El domingo, 17 de diciembre de 2023

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Los liturgistas llaman este tercer domingo de Adviento “domingo de gaudete”.  En caso de que no recuerden, guadete significa regocíjense.  Deberíamos regocijarnos porque la venida del Señor es más cerca que pensábamos.  Llegará en un sentido cuando celebramos la Navidad dentro de dos semanas.  También vendrá al final de tiempos para reclamarnos como los elegidos de su Reino.  Porque considera esta venida segunda muy próxima, Pablo dice a los tesalonicenses en la segunda lectura, “Vivan siempre alegres”.

Ciertamente hay mucha alegría en el aire estos días.  La gente está celebrando el fin del año con fiestas y vacaciones.  Pero este gozo no es el mismo como nuestro como cristianos.  El gozo de los que asisten en fiestas tiene que ver con el consenso social de relejarse al fin del año del trabajo tedio.  El consenso da permiso a la gente divertirse con abundancia de bebidas, comidas, y música alta.  Llevado al extremo, esta diversión conduciría a la ruina.  Pero no es malo en sí mismo.  El relajo moderado guarda a la persona de la idea falsa que el humano fue creado primariamente para producir cosas.

De todos modos, nuestra alegría cristiana es distinta.  Deberíamos tenerla siempre en nuestro corazón porque está arraigada en que Crista nos ha garantizado un destino glorioso.  Hoy ponemos énfasis en la alegría porque el Señor vendrá pronto para realizarnos este destino.  Cuando disfrutamos de los tamales y rompope en la Noche Buena, será porque él ha llegado para hacernos vivos espiritualmente como él mismo. En todos casos nuestra alegría es en el Señor.

Juan, el Bautista, sirve como nuestro guía.  Él se desprende de toda ilusión de su propia grandeza.  Se reconoce a sí mismo como el instrumento del Señor. Dice que solo es la voz gritando en el desierto, “Enderecen el camino del Señor”.  Juan quiere servir, no ser servido.  El servicio de Juan consiste en castigar a la gente que reformen sus vidas para que el Señor no les pase por alto. 

Para muchos les cuesta conformarse con este llamado de Juan.  El pecado ha difuminado la atmósfera tanto que muchos nunca ven a sí mismos como perpetradores del mal sino solo sus víctimas.  La codicia, lujuria, y el egoísmo han dominado sus vidas.  Sin embargo, no reconocen a sí mismos como en necesidad de reforma.  Ni se sienten la necesidad de un salvador para rescatarles de la precaria.  Piensan que con buena orientación psicológica pueden resolver sus problemas y vivir bien.  Aunque hay lugar para la ayuda psicológica, no va a derrotar la maldad que causa la ruina de almas.

Vivimos en un tiempo que los filósofos llaman como “pos-cristiano”.  Mucha gente a través del mundo no creo en Dios, y muchos menos acepta la fe cristiana.  No son enteramente responsables por su rechazo de creer porque no han escuchado de la fe predicada con la inteligencia y la convicción. Para ellos tanto como para nuestra salvación queremos vivir nuestra fe con la integridad.  Así seremos el tronco de Jesé que brota un renuevo, como proclama Isaías en una lectura preferida de Adviento, para que el mundo se salve.

No es malo en sí participar en las celebraciones actuales de la Navidad. Ciertamente, el hombre no es hecho solo para trabajar.  Que nos alegremos con los demás.  Pero que siempre llevemos en nuestros corazones la convicción firme que festejemos sobre todo al Salvador del mundo Jesucristo.

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