El domingo, 1 de noviembre de 2020

 LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

(Apocalipsis 7:2-4.9-14; I Juan 3:1-3; Mateo 5:1-12)

Hace doce años un escritor americano publicó un ensayo acerca de su pariente, un cura italiano.  El autor era casi extático que el primo de su abuelo fue nombrado como santo de la Iglesia.  Dijo que al saber que su primo era un santo lo ha hecho en un hombre mejor.  Acreditó al papa San Juan Pablo II por haber facilitado la canonización de muchos santos como su primo.  De hecho, este papa canonizó a más personas como santos que todos los demás papas anteriores de él combinados.

San Juan Pablo II creó que el pueblo necesita a santos como modelos para sus vidas.  Reconoció cómo el Concilio Vaticano II llamó a todos los fieles de la iglesia a la santidad.  Por eso, exhortó a la gente que no pensara en los santos como “héroes insólitos” de la santidad.  Dijo que hay muchos caminos a la santidad de modo que cada persona pudiera alcanzarla. 

En el festivo hoy celebramos a todos los hombres y mujeres que han pasado por estos caminos a la misma vez accesibles y no mucho tomados.  Tenemos en cuenta a los santos canonizados como San Gaetano Catanoso, el cura italiano y primo del autor americano.  También recordamos a los Santos Louis and Zelie Martin, una pareja francés y padres de Santa Teresa del Niño Jesús.  Aunque son canonizados, a lo mejor no vamos a encontrar sus nombres en nuestros calendarios de parroquia.

También celebramos ahora a muchos santos que ni Roma conoce.  Son las personas que han transitado sus caminos a la santidad en la oscuridad relativa.  Posiblemente todos nosotros hayamos conocido al menos a una persona que si no estaba ayudando a los demás estaba rezando por ellos.  Puede ser el hombre que todo día se detiene en la parroquia para hacer el mantenimiento sin cobrar nada. Es persona tan confiable que todos desde el párroco hasta los más nuevos parroquianos lo vean como amigo.    O puede ser el juez que viene a la misa del mediodía de su corte donde se conoce como árbitro sabio y justo. 

Las bienaventuranzas trazan ocho caminos a la santidad.  Todos tienen el matiz de la humildad.  El santo no quiere su propia voluntad sino se somete siempre a la voluntad de Dios.  Los pobres de espíritu no buscan ni la riqueza ni la fama sino esperan de Dios como su recompensa.  Los que tienen hambre y sed de justicia no maquinan para obtener su propio bien sino hacen lo que Dios quiere de ellos.  Los limpios de corazón no tienen ningún motivo más que el deseo de cumplir la voluntad de Dios.  En resumen, ser santo es dejar la carrera de hacerse admirado para dar la gloria a Dios con hechos del amor.

Nos gusta ver a los niños en disfraces en Halloween, la vigilia del Dia de Todos los Santos.  Algunas llevan ropa de una reina o de Ricitos de oro. Otros se visten como vaqueros o como Batman.  Los flojos aparecen como vagabundos.  Está bien.  Todos son acogidos entre los santos si se someten a la voluntad de Dios.  Todos seremos acogidos en la compañía de los santos si nos sometemos a la voluntad de Dios.


El domingo, 25 de octubre de 2020

EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, 25 de octubre de 2020

 (Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

 Hay un dicho: “Todos los caminos llegan a Roma”.  Se puede cambiar el dicho para los cuatro evangelios.  “Todos los caminos llegan a Jerusalén”.  El propósito de los evangelios es mostrar cómo Jesús muere en Jerusalén para redimir al hombre del pecado.  Por los últimos cuatro domingos hemos encontrado a Jesús en Jerusalén debatiendo con los líderes judíos.  Primero, tuvo que explicar a los sumos sacerdotes por qué él había volcado a las mesas en el templo.  Entonces, el domingo pasado se probó más astuto que los fariseos que querían tropezarlo con la pregunta sobre el tributo a César.  Ahora Jesús responde a otra pregunta tendenciosa.

Un doctor de la ley se acerca a Jesús preguntando cuál mandamiento es el más grande.  Hay 613 mandamientos en la ley mosaica.  Se consideran todos como importantes.  ¿Es el más grande el primero escrito en Génesis, “Sean fecundos, multiplíquense, llenen l tierra y sométanla”?  O tal vez sea el primero en el Decálogo: “No tendrás otros dioses aparte de mí”.  De todos modos, Jesús no parece desalentado por ser probado con una pregunta tan nudosa. Al contrario, como un joven brillante parece afanoso a manifestar su entendimiento.

Jesús responde al interrogante más con la sabiduría que el mero conocimiento.  No hay ninguna autoridad anciana que forme el primer mandamiento en el mismo modo como él.  Tal vez Sócrates diría: “El mandamiento más grande es 'Conoce a ti mismo'”.  Macchiavello, el famoso filósofo político del Renacimiento, quizás propondría: “Sé fuerte para que todos te respeten”.  Pero Jesús, cuya voluntad humana siempre conforma con la voluntad divina, hace algo maravillosamente original.  Por su ascendencia judía dice que hay que amar a Dios sobre todo.  Pero inmediatamente añade, como si no hubiera el primero sin el segundo, hay que amar al prójimo.  Como caballo y carruaje, no es posible amar a Dios si no amamos a las demás personas humanas.

Pero ¿qué es el amor en que Jesús se refiere?  Ciertamente no es el gusto como brindan los turistas llevando camisetas: “Yo amo Nueva York”.  Ni es la gratificación sexual como tendrían los cantos contemporáneos.  No, el amor que tiene en cuenta Jesús es el sacrificio del yo por el bien del otro.  Es el amor de que escribe San Pablo a los romanos: “Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Se puede ver este amor en la vida de los santos.  Santa Teresa del Niño Jesús quería ir a las tierras misioneras y morir como mártir.  Pero no solo era monja en convento sino también enferma y débil.  Entonces se dio cuenta que pudiera realizar su deseo de ser martirizada por profundizarse en el amor.  Se dedicó cada vez más a la oración y al bien de sus compañeras en el convento.  Asimismo, se dice de San Martín de Porres que pasó las noches en la oración y la penitencia y los días mostrando la bondad de Dios a tocos.  Un día al regresar a su convento, Martín encontró a un hombre sangrando acostado en la calle, la víctima del puñal de un asesino.  Martín vendó la herida tanto como posible y lo apresuró a su convento para salvar su vida.  Allí tenía que ponerlo en su propia cama porque el superior de convento lo prohibió que ampararan a los enfermos en el convento.  Cuando el superior se enteró, exigió una explicación de Martín.  El humilde hermano dijo no pensaba que el precepto de la obediencia superara lo de la caridad.

“El que ame mucho, hace mucho” es un dicho simple.  Tiene raíz en el evangelio y también en la vida de los santos.  Este tipo de amor sobrepasa las disimulaciones encontradas en cantos y en camisetas.  Aquellos que lo siguen cumplen los primeros mandamientos de Jesús: "Ama a Dios primero, entonces a tu prójimo”.

El domingo, 18 de octubre de 2020

 EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO, 18 de octubre de 2020

(Isaías 45:1.4-6; I Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

Nadie nos debatirá que ha sido un año muy extraño.  La pandemia ha hecho casi todo diferente.  Muchos no van a trabajo sino trabajan en casa.  Aquellos que van a la oficina, tienda, o taller llevan máscaras.  Este año se recordará como raro también por las elecciones americanas.  Se han nombrado dos hombres muy distintos como candidatos para la presidencia.  Uno asiste en la misa cada ocho días y lleva el rosario en su bolsillo. Sin embargo, él no adhiere a uno de los valores más altos de la fe católica – la necesidad de proteger la persona humana desde la concepción.  El otro candidato no se presenta como religioso.  De hecho, algunas acciones suyas parecen poco cristianas.  Pero por su nombramiento de tres jueces a la Corte Suprema posiblemente será conocido como el presidente que ha hecho más para los no nacidos que cualquier otro.  Somos afortunados tener este evangelio de la moneda de César para reflexionar sobre estas elecciones únicas.

Los fariseos y los herodianos se juntan para tropezar a Jesús.  En su tiempo estos dos partidos son tan diferentes como los demócratas y los republicanos hoy día.  Sin embargo, porque ven a Jesús como enemigo común, combinan sus fuerzas para castigarlo.  Se acercan a Jesús, el maestro ascendiente de la ley, con una cuestión ardiente.  Piden su juicio en si es lícito pagar el impuesto, que es tributo, a Roma.  A muchos judíos les parece el impuesto como apoyar la supresión del reino de Dios en la tierra prometida.

Jesús evita responder directamente a su pregunta.  Se da cuenta de la insinceridad de sus interrogantes.  No quieren la sabiduría de Jesús sino su humillación ante el pueblo.  Pero Jesús es más astuto que ellos. Les pide la moneda para pagar el impuesto.  El hecho que la tienen ellos muestra que están dispuestos a pagar el impuesto deplorado.  Entonces él da su juicio: “’Den…al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’”.

Ahora algunos quieren que los obispos se declaran en favor de candidatos y partidos en las elecciones.  Sus motivos a menudo son tan egoístas como los de los fariseos.  Quieren de personas respetadas el respaldo político para sus candidatos.  Sin embargo, los obispos como Jesús en el evangelio no están respondiendo directamente a la cuestión.  Hay un par de razones para este planteamiento.  En primer lugar, si los obispos apoyan un candidato o un partido, estarán poniendo la Iglesia en peligro financiero.  En los Estado Unidos las entidades religiosas no tienen que pagar impuestos si no se meten en la política.  En segundo lugar y más importante, los obispos no pretenden ser expertos en cuestiones políticas.  Reconocen que su pericia es la moral personal y no el manejo del bien común. 

