La Sagrada Familia de Jesús, María y José
(Génesis
15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22.39-40)
El padre
Patricio Peyten era uno de más populares evangelistas durante el siglo XX. Vino de Irlanda a los Estados Unidos donde
persiguió una vocación religiosa. Como
sacerdote, promovió el rezo del rosario familiar. Redactó un lema que se hizo famoso: “La
familia que rece juntos, se queda juntos”.
En tiempo algunos trataron de alterar el lema diciendo: “La familia que
juega juntos, se quedan juntos”. Pero
las nuevas fórmulas no se han pegado porque no se basan en la realidad. La verdad es que las familias tienen que
someterse a Dios si quieren ser unidas.
Se ve la
necesidad de someterse a Dios en las primeras páginas de la Biblia. Génesis cuenta del primer pecado como
resultado del deseo de Eva para ser como Dios.
La serpiente le dice que por comer de la fruta prohibida ella pudiera
determinar por sí mismo lo bueno y lo malo. No tendría que obedecer las leyes
de nadie más de las suyas. No mucho más
tarde de que ella y el hombre prueban la fruta, la vida humana se dificultó
para siempre.
Algo
semejante pasa en la historia de la Torre de Babel. Con su industria los hombres tratan de evitar
la dependencia de Dios. Piensan que pudieran alcanzar al cielo, una hazaña que
tal vez los harían más famosos que Dios.
Sin embargo, como resultado de su necedad, Dios tiene que rescatarlos de
desastre. En fin, la pretensión para ser
como Dios termina en el mundo entero cayéndose en confusión.
Las cosas
se mejoraron cuando Abram escucha la voz de Dios y le somete su fidelidad. Como
relata la primera lectura, él y su esposa Sara no se rebelan contra Dios por no
darles a hijos. Su conforme a la
voluntad divina les gana un hijo y en tiempo multitudes de descendientes.
En el
evangelio María y José también muestran el sometimiento a la voluntad de
Dios. San Lucas describe a los dos
presentando a Jesús a Dios y ofreciendo el sacrificio apropiado. Todo está
hecho “como está escrito en la ley”.
Jesús seguirá la voluntad de Dios, su Padre, en todo por aun entregarse
su vida para redimir al mundo.
A veces
parece que el mundo ha vuelto a los tiempos de antes de Abram. Hoy en día cada vez más la gente prefiere
hacer su voluntad antes de la de Dios.
Se preocupan más del placer y la comodidad que el culto y la
compasión. Apropiado a esta Fiesta de la
Sagrada Familia, hay que lamentar cómo muchos jóvenes se olvidan del primer
mandato de Dios en la Biblia: “Sean fecundos y multiplíquense”. Piensan erróneamente que el propósito del
sexo es el placer de sí mismo y no la procreación de prole y el apoyo del
cónyuge.
Aprendemos
el sometimiento a Dios en la familia.
Los ancianos nos enseñan que las capacidades humanas siempre son
limitadas. Tenemos que pedir la ayuda de
Dios en la misa y la oración personal.
Estas peticiones son particularmente necesarias mientras personas se
acerquen el umbral de la muerte.
Nuestros padres nos instruyen el valor del sacrificio. Cuando nos enfermábamos como niños,
desvelaron para cuidarnos. Su sacrificio
demostraba que no existimos solo para nosotros mismos. Más bien, tenemos que buscar también el bien
de los demás. Porque Dios nos creó y
sostiene, Él siempre tiene el primer reclamo de nuestro servicio. Finalmente, de nuestros hermanos con quienes
a menudo riñamos, aprendemos la necesidad de perdonar y pedir perdón. En la vida vamos a caer en pecado. Cuando nos pasa a nosotros, debemos ofrecer a
Dios nuestra disculpa y solicitar su misericordia.
Mañana
comenzamos un nuevo año. Para muchos es
tiempo de renovar los valores familiares que han dejado de vivir. A lo mejor nosotros queremos reformarnos
también. Primero que nos preguntemos por
quién vivimos: Dios o nosotros mismos.
Si nuestra respuesta es la segunda, es tiempo de someternos de nuevo al
Señor.
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