EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)
Hace seis
años las cabeceras reportaron algo llamativo.
Dijeron que el papa Francisco cree que hay campo para las mascotas en el
cielo. Era noticia novedosa porque la
Iglesia nunca había declarado sobre tal cosa.
Sin embargo, después de una investigación se determinó que el papa no
dijo nada de la salvación de animales.
Los periodistas evidentemente estaban confusos.
No es que
la Iglesia tenga desdén para los animales.
Más bien, ella ve solo a las personas humanas, hechas en la imagen de
Dios, como dignos de un destino eterno.
Sí, los animales, particularmente los que tienen algún sentimiento,
merecen respeto. Pero sería como encontrar
un burro volando en el aire ver un gatito vagando en el cielo. Una cuestión más nudosa que los animales en
el cielo es si todas personas humanas se encontrarán allí. Por el amor que el Señor nos exige, esperamos
que sí. Sin embargo, el evangelio hoy
indica que no es seguro.
Se debería
escuchar la parábola de Jesús como relatando la historia de Israel. Todos los elementos corresponden a las
personas y eventos de esa nación. El rey
es Dios. El banquete de bodas es la vida
eterna que Él ha preparado para su pueblo.
Los criados que salen para invitar a la gente al banquete son los
profetas. Los primeros invitados son los líderes del pueblo con dinero en sus
bolsillos y arrogancia en sus corazones.
Cuando reciben la invitación del rey, buscan excusas de no asistir por
despecho. Como la parábola indica, los
líderes de Israel trataron brutalmente a los profetas, particularmente a
Jeremías.
Entonces el
rey hace una segunda invitación. Esta
vez los criados son los apóstoles de Jesús que llaman al pueblo al
arrepentimiento en su nombre. Los que
responden son tanto los criminales y prostitutas como la gente sencilla. Ellos son aceptados en el banquete si han
dejado sus modos anteriores para vivir como hijos e hijas de Dios. Pero una persona se ha colado en la
celebración sin cambiar su vida. Se
identifica por no haber un traje de fiesta.
Este traje es el vestido blanco bautismal simbolizando que la persona ha
elegido una manera nueva de vivir.
Porque este hombre no se ha conformado a los modos de Dios, no pertenece
en el banquete.
Leemos esta
parábola en la misa no para aprender la historia de Israel sino para informarnos
cómo complacer a Dios. Como los
filipenses en la segunda lectura están generosos con San Pablo, Dios quiere que
ayudemos a los pobres. Una parroquia
pide compromisos de familias de hacer sándwiches para los pobres. No es tarea difícil, pero aporta
palpablemente el bien de los desafortunados.
Desgraciadamente muchas familias que se han comprometido no cumplen sus
promesas. Sin duda tendrán excusas
comparables con aquellos de los primeros invitados en la parábola. Están ocupados y tienen que cuidar a sus mascotas. Estas familias también son como el hombre sin
traje de fiesta; eso es, sin la reforma verdadera.
Un servicio
del Internet da cinco excusas para no ir a trabajo. Una excusa es que se espera una remesa
grande. Otra es que se tenía que hacer
una cita con el veterinario para la mascota.
Al mundo le gustan tales excusas para evitar cosas desagradables. Pero deberíamos cuidarnos. El banquete celestial no es desagradable sino
es la cosa más agradable posible. No
queremos pasar por alto la invitación.
Más bien, queremos hacer todo posible para aprovechárnosla.
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