LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
(Isaías
60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)
No es nada
nuevo que los tres magos no son reyes. Tampoco
son magos en el sentido que practican la magia.
Más bien la intención de San Mateo es presentarlos como buscadores de la
verdad. Diligentemente investigan los
cielos para determinar exactamente lo que tiene el futuro. En un modo son como los meteorológicos que
buscan signos en la atmósfera para predecir el tiempo para mañana, la semana
próxima, o en un año.
El
evangelio no especifica de dónde vienen los magos. Pero por su colocación en el
este y su interés en la ciencia, los expertos de la biblia los consideran persas. De todos modos, han oído del “rey de los
judíos” que iba a nacer. A lo mejor
conozcan la profecía que un descendiente de David va a sentarse en su trono
para siempre. Es el bien esperado mesías
judío que establecerá de nuevo el reino de David y traerá a los monarcas del
mundo para escuchar su sabiduría. Los
magos siguen la estrella del recién nacido para darle homenaje.
La estrella
provee a los magos solo parte de la verdad.
Puede indicar aproximadamente donde queda el rey, pero no con
precisión. Para esto se necesita la
revelación divina. Esto es la razón de
que los judíos tienen que referirse a las Escrituras cuando los magos
preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos…?”
El profeta Miqueas escribió que el mesías vendrá de Belén.
La
referencia a las Escrituras nos proporciona una lección de mucha urgencia para
los tiempos contemporáneos. Todo campo
de estudio humano incluso las ciencias duras como la física, la química, y la
biología no puede revelar la verdad en su plenitud. Para conocer la verdad completa se necesita
la revelación de Dios. Esto es
particularmente el caso en referencia a la moral. Sin recurrir a la Escritura la gente
considerará como aceptable la manipulación del cuerpo y alma para lograr sus fines. Esto puede explicar por qué en algunas partes
se quieren bendecir a los matrimonios gay y exterminar a las personas severamente
incapacitados.
Finalmente,
los magos encuentran a Jesús, el rey que encarna la verdad completa. Sus enseñanzas formarán un pueblo justo. Sus actos guiarán a seguidores a la felicidad
eterna que no resulta del placer sino del amor infinito. Los regalos que los magos son apropiados a
este rey. Él vale más que el oro. Como Hijo de Dios merece las alabanzas que
son como el incienso fragante que asciende al cielo. Y porque, como humano, sufrirá la muerte, se
le incluye la mirra para su entierro.
Pesa a los
beneficios que trae el rey-mesías, algunos no quieren que reine. Lo eliminarían como si fuera la plaga y no el
remedio para todo tipo de dolencia.
Herodes no quiere compartir el poder con nadie aun con uno que le produciría la paz. Otros no quieren hacer caso a
Jesús por el orgullo, codicia, y lujuria que manejan sus corazones. Estos no son necesariamente personas ajenas a
nosotros. Se ha dicho que la línea
separando lo bueno y lo malo no pasa por familias, naciones, o comunidades de
fe sino por cada corazón humano. Por
eso, tenemos que esforzarnos a corresponder nuestros modos a los del rey cada
vez más.
Jesús
debería ser el enfoque de nuestra vida.
Si cada día meditamos cómo poner en práctica el evangelio, tendremos a
nuestra disposición la verdad. Cuando lo
vivimos, experimentaremos la vida eterna.
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