El domingo, 2 de marzo de 2014

EL OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)


Una vez un muchacho contó a su novia que haría cualquier cosa por ella.  Dijo que treparía una montaña o nadaría por el océano para demostrar su amor.  La novia respondió que tales hechos no eran necesarios.  Sólo quería que le acompañara a la biblioteca el viernes en la noche.  El muchacho le contestó que lo haría pero que él ya había hecho planes para ese tiempo.
Ciertamente hay mucho del amor que el muchacho todavía tiene que aprender.  El amor exige que se sacrifique la satisfacción de deseos por el bien del otro.  Por eso, nos impresionan las madres que abandonan el sueño para vigilar a sus hijos internados toda la noche.  Particularmente durante la Cuaresma estamos llamados a mostrar nuestro amor a Dios  por sacrificar el cumplimiento de nuestros antojos con el ayuno.  Oficialmente la Iglesia obliga dos formas de ayuno: primero, la abstinencia de la carne roja y de ave el Miércoles de Ceniza y todos los siete viernes cuaresmales; y segundo, el ayuno propio de no comer fuera de las tres comidas principales el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.  Sin embargo, ha sido la práctica de los santos a través de los siglos privarse de comidas y recreos más intensamente en este tiempo sagrado.
Se puede hacer sacrificio en diez mil maneras.  Durante la Edad Media los cristianos regularmente dejaron de comer carne por los cuarenta días enteros.  Hace cincuenta años todos los adultos estuvieron obligados a ayunar entre las comidas todos los días de la Cuaresma excepto, por supuesto, los domingos.  Un sacrificio que vale el nombre es dejar de comer postres o tomar café.  Otro particularmente apto en nuestro tiempo es apagar el televisor por el período.
Como Jesús indica en el evangelio, algunos se preocupan de su propio bien cuando contemplan el sacrificio por el amor.  En el caso del ayuno, tememos lo que otros piensen de nosotros.  Si dejamos de tomar postres, ¿pensarán que no queremos al cumpleañero cuando no comemos el pastel?  O si estamos con amigos en un McDonald’s al viernes con todos ordenando hamburgueses y nosotros pidiendo un sándwich de pescado, ¿nos pensarán extraños?  Sin embargo, dentro del corazón la gente admira a la persona que vive según principios rectos.  También hacer sacrificios con una sonrisa es una manera particularmente efectiva para realizar la Nueva Evangelización.
Existen críticos del ayuno.  Algunos apuntan el versículo del profeta Isaías donde el Señor mismo dice que el ayuno que quiere es hacer justicia por los pobres.  Otros preguntan cínicamente: ¿No es el ayuno supuestamente por amor a Dios sólo un pretexto para bajar peso vanamente?  Estos reparos valen alguna consideración.
En primer lugar, hacemos sacrificios para ponernos en solidaridad con el Jesús doliente.  Él no sólo pasó cuarenta días sin comer en la lucha contra el diablo sino se entregó a la ordalía de la crucifixión para liberarnos del pecado.  Hay un hombre que afeitó su cabeza cuando su esposa, enferma con cáncer, recibía la quimioterapia.  Su motivo fue pasar con ella al menos una pequeña parte del sufrimiento que ella soportaba.  Así nosotros sufrimos un poco del hambre que Jesús aguantó por nuestra salvación.
En segundo lugar, debemos reconocer el vínculo entre el ayuno y los otros tipos de piedad humana que complacen a Dios.  Nuestro ayuno se haría una afrenta a Dios si no está acompañado por buenos hechos y la oración.  Sería decir a nuestro Creador y Sustentador que seamos sólo un poco agradecidos
Finalmente, siempre tenemos que purificar nuestros motivos.  En el Sermón en el Monte Jesús advierte a sus discípulos que sus acciones piadosas no deben culminar en elogios de la gente.  Por eso, no queremos llamar atención a nuestros sacrificios.  Pero ¿es pecaminoso desear bajar el peso por el ayuno cuaresmal?  Si es para vivir de forma más sana, no puede ser malo.  La oración para la sabiduría en todos nuestros actos nos ayudará a superar la vanidad.
En el primer prefacio cuaresmal (el himno de alabanza a Dios que comienza la oración eucarística) el sacerdote curiosamente dice: “Por (Jesús) concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua”.  Nuestros sacrificios cuaresmales entonces no deben ser causas de la tristeza sino de la alegría.  Pues, estaremos superando, poco a poco, los impedimentos que nos separan de Dios: el apego de cosas materiales, el distanciamiento de los pobres, y la falta de la comunicación con Dios.  Durante la Cuaresma superaremos nuestra separación de Dios.

El domingo, 23 de febrero de 2014


EL SÉMPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)


La mujer esperaba la visita de su hijo y su familia.  Rezó que no terminara en discusiones.  Pues su nuera siempre le había mostraba tanta amargura que ella le considerara como una “enemiga”.  Por la oración quería cumplir la prescripción de Jesús para tratar a tales personas en el evangelio hoy.

No hay ninguna frase en el evangelio más distintiva de Jesús que la exigencia a amar a los enemigos.  Evidentemente él es la primera persona anotada en la historia para ocupar la frase.  Es cierto que el Antiguo Testamento menciona la necesidad de cooperar con los enemigos.  Platón insiste que se debe al enemigo la justicia.  Y Seneca, un sabio romano, recomienda que se les haga beneficios aun a los ingratos.  Pero Jesús dice sin demora ni reserva que tenemos que amar a nuestros enemigos.


Por decir esto, no es necesario que sintamos cariño para los que nos harían mal.  Pues, el amor en la Biblia tiene que ver más con actos por el bien del otro que afecto por él o ella.  Por eso, Jesús provee ejemplos de buenas obras en su explicación sobre cómo responder a los malvados. Dice que si alguien te golpea en la mejilla derecha, que le ofrezcas la izquierda; si te obliga que camines mil pasos que camines dos mil.  Ciertamente nos está exigiendo un curso tan duro como las cien millas que corren los súper-maratonistas.  Por eso, vale la pena preguntar: ¿cómo deberíamos aplicar estos ejemplos en nuestras vidas?

Dicen algunos comentaristas bíblicos que en el Sermón en el Monte Jesús está hablando del final de los tiempos.  Entonces el mundo conocerá el Reino de Dios en plenitud donde todo hecho malo será castigado y todo hecho bueno será premiado.  Ahora, por la gracia los discípulos de Jesús, que incluyen a nosotros, experimentan ese tiempo bendito.  Por eso deberíamos cumplir todo lo que les pidan otras personas con añadidura.  La dificultad con este planteamiento es que si lo seguimos al pie de la letra vamos a terminar completamente dispersos.  De veras, nuestras vidas estarán consumidas haciendo las diferentes tareas tanto de los amigos como de los enemigos. 

Otros comentan que el motivo de Jesús con estos ejemplos es mostrar como su mandamiento del amor sirve como una estrategia efectiva para vencer al enemigo.  En este parecer por ofrecer la mejilla izquierda después de tomar un golpe en la derecha vamos a avergonzar al enemigo de modo que todos reconozcan nuestro valor superior.  Pero Jesús siempre dice en este Sermón que nuestro propósito debe ser complacer a Dios no impresionar a otros hombres.

No parece atinada ninguna de estas alternativas.  De alguna manera tenemos que aceptar la validez del mandamiento del amor al enemigo  sin gastarnos haciendo cosas que pueden ser destructivas.  Podemos ver una resolución en el pasaje evangélico del domingo pasado.  Allí Jesús exige que cortemos la mano si nos causa a pecar.  Seguramente esto es una exageración deliberada de parte de Jesús para advertirnos que no pequemos.  De igual manera Jesús extiende los ejemplos de cumplir todo lo que nos pidan los malvados para despertarnos al hecho que debemos siempre hacerles el bien, nunca el mal.  En el caso de una persona golpeándonos, no deberíamos buscar la venganza sino la reconciliación.  Similarmente en el caso de la persona que nos exige la túnica: que no le demos la espalda sino que le escuchemos con intención a ayudarle.

Hay una famosa leyenda de San Francisco de Asís domando un lobo que comía a los ciudadanos de un pueblo.  Según la historia San Francisco racionalizó con el lobo: si él dejaría de atacar a la gente, ellos le daría de comer todos los días.  El lobo le dio a San Francisco la pezuña y no hubo más reportes del lobo amenazando a la gente.  ¿Es verdad la leyenda?  No en el sentido histórico.  Pero como en el caso de Jesús en el Sermón en el Monte la historia ocupa la exageración para darnos una lección fundamental en el seguimiento de Jesucristo: tenemos que amar a todos, incluyendo a los malvados, rezando por ellos y haciéndoles el bien.  Para seguir a Jesús tenemos que amar a todos.

