento de un individuo sea consecuencia de su propia culpa y tenga el carácter de castigo.  A veces, sufrimos aunque no hemos hecho nada injusto.  Este sufrimiento puede beneficiarnos como oportunidad de recapacitar nuestras vidas enfrenta la grandeza de Dios.  Esto fue lo que finalmente consoló a Job cuando finalmente encontró a Dios.

Se puede decir también que la grandeza de Dios va más allá que darnos una enseñanza.  San Juan Pablo dice que por amor a la humanidad envió a su propio Hijo al mundo para liberarla del mal.  Lo libera por curar a los enfermos, darles de comer a muchedumbres, expulsar demonios, enseñar a todos, aun resucitar a los muertos.  Pero hay un mal aún más pernicioso que estos.  Es el “mal definitivo”, la pérdida de la vida eterna.  Jesucristo, el Hijo de Dios, realizó la victoria sobre este mal por abrazar la muerte en la cruz, aunque él era libre de toda culpabilidad.  Dios Padre podía perdonar a todos los hombres y mujeres por vernos en comunión con Su Hijo. 

No es que Jesucristo eliminara todo sufrimiento de los humanos ni es que les rescatara de todas formas de la muerte.  Sin embargo, por su resurrección de entre los muertos él nos ha brillado la luz de esperanza.  Ahora podemos quedar seguros de que siguiendo sus enseñanzas llegaremos a la vida sin dolor, la vida eterna.  Pero esto no es todo de lo que Jesús ha ganado por nosotros.  San Juan Pablo enseña que la muerte de Cristo en la cruz ha redimido el mismo sufrimiento.  No más es el sufrimiento solo un mal que tenemos que aguantar porque compartimos en la culpabilidad humana.  Ahora es el medio con que participamos con Cristo en la salvación.  Eso es, por nuestra aceptación del sufrimiento con paciencia y fe compartimos en la salvación de otras personas.

En el evangelio hoy vemos a Jesús venciendo el mal por curar enfermedades y expulsar demonios.  Se hace difícil cuando no puede descansar por la cantidad de personas que busca su ayuda.  Es solo el preludio del sufrimiento que va a padecer.  Los demonios no son incapaces. Rechazados por Jesús, ellos van a conspirar para ponerlo en dificultad.  Lo tendrán clavado en la cruz.  Pero con un amor más fuerte que la muerte Jesús los conquistará.  Siguiéndolo, también nosotros seremos victoriosos sobre el mal.

El domingo, 28 de enero de 2024

EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

El Evangelio según San Marcos es el más breve de los cuatro evangelios canónicos.  Probablemente es el menos apreciado también.  Pero no se puede decir que no es dramático.  Nos involucra en la acción como si fuera un episodio de Star Wars.  El pasaje que leemos hoy no es excepción.

Para entenderlo tenemos que volver al evangelio del domingo pasado donde Jesús dice: “El Reino de Dios está cerca”.  Se puede apostarse en ello.  El Reino de Dios es esencialmente Jesús mismo, el Hijo de Dios.  Ahora está avanzando como un ejército en marcha.  Las fuerzas del mal tienen que huirse. Dios está reclamando el territorio que se cedió a Satanás y sus demonios.

En la lectura evangélica hoy se ve un confrontamiento entre Jesús y el enemigo.  El demonio ocupa el alma de un hombre.  Quizás el hombre es un lunático, pero el evangelio no dice cómo la posesión se manifiesta.  No importa.  La presencia de Jesús, cargado con el Espíritu Santo proporcionado en su Bautismo, lo amenaza de la cabeza a los pies. 

El demonio no puede resistirlo.  Tiene que salir del cautivo como un soldado cuya trinchera ha sido encendida con un lanzallamas.  El demonio trata de desafiar a Jesús por revelar su identidad, “el Santo de Dios”. Pero el Señor lo calla antes de que se dé cuenta la gente de lo que está diciendo. En su declaración el demonio se refiere a sí mismo con el plural “nosotros”.  Está hablando de parte de todos los demonios cuya dominación del mundo está siendo terminado.

La acción de Jesús a callar al demonio puede causarnos a preguntar: “¿Por qué?  ¿No es bueno que saben todos que el Hijo de Dios haya venido en medio de ellos?”  No es bueno porque Jesús no quiere ser visto como un guerrero que viene para volcar el gobierno de Roma.  Es de suma importancia que todos entiendan que Jesús no es un mesías político sino espiritual.  Viene para salvar no solo a Israel sino al mundo entero de los hábitos malos que roba el alma de la vida.  La violencia con que el poseído aquí suelta el dominio indica su poder para llevar a cabo esta misión.

