(Ezequiel
37:12-14; Romanos 8:8-11; Juan 11:1-45)
Se llama
la primera mitad del Evangelio según San Juan “el Libro de Señales”. El texto describe varias acciones de Jesús que
señalan quien es y porque ha venido. En
Caná cambia el agua al vino para señalar que es el Hijo de Dios llegado al
mundo para aumentar la felicidad de la gente.
Cerca de Tiberíades él da de comer pan y pescado a los cinco mil hombres
para señalar que proveerá el sustento a las multitudes. Y en Jerusalén su curación del hombre nacido
ciego señala que es la verdadera luz guiando al mundo a un destino eterno. El pasaje hoy culmina esta sección del
evangelio con la señal más significante de todas: la resucitación de Lázaro de
la muerte.
Cuando Lázaro
emerge del sepulcro, tres grupos diversos atestiguan el evento. Cada uno tiene su propio planteamiento hacia
Jesús. Estos planteamientos en torno representan tres tipos distintos de la fe
que podemos identificar entre nosotros.
Por supuesto, la resucitación de Lázaro muestra que Jesús tiene poder
sobre la muerte. Sin embargo, como señal
apunta algo más grande: que Jesús viene para proveer al hombre con la vida en plenitud
– la vida eterna. Se puede caracterizar
cada grupo según su aprecio para este legado preciosísimo de Dios.
Los
discípulos de Jesús comprenden el primer grupo de creyentes. Ellos han visto varias señales de Jesús y lo
han aceptado como el Mesías de Israel. Sin embargo, cuando Jesús les dice que
va a volver a Judea donde encontraba amenazas antes, ellos se preocupan de su
vida. Entonces Tomás, tomando la palabra
por todos, dice con bravuconada: “’Vayamos también nosotros, para morir con
él’”. La fe de los discípulos, al menos a
este momento, es más brillo que confianza.
Todavía no entienden que Jesús es el Señor completamente encargado de
los eventos de la historia. Muchos entre
nosotros creen así. Pueden repetir las
fórmulas que Jesús es el Hijo de Dios y es el Rey universal con poder sobre
todo, pero no entienden bien lo que están diciendo. Necesitan de la catequesis para apreciar las
promesas de Dios en Jesucristo.
Los
judíos también atestiguan la salida de Lázaro del sepulcro. Ellos no se oponen a Jesús aquí como en otras
partes del evangelio, pero tampoco muestran gran fe en él. Desilusionados, ellos preguntan: “’¿No podía
este, que abrió los ojos al ciego…hacer que Lázaro no muriera?’” Para ellos
Jesús sirve como un curandero, no como el médico divino que dispensa la vida
eterna. Hay muchos entre nosotros – tal
vez no aquí en el templo pero en casa mirando la tele – así. Recurren a Jesús sólo con necesidades
terrenales. Rezan para que pasen un
examen o cuando sus papás estén internados.
Pero no les ocurre a pedirle a Dios que les conceda la gracia para
hacerse santos.
El
tercer grupo se constituye de sola una persona.
Marta expresa la fe en Jesús como el Mesías que ha venido al mundo para salvarlo. Pero aun ella titubea cuando Jesús da el orden
a quitar la piedra. Muestra que difícil
es entregarse totalmente al Señor aun para la persona bien catequizada. Tal vez la mayoría de nosotros tengamos esta
fe imperfecta de Marta. Querríamos enfrentar
la muerte tranquilos pero nos cuesta demasiado.
Hacemos todo lo posible para mantener la vida biológica. Cuando oigamos de una persona muriendo antes
de que tenga ochenta años, pensamos que es tragedia. Sin embargo, hay unos pocos como la pareja de El Paso que no
desesperó nada cuando su hijo murió de repente con sólo cincuenta años. Dijeron que eran agradecidos a Dios por tomar
a su hijo entonces cuando acabó de reconciliarse con la Iglesia después de
llevar varios años lejos de los sacramentos.
No es que no amaran a su hijo sino al contrario. Lo amaban tanto que quisieran sobre todo que
tuviera la vida eterna con Dios.
Lázaro
sale del sepulcro con la cara envuelta en un sudario porque va a morir de nuevo. Pero cuando Jesús resucita de la muerta, deja
el sudario doblado en la tumba porque su resurrección es definitiva. No va a morir más. Que tengamos la confianza que juntados con él
por la fe, nuestro destino es el mismo.
En la resurrección de los muertos
vamos a dejar atrás todo el equipo funerario para vivir con Jesús en la
gloria. Juntados con él en la fe, nuestro destino es vivir con Jesús en la
gloria.