EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(I Samuel
3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)
De todos
los títulos que oímos para Jesús, “Cordero de Dios” puede ser el más raro. Pensamos en Jesús como un pastor, no como un
cordero. Sin embargo, en el evangelio
hoy Juan Bautista utiliza este título para señalar que Jesús va a ser
sacrificado para cumplir el plan de Dios de la salvación. Si Juan por este
comentario no explica todo lo que es Jesús, ni entienden bien a Jesús las
muchas personas que quieren reconocerlo solo como un “gran maestro” o un
“hombre santo”.
A Andrés y
su compañero en el evangelio no les importa cuánto falte su comprensión cuando gira
hacia Jesús por la recomendación de Juan.
Piensan de él solo como un rabí o maestro. Tal vez sea así para algunos de nosotros. Aunque no comprendamos completamente bien a
Jesús, lo buscamos porque nuestros padres o nuestros amigos nos lo han
recomendado.
Jesús no
nos deja en la oscuridad por mucho tiempo.
Nos reta a nosotros junto con los dos discípulos: ”¿Qué buscan?” Ésta no es una pregunta sencilla como ¿qué
dirección buscas? Más bien es un
interrogante sobre nuestras esperanzas más profundas. ¿Qué queremos sobre todo? Algunos responderán “la salud". Otros dirán “la fama”, “el placer”, o
"el dinero". Pero los sabios,
sabiendo cómo todas las cosas cambian, responderán, “Dios”. Solo Dios siempre es bueno, justo, y
compasivo siempre. Se puede contar solo con
Él para los medios de sostenernos en tiempos buenos y tiempos malos.
Jesús
responde a Andrés y su compañero con una invitación a la fe en él. Dice: “Vengan a ver”. Esta respuesta es semejante a su invitación
en el Evangelio de Mateo, “Vengan a mí todos los que están fatigados…” Quiere que pongamos nuestra confianza en él y
su manera de vivir. Por decir que hemos
de “ver”, Jesús está sugiriendo que percibamos la realidad con la vista
espiritual y no solo con la vista física.
Eso es, que tengamos la fe para aceptar la vida como un viaje que
termina con Dios. En el final Dios nos
juzgará como dignos de ser aceptados en su eternidad.
Evidentemente
la experiencia de Andrés con Jesús es alumbradora. La primera cosa que hace después su visita es
decir a su hermano Simón que ha encontrado al “Mesías”. Nótense como su aprecio de Jesús ha crecido
del “cordero de Dios” a “maestro” a “Mesías”.
Ahora él reconoce a Jesús como el “hijo de Dios” que los profetas
anunciaron como el que llevará a Israel a instruir al mundo entero cómo vivir
en la paz y la justicia. Es el mismo
concepto que tenemos en mente cuando hablamos de “Cristo Rey.”
Cuando
Jesús encuentra a Simón, le pone otro nombre.
Es “Simón Pedro”, eso es, “Simon, la roca”, que va a proveer la
estabilidad y firmeza a la comunidad que está fundando. Por supuesto, esa comunidad es la Iglesia, la
Nueva Israel, que continua su misión de instruir al mundo en los modos de la
paz. Como Simón, todos deberíamos
considerarnos como ser dotados por Cristo con un nombre nuevo que designa el
papel que hemos de llevar a cabo en la Iglesia.
Podemos discernir en la oración que nombre Cristo nos da y que espera de
nosotros. Quizás nos llama “prof” si
nuestro papel es educar a los demás en la fe, o “caridad” si nuestro papel es
socorrer a aquellos en necesidad. Hay
nombres con papeles para todos.
Jesús, el
Mesías y Rey, nos llama a cada uno de nosotros a "venir y ver". Tal vez en el pasado no hayamos hecho caso a
su voz. Pero deberíamos tomar unos
minutos hoy para aclararle que es él que queremos sobre todo. Podemos pedirle en torno que nos aclare el
nombre y papel que tiene para nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario