El domingo, 6 de abril de 2014

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA, 6 de abril de 2014


(Ezequiel 37:12-14; Romanos 8:8-11; Juan 11:1-45)

Se llama la primera mitad del Evangelio según San Juan “el Libro de Señales”.  El texto describe varias acciones de Jesús que señalan quien es y porque ha venido.  En Caná cambia el agua al vino para señalar que es el Hijo de Dios llegado al mundo para aumentar la felicidad de la gente.  Cerca de Tiberíades él da de comer pan y pescado a los cinco mil hombres para señalar que proveerá el sustento a las multitudes.  Y en Jerusalén su curación del hombre nacido ciego señala que es la verdadera luz guiando al mundo a un destino eterno.  El pasaje hoy culmina esta sección del evangelio con la señal más significante de todas: la resucitación de Lázaro de la muerte. 

Cuando Lázaro emerge del sepulcro, tres grupos diversos atestiguan el evento.  Cada uno tiene su propio planteamiento hacia Jesús. Estos planteamientos en torno representan tres tipos distintos de la fe que podemos identificar entre nosotros.  Por supuesto, la resucitación de Lázaro muestra que Jesús tiene poder sobre la muerte.  Sin embargo, como señal apunta algo más grande: que Jesús viene para proveer al hombre con la vida en plenitud – la vida eterna.  Se puede caracterizar cada grupo según su aprecio para este legado preciosísimo de Dios.

Los discípulos de Jesús comprenden el primer grupo de creyentes.  Ellos han visto varias señales de Jesús y lo han aceptado como el Mesías de Israel. Sin embargo, cuando Jesús les dice que va a volver a Judea donde encontraba amenazas antes, ellos se preocupan de su vida.  Entonces Tomás, tomando la palabra por todos, dice con bravuconada: “’Vayamos también nosotros, para morir con él’”.  La fe de los discípulos, al menos a este momento, es más brillo que confianza.  Todavía no entienden que Jesús es el Señor completamente encargado de los eventos de la historia.  Muchos entre nosotros creen así.  Pueden repetir las fórmulas que Jesús es el Hijo de Dios y es el Rey universal con poder sobre todo, pero no entienden bien lo que están diciendo.  Necesitan de la catequesis para apreciar las promesas de Dios en Jesucristo.

Los judíos también atestiguan la salida de Lázaro del sepulcro.  Ellos no se oponen a Jesús aquí como en otras partes del evangelio, pero tampoco muestran gran fe en él.  Desilusionados, ellos preguntan: “’¿No podía este, que abrió los ojos al ciego…hacer que Lázaro no muriera?’” Para ellos Jesús sirve como un curandero, no como el médico divino que dispensa la vida eterna.  Hay muchos entre nosotros – tal vez no aquí en el templo pero en casa mirando la tele – así.  Recurren a Jesús sólo con necesidades terrenales.  Rezan para que pasen un examen o cuando sus papás estén internados.  Pero no les ocurre a pedirle a Dios que les conceda la gracia para hacerse santos.

El tercer grupo se constituye de sola una persona.  Marta expresa la fe en Jesús como el Mesías que ha venido al mundo para salvarlo.  Pero aun ella titubea cuando Jesús da el orden a quitar la piedra.  Muestra que difícil es entregarse totalmente al Señor aun para la persona bien catequizada.  Tal vez la mayoría de nosotros tengamos esta fe imperfecta de Marta.  Querríamos enfrentar la muerte tranquilos pero nos cuesta demasiado.  Hacemos todo lo posible para mantener la vida biológica.  Cuando oigamos de una persona muriendo antes de que tenga ochenta años, pensamos que es tragedia.  Sin embargo, hay unos pocos como la pareja de El Paso que no desesperó nada cuando su hijo murió de repente con sólo cincuenta años.  Dijeron que eran agradecidos a Dios por tomar a su hijo entonces cuando acabó de reconciliarse con la Iglesia después de llevar varios años lejos de los sacramentos.  No es que no amaran a su hijo sino al contrario.  Lo amaban tanto que quisieran sobre todo que tuviera la vida eterna con Dios.

Lázaro sale del sepulcro con la cara envuelta en un sudario porque va a morir de nuevo.  Pero cuando Jesús resucita de la muerta, deja el sudario doblado en la tumba porque su resurrección es definitiva.  No va a morir más.  Que tengamos la confianza que juntados con él por la fe, nuestro destino es el mismo.  En la resurrección de los muertos  vamos a dejar atrás todo el equipo funerario para vivir con Jesús en la gloria. Juntados con él en la fe, nuestro destino es vivir con Jesús en la gloria.

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