EL VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)
El
Beatle George Harrison cantaba una canción que ha resonado con mucha
gente. Decía: “Realmente quiero
conocerte, Señor”. Ha sido el deseo de
cristianos a través de dos milenios.
¿Cómo era realmente Jesús? ¿Era
hombre siempre serio o pudo ser juguetón también? La Carta a los Hebreos describe a Jesús como
persona como nosotros, menos el pecado, “capaz de compadecerse de nuestros
sufrimientos”. Entonces era
compasivo. El evangelio de hoy nos lo presenta
como también sabio y sobrio. Podemos
añadir aun un poco ligero.
Los
hermanos Zebedeo acuden a Jesús con una pregunta manipuladora. Dicen: “’Maestro, queremos que nos concedas
lo que vamos a pedirte’”. Parecen como
el joven que viene a su papá con el deseo de tomar el coche familiar. En lugar de pedírselo directamente, se anda
con rodeos. Pregunta: “Papá, ¿vas a
ocupar el coche esta noche?” Si el
hombre no tiene intención para utilizar el vehículo, entonces tendría que
someterse a la petición que seguirá.
Pero si el padre va a salir con el coche, el joven ahorrará su petición
para otra ocasión. Pero Jesús, siempre
perspicaz, evita ser atrapado. No se pone
enojo con Santiago y Juan. Simplemente les
responde con su propia pregunta: “’¿Qué es lo que desean?’”
Si Jesús
se presenta a sí mismo como humano en el mejor sentido de la palabra, los
hermanos se presentan a sí mismos como humanos en un sentido malo. Después de escuchar a Jesús hablar del Reino
de Dios, quieren que les nombre para los primeros puestos junto con él. No le oyeron decir que tendría que sufrir
horriblemente para realizar el Reino. Jesús
les recuerda de la eventualidad con la pregunta: “’¿Podrán pasar la prueba que
voy a pasar…?’” Los hijos de Zebedeo
dicen que sí pero se puede dudar que hayan perdido su ilusión que el Reino será
obtenido de poco costo.
Así
nosotros tenemos dificultad aceptar nuestra cruz. Pensamos que simplemente por ser discípulos
de Su Hijo, Dios nos protegerá de las tribulaciones de la vida. Entonces cuando nos encontremos sin trabajo o
cuando las deudas no parezcan terminar a amontar, nos hacemos listos a dejar la
fe en Jesucristo como fantasía. En
lugar de sufrir con paciencia contando con Jesús para apoyarnos, queremos
abandonarlo como si fuera un fulano. De
una manera somos como los otros diez discípulos. Como ellos se indignan cuando se dan cuenta
de la petición atrevida de los hermanos Zebedeo, nosotros lo consideramos injusto
cuando sufrimos muchas adversidades.
A pesar
de sus inquietudes, Jesús insiste que sus discípulos sigan adelante en el
servicio. Vengan como vengan las
insolencias, tienen que sacrificarse como el Siervo Doliente en la primera
lectura. El Siervo sufre por el bien de
los demás, y Dios lo premiará con una vida larga. Jesús lo imita y experimenta más que la vida
extendida. Cuando da la vida por sus seguidores,
Dios Padre lo resucita a la vida eterna.
A lo mejor nosotros no experimentaremos el martirio como Jesús. Nuestro reto es seguirlo alegremente en el
servicio para que participemos en su destino.
Tal vez
nos parezca curioso que los evangelistas no cuentan nada de la apariencia de
Jesús. Querríamos saber el color de sus
ojos, su altura, las lenguas que hablaba y otros detalles. Pero este tipo de cosas nos les importan a
Mateo y Marcos, a Lucas y Juan. Lo
describen por sus virtudes: sabio, valiente, sobre todo compasivo. Realmente no tenemos que querer conocerlo. Pues, lo conocemos. Lo conocemos por estas historias evangélicas
y por los reflejos de él en los santos. Ya
tenemos que seguirlo en el servicio.
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