TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría
6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)
El año
litúrgico no corresponde perfectamente con el año calendario. Ahora nos acercamos el fin del año litúrgico
2023. En solo tres domingos en el primer
domingo de Adviento comenzaremos el nuevo año eclesiástico. Hay diferentes indicaciones que estamos cerca
al fin. La segunda lectura trata de la
muerte mientras en la parábola del evangelio Jesús habla del fin de los
tiempos.
La parábola
se toma de la segunda parte del último discurso de Jesús en el Evangelio de
Mateo. Jesús ha llegado a Jerusalén
donde va a ser traicionado y crucificado.
Por ahora se retira al Monte de Olivos cercano donde se encuentra
sentado, preparado para enseñar. Sus
discípulos se le acercan preguntando sobre el fin de los tiempos. Jesús responde primero con una descripción de
la desolación que experimentará el mundo.
Pero les avisa que no se sabe el día del fin. Por esta razón, dice, los discípulos tienen
que velar. Entonces en la segunda parte del
discurso explica con tres parábolas que quiere decir “velar”.
Velar es
mucho más que mantener los ojos abiertos.
De hecho, todas las diez jóvenes de la parábola duermen. Velar es más bien prepararse con obras
buenas. Es ayudar al otro para que
cuando llegue el Señor, puedes mostrarle logros meritorios. Las jóvenes previsoras han traído mucho
aceite que representa caridad abundante.
En el Sermón del Monte, el primer discurso de Jesús en el Evangelio de
Mateo, llamó a los mismos discípulos “la luz del mundo”. Dijo que tenían que brillar “su luz delante
los hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a Dios Padre…” Las
jóvenes previsoras se prueban como cumplidoras de este mandato por la provisión
sustanciosa de aceite que llevan.
Por
supuesto se incluyen en obras buenas los sacrificios pequeños que hacemos para
complacer a nuestros seres queridos. En
una película una muchacha se estira para abrir la cerradura de puerta para su
novio después que él la acomodó en su coche.
Es un gesto bonito. Sin embargo, más característico de obras buenas es
el servicio a los necesitados. Jesús
mismo nos instruye cómo se ve este servicio en su declaración famosa al fin del
discurso. Dice que los elegidos por Dios
dan de comer a los hambrientos y visitan a los enfermos.
Hoy en día
pocos dicen que es necesario acudir la iglesia. En contraste, casi todos están de acuerdo de
que es importante ayudar al prójimo. No
obstante, no son muchos que lo hacen, al menos en forma sistemática. En tiempos pasados las organizaciones como la
Legión de María y la Sociedad de San Vicente de Paul servían a muchos pobres y
enfermos. Los miembros de tales
organizaciones desarrollaron una espiritualidad del servicio de modo que fueran
más cumplidos en sus obras y más entregados al Señor. En la parábola son cinco las jóvenes que han
hecho buenas obras, un número que implica tal cooperación con efecto ancho.
Ahora la
gente no participa en organizaciones de este tipo. Más bien se agrupan según sus intereses
personales por medio de sus teléfonos.
Con el Internet intercambian ideas más que experiencias personales. El efecto es la soledad en ambos lados. Relativamente pocos reciben la caridad
cristiana mientras los cristianos quedan solos en la casa picando sus
teléfonos. Cristo espera más de sus
discípulos.
El Señor
está por venir pronto, espiritual si no físicamente. Si queremos reconocerlo, tendremos que dejar
los teléfonos un rato para estudiar las caras de los necesitados. Se parecerá semejante a los hambrientos y los
enfermos.
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