Isaías
63:16-17.19,64:2-7; Icor 1:3-9; Marcos 13:33-37
Como nuestro testimonio a la presencia del
Señor después de la consagración, decimos: "Ven, Señor Jesús". Se ha llamado esta venida al fin de tiempos
la “parusía”. Esta palabra griega
significa la visitación de un rey o un personaje poderoso al pueblo de un
cierto lugar. En la Eucaristía
reconocemos que Cristo está presente en forma sacramental, pero queremos que
sea presente de modo total para que veamos su cara, toquemos su brazo, y
escuchemos su voz. Será la culminación
de nuestra experiencia como cristianos y el fin de la historia.
La primera lectura de la tercera parte del
profeta Isaías indica que no somos los primeros para esperar la venida del
Señor. Aquí los judíos han regresado del exilio en Babilonia. Su nación fue aplastada por los
babilonios. Ahora tienen que comenzar de
nuevo. Quieren que Dios una vez más les ayude
para que regresen al pueblo los días de gloria.
Sin una concepción adecuada de la vida personal transcendiendo la muerte,
lo más que pueden esperar es la independencia y la alta estatura de Israel
entre las naciones.
En la segunda lectura Pablo expresa una
conciencia de la vida eterna. Por lo que
pasó a Jesucristo en el tercer día de su muerte, el apóstol sabe que la
resurrección es el destino de los que confíen en Jesús. Dice que los dones de Dios han equipado a los
corintios para que puedan vivir sin pecar hasta la parusía. Entonces Jesús reclamará a los suyos de la
tierra para darles lugar en el cielo.
El evangelio da la última enseñanza del
Señor a sus discípulos antes de su pasión.
Toca la necesidad de la vigilancia para la parusía. Los discípulos tienen que prepararse; esto es
el significado de “velen”. Se prepararán
por vivir como siervos atentos haciendo bien.
No deben vivir como vagos haciendo lo que les dé la gana.
Tenemos que admitir que pocos hoy en día
aguardamos la parusía con gran anticipación.
Nuestra miopía no nos permite ver mucho más allá que nuestras propias
muertes. Pensamos que en la muerte
nuestras almas van a vivir con Cristo en la gloria y que esto es todo lo que
importa. Tendremos cerca nuestros seres
queridos que también han pasado por la muerte al reino de la paz. Nuestro malentendido es arraigado en la falta
de un aprecio adecuado del ser humano.
Lo pensamos como un alma encarcelada en un cuerpo. Según este error el alma pueda existir
completamente bien sin “esta espiral mortal” como el príncipe Hamlet llamó el
cuerpo.
Pero no, el cuerpo es mucho más que un
alambre que guarda nuestro espíritu. Sea
bello o feo, fuerte o enfermo, el cuerpo es parte de nosotros por lo cual
debemos estar agradecidos. Solo con el
cuerpo podemos ver y tocar, escuchar y oler.
Sin el cuerpo, seríamos limitados como prisioneros en confinamiento
solitario. Sin nuestros cuerpos es
posible que existamos en proximidad de seres queridos, pero no podríamos
tocarlos o besarlos. Posiblemente
podamos comunicarnos en un sentido, pero no podríamos escuchar sus voces. A lo sumo la experiencia será como un
encuentro con Zoom que da alguna satisfacción, pero de ninguna manera es igual
que la presencia de los demás cara a cara.
Deberíamos esperar la venida de Cristo con
gran anticipación por dos razones. En
primer lugar, según testimonios bíblicos será precedida inmediatamente por la
resurrección de nuestros cuerpos del polvo de la tierra. Entonces podremos de nuevo abrazar, besar, y
conversar con nuestros seres queridos.
Aún más tremendo será la experiencia de conocer a Cristo plenamente,
cara a cara y hombro a hombro.
Por eso, que pongámonos a puntas para
esperar a Cristo. Que sea aun antes del
fin del año si Dios quiera. De todos
modos, decimos con los primeros cristianos, “Marana tha”, eso es, “Nuestro
Señor, ven”.
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