CUARTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 4:8-12; I Juan
3:1-2; Juan 10:11-18)
Como siempre las
lecturas de la misa hoy son interesantes.
Digo “siempre” porque son la “palabra de Dios” que nos instruye,
conforta, y reta. Las tres lecturas ahora
tienen que ver con nombres. En la
lectura de los Hechos de los Apóstoles Pedro dice que el enfermo se curó “en el
nombre de Jesús de Nazaret”. El
evangelio reporta que Jesús le da a sí mismo el nombre del “Buen Pastor”. Y la segunda lectura el presbítero Juan llama
a sí mismo y la comunidad que tiende “hijos de Dios”. Vale investigar la relevancia de estos
nombres a nuestras vidas hoy en día.
En la Biblia se supone
que un nombre revela la esencia de la persona. Abraham, recordamos de una
lectura hace algunos domingos, quiere decir “padre de muchas naciones”. Eventualmente por Jesucristo Abraham se ha
hecho el patriarca espiritual de gentes en todas partes del mundo. Es apto que el nombre del Hijo de Dios es
“Jesús”, derivado de “Josué” que significa “salvador”. Jesús salva al mundo de sus pecados.
Sin embargo, los
discípulos reconocen en Jesús más que un salvador. Ellos tratan el nombre “Jesús” con el respeto
que los judíos reservan para Dios.
Recordamos cómo Dios reveló su nombre a Moisés en el arbusto ardiente
como “Yo soy quien soy”. Según los teólogos medievales, este nombre indica que
Dios es fuente de todo ser. Por dos mil
años los rabinos han dicho que este nombre es tan sagrado que no se deba
hablarlo con la voz. Por eso, los judíos
siempre sustituyen el nombre bíblico para Dios con algo más cotidiano como “el
Señor”.
En su Carta a los Filipenses
San Pablo dice que “al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos” (Fil 2,10).
Esta frase indica que desde solo unos pocos años después de la
crucifixión, los cristianos lo consideraron de la misma estatura de Dios. El hecho de que los primeros cristianos
bautizaron “en el nombre de Jesús” también indica su transcendente importancia.
Llamando al nombre de
Jesús, los apóstoles hicieron proezas como curar al paralitico en la lectura
hoy. También se ha observado que la
única vez en todo el NT que se usa el nombre “Jesús” sin ningún otro apelativo
ocurre en la crucifixión según San Lucas.
Todos recordamos como el llamado “buen ladrón” dice al Señor: “Jesús, acuérdate
de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.
Y recibe la respuesta tal vez más tranquilizadora en la entera historia
humana: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
En el evangelio Jesús
se pone a sí mismo otro nombre, el “Buen Pastor”. Este nombre sugiere que Jesús daría su vida
para salvar a su pueblo de los merodeadores.
Por supuesto, hizo exactamente esto.
En la segunda
lectura, el presbítero Juan propone un nombre para sus lectores. Dice: “Hermanos míos, ahora somos hijos de
Dios…” Deberíamos considerar a nosotros
partes de esta familia. Somos hechos “hijos
de Dios” por ser bautizados en el nombre del Padre, Hijo, y Espíritu. Como los otros hijos de Dios, estamos
destinados a ser semejantes a nuestro hermano mayor, Jesús. Y como él, no deberíamos tener ningún reacio
pedirle ayuda a Dios: Padre, Hijo, o Espíritu Santo.
Tal vez tengamos
dificultad creer durante este tiempo de la autoafirmación. Las preocupaciones con el yo a menudo ciegan
a uno al Dios. Tenemos que llamar a Dios
para ayudarnos ver más allá que el destello de oro y la fantasía de autoimportancia. También es posible que estemos agobiados con
preocupaciones de enfermedad o falta de recursos. Asimismo, tenemos que llamar a Dios por
nombre. Sea “Padre”, “Jesús”, o
“Espíritu Santo” Dios siempre es listo de atender nuestras súplicas.
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