El domingo, 16 de febrero de 2014


SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)


¿Qué es la sexualidad?  ¿Es principalmente un juego, pasatiempo, y modo de divertirse?  Algunos actúan como si fuera así pero están equivocados.  Entonces, ¿es, sobre todo, los medios de reproducirse, un proceso que el hombre comparte con muchos otros seres vivos para tener prole?  Esta definición tampoco atina en el blanco.  Porque nos toca profundamente, vale la pena considerar la sexualidad en luz de las palabras de Jesús habladas ahora en el famoso Sermón en el Monte.

Para el ser humano la sexualidad debería ir más allá que un acto carnal para tirar el placer o aun para tener hijos.  Porque el hombre y la mujer son creados en la imagen de Dios, la sexualidad debería facilitar la realización plena de esta imagen.  Desde que el primer atributo de Dios en el Antiguo Testamento es la misericordia amorosa y el Nuevo Testamento llama a Dios “el amor”, esperamos que la sexualidad nos dirija al amor divino. 

Cuatro veces en el pasaje que leemos hoy Jesús ocupa la fórmula: “’Han oído ustedes…pero yo les digo’”.  Obviamente quiere que la gente cambie su manera de pensar.  Aunque nosotros vivimos unos dos mil años después de Jesús, nos quedamos con el mismo reto.  Seguramente, el cambio incluye nuestro modo de considerar la sexualidad.  Pero antes de que tratemos el cambio, deberíamos acordarnos en lo que es la sexualidad. 

En lugar de pensar en la sexualidad sólo como la base de nuestros sentimientos eróticos,  que la consideremos en una manera más amplia.  Con mucha razón la sexualidad se ha llamado un lenguaje para expresarnos a los demás.  Pues, desde la niñez la sexualidad nos ha llevado fuera de nosotros mismos para relacionarnos con otras personas.  Para cumplir este fin la sexualidad ocupa no sólo palabras y gestos sino todo el cuerpo.  El rostro puede expresar la alegría o la tristeza.  Asimismo con sus cuerpos los matrimonios expresan su amor para uno y otro. 
              
            En cuanto Jesús nos pide un cambio interior, quiere que pasemos de un amor exclusivo para el yo al amor inclusivo para todas otras personas.  Como se sugerió antes, el hombre fue creado originalmente con la capacidad de amar a todos como Dios ama.  Pero el pecado ha distorsionado la imagen de Dios plasmada en el principio de modo que hayamos puesto límites en nuestro amor.  Ya Jesús nos suple la gracia para corregir este error.  Significa una transformación fundamental afectando nuestra perspectiva, nuestra actitud, y nuestra conducta.  Es como la transformación que se realiza cuando uno recibe la licencia de chofer.  Ya se puede llegar a lugares lejanos pero tiene que asumir mayor responsabilidad para sí mismo, para sus acompañantes, y aun, a un grado, para la gente en otros vehículos y caminando en las calles.

Aunque somos creados para amar a todos, no lo hacemos con todos en la misma manera.  Por la mayor parte amamos a nuestros enemigos por rezar por ellos.  Amamos a nuestros vecinos por saludarlos diariamente y ofrecerles la mano cuando necesitan ayuda.  Tenemos mayor amor y más modos de expresarlo a nuestros parientes.  En lugar de una sacudida de mano solemos expresar nuestro afecto para ellos con un beso.  Finalmente, para la mayoría de gente hay una otra persona que se ama en el modo más íntimo.  Este amor caracteriza el matrimonio donde un hombre y una mujer les dan a sí mismos al uno y otro en una alianza tan exclusiva y permanente que se hagan una nueva familia.  La unión resulta en prole que reflejan las cualidades de los dos y necesitan los esfuerzos de los dos para criarse sanos.

En el evangelio hoy Jesús indica que quiere que el amor entre los esposos sea fuertísimo.  Dice que no es suficiente que no tengan a una tercera persona como amante sino que ni piensan en hacer tal cosa.  Similarmente explica que no basta que el hombre provea para su esposa si quiere juntarse con otra sino que no se le permite el divorcio.  Para Jesús el amor de los casados tiene que imitar el amor de Dios para la gente.  Eso es, debe ser pronto en apoyar, renuente a criticar, y dispuesto a sacrificarse.  Es el amor de una pareja casada por más que cincuenta años cuando finalmente murió el hombre.  Decía Bill de Eva que era la persona más generosa que había encontrado.  Y ella fue pronta a devolver el elogio: “No hay persona más compasiva que Bill”.  Su amor para uno y otro superabundaba en la buena voluntad hacia los demás.  Siempre se veían juntos asistiendo en la misa diaria o llevando sándwiches a los desamparados.