No obstante, como Jesús recomienda que demos a César lo que es de César, los obispos tienen algunos consejos para los fieles en las elecciones.  Sobre todo, piden a los votantes que formen sus conciencias según la tradición moral de la iglesia.  Esta tradición nos urge que consideremos el carácter del candidato.  Queremos oficiales públicos que no desviarán de la rectitud en un ambiente lleno de orgullo, dinero, y lujuria.  También la tradición recomienda que se busquen los candidatos capaces de cumplir sus objetivos. Los gobernantes deberían ser personas que inspiran y cooperan con los demás. Ni la moral pasa por alto que los líderes sean personas de principios altos: respeto para la dignidad humana, convicción para resolver la mayoría de los problemas al nivel personal o familiar, y sentido que el bien común a veces requiere sacrificios personales.

A veces las elecciones nos desaniman.  Sentimos que los elegidos no son las personas más preferibles.  En estos casos nos puede ayudar la primera lectura.  Dice Isaías que con Ciro, un rey pagano, Dios alcanza su objetivo.  Dios a menudo se aprovecha de personas poco justas para formar un pueblo más recto.  Por eso tenemos que seguir rezando a Dios.  Pidámosle que forme, con sus modos infinitos, una sociedad justa donde se preserve la dignidad humana.  Pidamos a Dios que forme una sociedad justa.

El domingo, 11 de octubre de 2020

 EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

Hace seis años las cabeceras reportaron algo llamativo.  Dijeron que el papa Francisco cree que hay campo para las mascotas en el cielo.  Era noticia novedosa porque la Iglesia nunca había declarado sobre tal cosa.  Sin embargo, después de una investigación se determinó que el papa no dijo nada de la salvación de animales.  Los periodistas evidentemente estaban confusos.

No es que la Iglesia tenga desdén para los animales.  Más bien, ella ve solo a las personas humanas, hechas en la imagen de Dios, como dignos de un destino eterno.  Sí, los animales, particularmente los que tienen algún sentimiento, merecen respeto.  Pero sería como encontrar un burro volando en el aire ver un gatito vagando en el cielo.  Una cuestión más nudosa que los animales en el cielo es si todas personas humanas se encontrarán allí.  Por el amor que el Señor nos exige, esperamos que sí.  Sin embargo, el evangelio hoy indica que no es seguro.

Se debería escuchar la parábola de Jesús como relatando la historia de Israel.  Todos los elementos corresponden a las personas y eventos de esa nación.  El rey es Dios.  El banquete de bodas es la vida eterna que Él ha preparado para su pueblo.  Los criados que salen para invitar a la gente al banquete son los profetas. Los primeros invitados son los líderes del pueblo con dinero en sus bolsillos y arrogancia en sus corazones.  Cuando reciben la invitación del rey, buscan excusas de no asistir por despecho.  Como la parábola indica, los líderes de Israel trataron brutalmente a los profetas, particularmente a Jeremías.

Entonces el rey hace una segunda invitación.  Esta vez los criados son los apóstoles de Jesús que llaman al pueblo al arrepentimiento en su nombre.  Los que responden son tanto los criminales y prostitutas como la gente sencilla.  Ellos son aceptados en el banquete si han dejado sus modos anteriores para vivir como hijos e hijas de Dios.  Pero una persona se ha colado en la celebración sin cambiar su vida.  Se identifica por no haber un traje de fiesta.  Este traje es el vestido blanco bautismal simbolizando que la persona ha elegido una manera nueva de vivir.  Porque este hombre no se ha conformado a los modos de Dios, no pertenece en el banquete.

Leemos esta parábola en la misa no para aprender la historia de Israel sino para informarnos cómo complacer a Dios.  Como los filipenses en la segunda lectura están generosos con San Pablo, Dios quiere que ayudemos a los pobres.  Una parroquia pide compromisos de familias de hacer sándwiches para los pobres.  No es tarea difícil, pero aporta palpablemente el bien de los desafortunados.  Desgraciadamente muchas familias que se han comprometido no cumplen sus promesas.  Sin duda tendrán excusas comparables con aquellos de los primeros invitados en la parábola.  Están ocupados y tienen que cuidar a sus mascotas.  Estas familias también son como el hombre sin traje de fiesta; eso es, sin la reforma verdadera.

Un servicio del Internet da cinco excusas para no ir a trabajo.  Una excusa es que se espera una remesa grande.  Otra es que se tenía que hacer una cita con el veterinario para la mascota.  Al mundo le gustan tales excusas para evitar cosas desagradables.  Pero deberíamos cuidarnos.  El banquete celestial no es desagradable sino es la cosa más agradable posible.  No queremos pasar por alto la invitación.  Más bien, queremos hacer todo posible para aprovechárnosla.