TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)
Los liturgistas llaman este tercer domingo
de Adviento “domingo de gaudete”.
En caso de que no recuerden, guadete significa regocíjense. Deberíamos regocijarnos porque la venida del
Señor es más cerca que pensábamos.
Llegará en un sentido cuando celebramos la Navidad dentro de dos semanas. También vendrá al final de tiempos para
reclamarnos como los elegidos de su Reino.
Porque considera esta venida segunda muy próxima, Pablo dice a los
tesalonicenses en la segunda lectura, “Vivan siempre alegres”.
Ciertamente hay mucha alegría en el aire
estos días. La gente está celebrando el
fin del año con fiestas y vacaciones.
Pero este gozo no es el mismo como nuestro como cristianos. El gozo de los que asisten en fiestas tiene
que ver con el consenso social de relejarse al fin del año del trabajo
tedio. El consenso da permiso a la gente
divertirse con abundancia de bebidas, comidas, y música alta. Llevado al extremo, esta diversión conduciría
a la ruina. Pero no es malo en sí
mismo. El relajo moderado guarda a la
persona de la idea falsa que el humano fue creado primariamente para producir
cosas.
De todos modos, nuestra alegría cristiana
es distinta. Deberíamos tenerla siempre
en nuestro corazón porque está arraigada en que Crista nos ha garantizado un
destino glorioso. Hoy ponemos énfasis en
la alegría porque el Señor vendrá pronto para realizarnos este destino. Cuando disfrutamos de los tamales y rompope
en la Noche Buena, será porque él ha llegado para hacernos vivos
espiritualmente como él mismo. En todos casos nuestra alegría es en el Señor.
Juan, el Bautista, sirve como nuestro
guía. Él se desprende de toda ilusión de
su propia grandeza. Se reconoce a sí
mismo como el instrumento del Señor. Dice que solo es la voz gritando en el
desierto, “Enderecen el camino del Señor”.
Juan quiere servir, no ser servido.
El servicio de Juan consiste en castigar a la gente que reformen sus
vidas para que el Señor no les pase por alto.
Para muchos les cuesta conformarse con este
llamado de Juan. El pecado ha difuminado
la atmósfera tanto que muchos nunca ven a sí mismos como perpetradores del mal
sino solo sus víctimas. La codicia,
lujuria, y el egoísmo han dominado sus vidas.
Sin embargo, no reconocen a sí mismos como en necesidad de reforma. Ni se sienten la necesidad de un salvador
para rescatarles de la precaria. Piensan
que con buena orientación psicológica pueden resolver sus problemas y vivir
bien. Aunque hay lugar para la ayuda
psicológica, no va a derrotar la maldad que causa la ruina de almas.
Vivimos en un tiempo que los filósofos
llaman como “pos-cristiano”. Mucha gente
a través del mundo no creo en Dios, y muchos menos acepta la fe cristiana. No son enteramente responsables por su
rechazo de creer porque no han escuchado de la fe predicada con la inteligencia
y la convicción. Para ellos tanto como para nuestra salvación queremos vivir nuestra
fe con la integridad. Así seremos el
tronco de Jesé que brota un renuevo, como proclama Isaías en una lectura
preferida de Adviento, para que el mundo se salve.
No es malo en sí participar en las
celebraciones actuales de la Navidad. Ciertamente, el hombre no es hecho solo
para trabajar. Que nos alegremos con los
demás. Pero que siempre llevemos en
nuestros corazones la convicción firme que festejemos sobre todo al Salvador
del mundo Jesucristo.
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