SEGUNDO
DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
40:1-5.9-11; II Pedro 3:8-14; Mark 1:1-8)
Se dice que
el autor de la primera lectura hoy es uno de los profetas más brillantes en la
historia de Israel. Sin embrago, irónicamente
se no conoce su nombre. Se llama
“Segundo Isaías” porque su obra ha sido incluida con la del profeta Isaías de
Jerusalén en los rollos de las Escrituras hebreas. Segundo Isaías escribió desde Babilonia donde
se exiliaron miles de judíos en el sexto siglo antes de Cristo.
Los judíos
sufrieron allá, pero no tanto material como espiritualmente. Se sintieron la enajenación en un país
pagano, más de mil kilómetros de su tierra nativa. No podían practicar su religión
abiertamente. Ni tenían el Templo donde
podían ofrecer sacrificios pidiendo perdón de sus pecados y otros favores de
Dios.
La lectura
comienza con Dios diciendo que la gente judía ha sufrido suficientemente por
sus pecados que la condujo al exilio.
Quiere que ya se preparen para regresar a Judá. Hay un segundo anuncio de buenas noticias,
pero esta vez es para los habitantes de Judá.
Ellos también han sufrido mucho con la invasión de los Babilonios.
Además de la devastación de ser conquistados, han perdido a seres queridos
tomados en el exilio y han visto el Templo destruido. El mensaje para ellos es que esperen a Dios
que vendrá pronto con gran compasión.
Llegará como un pastor que protege y alimenta su rebaño.
Como el
Segundo Isaías, el evangelista Marcos tiene buenas noticias para los
pueblos. Está comenzando la historia de
Jesucristo, el “Hijo de Dios”, que salvará a la humanidad de la tontería de
pecado. Jesús llega en un tiempo de
enajenación. (Esta palabra significa que
la gente se siente de poca importancia y aislados de los demás.) En Israel al medio del primer siglo la
enajenación se arraíza en las múltiples costumbres de los fariseos que crean la
idea que Dios sea un capataz rígido, no un Padre amoroso.
Juan el
Bautista también tiene buenas noticias para el pueblo judío. Vive en el desierto con solo los recursos
básicos, pero cerca a Dios. Dice que hay
uno trayendo el Espíritu de Dios que vendrá pronto para superar la
enajenación. No lo nombra, pero lo
reconoce como tan superior de él que él no es digno de desatar su
sandalia. Aunque lo conocemos como
Jesucristo, la gente que se acude a Juan en el desierto se queda en suspenso en
cuanto su nombre.
Jesús
resolverá la enajenación en Israel en el primer siglo y también en nuestro
tiempo. Hoy en día con los medios
sociales bien arraigados, muchos sufren por la falta del calor humano. Se encuentran en sus hogares buscando
“amigos” virtuales en Facebook o comparándose con otros en Instagram. Estas búsquedas vanas resultan muchas veces
con sentimientos de soledad, duda, e inferioridad. Los practicantes a menudo experimentan
pensamientos de suicidio. Por su muerte en la cruz que redime al mundo Jesús mostrará
el amor del Padre.
El mundo no
ha aprendido todavía que la riqueza, el placer, y la fama no producen la
felicidad. Más bien después de dar unos
momentos de satisfacción, estos valores nos dejan con cada vez más anhelos, más
necesidades. Lo que realmente nos hacen
felices son la seguridad de nuestra familia, el apoyo de nuestros amigos, y la
consolación de nuestra fe. Por esta
razón los habitantes en Utah y Dakota Sur donde se practica mucho la fe y la
gente viven con sus familias son entre la gente más contenta en los Estados
Unidos.
En Adviento con los anuncios de Segundo Isaías y de Juan el Bautista nos damos cuenta de que Jesús está para llegar a nosotros de nuevo. Viene como para compartir su Espíritu que nos hace generosos, gozosos, y santos. Sí tenemos que vigilar por él en los acontecimientos cotidianos, particularmente en la misa. También tenemos que acogernos a él en nuestro servicio a los demás.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario