EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, 25 de octubre
de 2020
(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
Hay un dicho: “Todos los caminos llegan a Roma”. Se puede cambiar el dicho para los cuatro evangelios. “Todos los caminos llegan a Jerusalén”. El propósito de los evangelios es mostrar cómo Jesús muere en Jerusalén para redimir al hombre del pecado. Por los últimos cuatro domingos hemos encontrado a Jesús en Jerusalén debatiendo con los líderes judíos. Primero, tuvo que explicar a los sumos sacerdotes por qué él había volcado a las mesas en el templo. Entonces, el domingo pasado se probó más astuto que los fariseos que querían tropezarlo con la pregunta sobre el tributo a César. Ahora Jesús responde a otra pregunta tendenciosa.
Un doctor
de la ley se acerca a Jesús preguntando cuál mandamiento es el más grande. Hay 613 mandamientos en la ley mosaica. Se consideran todos como importantes. ¿Es el más grande el primero escrito en
Génesis, “Sean fecundos, multiplíquense, llenen l tierra y sométanla”? O tal vez sea el primero en el Decálogo: “No
tendrás otros dioses aparte de mí”. De
todos modos, Jesús no parece desalentado por ser probado con una pregunta tan
nudosa. Al contrario, como un joven brillante parece afanoso a manifestar su
entendimiento.
Jesús
responde al interrogante más con la sabiduría que el mero conocimiento. No hay ninguna autoridad anciana que forme el
primer mandamiento en el mismo modo como él.
Tal vez Sócrates diría: “El mandamiento más grande es 'Conoce a ti
mismo'”. Macchiavello, el famoso
filósofo político del Renacimiento, quizás propondría: “Sé fuerte para que
todos te respeten”. Pero Jesús, cuya
voluntad humana siempre conforma con la voluntad divina, hace algo
maravillosamente original. Por su ascendencia
judía dice que hay que amar a Dios sobre todo.
Pero inmediatamente añade, como si no hubiera el primero sin el segundo,
hay que amar al prójimo. Como caballo y
carruaje, no es posible amar a Dios si no amamos a las demás personas humanas.
Pero ¿qué
es el amor en que Jesús se refiere?
Ciertamente no es el gusto como brindan los turistas llevando camisetas:
“Yo amo Nueva York”. Ni es la
gratificación sexual como tendrían los cantos contemporáneos. No, el amor que tiene en cuenta Jesús es el
sacrificio del yo por el bien del otro.
Es el amor de que escribe San Pablo a los romanos: “Dios nos demostró su
amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Se puede
ver este amor en la vida de los santos.
Santa Teresa del Niño Jesús quería ir a las tierras misioneras y morir
como mártir. Pero no solo era monja en
convento sino también enferma y débil.
Entonces se dio cuenta que pudiera realizar su deseo de ser martirizada
por profundizarse en el amor. Se dedicó
cada vez más a la oración y al bien de sus compañeras en el convento. Asimismo, se dice de San Martín de Porres que
pasó las noches en la oración y la penitencia y los días mostrando la bondad de
Dios a tocos. Un día al regresar a su
convento, Martín encontró a un hombre sangrando acostado en la calle, la víctima
del puñal de un asesino. Martín vendó la
herida tanto como posible y lo apresuró a su convento para salvar su vida. Allí tenía que ponerlo en su propia cama
porque el superior de convento lo prohibió que ampararan a los enfermos en el
convento. Cuando el superior se enteró,
exigió una explicación de Martín. El
humilde hermano dijo no pensaba que el precepto de la obediencia superara lo de
la caridad.
“El que ame
mucho, hace mucho” es un dicho simple.
Tiene raíz en el evangelio y también en la vida de los santos. Este tipo de amor sobrepasa las
disimulaciones encontradas en cantos y en camisetas. Aquellos que lo siguen cumplen los primeros mandamientos
de Jesús: "Ama a Dios primero, entonces a tu prójimo”.
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