Acabamos de pasar el Día del Amor.  Podemos evaluar el desarrollo de nuestra sexualidad por preguntar: ¿cómo lo celebramos?  Si pensamos sólo en gratificar los deseos carnales, no sacamos nota alta.  Si enviamos un texto a nuestra esposa/esposo declarándole sinceramente nuestro amor único, logramos mejor.  Y si expresamos nuestro amor para todos, incluyendo a nuestra pareja y no excluyendo a Dios, a lo mejor nuestra sexualidad tiene una calidad de diez.  Si amamos a todos, hemos atinado en el blanco.

El domingo, 9 de febrero de 2014


QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 58:7-10; I Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)


Según un informe en los primeros siglos después de Cristo se decía de los cristianos: “Miren cómo amen a uno y otro”.  ¿Dicen la misma cosa de nosotros hoy día?  O ¿es que nos vemos como cualquier otro grupo de gente – algunos bondadosos, unos pocos malvados, y la mayoría simplemente buscando su propio bien?  En el evangelio hoy Jesús nos exige una conducta que muestra más que la mediocridad.

Cuando Jesús dice a sus discípulos que sean como la sal de la tierra y la luz del mundo, no está exigiendo grandes cosas.  No está pidiendo que donemos un millón de dólares a las Caridades Católicas o que inventemos una máquina que piensa.  Más bien, quiere que hagamos – como Madre Teresa solía recomendar – pequeñas cosas con mucho amor.  Como la sal es “la especie de los pobres” haciendo aun papas deleitables, así nosotros debemos levantar las esperanzas de los demás.  Hay una congregación de religiosas que ven su vocación como acomodar a los moribundos pobres.  Su ministerio es dar a los desahuciados la atención médica junto con la compasión y el amor. Jesús nos llama a actuar por los demás con el mismo esmero. 

El domingo pasado en el evangelio escuchamos a Simeón llamar a Jesús la “luz que alumbra a las naciones”.  Ahora Jesús dice algo semejante de sus discípulos: que son “la luz del mundo”.  Pero no quiere decir que nuestras ideas tengan el mismo valor como las suyas ni que nuestra entrega vaya a llegar a la misma intensidad como la suya.  Más bien, ser “la luz del mundo” significa que nuestras acciones reflejen el amor de Dios Padre a todos.  En los últimos años hemos visto un nuevo tipo de luz alumbrando los árboles en la noche.  Puede ser la miríada de foquitos o posiblemente sean sus colores ilustres que nos impresionan tanto.  De todos modos, nos dejamos con bocas abiertas cuando las miramos.  Jesús quiere que nuestra buena voluntad sea tan brillante como estas lucitas para que el mundo se maraville de la misma manera.

Sin embargo, nuestro objeto no es llamar atención a nosotros mismos.  Eso es, no actuamos para que digan de nosotros: “¡Que generoso es este joven!” o “¡Que diligente es esta mujer!”.  No, Jesús señala con bastante claridad: “…viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.  Quiere que nuestro servicio tenga un matiz evangelizador por siempre mostrar la alegría de ser redimido por él.  Este es el brillo de la educadora en la escuela católica que se acoge a cada estudiante en la mañana con un fuerte: “Que bueno verte hoy”.  Asimismo es el secreto de un atleta, que se ha hecho una estrella inesperada en la liga nacional de basquetbol, cuando dejó de tratar de llamar atención a sí mismo para traerle más gloria a Dios.

En los últimos años hemos visto un nuevo tipo de piscina de natación.  En lugar del cloro, que causa efectos duros, las piscinas nuevas ocupan la sal para mantener limpia el agua.  Como la sal en estas piscinas, por llamar a sus discípulos “la sal de la tierra”, Jesús nos pide que preservemos sanos nuestros ambientes.  Que nuestras acciones y nuestras actitudes ahuyenten el contagio de la lujuria, los bichos de la burla, y el hedor del acoso.  Como la sal de la tierra que preservemos sanos nuestros ambientes.