EL TRIGÉSIMO PRIMER
DOMINGO
(Deuteronomio
6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)
Se dice
que cuando lleguemos a la vida eterna, no tendremos la elección de amar a
Dios. Su belleza y bondad nos abrumarán tanto
que no podremos resistirlo. Sin embargo,
hasta entonces tenemos que esforzarnos dar a Dios la atención que merece. Por eso, Jesús contesta al escriba que el
primer mandamiento es amar a Dios.
El
escriba viene a Jesús como persona sincera.
No quiere enredar a él Jesús en contradicciones como otros escribas en
Jerusalén. Sólo quiere pedir su modo de
ver en una cuestión prioritaria. Es así
con nosotros también. Antes de nada
queremos saber nuestras responsabilidades para ponernos firmemente en el camino
a la vida eterna.
Jesús no
demora en responder al escriba. Como si
hubiera contemplado esta pregunta, responde no sólo con el primer mandamiento
sino también con un segundo. Sobre todo
– dice – tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra alma,
con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. Entonces somos para amar a nuestro prójimo
como a nosotros mismos.
A lo
mejor el escriba se pregunta por qué Jesús habla de amar a Dios con “toda la
mente”. Pues el mandamiento de amar a
Dios “con todo el corazón, con toda el alma, y con todo las fuerzas” comprende
la frase que los judíos deberían repetir dos veces por día. Se lo ve en la primera lectura. Entonces, ¿qué es este de amar a Dios “con la
mente”? Puede ser que Jesús se preocupe
que la gente desviará del camino recto por ideas extrañas. Tenemos muchos testimonios en las cartas del
Nuevo Testamento de este problema.
En el
tiempo del escribir de los evangelios la cuestión principal era quién es
Jesús. ¿Es hombre o es Dios? ¿Es profeta o es sacerdote? El autor de la Carta a los Hebreos asegura a
sus lectores que Jesús es tanto divino como humano. Dice también que Jesús es sacerdote ofreciendo
el sacrificio perfecto a Dios tanto como profeta hablando por Él. Hoy en día tenemos otras inquietudes. Uno es si Dios nos aceptará en la vida eterna
con pecados grandes no confesados. Algunos
piensan que a Dios no le importan nuestras acciones porque ama a todos. Sí es cierto; Dios nos ama. Pero precisamente por esta razón nos trata
como personas responsables. Si le damos
la espalda con pecado mortal, Él no va a forzarnos verlo. Nos llamará atrás, pero a lo mejor nos dejará
solos si seguimos abandonándolo en nuestra terquedad.
El
segundo mandamiento es más directo. Hay
que decir primero que Jesús no nos manda a amar a nosotros mismos. Como dice un sabio, este es un fuego que no
necesita el soplo. El mandamiento reconoce
que nos amamos a nosotros mismo por la naturaleza. Esto no es malo sino instructivo. El mandamiento exige que amemos a los demás con
el mismo empeño. Como buscamos a nuestro
propio bien, deberíamos esforzarnos por el bienestar de otras personas. Esta regla aplica no sólo a comida,
ejercicio, y descanso sino también al estudio y la moral. Queremos ayudar a nuestros prójimos
desarrollarse en cuanto sea posible.
Aun con
las muchas conveniencias en nuestro medio, no es fácil vivir hoy en día. Los vientos desequilibradores nos soplan en
todas las direcciones. Los celulares no
sólo facilitan la comunicación sino también presentan imágenes que tientan la
castidad. Los televisores no sólo traen
las noticias sino también siembran el descontento. En este evangelio Jesús nos recomienda dos ayudas
para mantenernos en el camino a la vida eterna.
Amar a Dios con todo el ser y amar al prójimo como a sí mismo nos guiarán
a nuestro destino venga lo que venga.
Amar a Dios y al prójimo es todo lo que tenemos que hacer.