El domingo, el 28 de abril de 2024

EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

Jesús es reconocido ahora como en su tiempo como contador de historias.  Como sabemos todos se llaman sus historias “parábolas”, que significa comparaciones.  Jesús podía comparar los conceptos espirituales con cosas cotidianas para ayudar al pueblo entender sus significados. 

Las parábolas más ricas como “el Buen Samaritano” aparecen en el Evangelio de Lucas.  Encontramos las parábolas más sencillas como el sembrador en Mateo, Marcos, y Lucas.  Pero ¿qué pasa con el Evangelio de Juan?  ¿Hay parábolas en ello?

Sí hay, pero son expresadas de manera diferente.  En lugar de contar la historia del pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la descarriada, Jesús dice en el Evangelio según Juan: “Yo soy el Buen Pastor”.  Tenemos otra parábola así en el evangelio hoy.  En lugar de hablar de la necesidad de dar buen fruto como dice en los otros evangelios, Jesús dice en Juan: “'Soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante …’”’

No es que solo por mantenerse en Cristo que nosotros, sus discípulos, produzcamos mucho fruto.  Jesús añade que los sarmientos tienen que ser podados por el Padre.  Eso es, somos formados con la palabra de Dios, las Escrituras, para que nuestras obras sean productivas.  Santa Catalina de Siena, cuya fiesta se celebra mañana, puede ayudarnos aquí con su profunda comprensión de la vida espiritual.  Aunque tuvo que enseñarse a sí misma como leer, ella conoció bien las Escrituras.  En su libro El Diálogo Catalina nos prescribe tres virtudes derivadas de las Escrituras con que somos podados para llevar fruto en abundancia.

En primer lugar, según Catalina, los discípulos de Cristo tienen que cultivar el amor sacrificial o la caridad.  Jesús dice al joven rico que tal amor para Dios y para los demás es el camino a la vida eterna.  Catalina, siempre inventando sus propias parábolas, compara la caridad con la vida del árbol.  Dice ella que sin esta vida el árbol no produce nada de fruto, solo la muerte. 

La caridad a menudo aparece como la paciencia que sufre sin reclamar recriminaciones.  El alma que practica la paciencia es unida con Cristo quien sufrió la muerte en la cruz sin murmurar contra sus perseguidores. Dice la Primera Carta de Pedro: “Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente” (I Pedro 2,23).

¿Cómo cultivamos el amor sacrificial?  Catalina expresa la convicción que la humildad es la tierra alrededor del árbol del alma que nutre el amor.  Es la segunda virtud necesaria para producir buen fruto. La humildad conoce a sí misma como nada sin Dios y reconoce a Dios por su bondad superabundante.  Como escribe San Pablo a los corintios: "...llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios, y que no viene de nosotros" (II Corintios 4,7).

Sería difícil encontrar a alguien con más humildad que Santa Catalina misma.  Frecuentemente confesaba que sus pecados fueron suficientes para enredar al mundo entero en la injusticia.  Rezaba: “¡Oh Padre eterno! a ti acudo reclamando que quieras castigar mis ofensas en este tiempo limitado, y, puesto que soy causa de las penas que debe sufrir mi prójimo, te pido benignamente que las quieras castigar en mí”.

La discreción, la tercera virtud necesaria para producir fruto abundante, sabe qué cosas se deben a Dios, al yo, y a los demás.  Sin esta discreción – dice Dios en El Diálogo – el alma se perdería en el orgullo robando Dios de su honor y poniéndolo a sí misma.  Según Catalina, la discreción indica que tenemos una deuda de cinco partes a nuestros prójimos: el afecto de la caridad, la humilde y continua oración mutua, la doctrina, el buen ejemplo de la vida santa y honesta, y el consejo y ayuda para alcanzar la salud de su alma.  Al menos el segundo ítem en la lista nos recuerda de las palabras a San Pablo en la Carta a los Romanos: “Con nadie tengan otra deuda que la del amor mutuo” (Romanos 13, 8).

Procurar la caridad, la humildad, y la discreción es pedir mucho de nosotros. Pudiéramos preguntar: ¿por qué queremos producir fruto bueno?  La respuesta viene de Dios en la misma obra El Diálogo: Este árbol (el alma cuya vida es la caridad nutrida con la humildad y utilizando la discreción) "hace subir hasta mí olor de gloria y alabanza a mi nombre, porque en mí tiene su principio, y de aquí llega a su término, que soy yo mismo, vida perdurable, que no puede serle quitado si él no quiere".

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