Se ha llamado el deseo de Jesús que no se revela su identidad “el secreto mesiánico”. Vamos a ver a Jesús insistir en ello a través de nuestra lectura del Evangelio de Marcos este año.  Pero hay una excepción a este patrono.  Ocurre el Domingo de Ramos cuando leemos la Pasión según San Marcos. Después la muerte de Jesús en la cruz, el centurión romano dice abiertamente: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.  Es cierto que la muerte de Jesús le prohíbe silenciarlo, pero no hay razón de mantener el secreto más.  Por su pasión y muerte Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, ha revelado el propósito de Dios. Conquista los corazones humanos por sustituir el pecado con el amor divino.

La gente en la sinagoga dice que Jesús habla con “autoridad”.  Se deriva esta palabra de la palabra latín auctoritas significando tener la influencia sobre los demás.  La autoridad de Jesús nos influye al arrepentir nuestra codicia, orgullo, lujuria, y los otros pecados.  Expulsa los espíritus inmundos de su posición estratégica dentro de nuestros corazones.  Su autoridad nos libra para seguirlo en el camino de la vida eterna.

El domingo, 21 de enero de 2024

TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Jonás 3:1-5.10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20)

La Primera Carta a los Corintios es mayormente las respuestas de San Pablo a interrogantes sobre la vida cristiana.  Como nosotros hoy día, los corintios querían saber cómo vivir la fe en este mundo tan perturbado.  Porque los problemas fundamentales raras veces desaparecen sino reaparecen en nuevas formas, no debe sorprendernos que los consejos que Pablo dan a los corintios nos sirven a nosotros.

Interesantemente el pasaje de Primer Corintios hoy comienza de una manera parecida al evangelio de hoy.  Ambas lecturas avisan que ya es el tiempo para actuar.  Jesús dice: “Se ha cumplido el tiempo” en el sentido de que no podemos esperar más.  Pablo es más tajante.  “La vida es corta”, escribe a la comunidad de Corinto implicando que, si no actúan ahora, es posible que nunca actuarán. Es posible que mañana se mueran o tengan otras preocupaciones exigiendo su atención.

Es como la decisión que los corredores hacen a las seis de la madrugada.  Si no se levantan de la cama a este momento, es muy posible que pierdan la oportunidad para el ejercicio ese día.  Casi siempre alguna cosa, sea llamada telefónica, visita inesperada, o un quehacer de que antes se olvidó, les impedirá de su entrenamiento.  Ya es el tiempo de actuar, no mañana.  El tiempo se ha cumplido.

¿Qué debemos hacer?  Otra vez la respuesta de Pablo conforma a la predicación de Jesús en el evangelio.  Jesús urge: “Arrepiéntanse”; eso es, que se cambien de su manera de pensar.  Pablo da contenido a este mandato.  Dice que los corintios tienen que comportarse como si vivieran en otra realidad de la corriente.  Esta nueva realidad es la vida de los santos que residen con Dios.  En lugar de conformarnos con los modos del mundo, tenemos que vivir como los beatos.

Primero, Pablo se dirige a los casados. Ellos han de vivir como si no fueran casados.  Esto es, que no han de pensar en su cónyuge como instrumento para llegar a sus propios fines.  Los hombres no deben pensar en sus esposas como objetos de sus fantasías eróticas.  Las mujeres no deben pensar en sus esposos como medios para procrear y sostener a hijos.  Los dos tienen que apreciar a uno a otro como a aquella persona especial que Dios le ha encomendado para ayudar alcanzar la vida eterna. 

También Pablo urge a los alegres que no se alegraran.  No es que Pablo no quiera vernos alegres sino no quiere que vivamos siempre buscando la comodidad y el gusto.  Más bien, que tengamos compasión a los que sufran en nuestro medio.  Un hombre ha perdido a su esposa y a su hijo de cáncer.  Le costaron caramente estas muertes, pero ha aprendido cómo ser alegre a pesar de sus apuros.  Lo que llama la atención es que ahora se dedica a apoyar a otras personas que hayan sufrido como él.

La advertencia de Pablo acerca de consumismo tiene que ver especialmente con nosotros hoy en día.  Muchos andan comprando por hábito o, más correctamente, por compulsión.  Tienen todo tipo de artilugio en la casa, cada invención de Apple o de Braun.  Verdaderamente sus deseos se han vuelto en necesidades.  Ellos deberían aprender que la verdadera felicidad no viene de comprar cosas sino de cultivando relaciones de amistad.  Madre Teresa hablaba de la pobreza espiritual del Oeste como más grande que la pobreza física de la India. Dijo en una entrevista: “Ustedes en Occidente tienen millones de personas que sufren una soledad tan terrible y vacía. Se sienten no amados y no deseados…Saben que necesitan algo más que dinero, pero no saben qué es. Lo que realmente les falta es una relación viva con Dios”.

