El domingo, 24 de diciembre de 2023

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

La mayoría de los cristianos han oído la palabra “encarnación”.  Sin embargo, no todos saben lo que quiere decir.  La encarnación significa el misterio en lo cual la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre.  Aunque este concepto no nos extraña, algunos dicen que es una contradicción.  “¿Cómo puede ser – preguntaran – que Dios, el autor de los millones de millones de las estrellas en el universo, puede hacerse tan limitado como una persona humana?  Es como si fuera uno podría poner una montaña en una caja de zapato”.

No vale ahora tratar de explicar la posibilidad.  Pero tenemos que abordar el tema de algún modo porque tiene que ver con el evangelio de la misa hoy y la gran fiesta de mañana.  La Encarnación dio origen a la Navidad tan seguro como el sol comienza el nuevo día.  Algunos piensan en la Encarnación teniendo lugar con la concepción de Jesús a la Anunciación como indicada en el pasaje evangélico hoy.  Otras reservan la palabra para cuando María da a luz su hijo.  De todos modos, tiene que ver con la venida de Dios como hombre.

En lugar de reflexionar en cómo Dios se hizo hombre o en exactamente cuándo lo hizo, sería mejor que consideremos su motivo.  ¿Qué le movió al Espíritu infinito, eterno, y todopoderoso limitarse como una persona humana?  Se puede descubrir el motivo en la descripción de Dios en la Primera Carta de Juan: “Dios es amor”.  El amor divino – no la pasión que sentimos para unirnos con un otro sino la voluntad para ver el bien del otro – impulsó a Dios salvar a la humanidad en su condición precaria.

Por "condición precaria", queremos decir el pecado.  Podemos percibir los efectos de pecado por abrir nuestros ojos a lo que pasa alrededor de nosotros.  Millones de vidas inocentes están a riesgo en Ucrania y la Franja de Gaza por la guerra.  La revolución sexual ha producido millones niños más sin su madre y su padre en casa para guiarlos a la madurez.  Una generación entera está experimentando soledad, duda, e inferioridad por la fascinación con los medios sociales.  Finalmente, nuestra cultura está para experimentar un trastorno inmenso por el rechazo del primer mandamiento de Dios recordado en la Biblia: ”Sean fecundos y multiplíquense…” (Génesis 1,28).

Dios se hizo hombre para enseñarnos cómo superar el pecado para vivir como personas justas.  Además, por su muerte en la cruz nos ha liberado del apego al orgullo, codicia, y lujuria.  Ahora vivimos apoyados por la comunidad de fe con nuestras esperanzas fijadas en la vida eterna.

Hoy celebramos el comienzo de esta liberación.  Sin embargo, existen fuerzas que quieren robarnos del significado de nuestra celebración.  En lugar de recordar a Cristo, el liberador, estas fuerzas tendrían que impongamos los regalos como el centro de la festividad.  En lugar de la adoración a Dios, querrían sustituir la fiesta día y noche.  No es que los regalos y las fiestas no tengan lugar en nuestra celebración de Navidad. Sí lo tienen. Pues la alegría de tener al liberador en nuestro medio conlleva el deseo de compartirla con obsequios a los demás y a saltar en bailes.  Pero tienen que dejar espacio para la adoración del niño divino.

Como contraejemplo a nuestros tiempos desviados tenemos a María como se retrata en el evangelio hoy.  No se piensa en su propia fama u otro beneficio por ser madre del Salvador sino en el servicio que rendirá a Dios.  A la proposición de Gabriel, responde decisivamente: “’He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’”.

Somos pecadores pero redimidos.  Celebramos, pero siempre conscientes de quien y porque festejamos.  Sí que tengámonos una feliz Navidad. Pero también que agradezcamos a Dios por hacerse como nosotros.

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