El domingo, 30 de marzo de 2014


IV DOMINGO DE CUARESMA 

(I Samuel 16,1.6-7.10-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)

Es curiosa la novela, El principito.  Fue escrito para niños.  Pero la mayoría de la gente no la conoce hasta que lleguen a la universidad.  Una frase de la obra  particularmente ha llamado mucha atención a través de los años.  Dice el zorro al principito: "…sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos."  Parece que el hombre nacido ciego aprende esta lección en el evangelio hoy.

Se ha visto este pasaje como un estudio en la realización de la fe.  Como el hombre sólo reconoce quien es Jesús gradualmente, así nosotros llegamos a la fe madura sólo con años de practicarla.  Después de su curación, el hombre identifica a Jesús como el que le hizo bien.  Entonces, lo reconoce como un profeta con palabras poderosas.  Finalmente, al dialogar con Jesús, él consienta en que Jesús es el Hijo del hombre: eso es, el enviado por Dios para salvar el mundo. Así creemos en etapas.

Cuando somos niños, creemos en Dios como un Santa Claus que va a cumplir todos nuestros deseos.  Esta fe es ingenua porque todavía no ha experimentado el reto de dolor.  En la juventud la fe se hace más como una decisión que una verdadera convicción.  Por los primeros roces con la maldad – la muerte de un ser querido o, posiblemente, una vislumbre de la pobreza extrema que acosa la quinta parte de la población mundial -- experimentamos dudas en nuestra creencia.  Entonces tenemos que decidir: Dios es o la verdad o un mito. Si decidimos que es verdad, entonces nos queda otra decisión: si o no seguiremos las tradiciones y los preceptos de la Iglesia, el guardián de la fe.  Si es mito, podemos rechazar la religión completamente o, tal vez, darle un poco de atención para mantener la paz en la casa.  Esperamos que en la vejez hagamos un acto pleno de la fe.  Por este tiempo hemos visto cómo los humanos mismos causan su propio daño.  Más al caso, nos hemos dado cuenta que Dios ha sido fiel proveyéndonos oportunidades del crecimiento a cada vuelta.  Finalmente entendemos que nuestra felicidad no queda en cruzadas en los siete mares, mucho menos en placeres eróticos sino en cumplir la voluntad de Dios.

Estamos hablando como si la fe en primer lugar fuera la aceptación de creencias.  Ciertamente la profesión de creencias nos apuntan a la fe, pero principalmente la fe es la confianza en otra persona, para nosotros en Jesús.  Al comienzo del evangelio hoy el hombre nacido ciego conoce a Jesús superficialmente.  Él puede decir sólo que Jesús es el hombre que “hizo lodo, me puso en los ojos y me dijo” ‘Ve a Siloé e lávate’”.  Pero Jesús lo busca para fortalecer su relación con él.  Cuando los fariseos lo echan fuera de su lugar, Jesús lo consuela.  Así nos busca a todos nosotros en las diferentes etapas de la vida para consolidar nuestra confianza.  En la niñez vemos a Jesús como el collage de las imágenes de él visto en los evangelios.  Es al mismo tiempo el Hijo de Dios, el Santo de Israel, el gran Maestro, el Profeta, el Buen Pastor, etcétera.  En la juventud Jesús nos permite imaginarlo como queramos: un filósofo, un guerrillero, o aun un rock star.  Después de una vida de discernimiento lo vemos como es: nuestro mejor amigo llevándonos a su Padre Dios en todos los tiempos de la vida: en nuestra alegría para felicitarnos, en nuestra desilusión para consolarnos, en nuestra traición para perdonarnos, y en nuestra debilidad para apoyarnos.  Por su constancia sabemos que podemos contar con él cuando todas las otras fuerzas nos abandonan en la muerte.  Entonces él nos levantará del polvo para presentarnos al Padre.

Había un ciego nombrado Manuel a quien le gusta decir; “Veo”.  Sabía bien cómo la frase pareció curioso por un hombre tal como era, pero le fascinaba tanto la idea de la vista.  A lo mejor Manuel vio más que muchos de la población mundial.  Pues, tuvo la fe.  Supo que Jesús lo acompañaba, sea en la iglesia o sea en una cruzada.  Con la fe vio a la persona que es el más importante a ver.

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