“Una relación viva con Dios” es igual al Reino de que Jesús ha traído al mundo.  Incluye llevar en la mente la esperanza de la vida eterna después de la muerte.  Incluye también la conciencia limpia y el corazón lleno de deseos para el bien de los demás.  Finalmente incluye colaborar con todos tipos de gentes – blancos y negros, musulmanes y judíos, pobres y ricos – para una sociedad en conforme con Dios.

El domingo, 14 de enero de 2024

EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)

De todos los títulos que oímos para Jesús, “Cordero de Dios” puede ser el más raro.  Pensamos en Jesús como un pastor, no como un cordero.  Sin embargo, en el evangelio hoy Juan Bautista utiliza este título para señalar que Jesús va a ser sacrificado para cumplir el plan de Dios de la salvación. Si Juan por este comentario no explica todo lo que es Jesús, ni entienden bien a Jesús las muchas personas que quieren reconocerlo solo como un “gran maestro” o un “hombre santo”. 

A Andrés y su compañero en el evangelio no les importa cuánto falte su comprensión cuando gira hacia Jesús por la recomendación de Juan.  Piensan de él solo como un rabí o maestro.  Tal vez sea así para algunos de nosotros.  Aunque no comprendamos completamente bien a Jesús, lo buscamos porque nuestros padres o nuestros amigos nos lo han recomendado. 

Jesús no nos deja en la oscuridad por mucho tiempo.  Nos reta a nosotros junto con los dos discípulos: ”¿Qué buscan?”  Ésta no es una pregunta sencilla como ¿qué dirección buscas?  Más bien es un interrogante sobre nuestras esperanzas más profundas.  ¿Qué queremos sobre todo?  Algunos responderán “la salud".  Otros dirán “la fama”, “el placer”, o "el dinero".  Pero los sabios, sabiendo cómo todas las cosas cambian, responderán, “Dios”.  Solo Dios siempre es bueno, justo, y compasivo siempre.  Se puede contar solo con Él para los medios de sostenernos en tiempos buenos y tiempos malos.

Jesús responde a Andrés y su compañero con una invitación a la fe en él.  Dice: “Vengan a ver”.  Esta respuesta es semejante a su invitación en el Evangelio de Mateo, “Vengan a mí todos los que están fatigados…”  Quiere que pongamos nuestra confianza en él y su manera de vivir.  Por decir que hemos de “ver”, Jesús está sugiriendo que percibamos la realidad con la vista espiritual y no solo con la vista física.  Eso es, que tengamos la fe para aceptar la vida como un viaje que termina con Dios.  En el final Dios nos juzgará como dignos de ser aceptados en su eternidad.

Evidentemente la experiencia de Andrés con Jesús es alumbradora.  La primera cosa que hace después su visita es decir a su hermano Simón que ha encontrado al “Mesías”.  Nótense como su aprecio de Jesús ha crecido del “cordero de Dios” a “maestro” a “Mesías”.  Ahora él reconoce a Jesús como el “hijo de Dios” que los profetas anunciaron como el que llevará a Israel a instruir al mundo entero cómo vivir en la paz y la justicia.  Es el mismo concepto que tenemos en mente cuando hablamos de “Cristo Rey.”

Cuando Jesús encuentra a Simón, le pone otro nombre.  Es “Simón Pedro”, eso es, “Simon, la roca”, que va a proveer la estabilidad y firmeza a la comunidad que está fundando.  Por supuesto, esa comunidad es la Iglesia, la Nueva Israel, que continua su misión de instruir al mundo en los modos de la paz.  Como Simón, todos deberíamos considerarnos como ser dotados por Cristo con un nombre nuevo que designa el papel que hemos de llevar a cabo en la Iglesia.  Podemos discernir en la oración que nombre Cristo nos da y que espera de nosotros.  Quizás nos llama “prof” si nuestro papel es educar a los demás en la fe, o “caridad” si nuestro papel es socorrer a aquellos en necesidad.  Hay nombres con papeles para todos.

Jesús, el Mesías y Rey, nos llama a cada uno de nosotros a "venir y ver".  Tal vez en el pasado no hayamos hecho caso a su voz.  Pero deberíamos tomar unos minutos hoy para aclararle que es él que queremos sobre todo.  Podemos pedirle en torno que nos aclare el nombre y papel que tiene para nosotros.