EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO, 18 de octubre de 2020
(Isaías 45:1.4-6; I Tesalonicenses
1:1-5; Mateo 22:15-21)
Nadie nos debatirá que ha sido un año muy
extraño. La pandemia ha hecho casi todo
diferente. Muchos no van a trabajo sino trabajan
en casa. Aquellos que van a la oficina,
tienda, o taller llevan máscaras. Este
año se recordará como raro también por las elecciones americanas. Se han nombrado dos hombres muy distintos
como candidatos para la presidencia. Uno
asiste en la misa cada ocho días y lleva el rosario en su bolsillo. Sin
embargo, él no adhiere a uno de los valores más altos de la fe católica – la
necesidad de proteger la persona humana desde la concepción. El otro candidato no se presenta como
religioso. De hecho, algunas acciones
suyas parecen poco cristianas. Pero por
su nombramiento de tres jueces a la Corte Suprema posiblemente será conocido
como el presidente que ha hecho más para los no nacidos que cualquier otro. Somos afortunados tener este evangelio de la
moneda de César para reflexionar sobre estas elecciones únicas.
Los fariseos y los herodianos se juntan para
tropezar a Jesús. En su tiempo estos dos
partidos son tan diferentes como los demócratas y los republicanos hoy
día. Sin embargo, porque ven a Jesús como
enemigo común, combinan sus fuerzas para castigarlo. Se acercan a Jesús, el maestro ascendiente de
la ley, con una cuestión ardiente. Piden
su juicio en si es lícito pagar el impuesto, que es tributo, a Roma. A muchos judíos les parece el impuesto como
apoyar la supresión del reino de Dios en la tierra prometida.
Jesús evita responder directamente a su
pregunta. Se da cuenta de la
insinceridad de sus interrogantes. No
quieren la sabiduría de Jesús sino su humillación ante el pueblo. Pero Jesús es más astuto que ellos. Les pide
la moneda para pagar el impuesto. El
hecho que la tienen ellos muestra que están dispuestos a pagar el impuesto
deplorado. Entonces él da su juicio:
“’Den…al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’”.
Ahora algunos quieren que los obispos se
declaran en favor de candidatos y partidos en las elecciones. Sus motivos a menudo son tan egoístas como
los de los fariseos. Quieren de personas
respetadas el respaldo político para sus candidatos. Sin embargo, los obispos como Jesús en el
evangelio no están respondiendo directamente a la cuestión. Hay un par de razones para este
planteamiento. En primer lugar, si los
obispos apoyan un candidato o un partido, estarán poniendo la Iglesia en
peligro financiero. En los Estado Unidos
las entidades religiosas no tienen que pagar impuestos si no se meten en la
política. En segundo lugar y más
importante, los obispos no pretenden ser expertos en cuestiones políticas. Reconocen que su pericia es la moral personal
y no el manejo del bien común.
No obstante, como Jesús recomienda que demos a
César lo que es de César, los obispos tienen algunos consejos para los fieles
en las elecciones. Sobre todo, piden a
los votantes que formen sus conciencias según la tradición moral de la iglesia. Esta tradición nos urge que consideremos el
carácter del candidato. Queremos
oficiales públicos que no desviarán de la rectitud en un ambiente lleno de
orgullo, dinero, y lujuria. También la
tradición recomienda que se busquen los candidatos capaces de cumplir sus
objetivos. Los gobernantes deberían ser personas que inspiran y cooperan con
los demás. Ni la moral pasa por alto que los líderes sean personas de
principios altos: respeto para la dignidad humana, convicción para resolver la
mayoría de los problemas al nivel personal o familiar, y sentido que el bien
común a veces requiere sacrificios personales.
A veces las elecciones nos desaniman. Sentimos que los elegidos no son las personas
más preferibles. En estos casos nos puede
ayudar la primera lectura. Dice Isaías
que con Ciro, un rey pagano, Dios alcanza su objetivo. Dios a menudo se aprovecha de personas poco
justas para formar un pueblo más recto.
Por eso tenemos que seguir rezando a Dios. Pidámosle que forme, con sus modos infinitos,
una sociedad justa donde se preserve la dignidad humana. Pidamos a Dios que forme una sociedad justa.
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